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miércoles, 28 de noviembre de 2012

El brujón o bruxón

Y dejamos nuestras tradiciones en la boda del viudo, y la aparición de la tronada tan inesperada dividió las opiniones en los comentarios. Y como la imaginación tiene pocas o ninguna barrera, hubo hasta quien insinuó si el tío Francho no sería bruxón.
Y me veo obligado a parar la boda del viudo, dejando a nuestras gentes, cavilando si efectivamente el tío Francho sería de verdad bruxón.
El brujón -o bruxón- es la versión masculina de la bruja. Es curioso constatar el hecho histórico de la escasez de hombres-brujos. Siempre que se habla de brujería se piensa en las mujeres y en algunos idiomas ni siquiera existe el nombre masculino.
Cuando hablas con “entendidos” entre paréntesis, su razón me deja peor que antes de preguntarles:
"Puesto que el mal es femenino, resulta del todo lógico que sus siervos sean principalmente mujeres. Esa es la razón de que haya muchas más brujas que brujos”.
Siempre escuché que hay que decir herejía de brujas y no de brujos; éstos son poca cosa.
Cuando entro a conocerlos en mi tierra, ellos te lo dejan claro: "Por un brujo, diez mil brujas… ¡Ta ixo son nuestras!”
Se han dado muchas explicaciones y tal vez ninguna convincente respecto a este hecho. La gran mayoría eran mujeres, factor que todavía hoy sigue siendo profundamente preocupante.
Piensas en las grandes cazas de brujas, y te dejan sorprendido: es precisamente el hecho de que probablemente el 85 por ciento de los acusados fueron mujeres.
Y es que la actividad sexual ocupaba lugar prominente en las creencias brujeriles. El método del diablo para recuperar adeptos era la seducción y las orgías y aquelarres periódicos la recompensa para sus fieles servicios.
El ideal femenino estaba establecido por los hombres y las mujeres, que se desviaban de este ideal trazado por los hombres, eran identificadas como brujas.
Ya he contado en más de una ocasión que dos atributos de las mujeres aumentaban la posibilidad de que fuesen sospechosas de brujería: una era la melancolía, un estado depresivo acompañado a veces de palabras oscuras o amenazadoras y una conducta extraña. El otro atributo peligroso era la soledad.
En Aragón siempre se ha temido a las brujas que han abundado en tiempos pasados, pero que todavía se daban hasta tiempos muy recientes o al menos así lo creía la gente.
En mis trabajos de campo (si puedo llamarlo así), he detectado la existencia de 218 brujas en lo que va del siglo XX, bastantes de las cuales viven todavía. La gente sigue creyendo en ellas, aunque cada vez menos. No dudan en decirme el nombre y la casa a que pertenecen aunque con el ruego, muchas veces, de que no lo divulgue, pues, en muchos casos viven parientes próximos.
 En Aragón los Tribunales condenaron a muchos más hombres que mujeres, pero no es cierto que se dieran más bruxones que bruxas. La tónica universal es la misma. Como ya hemos dicho, en todos los sitios se han dado muchas más mujeres que hombres que ejercitasen la brujería.
El número de brujones ha sido muy inferior al de brujas, aunque Aragón es una de las zonas en que más hombres dedicados a la brujería se han dado. Y siempre se ha temido más al brujón que a la bruja por considerar que tiene más poder y que siempre ha sido como el jefe de sus colegas femeninas.
 
Mi abuela hablaba con frecuencia del Herrero de Fornillos, que murió a principios de siglo XX y al que se temía en toda la provincia de Huesca, por los poderes tan grandes que poseía, tanto para el bien como para el mal.
En casa P. de Santa Lecina, tal vez la más fuerte del pueblo -se contaba- tenían un par de yeguas y dallando con una traílla, se les cortaron los tendones. Las llevaron al veterinario de Alcolea que les dijo que ya las podían tirar al muladar. Alguien les insinuó que fueran a Fornillos de IIche a llamar a un curandero. Era el herrero, que bajó al día siguiente a Santa Lecina.
Todo el pueblo estaba en la cuadra mirando cómo lo hacía. El tomó las patas de las yeguas y les hizo unas cruces con el dedo mientras parecía rezar en secreto una oración.
Les aseguró que al cabo de veinte días las yeguas podrían ir a trabajar. Todos se le reían; no podía ser. Pero a los días que él les dijo, las caballerías ya estaban trabajando.
La gente le tenía miedo y por Navidad todos los de la comarca de Barbastro le llevaban regalos.
Al gaitero de Santolaria, que lo llamaron a las fiestas de Fornillos no le dejaba tocar. Soplaba, y nada. Y de repente empezó a tocar más que nunca.
En una boda que no le invitaron, todo les salió mal. No podían ni hacer la comida, porque las perolas bailaban, el fuego se apagaba, las salsas se cortaban... Cayeron en la cuenta de la causa de los males y le llevaron un obsequio al herrero. Y entonces, ya todo salió bien.
Dicen que el brujón era jefe de todas las brujas y ellas le temían y le obedecían.
Y no vayáis a pensar que ése fue el único bruxón. No. Había otros muchos, como el sastre de Nocito, Trifolio de Villanova y qué sé yo cuantos más.
Hablaremos de ellos…


