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jueves, 28 de junio de 2012

Juegos infantiles, creencias, magia…

El mundo vegetal y los niños, siempre ha tenido connotaciones mágicas y experiencias, que superan cualquiera de los juegos, que pueden comprar.
Es imaginación, y eso solo se aprende con la naturaleza y la convivencia con ella.
¡La magia de la adivinación en los juegos infantiles! ¡Y con apuestas!
Coges un capullo de amapola (ababol, decimos en aragonés) y ya está la incertidumbre: ¿Fraile o monja? Lo abres y aparecen los pétalos arrugadicos, incipientes: si son blancos, es monja, si ya colorean es fraile.
Siempre la adivinación ha tenido un algo de dramático y misterioso y el niño la ha practicado continuamente. Recuerdo que arrancábamos unos tallicos con hojas dispuestas simétricamente a lo largo de ellos. Se deslizaban dos dedos por la ramita y se arrancaban todas las hojas que quedaban en la punta de los dedos como si fuera la cola de un pájaro y se preguntaba al compañero: "gallo o gallina". Era gallo cuando el número de las hojas resultaba impar, y gallina en caso contrario.
Otras veces era la adivinación interesada, por ejemplo cuando te ofrecían los dos puños cerrados para sortear. ¿En qué mano está la china?
Cuestión de cantar tocando alternativamente las manos que te ofrecían con una palabra o un acento a cada mano:
“Palomita pinta - repinta
dime la verdad - soledad:
si yo salgo libre tú iras al cielo
si salgo pagando tú iras al infierno”.
Las niñas adivinaban o se jugaban los años de vida saltando a la comba. Influía la habilidad, claro, pero también la suerte al estilo de los augurios romanos:
Cuco de mayo
cuco de abril,
dime los años
que he de vivir
uno, dos, tres, cuatro...
A cada salto limpio, un año. Y se envidiaba a las que llegaban a los cuarenta o cincuenta que al niño le parece una edad de senectud.

Para ayudamos a entender el significado de estos juegos en las formas mágicas de adivinación tendríamos que apoyarnos en el mito: '"El mito es, el resultado natural de la fe humana porque todo poder ha de dar signos de su eficiencia, ha de actuar y ha de saberse que actúa, si es que las gentes han de creer en él. Toda creencia engendra su mitología, puesto que no exige fe sin milagros y los principales mitos cuentan simplemente el primordial milagro de la magia misma.
A perdonar la digresión, pero me ha salido así…
Las niñas, evidentemente, preferían juegos de habilidad que en la comba adquirían una gama variadísima desde la velocidad en el salto (en mi pueblo decían "Pan, vino y tocino, cino, cino..." imprimiendo un ritmo cada vez más acelerado.
También era de habilidad aquél de:
"Soy la reina de los mares
señores lo van a ver:
tiro mi pañuelo al suelo
y lo vuelvo a recoger".
 Aunque la habilidad, -siempre unida con la gracia femenina-, se demostraba en el juego del descanso o rayuela.
Valdría la pena sondear la psicosis que se encierra en el gusto del hombre por la limitación: los juegos verbales en los que no vale decir "ni sí, ni no, ni blanco ni negro, ni qué me sé yo". Incluso en las limitaciones impuestas hasta el caminar por las losas de la acera sin pisar ninguna juntura: "el que pisa raya pisa medalla, el que pisa cruz pisa a Jesús”.
 Las vivencias religiosas en la infancia tenían una resonancia ancestral mezcla de devoción, magia y superstición y con frecuencia estaban cargadas de simbolismo, como en el caso del uso de las matracas en Semana Santa, en el hecho de no poder ni siquiera cantar en esos días misteriosos porque había muerto el Señor.
También en el estruendo que se armaba en la iglesia al final del oficio de tinieblas golpeando los bancos para recordar el terremoto que siguió a la muerte de Cristo. Parecido el estallido de las vejigas de tocino hinchadas, en la misa del Gallo como se practicaba en Lanaja y muchos lugares de nuestra tierra.

En varios pueblos de nuestro Aragón, he podido detectar la costumbre y creencia de que el Viernes Santo no se podía barrer la casa, ni la puerta de la calle, ni siquiera quitar el polvo. Decían que si se hacía la casa se llenaba de hormigas.
En la Ribagorza el día de Jueves Santo y mientras duraba el “ayuno de las campanas”, el decir hasta el Sábado de Gloria por la mañana nadie se saludaba por muy amigo que fuese aquel a quien se encontraba. Esto respondía a una antigua costumbre de tiempos ya muy lejanos que, cuando se llevaba luto no se saludaba a nadie ni se era saludado. Caso de hacerlo, se interpretaba como una ofensa al difunto y se creía que se hacía sufrir a su alma.

El encontrarse tres curas juntos era señal de buena suerte si se tocaba madera. Cuando dos personas decían la misma palabra o frase a la vez, sin ponerse de acuerdo, sacaban un alma del Purgatorio.
A las "almetas" se las quería y temías la vez. Al pasar por el cementerio se rezaba:
"Buenos días, almas benditas, Dios quiera que en el cielo nos veamos todas juntas".
Pero al mismo tiempo, si había un difunto recientemente enterrado había que tirar una piedra a la puerta del Camposanto para que su alma no nos siguiera.
También hacían pequeños servicios. Por ejemplo, si querías despertarte a una hora concreta y no tenías despertador, bastaba con rezarles a las almas del purgatorio un padrenuestro al acostarse.
Y a propósito de rezos, recuerdo la creencia infantil de entonces, de que si rezabas todas las noches un padrenuestro a San Gregorio, te avisaba tres días antes de morir. ¡Y hay que ver con qué esperanza mezclada de miedo nos dormíamos convencidos de que íbamos a oír tres golpes en el tabique a media noche!
Toda esta ciencia acumulada generación tras generación había que trasmitírsela a la siguiente y eso era lo que hacía yo con Urbez, como lo habían hecho conmigo.
Pero cojo una cereza del capacico, y se me vienen conmigo cinco o seis. A ver si soy capaz de cortarles el rabico… Otro rato hablaremos de juegos.



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