Nos
trasladamos desde la fundación de la ciudad a los años 1860, que no se conocía
otra iluminación que teas, candiles y cualquier artilugio con que alumbrarse. Uno
se lo imagina muy bien, cuando conoció la electricidad en su lugar de
nacimiento a la edad de 7 años. Hay que imaginarse una ciudad totalmente a
oscuras y solo transitada por la noche por alguien que portara una antorcha,
candil o similar.
Sobre
1800, la ciudad necesitaba alumbrado público para poder circular por ella. Era
un gran adelanto aquellos farolillos alimentados de aceite, en la vía pública.
Las calles de Zaragoza empezaban a iluminarse con farolas. Y para las farolas,
hacían falta faroleros. Todos los días salían provistos de una escalera y el
correspondiente farolillo en la mano. Durante las noches de luna llena, los
moradores tenían que contentarse con la luz de este astro.
En aquellas invernadas, los faroleros pasaban
las de Caín. En una cazuela llevaban unas brasas para deshelar el aceite de las
candilejas. Todos los días iban a buscar el aceite a la Lonja para reponer el
consumido. Terminada la faena, quedaba la ciudad con sus gusanos de seda, que
tal era el efecto causado por las farolas en cuestión.
Pero
cuando soplaba el Moncayo, que en esto de soplar seguimos igual, la ciudad
quedaba a oscuras. Basta recordar lo ocurrido al visitar Zaragoza el general
Espartero el 12 de mayo de 1856, para colocar el primer rail en las obras del
ferrocarril Zaragoza a Madrid. Se habían instalado espléndidas iluminaciones.
Pero no se contó con la presencia del Moncayo, que en un momento dejó la ciudad
en tinieblas.
Cuando
el petróleo vino a sustituir al aceite, sucedía, pero no con tanta frecuencia.
Pero
llegó el gas. ¡Que gran adelanto! Zaragoza quería marchar con el siglo. El 17
de mayo de 1864 fue adjudicada la instalación de gas a la sociedad bancaria
Credit Lyonnais. La contrata fue por 50 años. Aprobado el proyecto en octubre
de 1864, la empresa francesa adquirió terrenos en la zona de Miraflores (entre
el camino de las Torres y el río Huerva) para construir la fábrica de gas,
inaugurada en la primavera de 1865.
Salida a Plaza Magdalena desde San Lorenzo |
A
primeros de abril de 1866 empezó el suministro a particulares en la calle
Espartero, Coso hasta la calle Don Jaime y Paseo de la Independencia.
Este
siglo estaba lleno de sorpresas. Prácticamente acababa de instalarse en las
farolas de la ciudad el gas, cuando aparece la electricidad. En Europa se
conoce por primera vez, en una exposición celebrada en Francfort el año de
1893. En Zaragoza se sentían anhelos por la instalación de la gran conquista.
Prueba
de ello es que en el programa de fiestas del Pilar de 1894, se señalaba que
para el día 19 de octubre de este año, el siguiente y curioso número: “Al
terminar los fuegos se encenderá una luz eléctrica sobre el Puente de Piedra,
la cual arderá por espacio de dos horas”.
Se
abrieron dos tendencias para la instalación del alumbrado público de la ciudad:
la del aprovechamiento de la fuerza hidráulica
y la de vapor.
Isaac
Peral defendió esta última desde una platea del Teatro Goya de la calle San
Miguel nº 10 y surgió por proyecto suyo, el 2 de agosto de 1893 la “Electra
Peral Zaragozana” con capital zaragozano por un montante de 600.000 ptas.
Pero
el ingeniero Genaro Checa representaba la tendencia del aprovechamiento de la
fuerza hidráulica y se fundó la “Compañía Aragonesa de Electricidad” el 6 de
octubre de 1894. Los trabajos para la construcción de su estación central en la
calle de San Miguel, habían comenzado el 2 de agosto.
Su
primer abonado fue el Casino de Zaragoza, el 19 de Septiembre de de 1894. Cinco
días después se iluminaba el Gobierno Civil y la casa del Barón de la Torre,
entonces alcalde de Zaragoza.
Poco
a poco se va haciendo frecuente la instalación del resto de la ciudad, con
distintas empresas, hasta que en 1911 se fusionan en “Eléctricas Reunidas de
Zaragoza”.
Pero
muchos años después todavía seguían siendo necesarios los faroleros para
encender diariamente las farolas de Zaragoza, esta vez ya con luz eléctrica. En
marzo de 1950, alumbraban las calles más de 300 bombillas. La plantilla de
faroleros se componía de 16 hombres provistos de pértigas para encender cada
una por medio de interruptores colocados en las partes altas de la calle. Había
que verlos cuando se hacía de noche encendiéndolas y por la mañana pasar otra
vez para apagarlas.
Interesantísimo.
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