Desde que había entrado
en "el gasto" sentía unas ganas enormes de ser mayor. Me miraba al
espejo para ver si ya atisbaba el vello sobre mi labio superior. Pero nada. Me
habían asegurado que untándome con corteza de tocino me saldría pronto bigote,
pero ni por ésas.
De momento, pues, me
tenía que conformar con ser de los pequeños entre los mayores y caía
perfectamente en la cuenta de que nadie me hacía caso en el baile. Todo lo más
alguna broma cariñosa que, sin embargo, tenía la facultad de irritarme.
Para el buen tiempo el
baile tenía lugar en la plaza y "los entrantes" éramos los encargados
de tener el suelo bien limpio. A eso se reducía nuestra presencia. A lo mejor
veías a dos chicas de nuestra edad formando pareja en el baile pero pretendías
bailar con una de ellas, te hacía un mohín de desprecio y seguía bailando con
la otra chica.
No nos valía ni siquiera
el derecho de "robar la moza" que tenían los mayores: estaba una
pareja bailando, se acercaba un mozo, pedía permiso al bailador y sin esperar
su respuesta se ponía a danzar con la moza. El otro se retiraba sin más. Cuando
se bailaba la jota, que era al final de la velada, el "robador" se
colaba en medio de una pareja y continuaba él bailando a la chica.
El “Robar la moza” era
costumbre admitida en todo Aragón. Sin embargo he podido detectar un personaje
curioso en la zona de la Sotonera: “El bastonero”
Su nombre se puede
presumir de donde le venía. Era una especie de alguacil o guardián del baile.
Su misión consistía en impedir el derecho de robar la moza mientras hubiera
chicas en el baile a las que nadie hubiese sacado a bailar.
Solicitar un baile se
decía “embrecar”. Así, cuando un mozo quería bailar con una moza le decía: ”Yo
t´embreco”, y ella contestaba: -“A yo m´en doi por embrecata ta ista y altra
begata”.
En este estado de ánimo
que me embargaba por entonces se puede suponer la alegría que me produjo Tomás,
un mozo de mi calle cuando me dijo que si quería aquella noche podía salir a
rondar con su pandilla.
-Te advierto que puede
haber palos.
Comprendí la intención de
su invitación. Había oído comentar que a una zagala de la carrera Altera la
buscaban uno del barrio Baxo y uno de su propia calle. Ella no se había
pronunciado por ninguno de los dos, así es que seguro que aquella noche la rondarían
los del Barrio Alto y los del Barrio Bajo.
Como coincidieran las dos
rondallas a la vez debajo de su balcón, seguro que habría madera. Yo estaba,
pues, para hacer número.
Pero me sentía
importante, pues me consideraba importante pensando, que a lo mejor dejaba de
ser de los que barrían la plaza para el baile y ser considerado por las mozas.
Hacía dos semanas que
todo se mascaba en el ambiente, desde que sorprendieron a uno de ellos
tirándole a la moza unas piedretas a los cristales, que era un modo corriente
de declaración. Ya lo explicaba la conocidísima copla:
“Ya se van los quintos,
madre,
ya se va mi corazón;
ya se va el que me tiraba
piedrecicas al balcón”.
Cuando nos reunimos
aquella noche de sábado, después de cenar, para comenzar la ronda; noté que
todos escondían con disimulo algún garrote. Todos menos yo.
La rondalla nuestra era
sencilla: dos guitarras, un laúd y un requinto. Pero sin embargo teníamos a
Cherardo que era el mejor cantador de la redolada, por su voz, su estilo y su
capacidad de improvisar coplas.
-Aquí tengo la lista de
las mozas que hay que rondar dijo Tomás-. Por si acaso tengo señaladas con una
cruz las que han masado esta semana.
Naturalmente, si había
amasado pan, seguro que habrían hecho tortas como solían todas las casas con
mocicas solteras.
Siempre se rondaba a
todas las zagalas. Era obligado. La mayoría de las veces las coplas eran
conocidas, de circunstancias y no tenían otra intención que la mera galantería
que se debía a la moza.
- María sé que te llamas
tu apellido no lo sé,
pon un letrero en la
puerta
mañana lo leeré.
A tu puerta hemos llegado
veinticinco de cuadrilla,
si quieres que te
rondemos
saca veinticinco sillas.
