¿Qué estampa tendría ese
tan celebrado mosén Bruno Fierro, que, nacido en 1803, vivió ochenta y seis
años? El viejo de casa “Botiguero” asegura
que "parexeba una talega en pie". Y don Alonso, el venerable don
Alonso (q. e. p. d.), me lo pintó de mediana estatura y recio, cuadrado, la
cabeza grande, ojos vivos, cejas muy pobladas y unidas y nariz algo chata, por
donde, entre ganguear y hablar despacio, como quien mide las palabras,
cualquiera que no le conociese bien,
pensaba que las decía con sorna. A esto añadió que solía tutear, de
buenas a primeras, a todo el mundo, del rey abajo, fundándolo en que no podía
ser otra cosa después de tutear a Dios.
No tuvo rival en el juego
de pelota; tiraba la barra con sin igual destreza, y era gran cazador, aunque
dicen que salía con la escopeta por despistar a los carabineros, pues andaba en
el contrabando. Pero su principal afición parece que fue la pesca:
Una mañana, al regresar
del río con la caña en una mano y un ruin barbo en la otra, se encaminó a la
iglesia, entró, se planto en el centro y allí, abiertos los brazos y moviendo
de arriba abajo la cabeza, le dijo a la Virgen, en tono de reproche:
-¿Te parixe a tu s´ixto
ye pescar? ¿Te parixe a tú?
Y dirigiéndose a la
trasera del altar arrojó la caña en el fondo de la mesa. Y es que debajo del
retablo solía guardar las pelotas, la barra, una vara de medir, la escopeta y
las cañas de pescar, para que en todo momento la Virgen le favoreciese. Esto, y
la familiaridad con que la trataba, patentizaban su gran simplicidad y su mucha
fe.
Ignoro si fue capaz de
alguna virtud. Creo que no. Porque los siete pecados capitales le podían
siempre; tan descomunal era en todo.
Era enorme. Pero le creo
a dos dedos de ser un santo. Sólo que, a diferencia de algunos santos que,
después de una larga vida de abandono, se arrepintieron, alcanzando la gloria,
mosén Bruno alternó siempre, hasta el último instante, las más grandes caídas
con los actos más sublimes.
Ya en Barbastro fue el
terror de las aulas. Cuando, al fin, las abandonó, cuentan que le dijo el
obispo:
-¡Cuánto me pena, Bruno,
haberte ordenado! ¡Cuánto me pena!
A lo que el mosén
respondió:
-¡Y lo que te penará,
ilustrísima! ¡Lo que te penará!
E inmediatamente se le
castigó por su insolencia. Y es que no le conocían bien, como yo creo conocerlo
sin haberlo visto. Lo que hay, que era sincero, incapaz de hipocresía. De mosén
Bruno Fierro puede afirmarse que fue el último gran aragonés con sotana. ¡No
quedan hoy curas como él!
En aquellas noches de
invierno, en mi infancia, sentados en las cadieras, parecían bien las cosas que
se contaban de mosén Bruno. Ardían las llamas del hogar, crujían las castañas,
pasaba el jarro, y, de pronto, al solo nombre del cura de Saravillo, se
alegraban los montañeses, contaban mil cosas de él, y reían, reían con esa
rústica simplicidad que fue y es el primer ingrediente de nuestra raza, y que
guarda la tierra, no como la cuba la hez del vino, sino como una madre, siempre
joven, los nuevos gérmenes.
Mosen Bruno Fierro, más conocido por “cura de Saravillo”, porque fue
en ese pueblo en donde más años vivió y donde murió de viejo.
Iglesia de Saravillo |
Ocurrente y pícaro, pero
en clérigo, que tiene sus matices.
Por algo le cuelgan al
bandido el Tuerto aquel taciturno comentario... ¿no lo conocéis?
El Tuerto había estado de
bandolero con Cucaracha, el bandolero de la Sierra de Alcubierre, y se separó
de la pandilla.
Al cabo de algún tiempo
volvió como hijo pródigo y echando de menos a alguno de sus antiguos compañeros
de los buenos tiempos, iba preguntando por ellos:
-¿Y qué fue del “Pelau”?
--Lo cogió la Justicia y
lo ahorcaron.
-¿Y el “Royo”?
-Murió de un balazo
-¿Y el “Moscas”?
-Se metió cura.
-Siempre creí que ése
acabaría mal.
Del cura de Saravillo
cuentan y cuentan:
Había enfermado la burra
que lo llevaba a Badaín, anejo que también atendía y ya se sabe que “los
anejos, debajo de la cama están lejos”. Como quería a la burra de verdad y le
hacía buen papel, invocó a la Virgen de Badaín para que le curara al animal,
pero la burra que se murió.
Esto le dolió a Bruno,
que no se esperaba ese desplante por parte de la Virgen. Entonces cogió la
burra, la despellejó, se llevó a la iglesia de la Virgen la piel y la colgó en
la barandilla del coro. Con eso, todas las moscas del valle inundaron la
capilla. Mosén Bruno le decía a la Virgen:
-¡No me has querido curar
la burra, pues ahora, aguántate!
Decimos que su fe y su
simplicidad andaban parejas. Así se explica esta otra anécdota que protagonizó
en Espierba, en donde estuvo de ecónomo antes de ir a Saravillo.
Todo el mundo conoce las
descomunales tormentas que azotan en verano al valle de Pineta, por eso nadie
se extrañará de que, en un atardecer de julio, todo el pueblo acudiera a la
abadía para pedir al mosen que saliera en procesión parroquial para
“esconjurar” la tormenta y pedregada que estaba amenazando con arruinar la
cosecha.
En el cobalto del pueblo,
momentos después, mosen Bruno, revestido con sobrepelliz y capa pluvial, está
desgranando las letanías de su libro de rezos. A su lado, el escolano con la
cruz procesional (el “cristico” de metal) en una mano y la caldereta con el
hisopo en la otra. Y detrás, y delante, y alrededor, todo el pueblo contestando
con un apretado y esperanzador “ora pro nobis” a las invocaciones del cura.
Pero la tronada sigue
arreciando y ya se teme lo peor.
Cuantos más rezos, más
relámpagos. (Tal vez porque el mosen pide por lo bajo que la tormenta se vaya a
descargar al vecino pueblo de Parzán, donde no le quieren tanto). Y empieza la
pedregada.
Parece hecha a propósito.
Al final mosen Bruno se impacienta. Para de rezar para enjugarse unas gotazas
como platos que le empiezan a caer en la cabeza, y se dirige al monaguillo:
-¿Ande vas con ese
Cristico, Antonié? Llévatelo a la iglesia y tráete el Cristo grande, que con
éste no haremos cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario