San Miguel, fue erigido
patrón de las localidades donde convivían cristianos, moriscos y judíos, hasta
la expulsión de nuestro país de estos dos últimos, ya que el arcángel aparece
en los libros de las tres comunidades. El Santo tiene dedicadas diversas
ermitas y parroquias en todo Aragón.
Para San Miguel Arcángel
(29 de septiembre) terminaba el ciclo agrícola o el año laboral y, así, los
jornaleros finalizaban el contrato con sus amos o lo renovaban por un año más.
Era la "sanmiguelada", fecha en la que se ajustaban las cuentas del
año y se decidían para el siguiente.
Coincidía este día con el
repaso de cuentas en las casas, con el ajuste de mozos y sirvientas, la
renovación de médicos, farmacéuticos… era algo así como el balance de ingresos
después de los gastos onerosos que imponía la recolección, entre fatigas,
sudores y lágrimas…
Era el día de San Miguel,
“revolvedor” en que la casa de labrador, asalariaba su servidumbre para el año
próximo; firmaba el contrato de arriendo de sus domicilios o de sus tierras;
vencían los pagaré, el préstamo o la hipoteca; y en dicho día se celebraba en
muchos lugares, la feria de la servidumbre, a donde concurrían de casi todos
los pueblos de la montaña y donde se celebraban ajustes y buscaban criados, como
si se tratase de un mercado de ganado. Una feria de este tipo muy importante se
daba en el lugar de Graus.
La llegada de San Miguel
suponía un verdadero trasiego de gente joven de ambos sexos; servían en casas
de labranza en los pueblos, y en la ciudad como doncellas, cocineras, o
niñeras.
Los asalariados se
vinculaban a las casas, por espacio de una añada, de sanmigalada a sanmigalada,
que era la fecha crucial del calendario agrario y el hito temporal de
renovación o rescisión de los contratos entre amos y jornaleros. En general
esos contratos eran de carácter verbal, en los que la dieta de los jornaleros
era muy importante, ya que ésta, se constituiría en uno de los factores de
descontento de los jornaleros, ya que muchos de ellos se contrataban poco más
que por la comida. La sociedad montañesa era eminentemente autárquica y la
circulación del dinero estaba en estado muy embrionario. El refranero popular,
hace gala de un enorme sentido irónico: “¡Ya van en menos las malas, que me
quedan once meses y tres semanas!” Este axioma popular ha quedado como patrón
definidor de las servidumbres sacrificadas. Estar hastiado del comportamiento
del amo a la primera semana del contrato es harto significativo. La abstinencia
de los jornaleros es un hecho muy divulgado por toda nuestra tierra. Dado el
alto índice de testimonios orales, no podemos negar que la frugalidad no estaba
exenta en la dieta alimentaria tradicional. El patrimonio y el gobierno
doméstico tenía en la virtud del ahorro, una conducta de ejemplaridad. A veces
la acción de ahorrar rayaba en la cicatería y en el egoísmo. Y de ello dejaron
constancia los peones.
Eran también fechas de
retorno de los pastores de las montañas para los que la climatología impedía
continuar en los valles pirenaicos, y era el momento de regresar a la tierra
baja, a los pastos de invernada. Este descenso se realizaba, en ocasiones, de forma
escalonada. En Ansó, las ovejas subían a los puertos el 10 de julio y
permanecían en ellos hasta el 29 de septiembre.
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