La cosa se animaba al
llegar a alguna casa con circunstancias especiales. En casa Cortés, la moza
había dado calabaza no hacía mucho a un zagal. Había sentado muy mal entre la
juventud del pueblo ya que se trataba de un mozo muy popular.
Antiguamente, cuando se
hacía la petición de mano, era costumbre invitar a los solicitantes con alguna
pasta con vino o, según la hora, convidándoles cenar. Y en el menú, mejor o
peor se manifestaba la voluntad de los padres de la novia. La negativa no solía
hacerse abiertamente por delicadeza.
La señal más corriente
era darles de primer plato verdura con patata, que era tenido como pobretón. Si
además se añadían unos trozos de calabaza, su mensaje era claro: no se admitía
el noviazgo ni la boda. De allí la expresión "dar calabazas”.
La chica no debía de
esperar ronda. Por supuesto, no habían amasado tortas. Mejor, ya que nos
imaginábamos que no estaba el horno para bollos y menos aún cuando la jota
rasgó el silencio de la noche, tras la entrada de guitarras y laúdes:
Camisas te estás haciendo
con telas de las mejores.
Hazte todo lo que
quieras,
todo... menos ilusiones.
Nos íbamos acercando a la
calle Recta. Era el terreno de nadie y allí vivía la moza de la discordia. En
la misma entrada de la calle, junto a la Cruz, Cherardo improvisó una canta.
Iba dedicada a todas las chicas y con segunda intención dirigida a los
barrioalteros. Por si podía quedar alguna duda, eligió el estilo de "la
fiera", el más retador de todos:
Las mocicas de esta calle
ya saben bien lo que
quieren:
buscan buenos cantadores
serenos y que no reblen.
Dos balcones se abrieron
casi a la vez para dejar descolgar sendos capazos con tortas de anís y botellas
de vino. Se ve que las chicas barruntaban el ambiente cargado y no querían
bajar al patio para hacer personalmente el obsequio a los rondadores.
En éstas estábamos cuando
por el otro extremo de la calle se oyó a la otra rondalla. También
interpretaron su copla, esta vez con estilo "rondador" sin más. La
letra no la pudimos distinguir. Casi era peor porque la imaginación podía
urdirla a su gusto. Se podía suponer que los otros amenazaban. Por eso, cuando
se hizo de nuevo el silencio, la voz de Cherardo se elevó clara, bravía,
amenazadora:
Paso, que llega mi ronda
y es la dueña de la noche
cuando las guitarras
callen
hablarán nuestros
garrotes.
Y ahora sí, mucho más
cerca, se pudo escuchar la contestación de la otra ronda, que desde luego no se
amilanaba:
Los garrotes callarán
y callarán las guitarras
que esta noche van a
hablar
los cuchillos y navajas.
El picadillo había subido
de tono y ya eran inútiles las palabras.
Las jotas de picadillo
han sido de lo más típico y sabroso en nuestro cante. El picadillo era veces
diálogo entre mozo y moza y así se ha popularizado.
Pero inicialmente fueron
rondalla contra rondalla. Es verdad que las más de las veces la sangre no
llegaba al río y se contentaban con esos alardes bravucones y la inspiración
que se plasmaba en las coplas alusivas. Sin embargo, no es menos cierto que a
veces también terminaban los insultos como "el rosario de la aurora".
A mí me impresionó lo de
los cuchillos y navajas porque con eso no había contado y con disimulo iba
buscando el amparo de Tomás.
Pero la cosa terminó como
menos esperábamos, aunque bien podía presumirse, ya que el ambiente cargado de
los días pasados había trascendido a todo el pueblo. Las dos rondallas se iban
acercando despacio, espiando los movimientos de sus contrarios, cuando de
pronto, del patio de una casa, salió el alguacil con un farol en la mano.
Detrás de él iba nada menos que el alcalde y a continuación una pareja de la
Guardia Civil.
Yo creo que en el fondo,
todos agradecimos su presencia.
La primera autoridad dijo
con tono tajante y definitivo:
-Ahora a dormir todos.
Por esta noche ha terminado la ronda.
Comprendimos que no había
nada que hacer y cada rondalla se volvió por donde vino y comentando todos entre
sí lo que hubieran hecho con sus adversarios de no haberlo impedido el alcalde
y la Benemérita.
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