jueves, 22 de noviembre de 2012

Continuamos con la boda de un viudo…

Dejamos en el anterior artículo, a los recién casados salir de la iglesia, cuando comienzan a recibir, una lluvia de bellotas sobre sus cuerpos. El ruido ensordecedor de todas las esquilas, cencerros, trucos, cuartizos y talacas del pueblo estaban compitiendo para saber cuál sonaba más fuerte y mejor.
Pero seguía sin verse nadie. Como si fueran fantasmas los que hacían la cencerrada. El viudo recién casado no sabía lo que ocurría…
De repente dejaron todas de sonar. Y entonces, desde un tejado, una voz de timbre disimulado y ampliado por un embudo preguntaba a gritos:
-¿Qué pasa hoy?
Desde otro tejado, allá lejos, contestaba otra voz igualmente camuflada:
-¡Que el tío Francho no quiere dormir solo...! ¡Que tiene frío...!
-¿Y quién le calentará la cama?
-La Bitoriana, que aunque es lagañosa, le sobran calorías... y ya los disparates más soeces se enredaban con los comentarios a gritos que salían de todos los rincones.
Imposible distinguir a sus dueños, o mejor dicho, dueñas, pues eran preferentemente mujeres las que animaban el cotarro.
Y de nuevo los cencerros.
Nos imaginábamos la rabia del tío Francho; la angustia de Bitoriana, sus lágrimas sorbidas y su corazón alocado.
Pero no había piedad.
Probablemente el viudo pensaba que hubiera sido mejor pagar la “manda” que le pidieran los mozos y aguantar sus indirectas y bromas unos cuantos días. Igual hubieran armado cencerrada, pero mucho más suave. Pero ya no había remedio.
No acertaban por dónde tirar. Sabían que no encontrarían la paz en ningún sitio. Que esa noche no podrían dormir.
Ni tampoco las siguientes. Con algo de suerte las cencerradas durarían una semana. No como en Bolea que se alargaban hasta un mes.
 
En vano blandía su gayata el padre de Bitoriana. No se veía ni un solo enemigo. Por lo demás, ya sabía que era todo el pueblo que repetía un gesto ancestral de rechazo a la boda del viudo... No era malquerencia: dentro de unos días la vida volvería a la normalidad y el pueblo, se reconciliaría con el hecho y nunca habría malas caras. Pero de momento...
Se dirigieron a la casa del viudo, por más segura. ¡Allí se desmoronaron! La puerta se veía totalmente embadurnada de aceite negro que jamás desaparecería hasta que cambiasen la puerta. Un hedor insoportable a putrefacción caía desde arriba: en el balcón habían colgado un "carnuz", un burro muerto y en descomposición.
¡Ojala pudieran hacer desaparecer ese día y los siguientes del calendario!
Ciertamente que para ambos novios, el día de su boda no era el más feliz de su vida.
Dominando todos los ruidos de esquilas y sartenes, un formidable trueno retumbó en medio de la noche haciendo vibrar hasta los cristales de las ventanas. Y casi inmediatamente, unas gotas grandes como platos, comenzaron a salpicar la calle. El suelo, reseco, las absorbía difuminándolas.
Pero pronto ya no podía dar abasto: las gotas menudeaban hasta convertirse en un espeso aguacero. Como por ensalmo las calles quedaron vacías. Parecía que el cielo venía en ayuda de los desesperados novios.
¿El cielo o el infierno? Ya hemos explicado en otros ratos que nuestras gentes atribuían las tormentas al poder de las brujas.
Luego, en las tertulias, la aparición de la tronada tan inesperada dividió las opiniones en los comentarios. Y como la imaginación tiene pocas o ninguna barrera, hubo hasta quien insinuó si el tío Francho no sería bruxón.
 
Y me veo obligado a parar la boda del viudo, dejando a nuestras gentes, cavilando si efectivamente el tío Francho sería de verdad bruxón.
 
En Aragón además del castellano cencerrada y el genérico esquilada, le dicen “callagúa” en el Valle de Xistau, “esquellada” en el de Benasque, “esquillote” en el Bajo Aragón, “carnamusa” en Bielsa; “brama” en la Litera, y en Albelda “zaragata”.
Las diversas legislaciones han intentado en vano impedir estas manifestaciones públicas, Ya Carlos III las prohibió bajo pena de cuatro años de presidio y cien ducados de multa. El Código Penal de 1870 las considera como falta contra el orden público imponiendo multa de 5 a 25 ptas. Y reprensión a los que las promovieren o tomaran parte activa en ellas.
Si la cencerrada debió nacer del ceremonial mítico-religioso, no hay duda, sin embargo, que posteriormente fue expresión de censura y venganza popular como acusa la documentación. La sociedad muestra hasta hoy una áspera contradicción a las segundas nupcias. Desde el siglo XIII; la Iglesia condenó esta manifestación de humillación pública. EI Concilio de Turín (1455) las prohibió con excomunión de los autores.
En Aragón las condenaciones eclesiásticas abundan, y a veces con castigos a los contraventores, tan curiosos como los del obispo de Teruel, Pérez del Prado, en 1745, obligándoles a oír “una Misa Mayor en medio de ella (de la iglesia) a vista de todos, sin capa ni sombrero o montera y con una vela amarilla de mano”.
A pesar de las prohibiciones legislativas y eclesiásticas, las cencerradas han llegado hasta nuestros días con mayor o menor intensidad.
En Albelda la “zaragata” se hacía desde días antes de la boda, sobre todo con ruido de sartenes y esquilas. En toda la Litera era muy mal visto el matrimonio de los viudos. “En Peralta de la Sal y San Esteban de Litera la “brama” se realizaba con embudos. En la primera localidad la realizaban los hombres, que se colocaban encima de los tejados y desde allí empezaban su diálogo, sin que nadie supiera quiénes eran los autores. En San Esteban de Litera la realizaban las mujeres y el lugar eran los montes próximos.
Por otra parte, existía la creencia de que los nuevos hijos de los viudos saldrían con deficiencias físicas.
La que he descrito estos últimos artículos, fundamentalmente era al estilo de la mayoría de los lugares. Siempre intento colocar nuestras tradiciones a modo de relato, para poder desarrollar la historia de nuestra tierra. Se me hace más fácil explicarme, y si a la vez consigo llegar a vosotros…
En Lanaja me consta que no hace demasiados años un viudo que se quería casar con disimulo a las ocho de la tarde, no pudo hacerlo hasta las tres de la madrugada. Mi informante me dijo que un viudo que era alcalde (omito el nombre) se casó sin cencerrada porque no se atrevieron. El mismo me asegura que las bromas eran pesadísimas y me describe lo del aceite negro y el carnuz, que encuentro en la gran mayoría de lugares de nuestra tierra.
Las cencerradas más bestias del Alto Aragón llevan fama de ser las de Bolea. No hace muchos años, una duró cerca de tres meses.
La ironía queda bien reflejada en nuestro refrán: “Viuda muy maja, pronto olvida la caja”.
En Lanaja hemos oído esta copla:
“Te casaste con un viudo
por la moneda;
la moneda se acaba
y el viudo queda”.
Más serio es el refrán que aconseja: “Cásate y tendrás mujer. Pero si enviudas, no te cases otra vez.
Así la “brama” en la Ribagorza. La información que tengo dice así:
“Consistía en que cuando se casaba una soltera con un viudo, o al revés, se les hacía pagar una cuota para dejarlos dormir tranquilos. Con ella los mozos se compraban vino y torta y hacían una pequeña fiesta. Si se negaban a pagar el impuesto, se les esperaba una temporada muy mala: todas las noches siguientes los mozos los iban a rondar: a cantar todos debajo sin dejarlos dormir y contar en alto los chismorreos que de ellos se decían en el lugar.
En Graus la llamaban “esquillada”. El informador recuerda cómo dos jóvenes, uno desde cada esquina de la calle conversaban a voz en grito:
-“¿Quí s’ha casau?
-“El Pontero”.
-“¿Y con qui s’ha cassau?”
-“Con cinco mil duros, que no puede acabar la casa…”.
Con todo, las cencerradas en algunos lugares no fueron exclusivas de las bodas de viudos. En Villarreal de la Canal, como el pueblo estaba reñido, hacían cencerradas en muchas bodas, aunque no fueran de viudos o de viejos.
(“En casa Matralero, en la cencerrada, hasta les tiraron la chaminera”).
“Asociadas a la celebración de San Antón se ha tenido oportunidad de recoger otras tradiciones y que son las esquiladas y las plegas o pliegas. Las esquilladas acontecían la víspera y consistía en que los mozos y chicos del lugar se reunían armados de las esquillas y cencerros mayores que hubieran podido encontrar y recorrían las calles del pueblo tocando tan escandalosamente como les fuera posible. En sus correrías solían llegarse hasta los límites de la localidad vecina, con la que se entablaban estruendosos duelos. Así ha sucedido tradicionalmente entre San Juan de Plan, Plan y Gistain; entre Rañín y Solipueyo, en la Fueva, y entre Escalona y Laspuña en el curso del Alto Cinca. Esta competición no es sino un enfrentamiento amistoso entre comunidades que descargan así su latente rivalidad.
Estos jolgorios se daban en algunos lugares cuando el novio era viejo aunque no fuera viudo. Me cuenta Encarnación G. S. de Mosqueruela: - “La fiesta se iniciaba ya cuando los jóvenes del lugar se enteraban del romance. La juerga empezaba desde el momento en que se hacía público el casamiento. Cada noche hacían la fiesta a uno y muchas veces hacían participar a los dos. La fiesta consistía en cantos alusivos y mil bribonadas que inventaban para hacer pasar malos ratos a los futuros cónyuges. Cuando uno de los dos era forastero, se encargaban en los dos pueblos de hacerles las “honras”. La situación se complicaba más cuando el viejo era rico y había mediado un “corredor” en el arreglo del matrimonio.
Todavía recuerdan los mayores de la villa con humor las juergas que se organizaron a raíz de unas famosas relaciones de un viejo rico de fuera del lugar y una hermosa joven mosqueruelana. Según dicen, los cantos del primer día que el novio fue a visitar a la novia de Mosqueruela duraron hasta rayar el alba.
Desde entonces hasta la celebración del matrimonio fueron todas las noches un constante jolgorio.
Por supuesto la boda se realizó lejos del pueblo. Sin embargo, todavía hoy recuerdan los mayores las coplas que se inventaron para aquel acontecimiento:
“Con ese traje de seda
y esas medias de electricidad
enamoras a los viejos
de ochenta años de edad”.
Y al que intervino en el arreglo le cantaban:
“Niñas que os queréis casar
y no tenéis compromiso
en la calle del Vergel
hay un corredor muy listo”.


