Ya hacía tiempo que Urbez
andaba solo y se había arrinconado el andador en la falsa. El andador era un
artilugio precioso y había sido testigo y amparo de los primeros pasos de
muchas generaciones. Consistía en dos varas redondas y paralelas, de madera muy
largas, y apoyadas mediante unas patas en el suelo. En medio de ellas se movía
una especie de cajón sin fondo, o por mejor decir con una sola tabla
almohadillada para hacer de asiento. Tenía dos asas verticales con un agujero
redondo por el que pasaban las barras, una a cada lado, de manera que el cajón
podía hacer todo el recorrido hacia atrás y adelante. Al niño se le metía en el
cajón Y ¡hala!, a hacer metros.
En Bailo lo llamaban
“carro” y en Ansó “carrucha”. Lo hemos visto en Bolea, Sarvisé, Ayerbe, Echo,
Sarsamarcuello, Labuerda, Ceder y Tierrantona, pero tenemos referencias de
otros muchos lugares en que también se empleaba.
En Ontiñena y en los
Monegros se utilizaba un carrito de madera con tres ruedas. Tenía la forma de
un banquillo cuadrado y en lo que seria asiento tenía un agujero redondo de
regular tamaño en donde se metía al niño, En otros lugares el sistema era
parecido pero hecho de mimbre, redondo, muy ancho por abajo y con ruedas y
estrecho por arriba a modo de cono truncado. Se le llamaba “pollera”.
En Vilanova me contaron
que para que el niño aprendiera a andar ponían simplemente una silleta de enea
volcada en el suelo y él se agarraba y la empujaba.
Cuando hubo alcanzado
cierta seguridad lo sacaron del andador y con una bufanda o un pañuelo
paquetero enrollado que se le colgaba al cuello y luego se pasaba por debajo de
sus sobacos, el crío hacia sus caminatas. Tenía el inconveniente de que uno
mayor tenía que sostener las puntas de la bufanda por detrás.
Recuerdo que Urbez le
cogió tanta fe a la bufanda que luego, al levantarse se iba a gatas hasta donde
estaba colgada, se la echaba al cuello y ya se enderezaba y echaba a andar él
solito.
En mi pueblo, existía la
costumbre de llevarlos a la iglesia, a la piedra del altar, como se hacía en
muchos lugares. Dicen que la primera vez que pisa el suelo, tiene que pisar la
piedra bendita del altar mayor (el ara) para que no de malos pasos (Sena,
Berbegal, Alberuela de Laliena…).
A partir de entonces
empezó a crecer que era gloria verlo. También en torno al crecimiento había
creencias curiosas. Por ejemplo, nos decían: “no comáis sesos que no
creceréis”.
También decían que si a
un niño le entraba el hipo después de mamar, era señal de que crecía. El hipo
lo curaban haciendo beber un vaso de agua a pequeños sorbos. Cuando era ya
mayor se le hacía aguantar el aliento mucho rato.
Así mismo decían que si
se pega a un niño con una caña verde, no crece.
En Aragón se considera
que es muy malo pegar a una caballería con una caña. Hay que hacerlo con una
vara. No dan la razón pero lo hacen.
Pero Urbez estaba claro
que crecía; y fuerte como el sol, aunque a cualquier hora estaba rodando por el
suelo.
También había empezado a
hablar y sus primeros balbuceos eran una fuente continua de risas y comentarios
para nosotros. Ya he comentado que el sonido “jota” fue de los primero que aprendió y no dejaba de
tener gracia el que, en medio de su lengua de trapo, soltase las jas y los jes con perfección de adulto.
Como todos los niños, aprendió
dos idiomas. Primero, el infantil hecho a base de pes, tes, cas, emes, y onomatopeyas. Para él los primeros
perros fueron “guaus”, el parentesco, limitadísimo era a base de pai, mai, tato,
tata y yayo, yaya; y los manjares casi se reducían a “mam”.
