Cuando se acercaban ferias nosotros los chabales,
las esperábamos con mucha ilusión. Teníamos en Aragón muchas más que ahora, pero
eran diferentes. Sobre todo eran de ganado. Allí se compraban y vendían toda
clase de animales de trabajo y de establo. Había un trajín increíble y lo
aprovechaban para poner atracciones. Así nacieron las ferias que hoy se
conocen. En los pueblos no teníamos ni norias, ni caballitos, ni autos de
choque ni cosas de esas. Lo más, si acaso, eran los “húngaros”. Nosotros los llamábamos
“hungáros”. Vete tú a saber si eran de Hungría o no. Consistían en pequeñas
compañías de comediantes, casi siempre una familia. Viajaban en unos carromatos
muy vistosos, llenos de colorines, de pueblo en pueblo y hacían comedias en la
plaza. Los recuerdo con su oso, su cabra gimnasta o su perro sabio. La entrada
por supuesto, era gratis. Al final de la representación pasaban la bandeja o la
gorra para que la gente echase la voluntad y sacaban para ir viviendo. Hoy
siguen en nuestras fiestas, transformados en músicos, malabaristas, estatuas
vivientes…
Las ferias como digo, eran muy diferentes. Primero
las gentes. Allí veías labradores, ganaderos, tratantes, gitanos con sus
cómplices “los ramaleros”…
¿Ramaleros? Los gitanos llevaban fama de pegársela a
cualquiera. Cogían una burra que se caía de puro vieja y la hacían trotar como
si fuera un potro. O les limaban los dientes, o cualquier cosa. La gente no se
fiaba de ellos. Entonces buscaban un amigo payo de aspecto inofensivo y
bonachón que presentaba la caballería como si fuera suya y entonces era más
fácil dar el pego. Ese era el “ramalero”. Luego se partían las ganancias o
cobraban unas comisiones.
Los tratantes eran los profesionales de las ferias.
Una frase hecha: “Tienes mas dineros que un tratante”. Su faena era comprar y
vender. Y a estos si que no los engañaba nadie. Por eso muchos compradores
acudían a ellos. Las registraban a las caballerías con mucha vista. Era mirar y
remirar, palpar y hacer trotar. Comprobar si estaba herniada, si tenía bien la
vista, la dentadura si estaba retocada…
Y la gente tenía otros trucos. ¿Qué trucos
empleaban? Muchos. Yo pocos he oído. Si he oído que en algunos pueblos cuando
tenían que llevar a un caballo a la feria, unos días antes les hacían una
sangría porqué entonces relucía mucho su pelo.
Para conseguir también que el pelo reluciera mucho,
decían que les socarraban el pelo y luego los cepillaban bien. Esto dicen que
lo hacían los de Ibirque y quizá por eso los llaman “sucarramachos”.
La normalidad era desde luego la honradez, en el
trato. Nunca se firmaba en ningún papel a la hora de cerrarlo. Un apretón de
manos equivalía a cien escrituras.
¿Confiamos hoy a una palabra dada? Yo tengo mis
serias dudas.
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