jueves, 15 de noviembre de 2012

Traje de novios y bodas de viudo

 Como ya he comentado, las modistas se hospedaban en casa y además lo hicieron con todo sigilo. Todo lo referente al vestido de la novia debía ser un secreto. Por supuesto que a ninguno de los varones nos dejaron ver los figurines que traían con diseños de trajes.
Mi abuela me aleccionó para que no curiosease por miedo a que se divulgasen detalles. Yo, desde luego, ya sabía que era malo que el novio viese el traje de la novia antes de la ceremonia porque decían que la boda se podía deshacer. Y por lo que he podido comprobar, esa costumbre y creencia dura todavía.
El vestido, de siempre, ha aportado una casuística especial en nuestra antropología, y es lógico, ya que caracteriza una actitud externa que con frecuencia no corresponde a otra interna.
Pero todo el mundo espera una concordancia entre el modo de vestir y las circunstancias, por ejemplo, el traje de noche, la corbata, la ópera, el luto…
Apunto estos dos datos curiosos recogidos en Aragón: un vestido de fiesta no debe estrenarse el mismo día de la fiesta, sino el segundo día. Ignoro si esta costumbre se da también en otros sitios.
Pero existen otras advertencias, que siempre se procuraban cumplir:
Cuando un sastre toma medida para cortarle un traje a un hombre, nunca debe medirle de arriba abajo, entero, como el carpintero mide el cadáver para hacer su ataúd, porque anuncia la muerte próxima de su cliente.
 
Que el novio no pueda ver el traje de la novia es costumbre muy extendida.
 
El vestido lo pagaban los padres. En el Somontano de Huesca el futuro esposo no podía ver tampoco nada del ajuar de la novia.
 
Antiguamente el traje era negro, conforme al dicho “bodas, entierros y fiestas, ropas negras”.
 
