Como cambian los tiempos. Estos tiempos nos traen
formas de vida, que yo me pregunto: ¿son mejores? No lo sé, pero lo que tengo
claro que nuestros mayores eran, a su manera, más felices. Ahora en muchas
casas son a veces hasta un estorbo y verlos en los bancos de las plazas
hablando de sus cosas, casi adivino que no se salen mucho de los recuerdos que
me trae mi infancia.
Hoy se llega tarde a casa y mientras se cena, en
lugar de comunicarte con el resto de la familia, sobre lo desarrollado en la
jornada, se enciende la televisión, que aunque aburra es imprescindible como
dueña absoluta de la palabra en la casa.
Nosotros estábamos todos en casa antes de cenar.
Todos. Las mujeres preparando la cena o haciendo calceta; los hombres fumando
un cigarrico que encendían con una brasa que cogían del fogaril con las tenazas
para ahorrar un misto y comentando las incidencias del día o escuchando al abuelo
que siempre tenía algo que contar de sus viejos tiempos. Y los chicos
escuchábamos o enredábamos. A veces cogías un palico encendido y lo agitabas en
el aire haciendo culebretas de fuego, aunque la agüela no nos dejaba porque
decía que nos mearíamos en la cama. Se estaba bien allí, en la cadiera, al amor
del fuego.
Las cadieras eran los bancos del hogar. En el
asiento se ponían pieles de cordero y se estaba muy cómodo y caliente. En el
respaldo había una mesa abatible que se llamaba “prezosa” y que se bajaba para
comer, para escribir, para echar una partida al guiñote…
De pronto el abuelo parecía transportado a los años
de su infancia. La abuela ya terminaba de cortar las sopas que había dejado
caer a su delantal, y destapaba la olla que colgaba del “cremallo” para
escaldarlas.
-Anda Bastiané, sostén el cremallo pera que no
baile.
Y es que si los llares quedaban bailando, era una
mala señal que anunciaba desgracias.
El abuelo seguía ensimismado, sin hablar. Se frotaba
las pantorrillas sin motivo aparente.
Los críos lo sacábamos de sus recuerdos.
_ ¿Te duelen las piernas yayo?
-No, no. Es que me estaba acordando…
Cuando estabas mucho rato en el fuego te salían
“cabras” en las pantorrillas. Era como se te hinchasen las venas que se ponían
negras.
Dolían mucho. Lo mejor era ponerse algún trapo aunque
te llegase menos calor. Que suerte tenéis los chicos de ahora que no conocéis
las cabras ni los sabañones.
Nosotros los llevábamos todo el invierno en las
orejas, en las manos, en los dedos de los pies…Mi madre nos ponía tintura de
yodo y nos hacía meter las manos en agua caliente…
En la cadiera, se hacía la vida en el invierno.
Sobre todo se hablaba mucho, que ahora es una pena que no se habla nada en las
casas. Allí, toda la familia se enteraba de cómo iba la poda, de cómo estaba la
tocina que se mataría a primeros de diciembre, si el crío de casa Royo, estaba
con sarampión. ¿Sabéis como se curaba el sarampión? Pues poniendo todo el
dormitorio bien royo, la luz se protegía
con un trapo rojo, en las ventanas se ponían cortinas rojas, en la cama alguna
manta encarnada…todo royo.
En la cadiera se pasaba bien hablando de cosas, para
nosotros las que contaba el abuelo.
Hoy, no sé si los abuelos modernos son escuchados
con la atención que lo eran los nuestros, y desde luego lo que tengo claro, es
que los de ayer hoy no serían lo felices que entonces los conocíamos.
Buenas noches, soy la bisnieta de Tereasa Zalcedo, cocinera del ahora pantano de Mediano que vivió des del 1945 hasta el 1959, hemos leído que usted estuvo en Mediano. Tienes más fotografías de Mediano?
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