Para
el hombre primitivo, era algo extraño e inexplicable, además de terrible,
observar el momento crucial y agónico en el que el sol menguaba día a día y ver
como la noche se iba apoderando progresivamente del día y la luz, conforme se
acercaba el solsticio de invierno la noche del 24 de diciembre.
Esto
traía ritos y sacrificios al sol, para que no se escondiera y desapareciese, y
el sol agradecido, comenzaba a alargar los días y acortar las noches desde ese
momento.
La
iglesia al comprobar que estos ritos no era capaz de suprimirlos del pueblo,
trasladó y superpuso el nacimiento de Jesús a este día.
Así
como los festivales públicos del fuego de San Juan, eran comunales y
participaba toda la comunidad del mismo conjuntamente, (es el solsticio de
verano), los que se hacían en el solsticio de invierno, eran de carácter
privado y solo familiar, en los que únicamente participaban los miembros que
convivían juntos en la misma casa.
Al
leño navideño, nuestra tronca de navidad, se le atribuía más familiaridad con
la superstición y magia que con la religión, aunque siempre se intentó
trasformarlo en un rito religioso, como veremos en la bendición de la tronca.
Por
ejemplo a este leño le atribuían dones de fertilidad. Se pensaba que se tendrían
tantos corderos, terneros, o cerdos, como brasas saltasen del tronco.
También
eran fertilidad para los campos, pues sus cenizas servían en otros ceremoniales
para el crecimiento de las mieses.
Igualmente
tenía poderes este fuego para proteger de las tormentas.
Esta
noche también los fuegos se encendían con propósitos expulsatorios, pues esa
noche, la más larga del año, los espíritus sombríos de los muertos circulaban
con total libertad.
El
empeño cristiano para imponer sus nuevas creencias, aculturó severamente la
primitiva mentalidad mágica, reinterpretando las viejas creencias que regían la
espiritualidad de nuestras gentes hasta entonces.
Así,
la fe popular cristiana fue transformando el carácter de estos ritos, como si
solo fuera una leyenda.
Se
llegó a entender que los fuegos que se encendían esa noche navideña, se debían
a que en un tiempo muy impreciso, en muchas casas se había ofrecido
hospitalidad a la sagrada familia y además con el calor ayudaban a la virgen
María a secar los pañales del niño.
Por
supuesto, se hacían belenes en las casas. Lo del árbol de Navidad es mucho más
moderno y copia de los países europeos del norte. Aquí, se hacían belenes con
todo el cariño e imaginación posible. Nos contaban que cuando nació Dios, nació
en un pesebre, y había una mula y una vaca. La vaca lo laminaba y la mula
echaba coces. Por eso la mula no pare y la carne de vaca se come y la de la
mula no.
La
noche del 24 de diciembre era muy especial, una noche en que todos los malos
espíritus campaban a sus anchas y aprovechando la larga noche estaban en plena
libertad para cometes sus maldades.
Para
la persona que quería hacerse bruja o brujo, era la noche apropiada.
En
Plan, la aspirante a bruja tenía que matar unos días antes un gato negro. Todo
negro. Arrancarle los ojos y guardárselos hasta el día de nochebuena. El día 24
de diciembre, a media noche marchaba con el paquetico a la Peña de las Brujas,
que está al otro lado del río, ella sola y, al oír las campanadas de las doce,
destapar los ojos del gato. Tenía que aguantar durante una hora todo lo que
veía, o todo lo que creía ver… Cuando volvía a casa se encontraba en ella el
libré verde o libro de San Cipriano, imprescindible para realizar de allí en
adelante su nuevo oficio de bruja.
Pero
las que ya lo eran, esa noche ponían en práctica todas sus maldades. Durante la
misa del gallo, en que todos los habitantes del lugar se encontraban en la
iglesia, era el momento más apropiado para cometer esas maldades.
Lo
más normal era la muerte de la mejor caballería de la cuadra o el ganado, que a
la salida de la misa, se encontraban los moradores de la casa. Casos hay muchos
para contar, y cada caso que aparecía sembraba el miedo por toda la redolada.