En Aragón, es claro que ha sido el valle de Ansó el que ha mantenido una tradición, convertida casi en culto, a la vestimenta. La variedad, sobre todo en el traje femenino como es lógico –pero también en el masculino- es riquísima, pero sujeta a unas normas comunes. Existen trajes para niños y niñas, muchachos y muchachas, hombres y mujeres: trajes para día ordinario. Traje de cofradía, de iglesia y de calle, de fiesta, de media gala, de entierro y de boda.
Aquí nos interesa el traje ansotano de novios y se distingue el de calle (para la fiesta) y el de iglesia (para la ceremonia). Tanto en el novio como en la novia destaca por su colorido. “El que la novia lleva a la iglesia, llamado también “de saya” es el traje propio de las grandes ceremonias. Lleva camisa de gorguera, enaguas, saigüelo y, sobre éste, una saya con pliegues de abanico, remangada por delante y replegada por detrás en forma de mariposa. También lleva un delantal de brocado con cintas de colores vivos que la ceremonia requiere. El de novio lleva anguarina especial para la ceremonia y, debajo, el elástico, así como calzas de peladilla y en el sombrero un cordón con borla de colores.
“En el de calle, la novia lleva, en el pecho, abundantes adornos de “escarapela” y “las platas”, complementos que llevan normalmente las mujeres en los días de fiesta. En las mangas también llevan adornos de azabache atados con cintas de colores. Destaca un laborioso peinado de churros realzado con una trenzadera roja. El de novio es semejante al de iglesia, pero sin la anguarina y con el pañuelo de seda natural encima de la faja.”
La “trenzadera” cinta que envuelve la trenza y es negra para las mujeres en el traje de novia es roja. El novio también se cruzará por el pecho una banda de seda roja y gualda y cubrirá su faja con vistoso pañuelo.
Antiguamente los trajes eran negros (la costumbre del traje blanco es muy moderna, quizás para simbolizaren lo exterior una doncellez en unos tiempos en que las “relaciones” prematrimoniales son harto frecuentes). En muchos sitios el traje se guardaba luego para amortajar al que lo había estrenado. Como me contaban en Ansó, si acaso, se llevaban los mismos atuendos en los bautizos: cuando la madrina era mujer casada.
Y seguiremos contando sobre los trajes, cuando se acerque la boda.
A mi hermana no le sentó muy bien que hubiera otra boda en perspectiva en el pueblo pues dejaba de ser la protagonista única de las conversaciones que ahora compartiría con el viudo y de él seguro que se iba a hablar. Y menos mal que la fecha de esa boda seguro que no se divulgaba pues se mantenían casi en secreto.
Y no sé cómo se coló la noticia, pero entre los mozos se empezó a divulgar que el viudo se casaba aquel viernes. Ya estaba bien elegido el día por lo desacostumbrado pues ya dice el refrán que el casamiento en viernes es muy de temer.
Pero entramos en la boda de un viudo…
 
Lo malo es el secreto en los pueblos. Ya dicen "el secreto de Maleján que lo sabían en Borja". En un pueblo se sabe todo al instante. Siempre me ha llamado la atención: llegas a un pueblecico y no ves ni un alma en la calle; tal vez ni te ladra un perro; pero a los dos minutos todo el pueblo sabe que estás allí.
Lo digo por lo de la boda en secreto del viudo. En Aragón, como en todas partes, creo, las bodas de viudo han sido motivo de juerga. Merecen un capítulo aparte.
 
Todo se había mantenido en secreto. Comenzando por las relaciones. Al tío Francho, que había perdido a su mujer hacía tres años, y que vivía completamente solo, apenas se le veía en el pueblo. Casi siempre estaba en la capital.
Nadie, nunca, había relacionado los esporádicos viajes de Bitoriana a la ciudad, acompañada de su madre. Últimamente habían menudeado más las visitas de las dos mujeres, según creía la gente, al dentista o al médico. Pero nada más.
Sin embargo, los pueblos disponen de unas antenas increíbles. Alguien, tal vez, sorprendió a madre e hija en uno de esos viajes a Huesca, sin visitar al dentista ni al médico y sí la casa del tío Francho.
Y ya se sabe. Ella lo contaría en secreto a su vecina quien a su vez lo susurraría al oído de su cuñada que, también en secreto, lo comentaría a la carnicera... A los dos o tres días, todo el pueblo -eso sí, en secreto- no hablaba de otra cosa.
Se habían hecho las proclamas matrimoniales en la iglesia, pero la fecha era incierta. Vete a saber cómo se enteraron del día del acontecimiento.
Se buscaban horas más bien intempestivas. Solían celebrarse por la noche en Biscarrués, Senés, Poleñino y en toda la zona de la Fueva. Al amanecer en Chimillas, Torralba, Estadilla, Albelda, Huerrios, Ascara y Blecua, que yo sepa. En Teruel, me consta que en Mosqueruela se celebraba a la hora de cenar "cuando más ocupada estaba la gente".
Eran las once de la noche y la gente descansaba en sus casas como está mandado. Tal vez, ya habían rezado el rosario y se disponían a dormir. El sacristán llamó discretamente con los nudillos en casa de Bitoriana. Debían de estar esperando porque la puerta se abrió inmediatamente.
Dos mujeres, embozadas en sus pañolones negros salieron en silencio y se fueron tras el sacristán que se metió en su casa, lindante con la iglesia y que se comunicaba por un patio interior con la sacristía.
Dentro de la iglesia ya esperaban el tío Francho, los padrinos y algún que otro pariente o amigo íntimo de los contrayentes. La puerta de la iglesia, naturalmente, permanecía cerrada. Todo había salido bien.
¿Todo? Pues entonces, ¿qué significaba aquel silbido estridente que sajaba el silencio de la plaza sin luces?
Inmediatamente la campana pequeña -"el cimbalico de la torre empezó a lanzar su tintineo cantarín, casi como una carcajada. Y ya después, todo.
Un petardazo terrible alertó a los más despistados del pueblo si es que aquella noche quedaba alguno sin enterar y lo curioso es que a nadie se veía por ningún lado.
Dentro, en la iglesia, la consternación de los novios y asistentes era completa: no se iban a librar de la cencerrada.
En muchos lugares las cencerradas o esquiladas empezaban ya antes de la boda, en cuanto se conocían las intenciones de contraer matrimonio.
Al cura -y a todos- les entró prisa por acabar la ceremonia. Breve, sin homilía, sin caras de pascua, se desarrolló con celeridad increíble.
-Y ahora ¿por dónde salimos?
-Da lo mismo. Os encontrarán de todas las maneras.
-¿No tenéis alguna tartana preparada para salir del pueblo?
-No, mosén. ¡Estábamos tan seguros de que nadie sabía nada!
Como ya no importaba gran cosa, decidieron hacerse el valiente y salir por la puerta de la iglesia. Se descorrieron los cerrojos, se abrió chirriante de par en par y un alubión de bellotas cayó sobre sus cabezas. Ya contaban con que no habría arroz a la salida. Pero ¡precisamente bellotas! Y ésa fue la señal para el concierto de percusión.
Yo creo que todas las esquilas, cencerros, trucos, cuartizos y talacas del pueblo estaban compitiendo para saber cuál sonaba más fuerte y mejor. Un concierto "Nay" superior.
Creo que todas las esquilas alto-aragonesas, se traían del pueblecito francés de Nay, cercano a Pau. Naturalmente, se pasaban de contrabando.
Como si hubieran reunido las dulas de toda la redolada.
Y seguía sin verse a nadie.
¿Cómo acabará la boda? Seguiremos otro ratico con ella…
 


