Dejamos en el anterior
artículo, a los recién casados salir de la iglesia, cuando comienzan a recibir,
una lluvia de bellotas sobre sus cuerpos. El ruido ensordecedor de todas las
esquilas, cencerros, trucos, cuartizos y talacas del pueblo estaban compitiendo
para saber cuál sonaba más fuerte y mejor.
Pero seguía sin verse
nadie. Como si fueran fantasmas los que hacían la cencerrada. El viudo recién
casado no sabía lo que ocurría…
De repente dejaron todas
de sonar. Y entonces, desde un tejado, una voz de timbre disimulado y ampliado
por un embudo preguntaba a gritos:
-¿Qué pasa hoy?
Desde otro tejado, allá
lejos, contestaba otra voz igualmente camuflada:
-¡Que el tío Francho no
quiere dormir solo...! ¡Que tiene frío...!
-¿Y quién le calentará la
cama?
-La Bitoriana, que aunque
es lagañosa, le sobran calorías... y ya los disparates más soeces se enredaban
con los comentarios a gritos que salían de todos los rincones.
Imposible distinguir a
sus dueños, o mejor dicho, dueñas, pues eran preferentemente mujeres las que
animaban el cotarro.
Y de nuevo los cencerros.
Nos imaginábamos la rabia
del tío Francho; la angustia de Bitoriana, sus lágrimas sorbidas y su corazón
alocado.
Pero no había piedad.
Probablemente el viudo
pensaba que hubiera sido mejor pagar la “manda” que le pidieran los mozos y
aguantar sus indirectas y bromas unos cuantos días. Igual hubieran armado
cencerrada, pero mucho más suave. Pero ya no había remedio.
No acertaban por dónde
tirar. Sabían que no encontrarían la paz en ningún sitio. Que esa noche no
podrían dormir.
Ni tampoco las
siguientes. Con algo de suerte las cencerradas durarían una semana. No como en
Bolea que se alargaban hasta un mes.
En vano blandía su gayata
el padre de Bitoriana. No se veía ni un solo enemigo. Por lo demás, ya sabía
que era todo el pueblo que repetía un gesto ancestral de rechazo a la boda del
viudo... No era malquerencia: dentro de unos días la vida volvería a la
normalidad y el pueblo, se reconciliaría con el hecho y nunca habría malas
caras. Pero de momento...
Se dirigieron a la casa
del viudo, por más segura. ¡Allí se desmoronaron! La puerta se veía totalmente
embadurnada de aceite negro que jamás desaparecería hasta que cambiasen la
puerta. Un hedor insoportable a putrefacción caía desde arriba: en el balcón
habían colgado un "carnuz", un burro muerto y en descomposición.
¡Ojala pudieran hacer
desaparecer ese día y los siguientes del calendario!
Ciertamente que para
ambos novios, el día de su boda no era el más feliz de su vida.
Dominando todos los
ruidos de esquilas y sartenes, un formidable trueno retumbó en medio de la
noche haciendo vibrar hasta los cristales de las ventanas. Y casi
inmediatamente, unas gotas grandes como platos, comenzaron a salpicar la calle.
El suelo, reseco, las absorbía difuminándolas.
Pero pronto ya no podía
dar abasto: las gotas menudeaban hasta convertirse en un espeso aguacero. Como
por ensalmo las calles quedaron vacías. Parecía que el cielo venía en ayuda de
los desesperados novios.
¿El cielo o el infierno?
Ya hemos explicado en otros ratos que nuestras gentes atribuían las tormentas
al poder de las brujas.
Luego, en las tertulias,
la aparición de la tronada tan inesperada dividió las opiniones en los
comentarios. Y como la imaginación tiene pocas o ninguna barrera, hubo hasta
quien insinuó si el tío Francho no sería bruxón.
Y
me veo obligado a parar la boda del viudo, dejando a nuestras gentes, cavilando
si efectivamente el tío Francho sería de verdad bruxón.
En Aragón además del
castellano cencerrada y el genérico esquilada, le dicen “callagúa” en el Valle
de Xistau, “esquellada” en el de Benasque, “esquillote” en el Bajo Aragón,
“carnamusa” en Bielsa; “brama” en la Litera, y en Albelda “zaragata”.
Las diversas
legislaciones han intentado en vano impedir estas manifestaciones públicas, Ya
Carlos III las prohibió bajo pena de cuatro años de presidio y cien ducados de
multa. El Código Penal de 1870 las considera como falta contra el orden público
imponiendo multa de 5 a 25 ptas. Y reprensión a los que las promovieren o
tomaran parte activa en ellas.
Si la cencerrada debió
nacer del ceremonial mítico-religioso, no
hay duda, sin embargo, que posteriormente fue expresión de censura y
venganza popular como acusa la documentación. La sociedad muestra hasta hoy una
áspera contradicción a las segundas nupcias. Desde el siglo XIII; la Iglesia
condenó esta manifestación de humillación pública. EI Concilio de Turín (1455)
las prohibió con excomunión de los autores.
En Aragón las
condenaciones eclesiásticas abundan, y a veces con castigos a los
contraventores, tan curiosos como los del obispo de Teruel, Pérez del Prado, en
1745, obligándoles a oír “una Misa Mayor en medio de ella (de la iglesia) a
vista de todos, sin capa ni sombrero o montera y con una vela amarilla de
mano”.
A pesar de las
prohibiciones legislativas y eclesiásticas, las cencerradas han llegado hasta
nuestros días con mayor
o menor intensidad.