A mi primico le encantaba
que le dieran conversación y supongo que les pasa lo mismo a todos los niños.
Si esta conversación iba acompañada de acción, miel sobre hojuelas. Recuerdo
que mi abuela, que tenía un repertorio inagotable, se lo sentaba en el “lda” y
hala:
“Toca manetas, que viene papá,
tócalas tú que está en casa yá”.
“Toca manetas que viene papá,
tócalas tú que son de plata”
Y para facilitarle la
comprensión, le cogía de las muñecas y le hacía dar palmaditas. Y lo mismo
jugando con los dedos:
“Cinco lobitos, tiene la
loba,
blancos y negros detrás
de la escoba”.
A los pocos días
completaba las frases que dejaba empezadas la tía, y luego ya las decía a la
par con ella. Todos se felicitaban de lo bien que hablaba y pronto nos
sorprendió diciendo expresiones propias de niños mucho más mayores.
En ningún momento, pues,
tuvimos ningún problema con él en este aspecto, cosa que sí sucedía con otros
niños como oí comentar en casa.
A algunos niños les
tenían que cortar el frenillo de la lengua porque tartajeaban demasiado o no
acababan de arrancar. Entonces solían decir “a este niño no le pasaron el
dedo”, que hacía referencia a la práctica que ya hemos comentado cuando
hablamos del nacimiento.
En Bolea decían que era
bueno para que hablasen pronto darles a beber agua en un vaso de cristal: En
Lupiñén, el día que cumplía tres años el niño le daban tres cucharaditas de
agua y así hablaba pronto. Por la zona de Monzón creo que los llevaban a la
Virgen de Torreciudad, aunque lo más tradicional era, sobre todo en la comarca
de la sierra llevarlos de pequeñines a la Virgen de Dulzis de Buera.
Se los llevaban al
cumplir un año. Bueno, lo diré en presente porque continúa haciéndose así en
Buera, Colungo, Alberuela, Bierge… Los echan encima del altar y les dan a chupar
aceite de la lámpara de la Virgen para que se les suelte la lengua. Si no se
consigue la primera vez, se repite una y otras.
La Virgen de Dulzis
pertenece a siete pueblos aunque está situada en término de Buera. Su fiesta se
celebra el segundo domingo de Mayo. Se apareció en un almendro. Al lado había
un panal de abejas que todavía se conserva en la ermita. Una informadora cuenta
que a la Virgen una abejeta le entraba por un caño de la nariz y le salía por
el otro. Se la quisieron llevar a Alquézar pero la Virgen se volvía a su
almendro. Allí hicieron la ermita.
Con el aceite de la
lámpara untan la lengua de los niños remisos en empezar a hablar. Dicen que no
falla. Todos los niños de la escuela me dijeron (1977) que a ellos les habían
untado. Dabí, un chavalillo de diez años exclamó: “A mí tres veces, por eso
hablo tanto”.
Los acuestan sobre el
altar y les tocan la lengua con el dedo untado de aceite. Esto lo hacían por
entonces Leonor de casa Ayerbe o Urbana de casa Valle. Luego, rezan una salve a
la Virgen. La primera vez que sucedió fue a un matrimonio que tenían un hijo
que no hablaba.
Después de encomendarse a
la Virgen de Dulzis el niño se cayó del burro y llamó “¡Mamá, mamá!”. Fueron
sus primeras palabras.
Como Urbez ya sabía andar
y hablar yo insistía en que lo dejaran salir conmigo a la calle. Yo me sentía
un poco como el responsable suyo en el momento en que estrenara el mundo de los
mayores. Quería ser yo el que le enseñara las maravillas que había fuera de
casa: en la calle, en las eras, en el río, y además también tenía que empezar a
jugar a lo que solíamos jugar los críos.
Pero aún tendrían que
pasar un par de años para que se despegara de las faldas de su madre y me lo
dejaran a mí para hacerse hombre.
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