Entre Huesca y Ayerbe han
pasado por la historia pocos personajes tan famosos como Cachucha de Plasencia.
Si vais a Ayerbe y tenéis
un ratico, deteneros en Plasencia del Monte. Ya no está la famosa balsa de
antaño, la que dio su apodo de raneros a sus habitantes. Bueno, a falta de
agua, echaras un buen trago de vino y sacad a conversación el nombre de
Marianer y os aseguro que pasaréis un buen rato. Que os cuenten sus bromas y,
mejor aún, sus salidas.
Ya murió hace unos cuantos
años, Por los setenta. Le decía a su amigo, el señor Jesús de Ena, que no le
gustaría morir sin haber estado en Zaragoza, y mira por donde fue a morir aquí.
Parece que lo barruntaba
cuando se despedía de su amigo (se había quedado ciego, pera no había perdido
su buen humor):
-Adiós, Jesús, que m'en
voy ta Zaragoza, que m'han dicho que allí estaré mejor qu'os peces en o
rastojo.
Aquí paró de correr. Que
ya había corrido por su lugar... Bueno, él decía que llegaba a Huesca con dos
pedaladas de bicicleta: con la primera... hasta Castejón, y la segunda “con
cuidiau” que si no, se zampaba o Coso.
Y no era presumido. Si
acaso presumía, era de mujer. Decía que la suya era guapísima, que lo único feo
era la cara y el tipo. Y si le pinchabas, te contaba cómo conoció a su mujer,
que la fue a buscar a Sarsa y se trajo la “mochuela”. Y conste que a los de
Sarsamarcuello no los llaman “mochuelos” porque tengan los ojos saltones o algo
así, si no por lo espabilaus.
Cachucha llegó a Sarsa. En
el lavadero, a la entrada del pueblo, que antiguamente suplía las oficinas de
información, se enteró si había mozas casaderas, que é! ya se estaba haciendo
mayor y andaba soltero.
-Sí, señor: Pregunte en
casa de Alagona, que allí hay dos o tres solteras.
Llama a la puerta. Habla
con el amo y le expone su problema. Al padre de las mozas le parece bien, y
mientras hablaban, sale una de ellas, que parecía una florecica de guapa y bien
plantada. Y Marianer:
-Si es ésta, m'alegro
mucho, que es bastante guallarda.
-No, la que se va a casar
es otra. (Y sale la otra bastante fea.) Cachucha sugiere:
-¿No sería mejor con la
otra?
Y el padre:
-No, que mi abuelo me dio
un buen consejo. Siempre me decía: “cuando vayas a vender tocinos, mira de
sacarte los malos, que los buenos ya vendrán a buscarlos a casa”.
Esa fue la única vez que
Marianer Susín -Cachucha- no se salió con la suya.
Por ejemplo, dicen que
siempre que viajaba lo hacía comodísimo, aun en aquellos tiempos en que a la
gente le daba por ir en tren (que había valor para todo) y el sesenta y cinco
por ciento de ellos, por supuesto, de pie por los pasillos o confortablemente
instalados sobre su maleta de madera en la plataforma.
-Que no tendrás asiento,
Marianer, le insistía su amigo Jesús de Ena.
-Ya lo verás, ya lo verás.
Y tú apréndete el truco.
Distribuyendo “perdones” y
“lo siento” a todos los del compartimento, se hacía una esquinica como podía,
entre las protestas con sordina de los afortunados que llegaron antes.
A continuación empezaba a
rascarse por todos los rincones de su geografía anatómica, terminando con el
gesto inconfundible de cazar un piojo de su pelambrera y aplastarlo
cuidadosamente entre las uñas de sus pulgares. No fallaba. A los pocos minutos
la gente iba abandonando el compartimento, dejándole en señor absoluto de la
situación, para poderse comer en paz su tortilla de patata y hasta echar su
siestecica.
En los bares de Ayerbe,
supongo que todos lo recuerdan.
Un año para las fiestas se
juntaron cinco o seis “raneros” en casa Ovejero. Todos querían pagar la
consumición, como suele pasar en esos casos, sin parar de porfiar. Cachucha
intervino con su solución:
-Vamos a hacer una cosa.
Yo le voy a vendar los ojos al camarero y al que coja, lo paga todo.
Dicho y hecho. Cuando le
tapó los ojos al zagal, hizo señas a sus amigos para que salieran en silencio y
allí se queda el buen camarero tentando paredes y derribando sillas en busca
del pagano. Al ruido entra el amo del bar. El camarero lo agarra todo
alborozado:
-iTú lo pagas todo!
-Ya me lo pensaba yo,
comentaba el dueño del bar, que he visto salir a Cachucha todo cutio con cinco
o seis más...
Pero la mazada buena de
Marianer fue involuntaria, aquella noche bastante oscura en que había bebido
más de la cuenta y marchaba solo para casa. Le entraron ganas de orinar y no se
le ocurrió cosa mejor que hacerlo en la fuente de la plaza, que estaba desierta
a aquellas horas. Allí se fue y allí se estuvo el hombre meando toda la noche,
hasta que se hizo de día, porque como oía el chorrico del surtidor de la
fuente...
Recuerdo lo mejor que me
contaban de él. “Nunca corría. ¡Pero el campo lo tenía apañau, como ninguno!”
Que la ociosidad sea la
madre de todos los vicios, está ya muy dicho, aunque no sé si está tan probado,
ya que una fuente inagotable de salidas requiere el sosiego que nuestra
civilización de las prisas y el dinamismo ha perdido para siempre.
Dichosas prisas; nada
podemos hacer con calma. Cuando de crío estando a la mesa dejaba yo los
cubiertos sobre ella, mi abuela me reprendía:
-Mialo, como o sastre d'o
lugarón, que para hablar se quitaba el dedal.
Todavía sigo envidiando yo
al sastre del lugarón; y a mi abuela, que tanta sabiduría popular había ido
almacenando durante años y años. A ver si me vaga un día y me pongo a contar
más cosetas de ella.
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