Hace unos días pasaba por
Monreal del Campo camino de Molina de Aragón y observaba esos campos,
recordando que muchos años atrás, y por un compañero de colegio, tuve la ocasión de
pisarlos con el color morado de sus flores.
Cuando se me mete una
idea en la cabeza no paro de darle vueltas y esta vez se me enredaba con la
canción de la zarzuela La rosa del
azafrán qué mi padre canturreaba cuando hacía solitarios en la
mesa camilla de la cocina:
“La rosa del azafrán
es una flor arrogante
que nace al salir el sol
y muere al caer la
tarde”.
Hasta que no tuve la
ocasión de visitar el lugar, por los años sesenta, yo, el azafrán lo tenía
visto en unos sobrecitos que traían unos pocos hilos y que por cierto eran muy
caros. Mi madre lo utilizaba cuando hacía “arroz”, como le decíamos a la
paella. La verdad es que aquellos hilillos rojizo amarillentos eran muy
valientes y bastaba una cantidad pequeñica para darle al arroz color y sabor.
Recuerdo que después de
mi visita, quedé encantado del pueblo, de sus gentes y de su azafrán.
Había valido la pena el
viaje a Monreal del Campo, que es la capital (yo diría mundial) del azafrán.
Tuve ocasión de hablar con muchas personas dedicadas a su producción y me
contaron todo con pelos y señales y me dispongo a contarlo.
Hasta trabajé yo un par
de días en la recolección.
No son muchas las
hectáreas dedicadas a su cultivo, pero con toda seguridad es el producto más
valioso de todo Teruel, de modo que muchos lo llaman el “oro rojo”. Sin embargo, han
sido las clases más modestas las que se han dedicado a él, lo que les ha
supuesto, a pesar del duro trabajo que exige, una buena ayuda a su economía.
Claro que, como siempre, el productor es el que menos recibe. La mayor parte de
la tarta se la lleva el intermediario y el comerciante.
De todas formas, no es
fácil calcular su beneficio. No es indispensable comercializarlo cada año
porque no se estropea y puede almacenarse en casa a la espera de buenos
precios. Su venta se realiza casi siempre a escondidas en el secreto de la
noche: algo así como mercadean las trufas en tierras de Graus.
En la industria ha tenido
desde tiempos inmemoriales derivaciones hacia la farmacia, la perfumería y la
gastronomía, aunque no puede olvidarse su uso como colorante.
Nosotros –me acompañó un
amigo nacido en el lugar- llegamos muy a tiempo a Monreal, en el momento de la
recolección que es desde mediados de octubre hasta mediados de noviembre. Mis
amigos lo aclaraban con sus dichos y refranes: “Por Santa Teresa, la rosa en la
mesa” y “por San Lucas, azafrán a pellucas”.
Entendí que “pellucas” es
algo así como “a montones”.
Desde luego, el campo
estaba precioso, cuajado de rosas, con su típico color purpúreo morado
brillante y llamativo. Yo me acordaba de la canción:
“La rosa del azafrán
se viste de color morado,
las lengüetas de amarillo
y el corazón olorado”.
-Qué! -me insinuó el
señor Paco, el amigo de mi amigo, que es el que nos había hospedado en su
casa-, ¿te animas a venir mañana al campo?
Yo lo estaba deseando y
enseguida le contesté que desde luego. Él me explicó que había que madrugar
porque con las primeras luces se abren las flores y es más fácil la recogida. Y
lo apostilló con una copla:
“La rosa del azafrán
florece una vez al año;
si quieres cogerla bien
hay que cogerla temprano”.
Yal punto del día ya
estábamos organizados para salir al campo.
Yo me sentía nervioso y
aún pregunté por qué no salíamos antes. El señor Paco me contestó con un
refrán: “Azafrán de noche y candil de día, bobería”.
Todos en la comitiva
íbamos de buen humor. A los chicos los hicieron subir al carro, junto a los
cuévanos. Yo escuché la definición:
“Un cuévano es un cuévano;
dos cuévanos, una carga;
tres cuévanos, carga y media,
cuatro cuévanos, dos cargas”.
Con el azafrán no valen
los pesos y medidas corrientes. Tienen que ser los suyos específicos. Me
llamaron la atención especialmente el “robo”
y el “cahíz”. El
robo es un recipiente de madera que se coge con un listón en la zona superior
que va abierta. Un robo equivale a 17 kg y medio. El cahíz equivale a ocho robos,
es decir, 140 kg .
No hay que confundirlo con el cahíz de tierra, medida de superficie. Un cahíz
de tierra viene a producir, aproximadamente, dos cahíces de bulbos de azafrán.
Ahí nos tenías, pues, a
los zagales charlando en el carro, mientras los mayores seguían el paso de las
mulas cantando, porque en Teruel, son muy alegres y siempre cantan con
cualquier motivo:
“Cuando vas de mañanica
a coger el azafrán
quisiera ser yo la rosa
para poderte besar.
Nací en el campo y no tengo
palabras para cantar:
la tierra que voy arando
sólo amargura me da”.
Yo veía a los hombres
delante del carro con la chaqueta puesta porque a esas horas hacía frío, las
manos hundidas en los bolsillos, la alforja al hombro, los bajos de los
pantalones un poco remangados para que no los mojase la rosada que empezaba a
rezumar, sus pobres albarcas de cuero, de fabricación casera (“de tordiga"
las llamaban).
