Urbez ya entraba en
casa. "Entrar en casa" era la
aprobación oficial por parte de los padres de la novia para que un chico la
cortejara. Generalmente no se hacía hasta muy adelantadas las relaciones.
La petición de mano en
casi todo Aragón la hacían los padres acompañados del novio o, éste acompañado
de aquéllos. Si el mozo no tenía padres lo hacían los cuñados o algún otro
pariente próximo. En algunos sitios se daba con ese motivo el anillo de
compromiso.
Para la negación de
matrimonio por parte de los padres o tutores de la novia, el Derecho Aragonés
preveía una fórmula foral que se
llamaba, y se sigue llamando, “Sacar la manifestada" que consiste en sacar
a una joven mayor de edad, de su casa y ponerla fuera de la patria potestad
bajo la tutela que designe el juez, para que pasado el tiempo legal, pueda
contraer matrimonio con consentimiento judicial si los padres se lo niegan.
A mí me caía bien Urbez,
porque nunca me había tratado como a un crío y me parecía bien para novio de mi
hermana. Claro que para entonces ya se había hecho lo que entonces llamaban
"petición de mano".
Un domingo vinieron a
comer a casa Urbez y sus padres.
Mamá había sacado la
mantelería de cruceta de las grandes ocasiones que guardaba en el arca con la
ropa buena y cinco o seis membrillos para que le diesen buen aroma. La comida,
naturalmente, sería en la sala. Normalmente comíamos en la cocina.
Ya desde la mañana mi
hermana, toda nerviosa, estuvo preparando la mesa, con la vajilla buena, la
serbilla para el pan, los salvamanteles que ella misma había bordado en la
escuela y hasta fue a pedirle a tía Juana un par de fuentes preciosas que
tenía. La abuela la ayudaba en todo y no sé cuál de las dos estaba más nerviosa
y emocionada.
Después estudiaron el
sitio de cada comensal. Por cierto que ésa fue la primera vez que vi a las
mujeres sentadas a la mesa. Generalmente sólo los hombres lo hacían. Las
mujeres servían y comían entre plato y plato en la cocina y hasta iban fregando
la vajilla. Esta vez, y supongo que para acompañar a la madre del novio, mi
madre y mi hermana ocuparon un lugar en el comedor.
Esos eran los que
llamábamos "buenos modos". En concreto durante la comida las
convenciones sociales y culturales exigían unas reglas que jamás se omitían. Al
empezar un pan siempre se lo santiguaba haciéndole una cruz con la punta del
cuchillo en la corteza. Esto era tan típico que incluso hemos oído en todo el
pirineo: "Esta casa era muy fuerte, se hacían hasta ocho cruces a la
semana" es decir que se comían ocho panes, de aquellos inmensos de dos o
cuatro kilos.
En Aragón el pan siempre
ha tenido un algo de sagrado. Si se daba una tajada de limosna a un mendigo,
primero se besaba el pan y luego se entregaba. También se besaba la rebanada
que se había caído al suelo al recogerla. El pan nunca se apoyaba en la mesa
sobre la parte redonda o superior porque "sufría la Virgen".
El vino tenía otros
rituales diferentes. Nunca se bebía hasta que lo hacía el que presidía la mesa.
La medida en días ordinarios (no en un banquete) era clara: "un trago para
la verdura y dos para la pizca". Esto, lógicamente no se tenía en cuenta
en las comidas de "huéspedes", como tampoco se tasaba el trago. El
ideal al beber en bota o porrón era de "siete buchadas y la boca llena".
Cuando se comía a rancho
en el campo, el molino, etc. también había un moderador para la bebida. Cuando
lo creía oportuno exclamaba: "¡trago!".
Todos dejaban la cuchara
apoyada en la sartén común, bebían por turno y no volvían a coger el cubierto
hasta que todos habían libado.
Una superstición muy
extendida es que no se debe dejar el porrón sobre la mesa de forma que el
pitorro o pico apunte a algún comensal porque es malo para él.
Es señal de buena suerte
y alegría si se derrama involuntariamente la sal o el vino
A partir de esa ocasión,
pues, Urbez podría entrar en casa para cortejar.
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