¿Entrará mi Huesca en la
ruta de los tambores? Un poco lejos nos cae del Bajo Aragón, pero su influencia
es bastante clara. La ruta del tambor la forman nueve pueblos: Albalate del Arzobispo,
Alcañiz, Alcorisa, Andorra, Calanda, Híjar, La Puebla de Híjar, Samper de
Calanda y Gurrea de Gaén.
Pero actualmente, otros,
algunos bastante alejados, van entrando
en la ruta; que yo sepa: Alagón, Caspe, Chiprana, Fuentes de Ebro, la Puebla de
Alfindén, Zuera, Teruel y Zaragoza. ¿Por qué no ha de entrar Huesca que tanto
los está promocionando?
Todos tienen en común el
rezar con el tambor. Cada pueblo tiene sus sonares distintos, para el que los
conoce, claro. Se distingue cuando toca una cuadrilla de la Puebla, de Calanda
o de Alcañiz. Y los toques tienen sus propios nombres populares: la Palillera, Las imágenes, Correata, Cuatrero, el Agachadico, el Din-don,
El uno, dos, tres... pero no es una mezcla confusa: la acertada
combinación de todos ellos forman una verdadera sinfonía.
Los tambores no se tocan
durante el año. Les parecería una profanación. Únicamente durante la Cuaresma
ensayan sus toques. Se van a las afueras del pueblo para no incomodar a la
gente y siempre en pandillas. Mucho más durante los días santos. Un amigo
alcañizano me explicaba:
“Todos somos iguales;
iguales, vamos vestidos de la misma forma y todos hacemos lo mismo, tocar; y
tocando, rezar”.
Ahora celebran el gran
Concurso de Tambores y Bombos. A muchos tocadores esto les repele. Dicen que
los tambores no se pueden quedar en un mero acto folclórico: son para rezar, no
para competir.
Yo tengo miedo de que
nosotros nos quedemos únicamente en eso si no captamos el espíritu del Bajo
Aragón y nos dedicamos a los tambores sólo porque hace bonito. Por el resto de
Aragón nunca ha sido una tradición. Tampoco eso parece ser un inconveniente:
las tradiciones empiezan un día y si valen la pena continúan; si no, ellas
solas desaparecen como una moda más.
Sí me duele comprobar que
los tambores están absorbiendo de tal forma la Semana Santa que no quedan
gentes para llevar pasos y otros muchos componentes porque nadie los asume. Lo
importante parece ser tocar el tambor.
No quiero desanimar a
nuestras bandas, ni mucho menos. Todo lo contrario. Sólo pediría a sus
animadores que ayuden a nuestros jóvenes a dar un sentido a sus conciertos, por
lo menos en la procesión.
Reconozco que soy adicto
a la Semana Santa del Bajo Aragón, sencillamente porque allí he visto que se
vive como en ningún otro sitio. Preguntaba yo a un abuelico que llevaba cerca
de sesenta años tocando en la procesión: “¿Y usted qué piensa cuando toca?” Él
me miró extrañado como si pensase “éste no entiende nada de nada”. Al final me
contestó sencillamente: ¡Rezo!
Otro me decía:
-El tocar se lleva en la
sangre, por eso suena distinto. En otros sitios tal vez tengan más técnica -yo
lo dudo-, pero nosotros somos más músicos porque tocamos con más sentimiento.
Él mismo me recitaba esta quintilla del poeta popular José María Ferrer:
Tú eres tambor, la
garganta
honda con que te canta
desde su misma raíz
el alma de este Alcañiz
doliente en Semana Santa.
El bombo y el tambor son
el dolor, el homenaje a la Pasión. Un trueno formidable e inacabable a la
muerte de Jesús, que empieza con la rompida y acaba sin interrupción veintiséis
horas después. La rompida, en Calanda, por ejemplo, es algo increíble que es
preciso ver alguna vez en la vida. ¡Esa plaza Mayor con más de mil doscientos
bombos y tambores en un silencio angustioso esperando que den las doce de la
noche! Nerviosismo en los rostros ante el acontecimiento que se avecina y
luego, a la señal del alcalde, el más increíble estruendo, que parece que el
mundo se viene abajo. Durante media hora parece que la plaza va a estallar.
Luego, las cuadrillas se van desperdigando por las calles del pueblo, llevando
el ruido, el lamento y la oración a todos los rincones del lugar.
Al turista le llaman la
atención las marcas de sangre en los parches y los nudillos de los tocadores
despellejados. Uno de Híjar me decía: “El arte del bombo es herir la piel
parda, castigarlo para que saque buena voz”.
¡Y ya lo creo que sacan
buena voz! Los que más furia ponen en tocar son, como es lógico, los jóvenes. A
veces se ve un bombo con diez manchas ensangrentadas en el parche, una por cada
año que han salido a tocar.
Algunos chavales, me
contaron, al estrenar un parche se hieren porque así creen que toca mejor. Se
compenetra mejor el tocador con su bombo. A través de la sangre, el instrumento
y el intérprete se mezclan de algún modo. Uno me comentaba: “Yo, con mi tambor,
es como si él y yo fuéramos la misma cosa”.
Eso es lo maravilloso. El
sentimiento que llegan a imprimir a los tambores. Nunca mejor dicho que hacen
hablar al instrumento: hablar y cantar, y llorar.
El trueno de Semana Santa
del Bajo Aragón lo cantan quince mil tambores y bombos de los nueve pueblos que
forman la Ruta. Sólo Alcañiz hace sonar mil ochocientos.
Sí, es preciso vivir la
Semana Santa bajo aragonesa. No es lo mismo que ver una pandilla de ellos en un
concurso, fuera de contexto, fuera de su sitio, intentando llamar la atención
de unos curiosos o compitiendo por un diploma. El tambor es otra cosa y ellos
lo saben. ¡Ojala se lo hagan comprender así a los chavales de nuestras bandas!
¡Ojalá calen los
tambores, pero no como un mero folclore, sino como expresión de un pueblo que
sabe vivir y llorar con el lamento de sus tambores!
No hay comentarios:
Publicar un comentario