Datos personales

Mi foto
ZARAGOZA, ARAGÓN, Spain
Creigo en Aragón ye Nazión

lunes, 22 de octubre de 2012

De novios

Urbez ya entraba en casa.  "Entrar en casa" era la aprobación oficial por parte de los padres de la novia para que un chico la cortejara. Generalmente no se hacía hasta muy adelantadas las relaciones.
La petición de mano en casi todo Aragón la hacían los padres acompañados del novio o, éste acompañado de aquéllos. Si el mozo no tenía padres lo hacían los cuñados o algún otro pariente próximo. En algunos sitios se daba con ese motivo el anillo de compromiso.
Para la negación de matrimonio por parte de los padres o tutores de la novia, el Derecho Aragonés preveía  una fórmula foral que se llamaba, y se sigue llamando, “Sacar la manifestada" que consiste en sacar a una joven mayor de edad, de su casa y ponerla fuera de la patria potestad bajo la tutela que designe el juez, para que pasado el tiempo legal, pueda contraer matrimonio con consentimiento judicial si los padres se lo niegan.
A mí me caía bien Urbez, porque nunca me había tratado como a un crío y me parecía bien para novio de mi hermana. Claro que para entonces ya se había hecho lo que entonces llamaban "petición de mano".
Un domingo vinieron a comer a casa Urbez y sus padres.
Mamá había sacado la mantelería de cruceta de las grandes ocasiones que guardaba en el arca con la ropa buena y cinco o seis membrillos para que le diesen buen aroma. La comida, naturalmente, sería en la sala. Normalmente comíamos en la cocina.
Ya desde la mañana mi hermana, toda nerviosa, estuvo preparando la mesa, con la vajilla buena, la serbilla para el pan, los salvamanteles que ella misma había bordado en la escuela y hasta fue a pedirle a tía Juana un par de fuentes preciosas que tenía. La abuela la ayudaba en todo y no sé cuál de las dos estaba más nerviosa y emocionada.
Después estudiaron el sitio de cada comensal. Por cierto que ésa fue la primera vez que vi a las mujeres sentadas a la mesa. Generalmente sólo los hombres lo hacían. Las mujeres servían y comían entre plato y plato en la cocina y hasta iban fregando la vajilla. Esta vez, y supongo que para acompañar a la madre del novio, mi madre y mi hermana ocuparon un lugar en el comedor.
Esos eran los que llamábamos "buenos modos". En concreto durante la comida las convenciones sociales y culturales exigían unas reglas que jamás se omitían. Al empezar un pan siempre se lo santiguaba haciéndole una cruz con la punta del cuchillo en la corteza. Esto era tan típico que incluso hemos oído en todo el pirineo: "Esta casa era muy fuerte, se hacían hasta ocho cruces a la semana" es decir que se comían ocho panes, de aquellos inmensos de dos o cuatro kilos.
En Aragón el pan siempre ha tenido un algo de sagrado. Si se daba una tajada de limosna a un mendigo, primero se besaba el pan y luego se entregaba. También se besaba la rebanada que se había caído al suelo al recogerla. El pan nunca se apoyaba en la mesa sobre la parte redonda o superior porque "sufría la Virgen".
El vino tenía otros rituales diferentes. Nunca se bebía hasta que lo hacía el que presidía la mesa. La medida en días ordinarios (no en un banquete) era clara: "un trago para la verdura y dos para la pizca". Esto, lógicamente no se tenía en cuenta en las comidas de "huéspedes", como tampoco se tasaba el trago. El ideal al beber en bota o porrón era de "siete buchadas y la boca llena".
Cuando se comía a rancho en el campo, el molino, etc. también había un moderador para la bebida. Cuando lo creía oportuno exclamaba: "¡trago!".
Todos dejaban la cuchara apoyada en la sartén común, bebían por turno y no volvían a coger el cubierto hasta que todos habían libado.
Una superstición muy extendida es que no se debe dejar el porrón sobre la mesa de forma que el pitorro o pico apunte a algún comensal porque es malo para él.
Es señal de buena suerte y alegría si se derrama involuntariamente la sal o el vino
A partir de esa ocasión, pues, Urbez podría entrar en casa para cortejar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario