La saliva, como uno de los ingredientes personales
de un hombre (dicen que ahora se puede identificar a una persona por la
composición de su saliva igual que por sus huellas dactilares), era una de las
grandes medicinas empleadas por nuestros antiguos curanderos, que tampoco podía
ser cualquiera, sino que tendría que tener algún “don” o “gracia”.
Ser séptimo hermano y todos del mismo sexo, nacer en
el solsticio de invierno, viernes santo, la santa cruz…
Ya comentamos
de un curandero que bendecía sus medallas-remedio con agua bendita y su saliva.
Como ejemplo, me vienen a la memoria, dos curanderos
de Arén. Hacían todo tipo de curaciones: “nerbos acaballaus”, dolores de cabeza,
“torzones”, fiebres de cualquier especie y, naturalmente, eran especialistas en
los huesos. No había dislocación que se les resistiera.
Y lo curioso es que el tratamiento lo solían llevar
al alimón. Indistintamente empezaba uno la curación, la proseguía el otro sin
ningún orden determinado, como si quisieran compartir la responsabilidad de la
cura y la gloria del éxito.
Ellos aseguraban que tenían “don”, aunque ignoro la
razón de tenerlo. Y se manifestaba en los poderes mágicos que ambos poseían en
la saliva. El último toque en cualquier dolencia era con esa segregación suya,
a no ser que la rebeldía del mal exigiese más aplicaciones de saliva de uno o
de los dos.
Por ejemplo se presentaba uno a (vamos a llamarlo
Paco), para que le atendiese de un hombro descoyuntado a consecuencia de una
caída o de un mal gesto cargando talegas. Paco lo examinaba despacio, luego, lo
cogía por la muñeca y con un tirón brusco que hacía lanzar al herido un grito
desgarrador, le levantaba el brazo hasta arriba del todo. El paciente sudaba
frío y casi se le escapaban las lágrimas de los ojos.
-Bueno, mira. Ahora te estás quieto, sentado, toda
la tarde y antes de cenar te pasas por casa de (lo llamaremos Jacinto).
Jacinto le masajeaba el hombro por delante y por
detrás y luego le colocaba un vendaje para inmovilizarlo lo más posible y lo
mandaba a la cama:
-Y mañana vete a ver a Paco para que te quite el
vendaje.
Paco le levantaba la cura, le masajeaba la parte
dolorida y lo remitía para el día siguiente a su compañero. El último que lo
atendía –y esta era la señal de curación completa- untaba con saliva al
paciente ya repuesto.
Como se ve, con razón los llamaban “los curanderos
de Arén.
Cuando se presentaba un parto difícil, un remedio
que decían era infalible, era el llamar a un curandero o curandera, para untar
con saliva el vientre de la parturienta.
Pero os cuento de otra curandera, que dicen que
además era bruja: María de Gregorier. Ella misma confirmaba que era bruja y que
su saliva era bálsamo. Y por lo que se ve, estos bálsamos naturales resultaban
una panacea universal que hubieran envidiado los médicos medievales que andaban
con la triaca magna. María lo curaba todo y según cuentan no lo debía hacer
mal.
Era de Cortillas y por el pueblo apareció un
carrilano de la tierra baja y en tertulia nocturna, en la cadiera de la casa
donde se hospedaba oyó hablar de la curandera y lo tomó a broma, burlándose de
la credulidad de los montañeses. Ellos le advirtieron que debía tener cuidado
al hablar así de ella, porque podía tomar represalias contra su persona.
El caso es que a la hora de irse a acostar, y
probablemente porque el candil no alumbraba suficientemente, el carrilano dio
un traspiés en las escaleras de la cuadra, y a consecuencia del traspiés se
torció el tobillo.
Lo atribuyeron a castigo de la curandera bruja.
La María se presentó en casa y, puesta en
antecedentes de todo, quizás por marcarse un farol reivindicó la torcedura como
obra suya y prodigando sonrisas de victoria empezó a friccionarle el pie. Lo
estuvo trabajando un buen rato y todos contemplaban la escena, divertidos y
socarrones.
-Bueno, ahora apoye el pie con cuidado… eso es: se
lo he dejado nuevo (y le golpeaba con fuerza) y aprenda a no reírse de María de
Gregorier.
El carrilano asintió, o mejor, corrigió:
-Bien; pues ahora ya sé que de bruja y adivinadora
no tienes nada. A ver si tienes algo de curandera y me arreglas este otro pie
que es el que está lastimado, ya que hasta ahora te he presentado el bueno…
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