Ahora podemos leer en los
atrios de nuestras parroquias las proclamas matrimoniales que se exponen al
público para su conocimiento. Antiguamente estas "proclamas" o
amonestaciones las hacía el cura de palabra en la misa parroquial o en alguna
de mayor concurrencia. Después del sermón, el credo y los actos de fe. Eran de
este tenor:
"Desean contraer
matrimonio, de una parte Francisco Buisán Latre, soltero, mayor de edad, hijo
legítimo de Urbez y Valentina, natural y feligrés de esta parroquia y por otra
parte, Faustina Sanagustín Gabás, soltera, mayor de edad, hija legítima de
Pedro y de Robustiana, igualmente natural y feligresa de esta parroquia. Si
alguno conoce algún impedimento por el que no puedan contraer matrimonio
canónico deberá manifestarlo bajo pena de pecado mortal. Y sirva ésta como
primera amonestación."
Las amonestaciones eran
tres, en domingos consecutivos. Lo de la mayoría de edad no lo entendía muy
bien, pues mi abuelo me había aclarado que en Aragón, el Derecho concedía esta
mayoría a los catorce años, para casi todos los efectos. Y por supuesto el de
contraer matrimonio. La misa de amonestaciones dicen que no obligaba a los
novios si no podían asistir a otra misa más temprana.
Como en mi pueblo no
había más que una misa cada domingo mi hermana no acudió a la iglesia durante
esos días.
La razón puede ser el
evitar la posible vergüenza de la novia, pues hubo épocas en que se armaba gran
escándalo en la iglesia golpeando los bancos y pataleando. Pero se daban,
además, otras razones. En Aragón se creía que era malo que los novios oyeran
sus amonestaciones ya que el matrimonio no se llevaría a cabo.
Sólo tengo referencia de
unos pocos pueblos en los que no pareciera importarles su asistencia (Torralba,
Bolea, Araguás, Panzano, Estadilla, Guaso y Montoro). En otros, unas veces iban
y otras no (Pomar, Botaya, Barbastro, Aseara). En Plasencia no iban a la
primera amonestación, pero sí a las siguientes.
Mi abuela le advirtió que
tendría que rezar las tres partes del rosario para compensar. Cuando al domingo
siguiente se hizo la amonestación, los amigos de la casa felicitaron a la novia
y ella los obsequió con torta como solía hacerse.
Con esto, ya, comenzaron
los preparativos de la boda.
Lo primero fue el traje
de novia. Vinieron dos modistas de Barbastro y se aposentaron en casa, lo mismo
que el sastre que tenía que vestir a los hombres, pues ya dicen que el que va
de bodas tiene que parecer novio. En el pueblo no había otro hospedaje.
Yo sí que fui a la misa
de moniciones, porque no me la quería perder. Como todos esperaban este
acontecimiento, cuando el mosén bajó del púlpito ("predicadera"
decíamos nosotros) y antes de volverse a poner el manípulo y la casulla que se
había quitado para el sermón, se hizo un silencio sepulcral. Yo contenía el
aliento como todo .el mundo.
Al nombrar a Urbez y a mi
hermana hubo un cuchicheo y carraspear de gargantas. Todos miraban para nuestro
sitio, pues todas las familias del pueblo teníamos un puesto en la iglesia, que
era como una prolongación de la casa. Yo era el único de la familia que estaba
en la iglesia y me puse colorado como un tomate al sentir todos los ojos del
pueblo en mí. Clavé mi mirada en las tachuelicas doradas del reclinatorio que
dibujaban artísticamente las iniciales de mi familia y quería que me tragase la
tierra. Entonces comprendí por qué los novios no asistían a la misa de
amonestaciones.
En mi pueblo, como en
todo Aragón, muchas familias tenían su sitio fijo en la iglesia que era como
una prolongación del hogar al igual que la madre era como la sacerdotisa de la
familia (rosarios, ofrendas, etc.).
Estos sitios estaban por
lo general en las capillas laterales, dejando los bancos del centro para los
que carecían de él... Allí estaban los reclinatorios de la familia, marcados por
el nombre. Servían para arrodillarse y también para sentarse abatiendo el
asiento que se levantaba mediante unas bisagras al arrodillarse. En el sitio
familiar se encontraban también los banquillos de las velas en los días
"de almas".
