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viernes, 10 de agosto de 2012

Personajes anónimos

Entre Huesca y Ayerbe han pasado por la historia pocos personajes tan famosos como Cachucha de Plasencia.
Si vais a Ayerbe y tenéis un ratico, deteneros en Plasencia del Monte. Ya no está la famosa balsa de antaño, la que dio su apodo de raneros a sus habitantes. Bueno, a falta de agua, echaras un buen trago de vino y sacad a conversación el nombre de Marianer y os aseguro que pasaréis un buen rato. Que os cuenten sus bromas y, mejor aún, sus salidas.
Ya murió hace unos cuantos años, Por los setenta. Le decía a su amigo, el señor Jesús de Ena, que no le gustaría morir sin haber estado en Zaragoza, y mira por donde fue a morir aquí.
Parece que lo barruntaba cuando se despedía de su amigo (se había quedado ciego, pera no había perdido su buen humor):
-Adiós, Jesús, que m'en voy ta Zaragoza, que m'han dicho que allí estaré mejor qu'os peces en o rastojo.
Aquí paró de correr. Que ya había corrido por su lugar... Bueno, él decía que llegaba a Huesca con dos pedaladas de bicicleta: con la primera... hasta Castejón, y la segunda “con cuidiau” que si no, se zampaba o Coso.
Y no era presumido. Si acaso presumía, era de mujer. Decía que la suya era guapísima, que lo único feo era la cara y el tipo. Y si le pinchabas, te contaba cómo conoció a su mujer, que la fue a buscar a Sarsa y se trajo la “mochuela”. Y conste que a los de Sarsamarcuello no los llaman “mochuelos” porque tengan los ojos saltones o algo así, si no por lo espabilaus.

Cachucha llegó a Sarsa. En el lavadero, a la entrada del pueblo, que antiguamente suplía las oficinas de información, se enteró si había mozas casaderas, que é! ya se estaba haciendo mayor y andaba soltero.
-Sí, señor: Pregunte en casa de Alagona, que allí hay dos o tres solteras.
Llama a la puerta. Habla con el amo y le expone su problema. Al padre de las mozas le parece bien, y mientras hablaban, sale una de ellas, que parecía una florecica de guapa y bien plantada. Y Marianer:
-Si es ésta, m'alegro mucho, que es bastante guallarda.
-No, la que se va a casar es otra. (Y sale la otra bastante fea.) Cachucha sugiere:
-¿No sería mejor con la otra?
Y el padre:
-No, que mi abuelo me dio un buen consejo. Siempre me decía: “cuando vayas a vender tocinos, mira de sacarte los malos, que los buenos ya vendrán a buscarlos a casa”.
Esa fue la única vez que Marianer Susín -Cachucha- no se salió con la suya.
Por ejemplo, dicen que siempre que viajaba lo hacía comodísimo, aun en aquellos tiempos en que a la gente le daba por ir en tren (que había valor para todo) y el sesenta y cinco por ciento de ellos, por supuesto, de pie por los pasillos o confortablemente instalados sobre su maleta de madera en la plataforma.
-Que no tendrás asiento, Marianer, le insistía su amigo Jesús de Ena.
-Ya lo verás, ya lo verás. Y tú apréndete el truco.
Distribuyendo “perdones” y “lo siento” a todos los del compartimento, se hacía una esquinica como podía, entre las protestas con sordina de los afortunados que llegaron antes.
A continuación empezaba a rascarse por todos los rincones de su geografía anatómica, terminando con el gesto inconfundible de cazar un piojo de su pelambrera y aplastarlo cuidadosamente entre las uñas de sus pulgares. No fallaba. A los pocos minutos la gente iba abandonando el compartimento, dejándole en señor absoluto de la situación, para poderse comer en paz su tortilla de patata y hasta echar su siestecica.
En los bares de Ayerbe, supongo que todos lo recuerdan.
Plasencia del Monte (Huesca)
Un año para las fiestas se juntaron cinco o seis “raneros” en casa Ovejero. Todos querían pagar la consumición, como suele pasar en esos casos, sin parar de porfiar. Cachucha intervino con su solución:

-Vamos a hacer una cosa. Yo le voy a vendar los ojos al camarero y al que coja, lo paga todo.
Dicho y hecho. Cuando le tapó los ojos al zagal, hizo señas a sus amigos para que salieran en silencio y allí se queda el buen camarero tentando paredes y derribando sillas en busca del pagano. Al ruido entra el amo del bar. El camarero lo agarra todo alborozado:
-iTú lo pagas todo!
-Ya me lo pensaba yo, comentaba el dueño del bar, que he visto salir a Cachucha todo cutio con cinco o seis más...
Pero la mazada buena de Marianer fue involuntaria, aquella noche bastante oscura en que había bebido más de la cuenta y marchaba solo para casa. Le entraron ganas de orinar y no se le ocurrió cosa mejor que hacerlo en la fuente de la plaza, que estaba desierta a aquellas horas. Allí se fue y allí se estuvo el hombre meando toda la noche, hasta que se hizo de día, porque como oía el chorrico del surtidor de la fuente...
Recuerdo lo mejor que me contaban de él. “Nunca corría. ¡Pero el campo lo tenía apañau, como ninguno!”
Que la ociosidad sea la madre de todos los vicios, está ya muy dicho, aunque no sé si está tan probado, ya que una fuente inagotable de salidas requiere el sosiego que nuestra civilización de las prisas y el dinamismo ha perdido para siempre.
Dichosas prisas; nada podemos hacer con calma. Cuando de crío estando a la mesa dejaba yo los cubiertos sobre ella, mi abuela me reprendía:
-Mialo, como o sastre d'o lugarón, que para hablar se quitaba el dedal.
Todavía sigo envidiando yo al sastre del lugarón; y a mi abuela, que tanta sabiduría popular había ido almacenando durante años y años. A ver si me vaga un día y me pongo a contar más cosetas de ella.