Las
salidas inesperadas, incluso en las proporciones, son buena cuenta de este
humor que hoy tratamos, que por lo exagerado en sus resultados, nos hace
sonreír. Estamos hablando del humor aragonés.
Este
es un problema que se presenta cuando se amontona la tarea. En Almudevar tenían
una expresión muy salada, ante una dificultad especialmente complicada: “Esto
es más difícil que matar un burro a pizcos”.
Como
se le amontonó la tarea a aquel montañés de Lasaosa, aquella tarde que paró a
merendar: Estuvo merendando hasta las diez de la noche, por que no lograba
igualar el pan con el chorizo: le sobraba pan y se cortaba más chorizo: pero
luego le sobraba chorizo y se cortaba más pan… Ya era de noche cuando consiguió
igualar.
El
sentido de la proporción, o su contrasentido, vaya usted a saber, da con
frecuencia en nuestra tierra origen al más puro humor –del hecho, no del
contado- . Como la invitación de los habitantes de Luna. ¿Sabían – y estoy
hablando muy en serio- que en 1969, cuando lo del Apolo XI, el dignísimo
Ayuntamiento de Luna cursó (según me aseguraron) una invitación oficial a los
astronautas Armstrong, Aldrin y Collins, primeros terrícolas que visitaron la
luna, a visitar la otra Luna, la de Cinco Villas, como huéspedes de honor? Como
no aceptaron ellos se lo perdieron, y a mí que no me vengan, pero su viaje
quedó incompleto.
¡Las
proporciones! Uno no tiene más remedio que recordar a Toño “El bruto de Benás”,
que desde luego solo era bruto en su fuerza física, como os contaré.
Cierto
día estaba contemplando una hermosa casa junto al río, pegadica a la misma
glera. Y seguro que ensoñaba con su futuro. El dueño solamente tenía una hija
que, naturalmente, heredaría la casa. En plena contemplación estaba nuestro
mozo cuando pasó el amo por allí.
-¿Qué
haces Antonio? ¿Te gusta la casa, eh?
-Pues
si, señor, maja si que es.
-Pues
mira, si te casas con mi zagala, la casa será para tú.
Toño
se quedó pensando unos instantes, como haciendo cálculos. Pero pronto tomó la
decisión:
-No
señor, no. Que si viene una riada se llevará la casa, pero la moza se quedará.
En
esto de las proporciones no es tan fácil coger a los montañeses. Los de
Zaragoza que peinan canas, seguro que recuerdan a un famoso ansotano, cuyo
nombre me callo, (El tío Rana) que visitaba con frecuencia la ciudad y además
con calzón corto, lo que motivaba la incomprensible hilaridad de los
zaragozanos.
Se
daba el caso de que nuestro montañés, que tenía un fortunón en maderas y
ganados, decidió a su vez reírse de los de la capital, que a veces confundían
su traje con sus posibilidades.
Una
de las veces que fue a Zaragoza lo hizo en compañía de algunas personalidades
montañesas que eran invitados suyos y, por supuesto, a uno de los mejores
hoteles. El recepcionista tuvo la poca delicadeza de contestarles al solicitar
habitación:
Para
estos señores, sí, tenemos habitaciones excelentes. Pero para usted –añadió,
desdeñando la indumentaria del ansotano- temo que sean un poco caras.
Compréndalo pero es que el hotel es de primera categoría.
Esta
observación le soliviantó. Echó mano a la faja, sacó su cartera (una de
aquellas antiguas de seis o siete doblezes en acordeón), y mirándole fito fito
a dos palmos de su cara, le espetó:
-¿Con
que esto es caro para mí? Llame usted al dueño, que ahora mismo le compro el
hotel.
Algo
parecido le sucedió otro día en la taquilla del teatro. Fue a sacar una entrada
durante la temporada del Principal, y el taquillero le hizo la observación:
-Le
advierto que estos días una entrada vale dieciocho reales…
-¿Dieciocho
reales? Pues entonces déme dos. Una para mi sombrero y otra para mí.
Y
desde entonces, todo el mundo de Zaragoza podía ver cómo el ansotano sacaba
siempre dos entradas, aunque hubiese escasez de ellas por la aglomeración. O
tal vez entonces con mayor motivo, como sucedió en una ocasión en que hacía
estreno una compañía de zarzuela en la ciudad a bombo y platillos. La
expectación era enorme y antes del comienzo de la sesión una larguísima cola
esperaba nerviosa junto a las taquillas, pero estas no abrían.
Cuando
levantaron el telón, solamente había un espectador en toda la sala. Nuestro
montañés, que se había permitido el lujo de gastarse un fajo de billetes
comprando todas las localidades para burlar así a la crema zaragozana.
Pero
eso no quedó así. En la temporada siguiente todavía recordaban aquella faena y
con mucha anticipación se apresuraron todos a sacar sus entradas para no verse
burlados de nuevo por el ansotano. Y se ve que sí, en aquel estreno, que por
cierto era en una noche de lluvia permanente, la sala se vio abarrotada.
En
los entreactos parece que todos hacían comentarios sabrosos sobre el montañés
que no había podido salirse con la suya. Pero eso era no conocerlo del todo.
A
la salida, la lluvia arreciaba más y más y todos acudían a la larga hilera de
taxis junto a la entrada del teatro (aquellos coches de punto preciosos,
tirados por caballos). La respuesta de los cocheros era la misma para todo el
mundo: “Está ocupado, no está libre”.
En
un entreacto y ante los comentarios que escuchaba, el ansotano había alquilado
ya, para él, todos los taxis.
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