Al llegar a casa de Urbez,
que era donde iba a vivir el nuevo matrimonio, esperaron a que se reunieran
todos los familiares y amigos para enseñarles el ajuar.
A la novia le mostraron la
habitación nupcial y luego pasaron todos a la “sala buena” para que vieran los
regalos que les habían hecho y lo que ellos mismos habían aportado al
matrimonio.
Algunos invitados, al ver
entrar a la novia por la puerta de la parte de atrás, les extrañó mucho, y hubo que explicarles que
en nuestro lugar, nunca entraba la recién casada por primera vez en la casa por
la puerta principal, sino por la secundaria. Pero esta costumbre existía en
muchos lugares.
En mi pueblo no existía la
costumbre de que el nuevo marido tomase a su esposa en brazos y entrase así en
casa.
Si alguna vez había
existido, ya había desaparecido.
Parece una reliquia de los
tiempos, no demasiado lejanos en que era preciso defenderse de la endogamia.
Todavía hoy en muchos lugares se prefiere que los novios sean del mismo pueblo.
Esto probablemente se debe
a que en el pueblo se conocen todos y se sabe a dónde van a ir a parar las
mozas.
El mosen del pueblo era
partidario de que se conocieran los chicos y chicas de toda la redolada y de
acuerdo con los curas de los pueblos circundantes organizaban el baile por
turno, cada domingo en un pueblo distinto.
Se miraba mal al comienzo
y con frecuencia los mozos eran recibidos a pedradas en el pueblo de al lado.
Pero poco a poco se fueron acostumbrando…
Nuestras coplas y refranes aconsejan
insistentemente el casarse con gente del mismo pueblo. Por ejemplo, este dicho
recogido en Biscarrués: "El que lejos se va a casar, va engañado o a
engañar".
Antiguamente se creía que
la leche acerca los corazones y en muchos pueblos si dos familias vecinas
tenían niños y niñas pequeños y les apetecía una futura unión de las casas, las
madres intercambiaban los bebés para amamantarlos una temporada con el
convencimiento de que luego, de mayores, se enamorarían.
Estas predilecciones
produjeron como consecuencia una endogamia notable, especialmente en los
pueblos de la montaña, generalmente muy aislados. Todavía hoy puede detectarse
en muchos poblados pequeños la repetición de cuatro o cinco apellidos
entrelazados en las familias del pueblo.
Cuando busco personas
nacidas y casadas en un mismo lugar, os paso este resumen de endogamia en tres
zonas de la provincia de Huesca, distinguiendo los herederos de los que no lo
eran:
Herederos. Valles Altos:
de 239 matrimonios: dentro del pueblo 222 (92,88 %), fuera 17 (17,11 %).
En las depresiones
intermedias: de 160 matrimonios: dentro del pueblo 154 (96,25 %) fuera 6 (3,75
%).
Y en la Ribera, de 130
matrimonios: 126 en el pueblo (90 %) fuera, 14 (el 10 %).
De los no herederos, en
cambio. En los Valles Altos, de 314 casos: 191 dentro del pueblo (60,82 %) Y
123, fuera (39,17 %).
En la Depresión
intermedia, de 152 matrimonios, dentro 142 (58,67 %) y 110 fuera (41,32 %).
Y en la Ribera, de 229,
matrimonios 172 (75,11 %) dentro del pueblo y 57 (24,89 %) fuera.
Con frecuencia fue el
clero el propulsor de los contactos de los jóvenes de diversos pueblos para
evitar los problemas de los matrimonios consanguíneos.
Los matrimonios consanguíneos
están prohibidos por el Código Civil en el articulo 84. Y, por supuesto el
Derecho Canónico que inspira al Civil en este punto, hasta el punto de que
aquello copia casi a pie de la letra...
El Derecho Canónico
prohíbe tales matrimonios como impedimento de grado menor a los de
consanguinidad en tercer grado de línea colateral y a los de afinidad en
segundo grado de línea colateral.
Y declara matrimonio nulo
cuando hay consanguinidad en línea recta, entre todos los ascendientes y
descendientes tanto legítimos como naturales y en línea colateral, nulo hasta
el tercer grado inclusive.
Yo me alegraba porque no
había ninguna moceta en mi pueblo que me hiciera "tilín" y tendría
que buscar fuera. Había una que...
El bullicio de la gente
que entraba en casa me hizo aterrizar de mis elucubraciones.
Todo el mundo quería ver
el ajuar, sobre todo las mujeres que en seguida se pusieron a ponderarlo todo:
el trabajo de bolillos en las puntillas, los bordados en las mantelerías, la abundancia
de sábanas, en fin, todo el mundo sabe lo que son estas cosas.
