…La jugada fundamental se
basaba en no permitir que los novios se acostasen en toda la noche y que ni
siquiera pudieran estar juntos; en descubrir cuál había sido su refugio en caso
de que lograsen escabullirse con la ayuda de algún familiar, para alojarse en
la casa menos sospechada.
Se suponía que si los
invitados quedaban burlados, iban a registrar todas las casas de los más
allegados a los novios.
Y si localizaban la
habitación nupcial, la lluvia -o tormenta- de bromas era imprevisible.
No era raro que al
destapar la cama se encontrasen con una cazuela o palangana de agua que se
derramaba por toda ella, o lo que era peor: las sábanas las habían escurrido y
vuelto a colocar en la cama, completamente húmedas. Costumbre que ha perdurado
hasta hace muy poco, en Huesca, Senés y Biscarrués.
Lo más suave era
encontrarse con la petaca hecha. La "petaca" consiste en colocar la
sábana de encima de forma que parezca que está hecha la cama, pero doblada de
tal manera que sea imposible meterse en ella. La solían hacer en Cuarte, Aniés,
Codos, Estallo, Santa Engracia de Loarre, Quinzano, Fuencalderas, Sádaba,
Aseara, Senés, Blecua, la Fueva... En Loporzano y Biscarrués, les cosían además
las sábanas.
O con todas las sábanas
llenas de sal gorda o de serrín, que era preciso sacudir un buen rato en la
ventana con el consiguiente jolgorio de los bromistas que rondaban la calle, y
volver a hacer la cama.
Costumbre recogida en
Araguás, Bisearrués,la Fueva, Plasencia, Aniés, Cotita, Fuencalderas, Sádaba,
Peraltilla, La Almunia de San Juan, Senés...
Más grave era comprobar
que les habían robado el colchón y en su lugar habían colocado los artilugios
más variados o bien les habían quitado travesaños de la cama. En Montoro y
otros lugares.
Alquezar (Huesca) |
O sencillamente se la
habían dejado sin tornillos con lo que se venía al suelo en cuanto se
acostaban.
Lo primero que tenían que
hacer, pues, era comprobar la completa normalidad de la cama, cosa inútil
porque podía parecer que todo estaba en orden para comprobar desolados,
momentos después, que les habían colgado del jergón campanillas, esquilas y
esquilones, o bien un par de tíos forzudos se habían escondido debajo de la
cama para volcarla cuando lo creyeran conveniente. Creo que aun quedara gente,
que os lo podrá contar en Botaya, Jaca, Aineto...
Y si la cama no
presentaba ningún tipo de problema, podían estar seguros de que la broma iría
por otro lado, pero que no estaría ausente. Unos petardos de cuando en cuando
en el balcón o en la habitación de al lado, como ocurría en Pomar, Bolea…
En Benabarre, Graus y
Camporrells la juventud armaba tanta gresca como podía, junto al dormitorio.
Duraba toda la noche con intención de no dejar dormir a la pareja. Las grescas
de estos pueblos y otros vecinos duraba dos días: el primer día con su noche en
casa del novio y al día siguiente en casa de la novia.
También un asalto a la
cámara nupcial para hacerlos levantar, como ocurría en Aragüas…
O bien reclamar su
presencia en el balcón constantemente toda la noche.
Cuando menos lo esperaban
irrumpían solícitos los amigos en el cuarto para obsequiarles con una taza de
chocolate, o una pizca de gallina, un caldo, o simplemente para cantarles
canciones o interesarse, por si necesitaban alguna cosa, aunque nunca
dispuestos a admitir que su única necesidad era que los dejaran en paz.
En muchos lugares, el
chocolate lo aprovechaban para embadurnar a los novios. En Graus, Camporrells y
Benabarre el chocolate lo servían salado con salmuera y a veces apañado con
vinagre, intensamente amostazado y especiado. En Senés lo llevaban para
desayunar muy temprano por la mañana. Y lo mismo, hacían en Naval.
La costumbre de llevar el
caldo a la cama ha sido siempre muy extendida por todo Aragón y en tiempos
bastante recientes se podía ver todavía en Estadilla, Sallent, Aniés, Santa
Engracia de Loarre, Plan, Quinzano, Colungo, La Fueva, Cofita, Guaso,
Fuendecampo...
En otros lugares, se
llevaba únicamente agua, pero, eso sí, muchas veces durante la noche.
Por lo demás, esta
costumbre la hemos visto en muchos lugares. En otros, les hacían beber un
líquido amargo para advertirles de los percances que tendrían que aguantar.
En casi todos buscaban a
los novios para no dejarles dormir juntos. Ellos lo podían evitar pagando una
merienda. Si no, como contaba antes, se les ponían cencerros debajo de la cama
y se sacaba el colchón a la calle cuando ya estaban acostados. O les tiraban
sal encima, o se la metían en la cama y también harina. Se hacía la petaca y se
aserraban las patas de la cama.
En algunos sitios, aún
después de encontrar con mucha suerte la soledad no parece que acabaran los
problemas.
Me refiero a la creencia
de las velas.
Antiguamente, antes de la
llegada de la luz eléctrica a las casas, un accesorio imprescindible en la
mesilla de noche era la palmatoria con su vela. Con toda intención, en la
habitación nupcial, la noche de bodas, colocaban un auténtico cirio, enorme, en
la mesilla, pues existía el convencimiento de que el primer cónyuge que apagara
la vela, sería el primero que se moriría. Y parece que a ninguno de los dos les
apetecía abandonar primero esta vida.
Podemos adivinar la
insistencia de cada uno para que apagara el otro. Con frecuencia la dejaban
encendida hasta que se consumiese toda.
Y dejo a oscuras, por
fin, a los recién casados. No es cosa de meternos en sus intimidades. Y además,
creo que se habrán ganado un ratico de soledad…
Su trabajo y sacrificios
ha costado…
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