“Albarcas de tordiga
duran nueve días:
tres, con pelo; tres sin pelo;
y tres con el pie en el suelo”.
“Canta, carretero, canta,
canta camino adelante,
que para olvidar las penas
nada existe como el cante”.
Llegamos a la primera
plantación. Se notaba que era la segunda semana de floración, que es la más
abundante, cuando se forma el “manto” o la “florada". Las flores salen a
la superficie con las primeras luces del alba. Lo dice la canción de la
zarzuela que tan clavada tenía yo en la memoria: “Que nace al salir el sol y
muere al caer la tarde”.
Aflora en forma de
capullo, que va creciendo y abriéndose para arrugarse como si estuvieran
marchitas al atardecer. Nosotros llegamos en el momento oportuno y enseguida
nos pusimos a la faena. Era sencilla, pero pesada por la postura que se adopta,
doblados por la cintura para ir cortando flor a flor y depositarlas en el
cesto. Se hace con los dedos índice y pulgar, aprisionando entre los dos el
“tubo floral” que le dicen “rabo”.
Cada uno llevaba una
cesta de mimbre agarrada por el asa con la mano izquierda y que, de paso, hacía
las veces de bastón, permitiéndonos apoyarnos en ella, mientras las rosas se
cogían con la otra mano. Y no se cantaba. Cada uno estaba concentrado en su
tarea, que había de realizar con exactitud y rapidez antes de que las rosas se
abrieran del todo. A mí me dolían los riñones y tenía que pararme de cuando en
cuando para estirarme. El señor Paco me dijo que me sentara a descansar, pero
el amor propio me lo impedía al ver que ninguno se detenía. .
Al cabo de un par de
horas todos paramos para almorzar.
Sentados allí mismo en el
suelo, dimos buena cuenta de la tajada de pan con un par de pizcas de adobo que
nos trajo la señora Inés, la mujer del señor Paco.
Nunca he comido bocados
más deliciosos. Tal vez me lo parecieron por el apetito que se me había abierto
con el trabajo.
El señor Paco ya llamaba
para continuar el trabajo. La mañana avanzaba y había que aligerar.
Hasta pasado el mediodía
estuvimos cogiendo rosas y los carros ya estaban llenos. Se veía la alegría en
todos los rostros. Al entrar en el pueblo alguien cantó:
“Están cubiertas de flores
las calles de Monreal:
son las mocicas que vienen
de coger el azafrán”.
Efectivamente, estaban
confluyendo de todos los caminos pandillas y pandillas de azafraneros. Unas
mozas cantaban picaronamente:
“El que tenga una viña
junto a un azafrán
no necesita cesta
para vendimiar,
que las esbrinadoras,
cuando al campo van,
de racimo en racimo
las vendimiarán”.
Ya he dicho que Monreal
es la capital del azafrán. Pero la zona azafranera es mayor: coge las tierras
del Alto Jiloca y se extiende desde Calamocha y Barrachina hasta Santa Eulalia,
Cella y Villarquemado pasando por Blancas, Bañón, Torrija y Torrelacárcel. Creo
que eran veintiséis los municipios que tenían como principal riqueza el
azafrán.
Después de comer venía la
operación de “esbrinar”, es
decir, arrancar los estigmas de la flor. Esto se hacía siempre en casa. Tenían
una mesa camilla grande y alrededor de ella nos sentamos todos en círculo.
Sobre la mesa se ponía un
montón de rosas. Nosotros cogíamos una flor.
Era una tarea delicada:
se sujetaba por el rabo con el pulgar y el índice de la mano izquierda y se
frotaban los dos dedos y con los dos mismos dos dedos de la mano derecha se
separaban los estigmas del resto de la flor y se colocaban en otro montón.
No te haces idea de cómo
es la rosa del azafrán, hasta que no la tienes en la mano:
Lo que se podría llamar
la raíz es un bulbo de aspecto carnoso.
Aquí lo llaman “cebolla”
porque es muy parecida a ella. Por dentro es blanco y está envuelto por unas
capas o túnicas protectoras que las llaman “farfolla”. Son las que se utilizan
como simiente en una plantación nueva. De la cebolla sube un tubo, que es el
“rabo”, y de él sale la rosa, que está formada por seis sépalos y seis pétalos
haciendo un conjunto como acampanado. El pistilo está formado por un estilo que
termina en tres estigmas flexibles, resistentes, en forma de copa alargada, muy
aromático y de color rojizo fuerte que es lo que llaman los “brines” del azafrán.
Esto es lo que se
selecciona en cada rosa.
Perdonar el rollazo, pero
no se me ocurre otra descripción mejor.
El separar estos “brines” -o “esbrinar”- no es pesado.
Lo malo es que se tarda mucho rato, y eso es lo peor. Menos mal que mientras
tanto se puede charlar, contar cuentos y cantar, todos en corro. Hay quien
canta:
“La ponen
sobre una mesa,
entre diez
la despedazan.
La queman
a fuego lento
y la dama
ya descansa.
Se la
llevan a las Indias
para el
remedio de España”.
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