Datos personales

Mi foto
ZARAGOZA, ARAGÓN, Spain
Creigo en Aragón ye Nazión

domingo, 8 de septiembre de 2013

Mosén Bruno Fierro

¿Qué estampa tendría ese tan celebrado mosén Bruno Fierro, que, nacido en 1803, vivió ochenta y seis años? El viejo de casa “Botiguero” asegura que "parexeba una talega en pie". Y don Alonso, el venerable don Alonso (q. e. p. d.), me lo pintó de mediana estatura y recio, cuadrado, la cabeza grande, ojos vivos, cejas muy pobladas y unidas y nariz algo chata, por donde, entre ganguear y hablar despacio, como quien mide las palabras, cualquiera que no le conociese bien,  pensaba que las decía con sorna. A esto añadió que solía tutear, de buenas a primeras, a todo el mundo, del rey abajo, fundándolo en que no podía ser otra cosa después de tutear a Dios.
No tuvo rival en el juego de pelota; tiraba la barra con sin igual destreza, y era gran cazador, aunque dicen que salía con la escopeta por despistar a los carabineros, pues andaba en el contrabando. Pero su principal afición parece que fue la pesca:
Una mañana, al regresar del río con la caña en una mano y un ruin barbo en la otra, se encaminó a la iglesia, entró, se planto en el centro y allí, abiertos los brazos y moviendo de arriba abajo la cabeza, le dijo a la Virgen, en tono de reproche:
-¿Te parixe a tu s´ixto ye pescar? ¿Te parixe a tú?
Y dirigiéndose a la trasera del altar arrojó la caña en el fondo de la mesa. Y es que debajo del retablo solía guardar las pelotas, la barra, una vara de medir, la escopeta y las cañas de pescar, para que en todo momento la Virgen le favoreciese. Esto, y la familiaridad con que la trataba, patentizaban su gran simplicidad y su mucha fe.
Ignoro si fue capaz de alguna virtud. Creo que no. Porque los siete pecados capitales le podían siempre; tan descomunal era en todo.
Era enorme. Pero le creo a dos dedos de ser un santo. Sólo que, a diferencia de algunos santos que, después de una larga vida de abandono, se arrepintieron, alcanzando la gloria, mosén Bruno alternó siempre, hasta el último instante, las más grandes caídas con los actos más sublimes.
Ya en Barbastro fue el terror de las aulas. Cuando, al fin, las abandonó, cuentan que le dijo el obispo:
-¡Cuánto me pena, Bruno, haberte ordenado! ¡Cuánto me pena!
A lo que el mosén respondió:
-¡Y lo que te penará, ilustrísima! ¡Lo que te penará!
E inmediatamente se le castigó por su insolencia. Y es que no le conocían bien, como yo creo conocerlo sin haberlo visto. Lo que hay, que era sincero, incapaz de hipocresía. De mosén Bruno Fierro puede afirmarse que fue el último gran aragonés con sotana. ¡No quedan hoy curas como él!
En aquellas noches de invierno, en mi infancia, sentados en las cadieras, parecían bien las cosas que se contaban de mosén Bruno. Ardían las llamas del hogar, crujían las castañas, pasaba el jarro, y, de pronto, al solo nombre del cura de Saravillo, se alegraban los montañeses, contaban mil cosas de él, y reían, reían con esa rústica simplicidad que fue y es el primer ingrediente de nuestra raza, y que guarda la tierra, no como la cuba la hez del vino, sino como una madre, siempre joven, los nuevos gérmenes.
Mosen Bruno Fierro, más conocido por “cura de Saravillo”, porque fue en ese pueblo en donde más años vivió y donde murió de viejo.
Iglesia de Saravillo
 
Ocurrente y pícaro, pero en clérigo, que tiene sus matices.
Por algo le cuelgan al bandido el Tuerto aquel taciturno comentario... ¿no lo conocéis?
El Tuerto había estado de bandolero con Cucaracha, el bandolero de la Sierra de Alcubierre, y se separó de la pandilla.
Al cabo de algún tiempo volvió como hijo pródigo y echando de menos a alguno de sus antiguos compañeros de los buenos tiempos, iba preguntando por ellos:
-¿Y qué fue del “Pelau”?
--Lo cogió la Justicia y lo ahorcaron.
-¿Y el “Royo”?
-Murió de un balazo
-¿Y el “Moscas”?
-Se metió cura.
-Siempre creí que ése acabaría mal.
Del cura de Saravillo cuentan y cuentan:
Había enfermado la burra que lo llevaba a Badaín, anejo que también atendía y ya se sabe que “los anejos, debajo de la cama están lejos”. Como quería a la burra de verdad y le hacía buen papel, invocó a la Virgen de Badaín para que le curara al animal, pero la burra que se murió.
Esto le dolió a Bruno, que no se esperaba ese desplante por parte de la Virgen. Entonces cogió la burra, la despellejó, se llevó a la iglesia de la Virgen la piel y la colgó en la barandilla del coro. Con eso, todas las moscas del valle inundaron la capilla. Mosén Bruno le decía a la Virgen:
-¡No me has querido curar la burra, pues ahora, aguántate!
Decimos que su fe y su simplicidad andaban parejas. Así se explica esta otra anécdota que protagonizó en Espierba, en donde estuvo de ecónomo antes de ir a Saravillo.
Todo el mundo conoce las descomunales tormentas que azotan en verano al valle de Pineta, por eso nadie se extrañará de que, en un atardecer de julio, todo el pueblo acudiera a la abadía para pedir al mosen que saliera en procesión parroquial para “esconjurar” la tormenta y pedregada que estaba amenazando con arruinar la cosecha.
En el cobalto del pueblo, momentos después, mosen Bruno, revestido con sobrepelliz y capa pluvial, está desgranando las letanías de su libro de rezos. A su lado, el escolano con la cruz procesional (el “cristico” de metal) en una mano y la caldereta con el hisopo en la otra. Y detrás, y delante, y alrededor, todo el pueblo contestando con un apretado y esperanzador “ora pro nobis” a las invocaciones del cura.
Pero la tronada sigue arreciando y ya se teme lo peor.
Cuantos más rezos, más relámpagos. (Tal vez porque el mosen pide por lo bajo que la tormenta se vaya a descargar al vecino pueblo de Parzán, donde no le quieren tanto). Y empieza la pedregada.
Parece hecha a propósito. Al final mosen Bruno se impacienta. Para de rezar para enjugarse unas gotazas como platos que le empiezan a caer en la cabeza, y se dirige al monaguillo:
-¿Ande vas con ese Cristico, Antonié? Llévatelo a la iglesia y tráete el Cristo grande, que con éste no haremos cosa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario