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lunes, 19 de diciembre de 2011

El tizón o tronca de nadal

Un rito del fuego era común y extensible a toda la cordillera pirenaica con todos los territorios históricos franceses confrontantes geográficamente.
Era el del tizón o tronca de Navidad. Asimismo estuvo muy introducido en toda la cultura centroeuropea. Aunque ese ceremonial del fuego era representativo de la cristiandad, ese culto a la luz y al fuego era originariamente pagano y estaba vinculado a la divinidad suprema que estaba encarnada por el sol. La cristiandad, acaparadora del pensamiento pagano preexistente que se enconaba en perdurar en la cultura popular, asumió esas ceremonias, una de cuyas reminiscencias más efectivas era la popular tizonada navideña.
Para el hombre primitivo supondría algo extraño e inexplicable, además de temible, observar el momento crucial y agónico en que el tránsito del sol menguaba y ver cómo la noche se iba apoderando progresivamente del día y la luz, allá por los días del solsticio invernal -veinticinco de diciembre- festividad a la que la Iglesia trasladó y superpuso el nacimiento de Jesús.
Siempre para nuestras gentes, este era el momento que terminaba un año “cabo d´año”) y comenzaba el nuevo año en que el astro sol, comenzaría una nueva vida. El día 31 de diciembre era solo un dígito colocado en un calendario.
En toda Europa (y en el Pirineo) han subsistido múltiples creencias en torno al tronco navideño, que presentan más familiaridad con la superstición y la magia que con la religión, al menos con la religión cristiana, aunque si que podrían tener relación con los ceremoniales funerarios, de las mansiones helénicas y romanas.
Al leño navideño le atribuían dones de fertilidad. En nuestra tierra, opinaban que tendrían tantos corderos, terneras, cabritos y cerdos como purnas (chispas) saltasen del leño. También se constituía en centro de fertilidad y su ceniza se derramaba por los campos de cereal durante las llamadas "doce noches", las que iban de la Navidad a la Epifanía y con ese rito creían que promocionaban misteriosamente el crecimiento de los mieses. Igualmente también, se transformaba en talismán protector y en las casas guardaban un trozo para proteger a la mansión contra las hechicerías demoníacas. Por el Sobrarbe la tronca, -leño de navidad- se retiraba del fogaril, cuando estaba ligeramente carbonizado y posteriormente se usaba para proteger a las viviendas contra la peligrosidad de las tronadas, las centellas y las apariciones, y para que tuviera el debido efecto protector volvía a ponerse en las brasas del hogar. Por todo el pirineo, lo colocaban bajo la cama de los habitantes de la casa, y protegía contra rayos y centellas.

En la mayoría de los razonamientos de nuestras gentes,  creían que estos cultos podrían ser hechicerías derivadas  de la vieja ley de la magia imitativa, y cuyo objetivo sería asegurar la luz solar, precisamente en el momento en que el sol tenía menos vida y poder para los hombres, los animales y las plantas.

