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viernes, 9 de noviembre de 2012

Miedos y amonestaciones

Ahora podemos leer en los atrios de nuestras parroquias las proclamas matrimoniales que se exponen al público para su conocimiento. Antiguamente estas "proclamas" o amonestaciones las hacía el cura de palabra en la misa parroquial o en alguna de mayor concurrencia. Después del sermón, el credo y los actos de fe. Eran de este tenor:
"Desean contraer matrimonio, de una parte Francisco Buisán Latre, soltero, mayor de edad, hijo legítimo de Urbez y Valentina, natural y feligrés de esta parroquia y por otra parte, Faustina Sanagustín Gabás, soltera, mayor de edad, hija legítima de Pedro y de Robustiana, igualmente natural y feligresa de esta parroquia. Si alguno conoce algún impedimento por el que no puedan contraer matrimonio canónico deberá manifestarlo bajo pena de pecado mortal. Y sirva ésta como primera amonestación."
Las amonestaciones eran tres, en domingos consecutivos. Lo de la mayoría de edad no lo entendía muy bien, pues mi abuelo me había aclarado que en Aragón, el Derecho concedía esta mayoría a los catorce años, para casi todos los efectos. Y por supuesto el de contraer matrimonio. La misa de amonestaciones dicen que no obligaba a los novios si no podían asistir a otra misa más temprana.
Como en mi pueblo no había más que una misa cada domingo mi hermana no acudió a la iglesia durante esos días.
La razón puede ser el evitar la posible vergüenza de la novia, pues hubo épocas en que se armaba gran escándalo en la iglesia golpeando los bancos y pataleando. Pero se daban, además, otras razones. En Aragón se creía que era malo que los novios oyeran sus amonestaciones ya que el matrimonio no se llevaría a cabo.
Sólo tengo referencia de unos pocos pueblos en los que no pareciera importarles su asistencia (Torralba, Bolea, Araguás, Panzano, Estadilla, Guaso y Montoro). En otros, unas veces iban y otras no (Pomar, Botaya, Barbastro, Aseara). En Plasencia no iban a la primera amonestación, pero sí a las siguientes.
Mi abuela le advirtió que tendría que rezar las tres partes del rosario para compensar. Cuando al domingo siguiente se hizo la amonestación, los amigos de la casa felicitaron a la novia y ella los obsequió con torta como solía hacerse.
Con esto, ya, comenzaron los preparativos de la boda.
Lo primero fue el traje de novia. Vinieron dos modistas de Barbastro y se aposentaron en casa, lo mismo que el sastre que tenía que vestir a los hombres, pues ya dicen que el que va de bodas tiene que parecer novio. En el pueblo no había otro hospedaje.
Yo sí que fui a la misa de moniciones, porque no me la quería perder. Como todos esperaban este acontecimiento, cuando el mosén bajó del púlpito ("predicadera" decíamos nosotros) y antes de volverse a poner el manípulo y la casulla que se había quitado para el sermón, se hizo un silencio sepulcral. Yo contenía el aliento como todo .el mundo.
Al nombrar a Urbez y a mi hermana hubo un cuchicheo y carraspear de gargantas. Todos miraban para nuestro sitio, pues todas las familias del pueblo teníamos un puesto en la iglesia, que era como una prolongación de la casa. Yo era el único de la familia que estaba en la iglesia y me puse colorado como un tomate al sentir todos los ojos del pueblo en mí. Clavé mi mirada en las tachuelicas doradas del reclinatorio que dibujaban artísticamente las iniciales de mi familia y quería que me tragase la tierra. Entonces comprendí por qué los novios no asistían a la misa de amonestaciones.
En mi pueblo, como en todo Aragón, muchas familias tenían su sitio fijo en la iglesia que era como una prolongación del hogar al igual que la madre era como la sacerdotisa de la familia (rosarios, ofrendas, etc.).
Estos sitios estaban por lo general en las capillas laterales, dejando los bancos del centro para los que carecían de él... Allí estaban los reclinatorios de la familia, marcados por el nombre. Servían para arrodillarse y también para sentarse abatiendo el asiento que se levantaba mediante unas bisagras al arrodillarse. En el sitio familiar se encontraban también los banquillos de las velas en los días "de almas".
 
