Una de las características más
notables de nuestro humor aragonés es la agudeza, la rapidez de réplica que a
veces es tan rauda y definitiva que da la impresión de no ser improvisada, de
haber sido madurada durante horas para soltarla en el momento oportuno. Aunque,
claro está, no es así: la rapidez de ingenio del que la suelta es la única
responsable.
Y recuerdo a nuestro Marcos Zapata.
De él se cuenta que en un examen en Zaragoza confundía todas las preguntas,
hasta que el profesor, harto ya de tantas burradas y con bastante malhumor, le
recriminó:
-Señor Zapata, usted da una en el
clavo y tres en la herradura.
A lo que contesta Zapata:
- ¡Si se estuviera usted quieto!
Aquí la llamamos “mazada”. Es la
salida ocurrente, la réplica sin respuesta que da un golpetazo como si pegara
con una maza, con el “agüelo” que es el martillo que se emplea en la fragua y
que en Almudevar llaman gráficamente “o degüello” que sugiere el golpe sin
apelación posible.
En todo Aragón abundan las mazadas y
habría que estar siempre con el boli en la mano o tener una grabadora en la
cabeza para irlas recogiendo conforme salen espontáneas de nuestras gentes.
Aunque mazadas buenas, en sentido literal,
debieron ser las de Fraga. Cuando vayáis a la Medina Fraga de los moros, “la
sultana del Cinca” como se gustaba llamar en tiempos, id al Ayuntamiento y
admirar “la Maza” que sigue guardándose allí.
Ni se sabe el origen, sin duda unido
al famoso puente de madera de veinte arcos, anterior a la pasarela colgante que
construyeron en 1845. Era una lucha continua entre el Cinca y el puente de
madera, y cada vez que una avenida arrancaba la estacada, cosa que sucedía con
demasiada frecuencia, venía la Maza a poner las paces amistosamente. Con
maderos, a manera de carriles, dirigían todo el peso inmenso de la Maza hacia
cada una de las pilastras vacilonas a las que clavaba instantáneamente de un
solo golpe.
¿Vendrá de ahí el vocablo “mazada”
que decíamos antes? Pues tampoco lo sé, pero contaríamos muchas mazadas
aragonesas, todas auténticas, aunque la gente se haya empeñado en hacerlas circular como chiste.
Cuando a Rosico de Biscarrués le
ponían una sardina en solitario en el plato para cenar, preguntaba:
-Caramba ¿toda ye pa mí?
O aquella mujereta de Bielsa, cuando
le decía su hija:
-Mamá, mira: el zapater del nino:
m´ha salito en la olla lo forinato.
Ella respondía:
-Rechira, rechira, filla: mira si
sale l´altro.
Como aquel crier de Almudevar que al
llegar un lunes a la escuela comentaba:
-Lunes otra vez…¡Menuda ringla e
días!
Con frecuencia el humor infantil
tiene hasta su valor filológico. Es curioso que nuestros chavales hasta ayer,
espontáneamente charraban aragonés antes de aprender castellano, al menos en
una gran cantidad de construcciones. El niño tiende a decir “me se cayó”, buscando
la sintaxis de la fabla. Un maestro de mi infancia nos inculcaba así la
construcción castellana correcta: No “mese”, sino “seme”, o sea la semana antes
que el mes.
Recuerdo otra anécdota: Un maestro,
al preguntar a un chaval el motivo de haber faltado a clase el día anterior, le
contestaba el crío:
-Es que plebeba…
-Mira no lo has dicho mal, pero eso
es aragonés. ¿Cómo se dice en castellano?
-¡Ay sí!...Es que lloveba…
A veces la definición en el lenguaje
infantil es exacta, contundente, una mazada, aunque nos haga sonreír. Un
chiquillo hace ya muchos años, al ver cruzar el cielo un avión supersónico, le
comentaba a la maestra:
-Señorita, acaba de pasar un avión
d´os que dejan o ruido atrás.
Otras veces no existe tal gracia, si
no es en el ánimo paterno o materno, que queda prendado de la precocidad de su
retoño, como en el caso de un vecino que tenía en el pueblo, que comentaba en
medio de un corro de gente la inteligencia inusitada de su hijo, que tenía nada
menos que dieciséis años:
-¡Qué advertencias tiene este fillo
mío, que ya sabe llevar o burro d´o ramal!
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