También un efecto purificador, en tanto que el fuego es un extraordinario poder destructor de lo nocivo, ya sea de carácter corpóreo o incorpóreo.
En la mentalidad popular pirenaica ha prevalecido el sustrato cristianizado posterior a la edad mágica y pre-religiosa, aunque existen nítidos indicios culturales que nos hablan de la fase pagana que precedió a la aculturación del cristianismo.
Pero en nuestro pirineo, cada valle, cada comarca, tenía diferentes formas de interpretación “la tronca”.
En la “Guarguera”, hacían la Cena, que era la celebración de la Nochebuena. Después de cenar y con recogimiento sagrado se procedía al rito de renovación del fuego hogareño.
Se pretaba fuego a dos tozas que se habían colocado solemnemente en el fogaril. Como ocurría en el resto de nuestra tierra, a la ceniza del tronco consumido se le atribuían poderosas propiedades fecundantes y por eso la ceniza era diseminada por todos los campos que ese año iban a ser destinados a la labranza. Además se usaba para la colada del ajobar-ajuar- doméstico.
En La Fueva, la troncada de Nochebuena, debía durar varias jornadas. Sobre la troncada se colocaba una torta ritual, con un hueco central que se colmaba de vino rancio -¿sería un hechizo para asegurarse la abundancia de pan y vino?- y el que se encargaba de hacer el rito de bendición de la tronca era el caganiedos, el benjamín de la casa, que parecía encarnar la prosperidad venidera de la institución sagrada de la casa.
En la Ribagorza también era el benjamín el que obraba la liturgia, derramando vino por tres veces consecutivas sobre la tronca sagrada. La tronca era representativa de la prosperidad y la abundancia de la casa y por eso los ninones le daban golpecitos al tiempo que demandaban regalos y golosinas:"Tronca de Nadal... ¡caga turrón de verdad!"
En la localidad de Aragüés del Puerto -valle de Echo- se hacían grandes troncadas navideñas y tal y como creían en la distante Ribagorza, aquí también eran la encarnación de la prosperidad del hogar y de la prodigalidad de los recursos que ofrecía la naturaleza trabajada por el hombre. Los mozés exhortaban con vehemencia a la tronca para que prodigase con generosidad toda clase de obsequios y golosinas:"¡tronca de navidad, caga liletas, caga dineros, caga turrón!" A hurtadillas los padres habían escondido entre la tronca toda suerte de regalos para la chiquillería.
En Foradada del Toscar, el ceremonial incluía un recordatorio de los fallecidos troncales y además al leño se le pedía que ejerciera protección en la prosperidad patrimonial. El sacerdote del rito era también el benjamín, que con el vino recruzaba la coca -torta ceremonial- que había sido puesta sobre la tronca.
El niño con seriedad pronunciaba una plegaria prestigiosa: "¡Buen tizón, buen varón / buena casa, buena brasa / Dios conserve el pan y el vino / y a los dueños de esta casa!"
En la aldea de Aquilué -Valle de Aquilué- las cenizas de la troncada navideña tenían virtudes preservativas. Se mezclaba con la simiente de cereal y de ese modo creían que se preservaría la cosecha contra las plagas y las calamidades. En Belarra –La Guarguera- le otorgaban propiedades purificatorias y hacían con las cenizas la colada del lino.
La casa era lo más importante de la mentalidad Pirenaica y los deudos se encargaban de protegerla material y espiritualmente. En algunas aldeas el amo de la casa, con formularia sobriedad, rezaba: "Tizón de Navidad... tú eres tronco de la casa". En Fosado de Abajo-La Fueva- se pedía por la casa y los deudos con lacónico recogimiento: "¡Buen tizón, buen varón / buena casa, buena brasa / Dios mantenga a esta casa, al amo y a los que en ella son!"
Parece asociarse en estos ceremoniales navideños la solidez y perduración del leño navideño a la perpetuidad de la mansión y a la vitalidad de los amos y sus descendientes.
En Villanúa, Ansó y en otros muchos pueblos la Nochebuena tenía un indudable sentido de defensa. Era una fecha crucial, benigna pero también fatídica, pues en ella también operaban los oscuros espíritus del mal. Para evitar malignidades las gentes trazaban el signo de la cruz sobre las  brasas del leño y ese rito se constituía en una defensa contra los malos espíritus.
En San Juan de Toledo -La Fueva- el amo y la dueña derramaban sal por los aposentos y las cuadras con el propósito de ahuyentar a las brujas, pues éstas en el instante de la medianoche incrementaban sus actividades perversas. ¿Como espíritus malignos que eran, impedirían en esa larga noche la vuelta del sol?
En Banagüás -Solano Jacetano- el fuego sacramentado de la tizonada permanecía vivo hasta la Epifanía e incluso hasta la ya lejana festividad de la Candelera, otra fiesta mística en torno a la luz y el fuego, y llena de significaciones religiosas.
En Torla -Valle de Broto- y en Benasque los niños recorrían las callejuelas en la Navidad y lo hacían con propósitos expulsatorios, pues en esa noche los espíritus sombríos de los muertos circulaban con libertad.
El fervor proto-cristiano para imponer sus nuevas creencias, aculturó severamente la primitiva mentalidad mágica, reinterpretando piadosamente las viejas creencias naturalistas que regían la espiritualidad de los montañeses hasta entonces. Y así la fe popular cristiana ha transformado el carácter de este rito del fuego, argumentando que todo se debe una leyenda de devoción. En Ansó y en Linás de Marcuello creen que la perpetuación de estos Fuegos navideños se debía a que en un tiempo impreciso en algunas casas ofrecieron hospitalidad a la Sagrada Familia y ayudaban a la Virgen María a secar los pañales del niño Dios.
Hoy las creencias mágicas y las cristianas adolecen de languidecimiento y olvido.

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