Como os cuento me encontraba yo solo de la familia en iglesia, y quería que me tragase la tierra. La vergüenza que sentí, observando a toda la iglesia como me miraban.
Pero no terminó allí la cosa. Después de amonestar a mi hermana y su novio, el mosen prosigió:
-“Otro. Desean contraer matrimonio, de una parte Antonio Laborda Lanau, viudo de doña Margarita Fortún Aso...".
Por lo visto, poca gente estaba en el asunto y se armó un revuelo fenomenal, preludio de lo que sería la boda del pobre señor, conforme a la costumbre de todo Aragón.
Como la gente se empezaba a pasar en comentarios y risas, el cura se enfadó y llamó severamente la atención para poder terminar con paz las amonestaciones. Pero era inútil. Tendríamos comentarios para una buena temporada, tanto más cuanto que la futura esposa era joven y soltera, y del pueblo, mientras que el novio viudo era forastero...
La costumbre del jaleo en la iglesia en día de las amonestaciones es antiquísima y en diferentes ocasiones los prelados se pusieron muy serios ante la costumbre aunque no consiguieron jamás desarraigarla. A modo de ejemplo valga esta advertencia que leemos en el "LIbro de Visitas" de la Parroquia de Berdún, en el año 1632:
"Que cuando se hacen las moniciones de bodas, la gente no patee. Pena de dos libras jaquesas".
Desde luego, al pobre señor se le iba a complicar la cosa por su doble condición de forastero y viudo. Buena "manta" tendría que pagar si quería tener la fiesta en paz.
Cuando la novia salía del pueblo al casarse, el novio tenía que dar dinero a los mozos como rescate, para que hiciesen una lifara. De lo contrario hacían esquilada (Valle de Tena).
"También conectadas con el matrimonio estaban las tradiciones, relacionadas con el paso de límites, de las “barracas” y de las “barreras”.
Estas sólo se practicaban cuando una muchacha de la propia localidad se casaba con uno de fuera y ella había de cambiar de residencia y dejar su lugar natal... Era distinto el caso del muchacho que se marchara, porque la boda se celebraba tradicionalmente en el pueblo de la novia. La “barrera” consistía en una barricada obstruyendo el camino por el que los recién casados y su comitiva habían de pasar al abandonar la comunidad de la desposada. Los elementos eran piedras, zarzas, troncos, maleza..."
En Sahún me contaban que cuando una de las partes era de fuera del pueblo venía con sus acompañantes con caballerías. Un criado se tenía que quedar con ellas para que no las escodasen (les cortaran el rabo), lo que era una vergüenza para los forasteros, una risa por el simbolismo que encerraba el rabo de la caballería.
 Al llegar al pueblo, la comitiva disparaba un tiro y los del pueblo tenían que contestar con otro. Cuando se marchaban, después de la boda o de la comida, tenía que ir uno delante para que no les cerrasen ningún camino.
Todo esto se paliaba -nunca se evitaba- con agasajos a los mozos del lugar.
En Campo, cuando un joven se casa con una chica de fuera del pueblo, va con sus familiares a casarse al pueblo de la chica; celebrada la boda, los novios y padres de ambos van al pueblo del novio en donde hacen la fiesta.
Cuando los padres de la novia tratan de volverse a su pueblo, la juventud les cierra el paso y les hacen pagar. Se da el caso curioso de dejar paso franco a los novios cuando van a su casa y hacer pagar a los familiares de la novia al volverse.
En Lituénigo hacían la "fiesta de las almendras", ofrecida por el novio en su casa los días de las amonestaciones, después de la cena. Acudían amigos, familiares y vecinos. La novia cogía una fuente de almendras asadas y las repartía a cucharadas a cada invitado, repitiéndolo varias veces.
Pero ese problema no iba con nosotros. Llegaron las modistas a casa, para comenzar el traje de la novia. Otro rato hablaremos de estos trajes…


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