El
santo obispo armenio BIas fue martirizado en el año 316, siendo su piel
desgarrada por sus verdugos con peines de hierro. Por esa razón es el patrón de
los cardadores, pero es universalmente conocido por ser el abogado de los males
de garganta.
En
esa jornada se bendicen los alimentos y el pienso de las caballerías, que se
guarda para cuando están enfermos.
Antaño,
en muchos lugares, la imagen del Santo era muy visitada; infinidad de mujeres
acudían a la iglesia o ermita, con sus pequeñuelos para pedir protección
celestial a sus gargantas, llevando toda clase de presentes y golosinas. Para
los críos era el mejor día por las cosas sabrosas y bendecidas que podían
comer.
En
muchos lugares, las fiestas de invierno han sido desplazadas por las de verano y en el día del titular se organizan las fiestas pequeñas con celebración religiosa, guiñote, comida y poco más.
Antaño,
el "llavero" era el mozo encargado de guardar las colaciones
“plegas”. Los mozos habían recorrido las casas recogiendo unas grandes roscas,
que llevaban colgadas al hombro, tortas de molde y chullas, que clavaban en un
espedo (asador para carne). Todo ello era guardado en la "casa del
gasto", donde se organizaba una merienda. Las mujeres llevaban las tortas,
roscones y magdalenas a la misa para bendecirlas. Cuando los mozos iban a
buscar a las mozas para ir al baile, éstas les obsequiaban con alguno de estos
dulces.
También
compraban dos o tres chotos para correrlos por las calles, con esquillas,
siendo luego sacrificados para la comida popular.
En
otros lugares, como El Pueyo de Araguás, en tierras del Sobrarbe, tenía lugar
la fiesta mayor. Los mozos recorrían las casas recogiendo viandas, que luego
serían consumidas en una hoguera encendida en la plaza.
En
todas las casas se les invitaba a vino y torta. Los festejos duraban dos días
además de la víspera, siendo amenizadas por los músicos de Tierrantona o los de
Labuerda.
En
muchos pueblos de Aragón, se organizaban
bailes y los quintos repartían torta. Antaño estas fiestas duraban hasta cuatro
días. En los años cincuenta las bandas de música local actuaban en el baile y
recorrían la población tocando alegres pasacalles. Destacaban el concurso de
jota, la quema de fuegos artificiales y los partidos de pelota. El último día
era tradicional por la montaña, "la ronda de chotos" con esquilón o
"cañón" al cuello. Después los sacrificaban para realizar una
"lifara".
En Angüés es la fiesta
pequeña y destacan los bailes y la comida de hermandad. A comienzos de siglo en
estas fiestas había misas solemnes con sermón (el día 3, al patrón y el 4, a
San Úrbez –patrón de la montaña-), albadas, rondas, bailes y corridas de pollos
para la gente moza. Los Ayuntamientos
tenían por costumbre obsequiar con ranchos a los pobres del pueblo y forasteros
durante dos días y el tercero repartía limosnas.
Actualmente en la mayoría
de nuestros pueblos, ya no se disputan corridas de pollos y de burros con la
albarda suelta. Sin embargo las bodegas siguen siendo los lugares de reunión de
las cuadrillas; allí beben, cantan y preparan las rondas por las calles del
lugar.
El día de san Blas, y
actualmente en muchas fiestas de la provincia de Teruel, los despertadores pasaban por las calles con
faroles y en sus cantos de aurora invitaban al vecindario a participar en el Santo
Rosario. Y las cantas de estos “despertadores”, siempre tenían su gracia:
Tras la misa, en la
procesión, los quintos eran los encargados de portar la peana del Santo y
preparar la ronda que pasaba por las casas recogiendo "cocas" finas
con azafrán y azúcar.
Para este acto se escogía
la mula más hermosa del pueblo y se engalanaba y adornaba. Uno de los quintos
montaba en ella y recorría todas las calles repartiendo caramelos y otros
dulces entre las mozas rondadas y los zagales que seguían la comitiva. En una
bandeja, en la que se había colocado una enorme naranja con varias monedas de
oro como si fueran patas, prestadas por las casas señoriales, se iban
acumulando los billetes y monedas que servirían para pagar la fiesta.
En estas fiestas por la
montaña, las primeras de febrero, las mujeres adquirían un gran protagonismo,
organizando algunos actos, como la "ronda de la mula", en la que una
mujer vestida con sus mejores galas recorría la población montada en una mula
enjaezada con adornos y cascabeles.
Estas fiestas se
denominaban cívico-religiosas, a diferencia de las de verano en honor de la
Virgen, que se las da el nombre de religioso - cívicas. Durante casi una semana
se desarrollaban festejos. La denominación de los seis primeros días de mes
era: víspera, Candelaria, San BIas, San Urbez, Santa Águeda y Santa Aguedeta.
Durante estos días se
colocaba en la plaza el madero del gallo, que desde tiempo inmemorial se
conservaba en el Ayuntamiento.
El alguacil, ayudado por
los mozos sería el encargado de colocarlo.
Antes se colgaba un
gallo, luego un jamón y lo ganaba el que trepaba hasta el final del madero, que
estaba totalmente enjabonado.
Siempre quedan recuerdos
de unas fiestas de San BIas, que se festejaban con hogueras, en las que se
asaba carne y abundaban los dulces y el vino.
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