A ver el
ajuar, podríamos dedicarle páginas sobre distintas formas de mostrarlo. Solo
quiero recordaros una costumbre muy curiosa, que hoy menos mal, ha
desaparecido. A la vuelta de la iglesia, se colocaba todo en la futura alcoba
nupcial, y la novia, se acostaba en la cama y todos los invitados desfilaban
por delante suyo y le echaban monedas como presente.
Luego se pasó al
aperitivo. Todo estaba muy abundante pues mi padre echaba aquel día la casa por
la ventana. En la montaña, en el valle de Chistau la comida solía ser en casa
de la novia y la cena en casa del novio. Allí se repartían todos los gastos
pues las arras que eran tortas para la gente los ponía la novia y las doce
monedas de plata eran a cargo del novio.
Aunque se repartían las
cargas no les resultaba más barato porque las dos familias iban de pique.
Los banquetes eran en otro
tiempo tan largos y costosos que arruinaban a las familias rivales que querían
competir en rango y jerarquía, de suerte que las leyes, tanto civiles como
eclesiásticas, limitaron el número de asistentes, conforme al grado de
parentesco. Sin embargo, aún en el siglo XIX había lugares en los que los
excesos gastronómicos duraban hasta tres días.
Cuando los festejos de
boda duraban dos días -lo cual ya no es corriente- los mismos recién casados
son los que servían la mesa a los comensales en el banquete del segundo día.
En el domingo siguiente al
día de la boda los nuevos esposos se trasladaban a la casa de los padres del
cónyuge y allí celebraban un banquete juntamente con sus familiares, los cuales
estuvieron durante las bodas ocupados en diversos servicios.
Por nuestro pirineo, era
costumbre matar ganado ovino para el banquete de bodas. Los jóvenes procuraban
apoderarse de la cola lanuda del animal muerto. Cuando la novia se estaba
comiendo el plato más delicado, sin saber cómo se encontraba con la cola en
medio de la comida y tenía que tirarla. A esta broma la llamaban "fer la
patota".
Servían a la novia los
bocados con más huesos y los mozos se arreglaban de manera que fueran a parar
al plato de ella los huesos de toda la mesa de convidados. Decían que lo hacían
para significar que el estado del matrimonio era duro y tenía sus escollos.
Cuando apareció sobre la
mesa el "pan de bodas" de clara forma fálica hubo una bronca
fenomenal y comentarios picantes que sacaron los colores a la cara de los
novios. Y no era más que el preludio de las bromas que vendrían después.
El pan de bodas lo había
amasado mi abuela con flor de harina, pero las mozas amigas de casa fueron las
que se lo llevaron al horno y le dieron la forma que quisieron.
En Fraga y en otros
lugares de la ribera del Cinca este pan tenía sólo corteza y era más o menos
faliforme y lo tenía que comer obligatoriamente la novia.
En Teruel los panes de boda tienen unas
características propias, ya que al repartirlos a pedacitos entre los asistentes
o al comerlos los propios contrayentes se adquieren unas cualidades especiales.
Así, por ejemplo, hay
panes de boda con poderes fecundantes que al ser consumidos por parejas jóvenes
provocan en ellas un efecto de amplia descendencia, teniendo varios hijos, lo
que era muy importante en sociedades tradicionales donde se demandaba fuerte
mano de obra.
También existían otros
panes con formas fálicas que tenían de ser consumidos únicamente por la novia.
Hablando del pan, recordaremos
el currusco que se llevaba a la iglesia, entre la ropa o el bolso, y era
guardado para siempre entre las ropas, para que nunca faltara en esa casa.
Pues también en algunos
lugares esta tradición era parecida. En este caso se llamaban “panes perpetuos”,
que una vez bendecidos en la iglesia el día de la boda, eran guardados por la
novia durante toda la vida.
Otra participación en la
boda era el “borregón”. El
término "borregón" se ha empleado tradicionalmente para señalar
aquellas reses de lanar cuyo tamaño no era todavía adecuado para el sacrificio
porque como dicen los propios “fuevanos” "no da para un convite de
etiqueta". A los jóvenes no invitados al convite de etiqueta de la boda,
se les daba una pequeña compensación para que celebraran por su cuenta una lifara
o merienda informal, de ahí que se les dijera "borregón". Además éste
tenía, por otro lado, su aspecto de reciprocidad. Nótese que la juventud que
participaba del mismo, compartía la despedida con los novios, rondaba a la
novia y organizaba y costeaba un pequeño baile o festejo, abierto a la
participación de todos los vecinos.
Seguiremos…
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