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domingo, 13 de abril de 2014

Tambores de Semana Santa

¿Entrará mi Huesca en la ruta de los tambores? Un poco lejos nos cae del Bajo Aragón, pero su influencia es bastante clara. La ruta del tambor la forman nueve pueblos: Albalate del Arzobispo, Alcañiz, Alcorisa, Andorra, Calanda, Híjar, La Puebla de Híjar, Samper de Calanda y Gurrea de Gaén.
Pero actualmente, otros, algunos bastante alejados, van  entrando en la ruta; que yo sepa: Alagón, Caspe, Chiprana, Fuentes de Ebro, la Puebla de Alfindén, Zuera, Teruel y Zaragoza. ¿Por qué no ha de entrar Huesca que tanto los está promocionando?
Todos tienen en común el rezar con el tambor. Cada pueblo tiene sus sonares distintos, para el que los conoce, claro. Se distingue cuando toca una cuadrilla de la Puebla, de Calanda o de Alcañiz. Y los toques tienen sus propios nombres populares: la Palillera, Las imágenes, Correata, Cuatrero, el Agachadico, el Din-don, El uno, dos, tres... pero no es una mezcla confusa: la acertada combinación de todos ellos forman una verdadera sinfonía.
Los tambores no se tocan durante el año. Les parecería una profanación. Únicamente durante la Cuaresma ensayan sus toques. Se van a las afueras del pueblo para no incomodar a la gente y siempre en pandillas. Mucho más durante los días santos. Un amigo alcañizano me explicaba:
“Todos somos iguales; iguales, vamos vestidos de la misma forma y todos hacemos lo mismo, tocar; y tocando, rezar”.
Ahora celebran el gran Concurso de Tambores y Bombos. A muchos tocadores esto les repele. Dicen que los tambores no se pueden quedar en un mero acto folclórico: son para rezar, no para competir.
Yo tengo miedo de que nosotros nos quedemos únicamente en eso si no captamos el espíritu del Bajo Aragón y nos dedicamos a los tambores sólo porque hace bonito. Por el resto de Aragón nunca ha sido una tradición. Tampoco eso parece ser un inconveniente: las tradiciones empiezan un día y si valen la pena continúan; si no, ellas solas desaparecen como una moda más.
Sí me duele comprobar que los tambores están absorbiendo de tal forma la Semana Santa que no quedan gentes para llevar pasos y otros muchos componentes porque nadie los asume. Lo importante parece ser tocar el tambor.
No quiero desanimar a nuestras bandas, ni mucho menos. Todo lo contrario. Sólo pediría a sus animadores que ayuden a nuestros jóvenes a dar un sentido a sus conciertos, por lo menos en la procesión.
Reconozco que soy adicto a la Semana Santa del Bajo Aragón, sencillamente porque allí he visto que se vive como en ningún otro sitio. Preguntaba yo a un abuelico que llevaba cerca de sesenta años tocando en la procesión: “¿Y usted qué piensa cuando toca?” Él me miró extrañado como si pensase “éste no entiende nada de nada”. Al final me contestó sencillamente: ¡Rezo!
Otro me decía:
-El tocar se lleva en la sangre, por eso suena distinto. En otros sitios tal vez tengan más técnica -yo lo dudo-, pero nosotros somos más músicos porque tocamos con más sentimiento. Él mismo me recitaba esta quintilla del poeta popular José María Ferrer:
Tú eres tambor, la garganta
honda con que te canta
desde su misma raíz
el alma de este Alcañiz
doliente en Semana Santa.
El bombo y el tambor son el dolor, el homenaje a la Pasión. Un trueno formidable e inacabable a la muerte de Jesús, que empieza con la rompida y acaba sin interrupción veintiséis horas después. La rompida, en Calanda, por ejemplo, es algo increíble que es preciso ver alguna vez en la vida. ¡Esa plaza Mayor con más de mil doscientos bombos y tambores en un silencio angustioso esperando que den las doce de la noche! Nerviosismo en los rostros ante el acontecimiento que se avecina y luego, a la señal del alcalde, el más increíble estruendo, que parece que el mundo se viene abajo. Durante media hora parece que la plaza va a estallar. Luego, las cuadrillas se van desperdigando por las calles del pueblo, llevando el ruido, el lamento y la oración a todos los rincones del lugar.
 
Al turista le llaman la atención las marcas de sangre en los parches y los nudillos de los tocadores despellejados. Uno de Híjar me decía: “El arte del bombo es herir la piel parda, castigarlo para que saque buena voz”.
¡Y ya lo creo que sacan buena voz! Los que más furia ponen en tocar son, como es lógico, los jóvenes. A veces se ve un bombo con diez manchas ensangrentadas en el parche, una por cada año que han salido a tocar.
Algunos chavales, me contaron, al estrenar un parche se hieren porque así creen que toca mejor. Se compenetra mejor el tocador con su bombo. A través de la sangre, el instrumento y el intérprete se mezclan de algún modo. Uno me comentaba: “Yo, con mi tambor, es como si él y yo fuéramos la misma cosa”.
Eso es lo maravilloso. El sentimiento que llegan a imprimir a los tambores. Nunca mejor dicho que hacen hablar al instrumento: hablar y cantar, y llorar.
El trueno de Semana Santa del Bajo Aragón lo cantan quince mil tambores y bombos de los nueve pueblos que forman la Ruta. Sólo Alcañiz hace sonar mil ochocientos.
Sí, es preciso vivir la Semana Santa bajo aragonesa. No es lo mismo que ver una pandilla de ellos en un concurso, fuera de contexto, fuera de su sitio, intentando llamar la atención de unos curiosos o compitiendo por un diploma. El tambor es otra cosa y ellos lo saben. ¡Ojala se lo hagan comprender así a los chavales de nuestras bandas!
¡Ojalá calen los tambores, pero no como un mero folclore, sino como expresión de un pueblo que sabe vivir y llorar con el lamento de sus tambores!


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