El culto naturalista a los espíritus de los árboles
existía por todas las aldeas aragonesas. Hoy solo se celebra en algunos pueblos
y aldeas y cada vez menos al desaparecer los quintos y con ellos los sacerdotes
encargados de rendir el culto al árbol.
La colocación del mallo o mayo en la plaza del
pueblo, muchos tenemos la creencia de que es solo en estas fechas, a primeros
de Mayo, con la fiesta de la Santa Cruz.
Nos remontamos a épocas pasadas de nuestro Aragón y
encontramos otras fechas también. En estos festivales agrícolas (esto es lo que
eran), se honraba la fertilidad. De ahí que los rituales fueran obra del
mocerío.
El mallo en los ritos aragoneses, se entendía como
la colocación de un tótem alegórico de la prosperidad comunal y así lo
interpretaba el sentir popular, cuya sabiduría no era nada superficial.
Por la “Plana de Huesca” erigían el mallo en la
plaza de la aldea y lo hacían la brispa –víspera- de Pascua Florida y
constituía un rito de jolgorio y masivo.
En Nocito, era el 29 de Abril, fiesta de San Pedro,
la colocación del mallo. El mallo lo alzaban en la entrada de la ermita de San
Pedro y se trigaba –escogía- en el barranco de la Pillera. Los mozos escogían
el más repincháu –alto- y hasta donde podían entrar los mulos lo resacaban a
güembros, es decir en los hombros.
En Triste los mozos talaban el mallo por Pascua
florida, escogiendo el ejemplar más hermoso. En este caso si los mozos no
podían trasladarlo a causa de su corpulencia, aceptaban la ayuda de los hombres
casados. Esto es muy raro que ocurriera y solo lo conozco de este pueblo.
También raro y solo conocido por mí, aquí, era coronarlo con una palangeta
–prolongación artificial- de la que hacían pender naranjas y otros objetos de
regalo. Como en muchos pueblos de nuestra tierra al mallo lo enjabonaban para
hacerlo mas inaccesible.
Pero por el resto de Aragón la colocación del mallo
se hacia el día de la Santa Cruz.
En la mayoría de nuestro territorio, se procuraban
un pino altivo y existía la costumbre inmemorial de que este tronco fuera
robado en una propiedad particular.
Desconozco los principios de este requisito, siendo
común a muchas aldeas. A veces se hurtaba de algún vecino que se había mostrado
remiso en la participación de los ritos o cicatero en la aportación de medios y
dinero para sufragar los festejos.
Iban a las pardinas y alquerías del contorno y
amparados en el sigilo de la noche hurtaban un tronco que trasladaban a la
aldea y en la mañana todo el vecindario admiraba el vigoroso emblema fálico.
Estamos hablando de rito de la naturaleza y que es la juventud el sacerdote de
él, que se hace para fertilizar la naturaleza tanto vegetal como animal.
Si en la resaca del árbol aparecía el forestal o se
mostraba indagatorio o pertinaz en saber los causantes del hurto, se le
contestaba evasiva y procazmente… ¡marcha a mirártelo!... ¡al que mucho quiere
saber mierda se le da a entender! El mallo permanecía erguido un tiempo
indefinido.
En otros sitios era el primero de Mayo cuando los
mozos iban a buscar las potencias fecundantes de la vegetación. Era costumbre
que el árbol –mayo- apareciera plantado en el sitio escogido por tradición, sin
que el resto del vecindario hubiera sospechado lo más mínimo. Para eso los
mozos obraban con el mayor sigilo. Yo he escuchado muchas veces cuando me
contaban estas cosas una frase clara: “De noches los mozos se reunían sin
rechistar”. En ocasiones los mozos trasladaban ejemplares de más de trescientos
kilos y para erguirlos se ayudaban de ramales. El mallo lo mantenían todo el
mes de mayo y el último día debía desaparecer sin dejar rastro. Era troceado y
cada mozo se llevaba un fragmento para su casa. La idea de compartir el árbol
abona la creencia de la espiritualidad del rito y el símbolo de la fertilidad.
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