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martes, 6 de agosto de 2013

Sobre el humor de nuestras gentes

Las salidas inesperadas, incluso en las proporciones, son buena cuenta de este humor que hoy tratamos, que por lo exagerado en sus resultados, nos hace sonreír. Estamos hablando del humor aragonés.
Este es un problema que se presenta cuando se amontona la tarea. En Almudevar tenían una expresión muy salada, ante una dificultad especialmente complicada: “Esto es más difícil que matar un burro a pizcos”.
Como se le amontonó la tarea a aquel montañés de Lasaosa, aquella tarde que paró a merendar: Estuvo merendando hasta las diez de la noche, por que no lograba igualar el pan con el chorizo: le sobraba pan y se cortaba más chorizo: pero luego le sobraba chorizo y se cortaba más pan… Ya era de noche cuando consiguió igualar.
El sentido de la proporción, o su contrasentido, vaya usted a saber, da con frecuencia en nuestra tierra origen al más puro humor –del hecho, no del contado- . Como la invitación de los habitantes de Luna. ¿Sabían – y estoy hablando muy en serio- que en 1969, cuando lo del Apolo XI, el dignísimo Ayuntamiento de Luna cursó (según me aseguraron) una invitación oficial a los astronautas Armstrong, Aldrin y Collins, primeros terrícolas que visitaron la luna, a visitar la otra Luna, la de Cinco Villas, como huéspedes de honor? Como no aceptaron ellos se lo perdieron, y a mí que no me vengan, pero su viaje quedó incompleto.
¡Las proporciones! Uno no tiene más remedio que recordar a Toño “El bruto de Benás”, que desde luego solo era bruto en su fuerza física, como os contaré.
Cierto día estaba contemplando una hermosa casa junto al río, pegadica a la misma glera. Y seguro que ensoñaba con su futuro. El dueño solamente tenía una hija que, naturalmente, heredaría la casa. En plena contemplación estaba nuestro mozo cuando pasó el amo por allí.
-¿Qué haces Antonio? ¿Te gusta la casa, eh?
-Pues si, señor, maja si que es.
-Pues mira, si te casas con mi zagala, la casa será para tú.
Toño se quedó pensando unos instantes, como haciendo cálculos. Pero pronto tomó la decisión:
-No señor, no. Que si viene una riada se llevará la casa, pero la moza se quedará.
En esto de las proporciones no es tan fácil coger a los montañeses. Los de Zaragoza que peinan canas, seguro que recuerdan a un famoso ansotano, cuyo nombre me callo, (El tío Rana) que visitaba con frecuencia la ciudad y además con calzón corto, lo que motivaba la incomprensible hilaridad de los zaragozanos.
 
Se daba el caso de que nuestro montañés, que tenía un fortunón en maderas y ganados, decidió a su vez reírse de los de la capital, que a veces confundían su traje con sus posibilidades.
Una de las veces que fue a Zaragoza lo hizo en compañía de algunas personalidades montañesas que eran invitados suyos y, por supuesto, a uno de los mejores hoteles. El recepcionista tuvo la poca delicadeza de contestarles al solicitar habitación:
Para estos señores, sí, tenemos habitaciones excelentes. Pero para usted –añadió, desdeñando la indumentaria del ansotano- temo que sean un poco caras. Compréndalo pero es que el hotel es de primera categoría.
Esta observación le soliviantó. Echó mano a la faja, sacó su cartera (una de aquellas antiguas de seis o siete doblezes en acordeón), y mirándole fito fito a dos palmos de su cara, le espetó:
-¿Con que esto es caro para mí? Llame usted al dueño, que ahora mismo le compro el hotel.
Algo parecido le sucedió otro día en la taquilla del teatro. Fue a sacar una entrada durante la temporada del Principal, y el taquillero le hizo la observación:
-Le advierto que estos días una entrada vale dieciocho reales…
-¿Dieciocho reales? Pues entonces déme dos. Una para mi sombrero y otra para mí.
Y desde entonces, todo el mundo de Zaragoza podía ver cómo el ansotano sacaba siempre dos entradas, aunque hubiese escasez de ellas por la aglomeración. O tal vez entonces con mayor motivo, como sucedió en una ocasión en que hacía estreno una compañía de zarzuela en la ciudad a bombo y platillos. La expectación era enorme y antes del comienzo de la sesión una larguísima cola esperaba nerviosa junto a las taquillas, pero estas no abrían.
Cuando levantaron el telón, solamente había un espectador en toda la sala. Nuestro montañés, que se había permitido el lujo de gastarse un fajo de billetes comprando todas las localidades para burlar así a la crema zaragozana.
Pero eso no quedó así. En la temporada siguiente todavía recordaban aquella faena y con mucha anticipación se apresuraron todos a sacar sus entradas para no verse burlados de nuevo por el ansotano. Y se ve que sí, en aquel estreno, que por cierto era en una noche de lluvia permanente, la sala se vio abarrotada.
En los entreactos parece que todos hacían comentarios sabrosos sobre el montañés que no había podido salirse con la suya. Pero eso era no conocerlo del todo.
A la salida, la lluvia arreciaba más y más y todos acudían a la larga hilera de taxis junto a la entrada del teatro (aquellos coches de punto preciosos, tirados por caballos). La respuesta de los cocheros era la misma para todo el mundo: “Está ocupado, no está libre”.
En un entreacto y ante los comentarios que escuchaba, el ansotano había alquilado ya, para él, todos los taxis.


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