Como os cuento me encontraba
yo solo de la familia en iglesia, y quería que me tragase la tierra. La
vergüenza que sentí, observando a toda la iglesia como me miraban.
Pero no terminó allí la
cosa. Después de amonestar a mi hermana y su novio, el mosen prosigió:
-“Otro. Desean contraer
matrimonio, de una parte Antonio Laborda Lanau, viudo de doña Margarita Fortún
Aso...".
Por lo visto, poca gente
estaba en el asunto y se armó un revuelo fenomenal, preludio de lo que sería la
boda del pobre señor, conforme a la costumbre de todo Aragón.
Como la gente se empezaba
a pasar en comentarios y risas, el cura se enfadó y llamó severamente la
atención para poder terminar con paz las amonestaciones. Pero era inútil.
Tendríamos comentarios para una buena temporada, tanto más cuanto que la futura
esposa era joven y soltera, y del pueblo, mientras que el novio viudo era
forastero...
La costumbre del jaleo en
la iglesia en día de las amonestaciones es antiquísima y en diferentes
ocasiones los prelados se pusieron muy serios ante la costumbre aunque no
consiguieron jamás desarraigarla. A modo de ejemplo valga esta advertencia que
leemos en el "LIbro de Visitas" de la Parroquia de Berdún, en el año
1632:
"Que cuando se hacen
las moniciones de bodas, la gente no patee. Pena de dos libras jaquesas".
Desde luego, al pobre
señor se le iba a complicar la cosa por su doble condición de forastero y
viudo. Buena "manta" tendría que pagar si quería tener la fiesta en
paz.
Cuando la novia salía del
pueblo al casarse, el novio tenía que dar dinero a los mozos como rescate, para
que hiciesen una lifara. De lo contrario hacían esquilada (Valle de Tena).
"También conectadas
con el matrimonio estaban las tradiciones, relacionadas con el paso de límites,
de las “barracas” y de
las “barreras”.
Estas sólo se practicaban
cuando una muchacha de la propia localidad se casaba con uno de fuera y ella
había de cambiar de residencia y dejar su lugar natal... Era distinto el caso
del muchacho que se marchara, porque la boda se celebraba tradicionalmente en
el pueblo de la novia. La “barrera”
consistía en una barricada obstruyendo el camino por el que los
recién casados y su comitiva habían de pasar al abandonar la comunidad de la
desposada. Los elementos eran piedras, zarzas, troncos, maleza..."
En Sahún me contaban que
cuando una de las partes era de fuera del pueblo venía con sus acompañantes con
caballerías. Un criado se tenía que quedar con ellas para que no las escodasen
(les cortaran el rabo), lo que era una vergüenza para los forasteros, una risa
por el simbolismo que encerraba el rabo de la caballería.
Al llegar al pueblo, la comitiva disparaba un
tiro y los del pueblo tenían que contestar con otro. Cuando se marchaban,
después de la boda o de la comida, tenía que ir uno delante para que no les
cerrasen ningún camino.
Todo esto se paliaba
-nunca se evitaba- con agasajos a los mozos del lugar.
En Campo, cuando un joven
se casa con una chica de fuera del pueblo, va con sus familiares a casarse al
pueblo de la chica; celebrada la boda, los novios y padres de ambos van al
pueblo del novio en donde hacen la fiesta.
Cuando los padres de la
novia tratan de volverse a su pueblo, la juventud les cierra el paso y les
hacen pagar. Se da el caso curioso de dejar paso franco a los novios cuando van
a su casa y hacer pagar a los familiares de la novia al volverse.
En Lituénigo hacían la
"fiesta de las almendras", ofrecida por el novio en su casa los días
de las amonestaciones, después de la cena. Acudían amigos, familiares y
vecinos. La novia cogía una fuente de almendras asadas y las repartía a
cucharadas a cada invitado, repitiéndolo varias veces.
Pero ese problema no iba
con nosotros. Llegaron las modistas a casa, para comenzar el traje de la
novia. Otro rato hablaremos de estos trajes…
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