De
ahí que en muchas casas que temían alguna venganza de las brujas, esa noche
multiplicaban sus conjuros, hasta llegar a montar guardia uno de los habitantes
en la casa, mientras los demás cumplían con el rito del gallo.
Muchos
son los casos de escuchar gran estruendo en los establos y el vigilante entrar
en ellos y encontrarse con un dantesco espectáculo: Un animal, (muchas veces
felinos), mordiendo a las caballerías en el cuello para desangrarlas, era el
habitual, aunque no faltaban lobos, y se llegó a presenciar también osos
asesinando animales. En casos de que el guardián que había quedado en casa,
llegaba a tiempo y con palos y lo que tuviera a mano las defendiera, escapando
ese dañino ser, al día siguiente encontraban en la casa una desagradable
sorpresa.
En
muchísimos casos aparecía la abuela de la casa con un brazo roto, coja, o
cualquier otra lesión. Enseguida se sabía quien era la bruja.
Pero
los niños de cuna tenían esa noche una particular maldición. Cuando se
regresaba de la misa del gallo, se le podía encontrar sobre el tejado. A esto,
si se le tenía gran temor. Nunca que yo recuerde, se los dejaban solos a esa
hora.
La
misa de gallo, era un rito obligatorio, que cumplía todo el lugar. Si alguien
quedaba en alguna casa, tendría motivos muy fundados, como quedarse de
protector con algún chicorron, o de los animales de la cuadra.
Esta
noche también en la misa, pasaría todo el pueblo a comulgar sin romper el
ayuno, que por entonces la iglesia imponía. Como el ayuno era desde las doce de
la noche del día anterior…
Alguno
veías pasar no muy derecho… y es que la bebida de la cena, había hecho sus
efectos.
También
te aseguraban que en la Noche Buena las vacas que son pardas se ponen de
rodillas en la cuadra, durante la misa del gallo. “Vas a la cuadra y las ves”.
¿Algunas
costumbres curiosas de la misa de gallo? Sí. Por ejemplo, los pastores acudían
a misa con cordericos llenos de adornos, cintas de colores y esquilas. También
en otros sitios, ofrecían un cabrito negro, que luego se quedaba el cura. Los
chavales, llevábamos a misa las “bichigas” (las vejigas del tocino, hinchadas a
manera de globo) y en el momento de la consagración, “cuando nacía Dios”, se
explotaban con gran estruendo y algaraza.
El
pasar a adorar al niño que colocaban en el altar, también era motivo de
constantes charradas entre la gente, con las advertencias y solicitudes del
mosen, pidiendo silencio. Pero es que esa noche, no todos iban lo
suficientemente sobrios, y se hacían notar en la forma de cantar.
Una
cosa muy curiosa que se hacía en muchos lugares: Antes de ir a misa la abuela
ponía dentro de una cesta cantidades de golosinas, como vino poncho, castañas,
higos, turrón de guirlache, empanadico… Encima de todos estos manjares colocaba
un atadijo de malvas, que las cogía todos los años en la mañana de San Juan
antes de salir el sol. Naturalmente estaban secas. Acabada la misa, al regresar
a casa examinábamos la cestica, y cual no era la sorpresa al contemplar que las
malvas estaban verdes como si estuvieran recién cogidas.
Después
de la misa, el recorrido de todos los del lugar por todas las casas, hacía que
el pueblo permaneciera despierto. Con este ir y venir de gente por las
carreras, se conseguía espantar y no dejar en paz, a todo lo malo, que esta
noche, (la más larga), pretendiera hacer daños, no tuviera la tranquilidad
necesaria y la soledad que necesitaban, para hacer sus males.
El
día siguiente, con las troncas, la misa, y todos los conjuros, se conseguiría
que el día comenzara a ganar a la noche y volviera a nacer otro año.
Y
es que esta fecha y no, la del 31, era para nuestras gentes, el cabo de año y
principio del siguiente.
Con
mi convencimiento aragonés que siempre me enseñaron en casa hoy 25 de
diciembre, no os felicito la navidad, sino… ¡Feliz año nuevo!
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