viernes, 9 de noviembre de 2012

Miedos y amonestaciones

Ahora podemos leer en los atrios de nuestras parroquias las proclamas matrimoniales que se exponen al público para su conocimiento. Antiguamente estas "proclamas" o amonestaciones las hacía el cura de palabra en la misa parroquial o en alguna de mayor concurrencia. Después del sermón, el credo y los actos de fe. Eran de este tenor:
"Desean contraer matrimonio, de una parte Francisco Buisán Latre, soltero, mayor de edad, hijo legítimo de Urbez y Valentina, natural y feligrés de esta parroquia y por otra parte, Faustina Sanagustín Gabás, soltera, mayor de edad, hija legítima de Pedro y de Robustiana, igualmente natural y feligresa de esta parroquia. Si alguno conoce algún impedimento por el que no puedan contraer matrimonio canónico deberá manifestarlo bajo pena de pecado mortal. Y sirva ésta como primera amonestación."
Las amonestaciones eran tres, en domingos consecutivos. Lo de la mayoría de edad no lo entendía muy bien, pues mi abuelo me había aclarado que en Aragón, el Derecho concedía esta mayoría a los catorce años, para casi todos los efectos. Y por supuesto el de contraer matrimonio. La misa de amonestaciones dicen que no obligaba a los novios si no podían asistir a otra misa más temprana.
Como en mi pueblo no había más que una misa cada domingo mi hermana no acudió a la iglesia durante esos días.
La razón puede ser el evitar la posible vergüenza de la novia, pues hubo épocas en que se armaba gran escándalo en la iglesia golpeando los bancos y pataleando. Pero se daban, además, otras razones. En Aragón se creía que era malo que los novios oyeran sus amonestaciones ya que el matrimonio no se llevaría a cabo.
Sólo tengo referencia de unos pocos pueblos en los que no pareciera importarles su asistencia (Torralba, Bolea, Araguás, Panzano, Estadilla, Guaso y Montoro). En otros, unas veces iban y otras no (Pomar, Botaya, Barbastro, Aseara). En Plasencia no iban a la primera amonestación, pero sí a las siguientes.
Mi abuela le advirtió que tendría que rezar las tres partes del rosario para compensar. Cuando al domingo siguiente se hizo la amonestación, los amigos de la casa felicitaron a la novia y ella los obsequió con torta como solía hacerse.
Con esto, ya, comenzaron los preparativos de la boda.
Lo primero fue el traje de novia. Vinieron dos modistas de Barbastro y se aposentaron en casa, lo mismo que el sastre que tenía que vestir a los hombres, pues ya dicen que el que va de bodas tiene que parecer novio. En el pueblo no había otro hospedaje.
Yo sí que fui a la misa de moniciones, porque no me la quería perder. Como todos esperaban este acontecimiento, cuando el mosén bajó del púlpito ("predicadera" decíamos nosotros) y antes de volverse a poner el manípulo y la casulla que se había quitado para el sermón, se hizo un silencio sepulcral. Yo contenía el aliento como todo .el mundo.
Al nombrar a Urbez y a mi hermana hubo un cuchicheo y carraspear de gargantas. Todos miraban para nuestro sitio, pues todas las familias del pueblo teníamos un puesto en la iglesia, que era como una prolongación de la casa. Yo era el único de la familia que estaba en la iglesia y me puse colorado como un tomate al sentir todos los ojos del pueblo en mí. Clavé mi mirada en las tachuelicas doradas del reclinatorio que dibujaban artísticamente las iniciales de mi familia y quería que me tragase la tierra. Entonces comprendí por qué los novios no asistían a la misa de amonestaciones.
En mi pueblo, como en todo Aragón, muchas familias tenían su sitio fijo en la iglesia que era como una prolongación del hogar al igual que la madre era como la sacerdotisa de la familia (rosarios, ofrendas, etc.).
Estos sitios estaban por lo general en las capillas laterales, dejando los bancos del centro para los que carecían de él... Allí estaban los reclinatorios de la familia, marcados por el nombre. Servían para arrodillarse y también para sentarse abatiendo el asiento que se levantaba mediante unas bisagras al arrodillarse. En el sitio familiar se encontraban también los banquillos de las velas en los días "de almas".
 