En Albelda la “zaragata”
se hacía desde días antes de la boda, sobre todo con ruido de sartenes y
esquilas. En toda la Litera era muy mal visto el matrimonio de los viudos. “En
Peralta de la Sal y San Esteban de Litera la “brama” se realizaba con embudos.
En la primera localidad la realizaban los hombres, que se colocaban encima de
los tejados y desde allí empezaban su diálogo, sin que nadie supiera quiénes
eran los autores. En San Esteban de Litera la realizaban las mujeres y el lugar
eran los montes próximos.
Por otra parte, existía
la creencia de que los nuevos hijos de los viudos saldrían con deficiencias
físicas.
La que he descrito estos
últimos artículos, fundamentalmente era al estilo de la mayoría de los lugares.
Siempre intento colocar nuestras tradiciones a modo de relato, para poder
desarrollar la historia de nuestra tierra. Se me hace más fácil explicarme, y
si a la vez consigo llegar a vosotros…
En Lanaja me consta que
no hace demasiados años un viudo que se quería casar con disimulo a las ocho de
la tarde, no pudo hacerlo hasta las tres de la madrugada. Mi informante me dijo
que un viudo que era alcalde (omito el nombre) se casó sin cencerrada porque no
se atrevieron. El mismo me asegura que las bromas eran pesadísimas y me
describe lo del aceite negro y el carnuz, que encuentro en la gran mayoría de
lugares de nuestra tierra.
Las cencerradas más
bestias del Alto Aragón llevan fama de ser las de Bolea. No hace muchos años,
una duró cerca de tres meses.
La ironía queda bien
reflejada en nuestro refrán: “Viuda muy maja, pronto olvida la caja”.
En Lanaja hemos oído esta
copla:
“Te casaste con un viudo
por la moneda;
la moneda se acaba
y el viudo queda”.
Más serio es el refrán
que aconseja: “Cásate y tendrás mujer. Pero si enviudas, no te cases otra vez.
Así la “brama” en la
Ribagorza. La información que tengo dice así:
“Consistía en que cuando
se casaba una soltera con un viudo, o al revés, se les hacía pagar una cuota
para dejarlos dormir tranquilos. Con ella los mozos se compraban vino y torta y
hacían una pequeña fiesta. Si se negaban a pagar el impuesto, se les esperaba
una temporada muy mala: todas las noches siguientes los mozos los iban a
rondar: a cantar todos debajo sin dejarlos dormir y contar en alto los
chismorreos que de ellos se decían en el lugar.
En Graus la llamaban
“esquillada”. El informador recuerda cómo dos jóvenes, uno desde cada esquina
de la calle conversaban a voz en grito:
-“¿Quí s’ha casau?
-“El Pontero”.
-“¿Y con qui s’ha
cassau?”
-“Con cinco mil duros,
que no puede acabar la casa…”.
Con todo, las cencerradas
en algunos lugares no fueron exclusivas de las bodas de viudos. En Villarreal
de la Canal, como el pueblo estaba reñido, hacían cencerradas en muchas bodas,
aunque no fueran de viudos o de viejos.
(“En casa Matralero, en
la cencerrada, hasta les tiraron la chaminera”).
“Asociadas a la
celebración de San Antón se ha tenido oportunidad de recoger otras tradiciones
y que son las esquiladas y
las plegas o pliegas. Las esquilladas
acontecían la víspera y consistía en que los mozos y chicos del lugar se
reunían armados de las esquillas y cencerros mayores que hubieran podido
encontrar y recorrían las calles del pueblo tocando tan escandalosamente como
les fuera posible. En sus correrías solían llegarse hasta los límites de la
localidad vecina, con la que se entablaban estruendosos duelos. Así ha sucedido
tradicionalmente entre San Juan de Plan, Plan y Gistain; entre Rañín y
Solipueyo, en la Fueva, y entre Escalona y Laspuña en el curso del Alto Cinca.
Esta competición no es sino un enfrentamiento amistoso entre comunidades que
descargan así su latente rivalidad.
Estos jolgorios se daban
en algunos lugares cuando el novio era viejo aunque no fuera viudo. Me cuenta
Encarnación G. S. de Mosqueruela: - “La fiesta se iniciaba ya cuando los
jóvenes del lugar se enteraban del romance. La juerga empezaba desde el momento
en que se hacía público el casamiento. Cada noche hacían la fiesta a uno y
muchas veces hacían participar a los dos. La fiesta consistía en cantos
alusivos y mil bribonadas que inventaban para hacer pasar malos ratos a los
futuros cónyuges. Cuando uno de los dos era forastero, se encargaban en los dos
pueblos de hacerles las “honras”. La
situación se complicaba más cuando el viejo era rico y había mediado un “corredor” en el arreglo del
matrimonio.
Todavía recuerdan los
mayores de la villa con humor las juergas que se organizaron a raíz de unas
famosas relaciones de un viejo rico de fuera del lugar y una hermosa joven
mosqueruelana. Según dicen, los cantos del primer día que el novio fue a
visitar a la novia de Mosqueruela duraron hasta rayar el alba.
Desde entonces hasta la
celebración del matrimonio fueron todas las noches un constante jolgorio.
Por supuesto la boda se
realizó lejos del pueblo. Sin embargo, todavía hoy recuerdan los mayores las
coplas que se inventaron para aquel acontecimiento:
“Con ese traje de seda
y esas medias de
electricidad
enamoras a los viejos
de ochenta años de edad”.
Y al que intervino en el
arreglo le cantaban:
“Niñas que os queréis
casar
y no tenéis compromiso
en la calle del Vergel
hay un corredor muy
listo”.
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