Después de la sobremesa,
que duró lo suyo, se organizó el baile. Habíamos dispuesto el cobertizo grande,
bien escobado y rujiado, y arreglado con guirnaldas caseras. La iluminación
también estaba dispuesta y hasta teníamos preparados unos quinqués de carburo,
por si nos fallaba la corriente o nos la escamoteaban los bromistas, que todo
podía ser. En las paredes habíamos colgados mandiles y colchas y la sala
quedaba preciosa.
Unos tíos nos habían
prestado su gramófono, de enorme bocina y todos los discos bailables que
tenían, y con buen abastecimiento de agujas que cambiábamos cada cinco o seis
piezas para no estropear las placas y para que sonaran mejor. La rondalla
solamente actuaría al final del baile para las jotas de despedida.
Los mozos tenían medio
secuestrada a la novia y las mozas al novio, de modo que no les dejaban ni
acercarse y mucho menos bailar juntos. Todo presagiaba las bromas que tendrían
que aguantar más tarde.
El caso más curioso de
"secuestro" lo he podido presenciar en algunos lugares. Era costumbre
que los mozos subastaran a la novia para dormir con ella esa noche: si el novio
quería dormir con ella, tenía que comprarla en subasta. Si no pagaba la
merienda que estipulaban, tiraban la novia al abrevadero.
La consigna que, parecían
tener los jóvenes era agotar del todo a los novios. Los chicos bailaban sin
parar a la novia y las chicas al novio, al que sólo dejaban respirar para
ofrecer vino a los asistentes.
Además de cansarlos, de
esta manera efectuaban un marcaje continuo sobre ellos para que no pudieran
escapar aquella noche ocultándose en algún sitio.
Ah, los amigos habían
regalado a la novia un tarro de miel muy adornado. Se creía que la miel
favorecía la fecundidad y era bueno que la tomase. De ahí viene, probablemente,
el nombre de "luna de miel".
Lo más característico de
la juventud en la noche de bodas eran las bromas continuas. Lo que voy a contar
ahora no es que se lo hicieran todo a nuestros recién casados, sino cosas que
he oído contar a lo largo de los años y que vale la pena recoger. Menos mal
que, quitado lo del "caldico" a la cama, en mi pueblo no se hacían
otras bromas más pesadas.
En muchos lugares,
también a los novios les hacían arar en la tornaboda. También trillar y se les
paseaba en trillo por el pueblo. Los ataban al brocal de un pozo; se les uncía
un yugo y se les paseaba por las calles.
Desde luego ya habían
roto varios platos según la creencia de que "vajilla rota bendice las
bodas".
Y también habían hecho
las representaciones de rigor en forma
de comedias que auguraban sudores sin fin a los cónyuges.
Pero la jugada
fundamental se basaba en no permitir que los novios se acostasen en toda la
noche y que ni siquiera pudieran estar juntos; en descubrir cuál había sido su
refugio en caso de que lograsen escabullirse con la ayuda de algún familiar,
para alojarse en la casa menos sospechada.
Se suponía que si los
invitados quedaban burlados, iban a registrar todas las casas de los más
allegados a los novios.
¿Los
encontrarán? ¿Les dejarán dormir? Seguiremos…
En muchos lugares, también a los novios les hacían arar en la tornaboda. También trillar y se les paseaba en trillo por el pueblo. Los ataban al brocal de un pozo; se les uncía un yugo y se les paseaba por las calles.Miel natural
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