Como os cuento me encontraba yo solo de la familia en iglesia, y quería que me tragase la tierra. La vergüenza que sentí, observando a toda la iglesia como me miraban.
Pero no terminó allí la cosa. Después de amonestar a mi hermana y su novio, el mosen prosigió:
-“Otro. Desean contraer matrimonio, de una parte Antonio Laborda Lanau, viudo de doña Margarita Fortún Aso...".
Por lo visto, poca gente estaba en el asunto y se armó un revuelo fenomenal, preludio de lo que sería la boda del pobre señor, conforme a la costumbre de todo Aragón.
Como la gente se empezaba a pasar en comentarios y risas, el cura se enfadó y llamó severamente la atención para poder terminar con paz las amonestaciones. Pero era inútil. Tendríamos comentarios para una buena temporada, tanto más cuanto que la futura esposa era joven y soltera, y del pueblo, mientras que el novio viudo era forastero...
La costumbre del jaleo en la iglesia en día de las amonestaciones es antiquísima y en diferentes ocasiones los prelados se pusieron muy serios ante la costumbre aunque no consiguieron jamás desarraigarla. A modo de ejemplo valga esta advertencia que leemos en el "LIbro de Visitas" de la Parroquia de Berdún, en el año 1632:
"Que cuando se hacen las moniciones de bodas, la gente no patee. Pena de dos libras jaquesas".
Desde luego, al pobre señor se le iba a complicar la cosa por su doble condición de forastero y viudo. Buena "manta" tendría que pagar si quería tener la fiesta en paz.
Cuando la novia salía del pueblo al casarse, el novio tenía que dar dinero a los mozos como rescate, para que hiciesen una lifara. De lo contrario hacían esquilada (Valle de Tena).
"También conectadas con el matrimonio estaban las tradiciones, relacionadas con el paso de límites, de las “barracas” y de las “barreras”.
Estas sólo se practicaban cuando una muchacha de la propia localidad se casaba con uno de fuera y ella había de cambiar de residencia y dejar su lugar natal... Era distinto el caso del muchacho que se marchara, porque la boda se celebraba tradicionalmente en el pueblo de la novia. La “barrera” consistía en una barricada obstruyendo el camino por el que los recién casados y su comitiva habían de pasar al abandonar la comunidad de la desposada. Los elementos eran piedras, zarzas, troncos, maleza..."
En Sahún me contaban que cuando una de las partes era de fuera del pueblo venía con sus acompañantes con caballerías. Un criado se tenía que quedar con ellas para que no las escodasen (les cortaran el rabo), lo que era una vergüenza para los forasteros, una risa por el simbolismo que encerraba el rabo de la caballería.
 Al llegar al pueblo, la comitiva disparaba un tiro y los del pueblo tenían que contestar con otro. Cuando se marchaban, después de la boda o de la comida, tenía que ir uno delante para que no les cerrasen ningún camino.
Todo esto se paliaba -nunca se evitaba- con agasajos a los mozos del lugar.
En Campo, cuando un joven se casa con una chica de fuera del pueblo, va con sus familiares a casarse al pueblo de la chica; celebrada la boda, los novios y padres de ambos van al pueblo del novio en donde hacen la fiesta.
Cuando los padres de la novia tratan de volverse a su pueblo, la juventud les cierra el paso y les hacen pagar. Se da el caso curioso de dejar paso franco a los novios cuando van a su casa y hacer pagar a los familiares de la novia al volverse.
En Lituénigo hacían la "fiesta de las almendras", ofrecida por el novio en su casa los días de las amonestaciones, después de la cena. Acudían amigos, familiares y vecinos. La novia cogía una fuente de almendras asadas y las repartía a cucharadas a cada invitado, repitiéndolo varias veces.
Pero ese problema no iba con nosotros. Llegaron las modistas a casa, para comenzar el traje de la novia. Otro rato hablaremos de estos trajes…


domingo, 4 de noviembre de 2012

Preparaciones de boda “recomendaciones”

