Hoy es la fiesta grande
de Huesca. Y quiero expresaros mis pensamientos sobre el nacimiento de nuestro
Aragón pero desde esta hermosa ciudad. Seguramente no son los correctos y
muchos historiadores se echarán las manos a la cabeza al escucharme.
Durante unos días voy a
tener la osadía de meterme en vuestras casas a través de mi blog para hablaros
de Aragón. Los polacos tienen un refrán muy expresivo que dice que “el huésped
no invitado es peor que un tártaro”. Si éste es el caso, podéis darme con la
puerta en las narices -y bien que haréis- no entrando en este blog. No hace
falta ni que pongáis la escoba boca abajo.
Si os resignáis a leerme,
sabed que os exponéis a oír hablar de Aragón, de nuestras cosas, de nuestra
tierra, de su gran historia y de sus pequeñas historias, que reflejan un
aspecto de nuestra personalidad.
Ahora está visto que no
estamos para lecturas. Bien que lo saben los escritores y los libreros.
El vendedor de libros a
domicilio oyó esta respuesta en una casa:
-¿Libros? Si ya tenemos
uno...
Y eso que ahora todo el
mundo sabe leer. No es corno antes. A nadie “le estorba lo negro”. Esa es la
expresión con que se defendían los analfabetos: “No, perdone, me estorba lo
negro”.
Los niños, ya de muy
pequeños, tenían que ayudar en la casa: sacar la cabra a pastar, coger yerba
para los conejos, hacer viajes a la fuente para llenar la tinaja, plantar lazos
para cazar alguna liebre... y en la escuela nunca pasaban de los palotes. Las
niñas, ni aun eso: si aprendían algo eran labores, coser, hilar, hacer calceta;
las más espabiladas, bordar punto de cruceta o tejer encaje de bolillos.
Y la cosa venía de
antiguo, cuando la cultura se había refugiado en los monasterios y los únicos
que sabían leer y escribir eran los frailes y clérigos; y los secretarios,
muchas veces frailes rebotados. Con frecuencia, ni los reyes sabían escribir.
De ahí vino la costumbre de los sellos que se estampaban en las cartas y
documentos: simplemente era el anillo real que se entintaba y marcaba el final
del escrito, porque el rey ni leía ni escribía. También le estorbaba lo negro,
porque lo suyo era guerrear y mandar. Cuando salía alguno con inquietudes
intelectuales, llamaba poderosamente la atención. Es el caso de nuestro Pedro
IV, o de Alfonso X el Sabio, de Castilla. Pero fijaos, que toda la ciencia del
Rey Sabio no alcanzaría para aprobar hoy un 2º de bachiller.
Naturalmente, la carencia
de escritores y, por tanto, de escritos fue lo que avivó la memoria del pueblo.
Y en la memoria del pueblo hay que buscar los datos para rellenar los vacíos
históricos que tenemos. Y esto es válido, todavía hoy, aunque muy pronto ya no
será posible recoger la cultura de nuestros abuelos, porque ya se habrán ido:
que les pasa como al famoso escritor francés Fontenelle en su lecho de muerte,
que le preguntaba un amigo: “¿Cómo
va eso?”, y él contestaba: “Eso no va, eso se va”.
Nuestros abuelicos se van
y urge recoger su saber. .
Precisamente en mis
escritos, que procuraré que sean cortas... Baltasar decía que “lo bueno, si
breve, dos veces bueno”. Yo, que
no sé hacer nada bueno, me conformo con afirmar -¡Y es muy cierto!- que lo
breve, si breve, dos veces breve. Mis escritos, digo, voy a intentar que sean
una especie de empedrado, o si queréis de puzzle, en el que encaje nuestra historia tal como nos ha
llegado y la tradición oral que nos han legado las generaciones pretéritas.
Y quiero empezar por
decir algo de Huesca y de esa ciudad.
Y es su primitivo nombre:
Osca.
La palabra “osca” es vascona y en el
euskera actual significa “mella, muesca”. Me apresuro a aclarar que lo vasco
nos saldrá muchas veces, por una razón muy sencilla: lo que hoy es el Alto
Aragón era tierra de ilergetes fundamentalmente, pero también de ausetanos,
iacetanos, lacetanos y vascones. Estos nos dejaron una huella profunda en
nuestra geografía y en nuestra lengua.
Porque resulta que “osca”, en aragonés, también
significa “muesca, mella, tajo”. Así se llama a la marca que se le hace a un
cordero al darle un corte en la oreja: una “osca”. No hace demasiados años,
cuando moceaba, había un modo curioso de comprar en las carnicerías: en la “tabla” se decía. Entonces no
corría el dinero y cada casa tenía una caña para ir a comprar. La caña estaba
cortada por la mitad a lo largo: media caña la guardaba el carnicero con el
nombre de la casa y la otra mitad el cliente, y terminada la compra se juntaban
las dos mitades y hacían una muesca que llegaba a ambos lados de la caña. Al
final de mes se contaban las marcas y se pagaba, generalmente en especie:
trigo, ordio, patatas… Estas muescas recibían el nombre de “oscas” u “osquetas”.
Cuando los forasteros se
acercaban a Huesca, lo que más les llamaba la atención era el Salto de Roldán,
que hace como telón de fondo a todo el escenario. Y claro, esa “osca” en la montaña era la que lo
definía: “Vamos al pueblo de la Osca”. Y con Osca se quedó la ciudad.
Tuvo menos suerte el
nombre de “Salduba”, que es el que daban los vascones a Zaragoza, que prefirió
romanizarla en Cesaraugusta.
Huesca fue desde tiempos
inmemoriales ciudad. Plinio ya la llama Ciudad de Osca. Sólo que él lo decía en
latín “uve Osca”. ¿Y la V? ¡Ay,
amigos!, ésa es la inicial de Vietrix,
es decir, “vencedora”. V.v. Osca significa, pues, Huesca, ciudad
vencedora… ¡Y ahí es nada! Escribiremos otro día de esto. Porque os adelanto
este dato: en la antigüedad, solamente tres ciudades en el mundo tuvieron este
título de Vencedora: Roma, Cartago y Huesca.
Pero solo hemos hablado
de la ciudad de Huesca… ¿Qué fue, pues, y como nació nuestro Aragón? Algo increíble
hoy; creedme y seguirme, si queréis, otro rato.
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