Los ojos de todos,
naturalmente, estaban clavados en los novios. Todos atendían a los más mínimos
detalles, mucho más que a las oraciones o la homilía del cura. Y es que había
unas creencias curiosísimas:
La novia tenía que llorar.
Dice el refrán que "la que no llora cuando se casa, llora después de
casada".
Se creía que si durante
la ceremonia alguno de los contrayentes siente que le pica la nariz o la oreja,
es señal de que flaqueará en él el juramento de fidelidad.
“Tal vez viene de ahí (o
tal vez viceversa) la razón de las antiguas sanciones que se imponían a los
adúlteros, de cortarles la nariz o las orejas.”
También aseguraban que si
un contrayente pisaba al otro durante el acto, lo dominaría después de casado.
Y también se conseguía lo mismo si colocaba el anillo en el dedo del compañero
hasta el fondo del dedo. Por eso lo introducían y el otro se lo acababa de
arreglar.
En cambio, si se caía el
anillo al suelo, era señal de que el matrimonio no sería feliz.
Se aseguraba que el dedo
anular de la mano izquierda da directamente al corazón y que influye en el
sentimiento amoroso. Y ésa es la razón de elegir ese dedo para colocar la
alianza.
Otros presagios curiosos
se daban en nuestra tierra: si en el día de la boda, a la novia se le rompía un
zapato, era muy mal presagio ("a una prima mía se le rompió y murió a los
pocos años").
La novia el día de la
boda tiene que llevar alguna ropa usada y otra azul; algo de oro, así como un
pequeño trozo de pan en el bolso o en la ropa. Ese pequeño trozo de pan se
guarda luego entre la ropa del armario "para que no falte pan en la
casa". "Todo esto da "buena suerte".
Ya conté la maldición que
podían echar a los novios, durante la ceremonia. El “incortamiento” era temido
y había que defenderse contra el conjuro. Mientras daban el sí los novios, una
persona sujetaría con una mano unida parte de la ropa del novio y de la novia,
como una defensa contra el (incortamiento). Con una persona que fuera diciendo
para ella, las palabras que el cura pronunciaba, pero al revés, era suficiente
para incortarlos.
Aunque ya se encontraban
protegidos, pues el llevaba un sujetador de ella debajo de la ropa y ella unos
calcetines de él, debajo de sus medias, el que una mujer sujetara sus ropas
unidas durante la ceremonia, no estaba demás.
El novio también llevaría
debajo del zapato una moneda de plata, para que ni brujas ni brujones, pudieran
hacerles daño en la ceremonia.
Una vez terminada la
boda, como la novia no tenía hermanas fueron mis tías las que hicieron el rito
de la silla. Fueron a buscar a la novia, la cogieron una de cada mano y la
acompañaron a la capilla de San Antonio que era donde la familia de Urbez tenía
su sitio. Allí la besaron efusivamente como si la despidieran.
Entonces unas mujeres de
la familia del novio la besaron también y la acompañaron a un reclinatorio en
el centro de la capilla, que esperaba vacío. Mi hermana bajó el asiento
abatible y se sentó en él, como si tomara posesión de un trono. Estuvo allí un
rato, mientras saludaba a toda la familia de su marido. Terminada esa especie
de "bienvenida a casa", porque la capilla era como una prolongación
del hogar, ella se levantó, se dirigió al banquillo de las velas de la familia
y encendió unas candelas en honor, recuerdo y plegaria por los difuntos de su
nueva casa.
Ya para entonces se
acercaba Urbez, que a su vez nos había saludado cariñosamente a todos los de
casa, tomó a su mujer del brazo y se organizó la comitiva de salida de la
iglesia.
Era costumbre al día
siguiente de la boda, que la nueva inquilina diera tres vueltas a la casa.
"Traía buena suerte". Las tres vueltas a la casa, participaba a la
vez del ritual de construcción de la casa nueva, como reconocimiento del lugar
sagrado. Toda persona o ser nuevo debía congraciarse, hacerse de la casa,
miembro de ella, mediante este rito de rodearla por tres veces. Esto también se
hacía con los animales domésticos.
Recuerdo la salida de la
iglesia. Iban primero los novios, del brazo, seguían los padres y padrinos y ya
todos los demás.
En Gistain, a la salida
de la iglesia, igual que ocurría en mi lugar, el tío carnal de la novia invita
a torta bendecida. Se han bendecido dos, una para el mosen y otra para
repartir. A mitad del camino de la iglesia a casa-aunque sólo haya diez pasos-,
se para la comitiva y comen.
En Albarracín tiraban
cañamones dentro de la iglesia. No debe extrañar, ya que no era la seriedad la
característica de la ceremonia en esta localidad.
Un informador me decía:
“Se hacían muchas bromas. A mí me tocaron el pasodoble del Gallo en el
órgano".
En Fraga, celebrada la
ceremonia, la novia era acompañada por la música a casa de sus padres, mientras
el novio se volvía a la suya. La música, acompañada de un grupo de jóvenes
convidados que no habían asistido al acto, iban a buscar de una en una a las
mozas convidadas a su casa y las acompañaban a casa de la novia. En la casa de
cada moza hacían baile al son de la música. Cuando todas las chicas convidadas
estaban en casa de la novia se avisaba al novio. Se celebraba un gran baile y
una cena en medio de gran algazara que duraba hasta la mañana.
En Liri, en la Ribagorza,
cuando había terminado la boda, se repartía a los invitados que habían llegado
de fuera, una dos o más rosquillas para que las llevaran a sus lugares de
origen y, al repartirlas con los parientes y amigos que no hablan podido venir
a la boda, participaran, al comerla, de la ceremonia: éste era un rito al que
le daban mucha importancia.
La participación ritual
se pone de manifiesto en esta comunión de todos los presentes-ausentes que por
derecho propio forman la comunidad ceremonial de esta manera.
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