Como en mi pueblo no teníamos ningún lugar especialmente indicado para esta reunión-ceremonia llamada “ajustes”, se hizo en casa de Cacho, que era terreno neutral y tenían amistad con las dos familias.
A la vuelta a casa después de la  ceremonia, recuerdo las recomendaciones que mis padres hicieron a mi hermana. A mi madre le preocupaba que supiera gobernar la casa. Mi padre miraba más la impresión de seriedad que tenía que dar ante el pueblo:
-"Porque esto es ya muy serio y todo el personal está enterau de que ya estáis comprometidos. Habéis tenido tiempo de pensalo. Y fíjate que si él s'echara pa atrás sería muy difícil que alcontrases otro mesache. Pero si fueras tú y te hacieran "encarnuzada" ya podías ir pensando en metete a monja o ir a servir ta Huesca, que yo no quiero ese baldón en casa".
Se ve que los mozos llevaban muy a mal que una chica plantase a su novio. En ese caso, con frecuencia cogían un animal muerto, por ejemplo una mula ("carnuz") y se la ponían en el balcón o en la puerta de casa. Eso era la “encarnuzada”.
Mi hermana escuchaba todas las recomendaciones, un poco ruborosa pero yo, que la conocía de sobras, adivinaba una sonrisa picaresca en sus ojos. Quería demasiado a Urbez como para hacerle una faena así. Y menos para dejárselo escapar.
"Enramadas"
 
En muchos sitios las llamaban "enramadas”, muy diferentes a los adornos que los mozos ponían en las casas de las muchachas en determinadas ocasiones y que llevaban el mismo nombre. Estas se solían hacer en las fiestas del pueblo (Pomar, Bolea, Loarre), o por Pascua (Binéfar, Tamarite, Ena, Botaya), para San Miguel (Cotita), San Isidro (Huesca), por Pascua Florida en Marcén y Ascara, para la Ascensión y el Corpus en Senés. Estas enramadas se hacían con flores, ramas de almendro florecidas, etc. En Araguás y en algunos otros sitios por Pascua colocaban enramadas de abeto a todas las chicas del pueblo, adornadas con naranjas: seis a las mozas mayores y tres a las pequeñas. También ponían naranjas, aunque sin simbolismo de número en Codos y Estallo. En la Ribagorza cuelgan ramos de cerezo, rosquillas y hasta pañuelos de seda.
Las enramadas de castigo solían ser terribles: poner porquería en las puertas (Loporzano), embadurnar puertas y ventanas con aceite negro (Biscarrués, Albelda, Montmesa...) Pero tenían lugar siempre por causas graves, por ejemplo, romper un noviazgo. En Aniés y Panzano y otros lugares las enramadas las hacían a los viudos que se casaban como diremos en su momento.
En la Fueva cuando el chico o chica se iba a vivir fuera del pueblo con motivo de su casamiento.
No procede aquí profundizar en las fórmulas de matrimonios que se concertaban. Me remito a los tratados de Derecho Aragonés. Repercutían esencialmente en los aspectos económicos y herenciales. Los más corrientes eran:
 
Matrimonio en casa cuando se casaba el heredero de la hacienda que iba a dar continuidad a la casa.
Cuando además del heredero se casaba otro hermano suyo que también se quedaba en casa sin ser propietario pero para vivir a costa de la misma a cambio de la ayuda que iba a prestarle, se decía que había matrimonio a Sobrebienes.
En cambio si un hijo al casarse no quedaba en la casa paterna sino que estrenaba otra se casaba de Soltero.
Otra boda, en fin, fue muy corriente en el Alto Aragón: el Matrimonio a cambio o Matrimonio cruzau que se daba al casarse a la vez el heredero y una hermana suya con otra pareja de hermanos. En ese caso se ahorraban las dotes de las mozas que iban de "dueñas" a la otra casa.
Se llamaban Bienes parafernales la dote que aportaba la mujer al matrimonio y Bienes entifernales al pago que daba el marido (por ejemplo ganado) al grupo de la mujer con quien se casaba, por llevársela.
 
Ya, con esto, los mayores empezaron a discutir de fechas, de vestido de boda, de amonestaciones...