Decíamos en el anterior
artículo que solamente tres ciudades en la antigüedad tuvieron la gloria de
poseer el título de “Ciudad
Vencedora”: Roma, Cartago y Huesca.
Hoy añadimos otro timbre
de gloria a nuestra tierra: la primera universidad de España se creó en nuestra
tierra. Una de las primeras de Europa: la Universidad Sertoriana, unos
cincuenta años antes del nacimiento de Cristo. Y no fue por casualidad, no. Las
cosas nunca son por casualidad. El señor José de Almudévar le preguntaba al
recién llegado doctor don Carlos: “¿Por casualidad es usted el nuevo médico?” Y
él contestaba: “Por casualidad, no; por oposición”.
Aquí las cosas sucedieron
por obra y gracia de un general romano: Quinto Sertorio, uno de los hombres más
controvertidos de la historia antigua. ¿Quiso enfrentar Hispania a Roma o quiso
ganarse Roma desde Hispania? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que era
más vivo que el hambre y, después de dar muchas batallas y muchas vueltas por
nuestra vieja piel de toro, recaló en Osca. Se prendó de ella -lógico- y aquí
la armó buena.
Fundó un senado igual que
el de Roma, con lo que los oscenses se sintieron importantes. Quiso, además,
romanizar a los hijos de los caciques ilergetes y vascones y para ello fundó su
flamante universidad. Los alumnos tenían los mismos derechos que los
estudiantes romanos y vestían la misma túnica.
Y Huesca hizo temblar a
Roma. No es broma. Ni exageración.
Recordad la inscripción
de años más tarde: “Una vez vencida la romana Palas, la Osca Vencedora tiene
las riquezas del mundo y de Roma, y ésta, vencida, la teme”. Fueron aquellos
catorce años en que no se veía claro dónde iba a estar la capital del mundo, si
en Roma o en Huesca.
El final lo sabemos
todos. Y la táctica romana también: la suya. En un banquete fue asesinado
Quinto Sertorio a manos de su lugarteniente Perpena, comprado por Roma.
Y muerto el perro, ¿se
acabó la rabia?
No, no. Porque fijaos que
el título de Vencedora lo recibió años más tarde y se lo concedió Julio César
porque Huesca le ayudó de manera decisiva en la batalla de Ilerda. Buena ayuda
y buena recompensa.
Sin embargo, uno se
pregunta si habría alguna razón más. Porque también le ayudaron en numerosas
ocasiones otras muchas ciudades, como Narbona, Balterra, Viena, Nimes, Lyon, y
a ninguna de ellas concedió el título de Vencedora. ¿Era porque Huesca
sobresalía en fama a todas las demás?
Recogí una leyenda sobre
César y los vascones y, como dicen los italianos, “se non e vera, e bene trovata” “si no es cierta, está
acertada”.
Data de cuando las
legiones romanas conquistaron Hispania.
Bueno, toda no. Se ve que
no pudieron con nuestro Pirineo y el pueblo vascón es el único del orbe que
“pactó” con ellos. Los demás fueron sencillamente dominados. Hasta los
ingleses, que presumen de que nadie pudo invadirlos, César los invadió.
Recordad que los
vascones, o una parte muy importante de ellos, vivían en el Alto Aragón
-Jacetania y Cinco Villas, sobre todo--. Pues bien, la leyenda nos habla de una
singular batalla entre estos vascones y los legionarios romanos. Estos iban
armados hasta los dientes con sus lanzas, arcos y redes. Y protegidos de arriba
abajo con sus yelmos, petos, corazas...; como los vemos en Semana Santa, vamos.
Nuestros montañeses llevaban, sin más, un sayal de piel y una espada cortica
que les impedía acercarse a sus enemigos y que, cuando golpeaba, siempre
tropezaba con hierro. No había manera. Aquello era la desesperación. Pero
resulta que, de repente, a uno se le ocurrió golpear no de arriba abajo, como
todos, sino al revés, de abajo arriba, y la espada se clavó por la única parte
desprotegida de los guerreros: la entrepierna y bajo vientre.
Dio un alarido de triunfo
y gritó a sus compañeros:
-jSabeletik
gora! ( ¡Por la tripa para arriba!”)
La consigna corrió por
todos los vascones, que, en poco tiempo, despanzurraron -al pie de la letra- a
todo el ejército. Tanto, que a la batalla la llamaron Erregil (“fácil de matar”) y dio nombre al actual Régil en
Guipúzcoa.
Desde entonces, los
romanos ya no se atrevieron a enfrentarse con los vascones y pactaron con
ellos. Es más, fueron reclutados para legionarios romanos. Otro día hablaremos
de estos legionarios que llevaron a Roma nada menos que el lábaro romano.
Pero estábamos hablando
del Aragón, antes de llamarse así.
Aquí, en nuestra tierra
precisamente, estaban los ilergetes, el pueblo más importante y numeroso de
nuestra tierra antes de la llegada de los romanos. El pueblo que se enfrentó a
ellos con su valentía y que luego se romanizó más que ninguno.
Primero se opuso. Y aquí
entran dos personajes maravillosos de la historia, por desgracia desconocidos
en el Alto Aragón: Indíbil y Mandonio, probablemente hermanos y, ¡atención!,
los inventores de las guerrillas.
La guerrilla se inventó
en España, claro. Y por eso la palabra guerrilla existe así en todos los
idiomas. Y, además, fue en Huesca. Con Indíbil y Mandonio, que mediante esta
lucha de sorpresas llegaron a derrotar nada menos que al general romano
Escipión, aunque más tarde se aliaron con él contra los cartagineses y también
fueron traicionados. Mandonio murió crucificado. Siempre hemos dado a Viriato,
el lusitano, como el primer luchador celtibérico. No, no: Indíbil y Mandonio
lucharon setenta años antes que él.
En Lérida les levantaron
un monumento, con esa ilusión catalana de adjudicarse gratuitamente lo nuestro.
Aquí no tienen ni una calle.
Es curioso lo de las
calles de Huesca. Tiene una, por ejemplo, el rector Sichar, que aunque oscense,
de Estada, siendo rector de la Universidad Sertoriana hizo todo lo posible para
que desapareciera la universidad y marchara a Zaragoza. Menos mal que no tiene
calle don Pedro Cerbuna, de Fonz, que le ayudó cuanto pudo.
En cambio, tampoco tiene
calle don Vicente Ventura y Solana, cheso, catedrático de la misma universidad,
que la defendió como nadie y prefirió quedarse en profesor de instituto para no
abandonar Huesca por la Universidad de Zaragoza.
Fue el primer director
del instituto; no tiene una calle. Como tampoco la tienen Indíbil y Mandonio.
Se los adjudicó Lérida, pero ellos eran, son, nuestros, de Tamarite, o, mejor
aún, de Albelda, ya que hay que identificar su patria, Mendiculeia, con los
preciosos prerromanos que conservamos allí y que los literanos llaman Los
Castellasos. A recordarlo, pues: los primeros guerrilleros fueron aragoneses,
en el siglo III antes de Cristo.
Luego vendrían otros
muchos, muy geniales, que “de casta le viene al galgo”.
Seguiremos…
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