Llegaba un momento en que
había que “desbezar” o retirarles el pecho a los niños. Como la lactancia se
había prolongado durante tanto tiempo, los bebés se habían habituado de tal
forma al alimento materno, que resultaba complicadísimo conseguir que lo
dejaran. Y aquí entra en acción la imaginación de la madre para conseguir que
lo aborreciesen.
Los métodos se reducían a
dos: asustar a los niños con algo para que rehuyesen el pecho o ponerle sabores
malos que lo hiciesen rechazable.
En algunos lugares la
madre se manchaba los pechos con un mascarón de hollín. ¡Siempre el color negro
como fantasma! (Bailo, Vilanova, Ayera) o bien un trozo de lana negra de oveja
en el pecho que conseguía el mismo fin (Sarvisé).
También los asustaba una
pluma de gallina o una cola de conejo entre los senos (Sena) y hasta un montón
de llaves colgadas que resultaban frías y ruidosas y en todo caso extrañas al
niño (Berbegal).
No faltaba tampoco algún
remedio mágico para que la misma leche se retirase, como hacían por la montaña,
que las mujeres se ponían peines calientes envueltos en lana en la espalda y
con eso dicen que la leche ya no llegaba.
Como en casa
protestábamos ante la idea de hacer miedo al nene, se descartaban las
soluciones de este tipo.
Entonces lo que hizo la
tía fue untarse con miel y sal, que era el remedio más corriente. Estábamos
expectantes ante la reacción de Urbez. El puso una cara de asombro y susto y
rompió a llorar con todas sus fuerzas.
Cuando se le paso el
berrinche volvió a acercar sus labios al pezón y de nuevo echó a llorar. Nos
daba pena y risa al mismo tiempo. Al final, en la lucha entre el hambre y el
mal sabor, triunfó aquél y se puso a mamar, resignado al comienzo y luego como
si tal cosa.
La abuela celebró su
decisión asegurando que sería un niño que comería de todo, no sería melindroso
y se adaptaría a todos los sabores.
Pero sin embargo hacía
falta que aborreciera el pecho de su madre de una manera drástica. A la vez
siguiente que le tocó mamar, mi tía añadió a la untura de miel y sal un poco de
guindilla, como habíamos oído decir que hacían en Adahuesca.
Los sabores desabridos se
utilizaron más que los métodos de miedo para destetar a los nenes. La miel con
sal era el más conocido y lo hemos oído en Biscarrués, Bailo, Vilanova, Ansó,
Adahuesca, Berbegal, Sarsamarcuello y Tierrantona.
En Loarre se untaban con
pepinillo silvestre, que es muy amargo. Con sal simplemente, lo hacían en
Grañén, Ceder, Naval, El Grado, Las Bellostas, Buera y Colungo.
Con pimienta en Sarvisé,
Echo y Albelda; con ajo en Estada y en Berbegal y con calabacines en Alberuela
de Laliena.
Ponían algo amargo en los
pezones (y no me concretaron qué sustancia) en Albelda, Ontiñena, Ayera,
Almudévar y Ardisa.
Más bastos eran en
Chalamera, que se untaban con excremento de palomos, mientras que en Naval
utilizaban cagallón de burro o macho.
En Hoz de Jaca, aparte de
utilizar el pimentón, ponían en el pezón agua de orina.
Otro método de destetar,
más suave en cuanto al sabor, pero que les producía a los niños otro tipo de
amargura era llevarlo a dormir fuera de casa para que no viera a su madre
(Belillas, Alberuela de Laliena)
Pero estaba comentado,
que en esta ocasión, se le añadió a la untura de miel y sal un poco de
guindilla.
Esto ya superó su
capacidad de succión. Empezó con unas toses, luego un carraspeo para terminar
con unas jotas entrelazadas y sólo al final comenzó a llorar con amargura. Así
es como mi primo dejó el pecho y de paso aprendió a pronunciar el sonido
"jota" que las demás madres enseñan a base de "ajo, ajitos al
nene".
Alguien sugirió que el
mejor remedio sería que Urbez no viese en una temporada a su madre. Mi tía se
negó en redondo: decía que no sabía si el pequeñín podría soportado pero que
ella, desde luego, se sentía incapaz de estar ni un solo día sin verlo a él.
"-¡Como si fuera un huérfano!" y lo
dijo con un tono...
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