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miércoles, 5 de octubre de 2011

La comparsa de Gigantes y Cabezudos de Zaragoza

Gigantes y Cabezudos hay en muchas partes. Ciudades y pueblos, y hasta barrios de una misma ciudad los tienen y los sacan a la calle en fechas festeras, para ofrecer esa nota del género cómico popular.
Pero, cuidado, que siempre hay clases. Como la .comparsa de Zaragoza, ninguna. Por eso goza de justa fama entre sus congéneres. Fama consolidada en toda España porque don Miguel Echegaray y Eizaguirre y don Manuel Fernández Caballero, persuadidos de su natural encanto, tuvieron a gala inmortalizarla, paseando por todos los escenarios al "Morico" y al "Berrugón" en la inspirada zarzuela" Gigantes y Cabezudos" estrenada en el Teatro Pignatelli de Zaragoza el 3 de julio de 1899, con éxito grandioso.
El festejo ofrece un singular tipismo. No se ve en lugar alguno esa infantil avalancha que precede, cantando y gritando con júbilo indescriptible. En otros pueblos, los cabezudos se pasean graves y mudos por entre la muchedumbre ostentando su ridícula traza. Nadie los "encorre", ni los insulta, ni los hostiga. No los rodea, como aquí un enjambre de chicos, locos de placer, que producen sordo rumor de colmena espantada. .
Suprimiríamos el estrépito del regocijo infantil y el espectáculo resultaría soso e incoloro. En vano intentaron varias ciudades trasplantar el festejo a comienzos de siglo. Se les prestó de buen grado la comparsa, pero como no era cosa de enviarles 2000 a 5000 chicos que completasen el cuadro, faltó el primer aliciente.
Los chicos de otras poblaciones no sirven. Se necesita una educación especial adecuada al objeto. Para "encorrer" los cabezudos hay que saber "echarle arte". En eso, los críos de Zaragoza tenían usía. Nacían ya con esa aptitud indefinible. Sabían atarse bien las alpargatas, liarse la blusa a la cintura con una cuerda, trenzar una" zurriaga", que al sacudirla estallaba como un cohete; gritar, chillar y cantar al mismo tiempo sin desentonar.
Y sobre todo, sabían correr en grandes masas que inundaban las calles como torrencial avenida, sin atropellar al que va delante ni dejarse alcanzar por el que corre detrás.
Hoy, el gran movimiento de la circulación, dificulta la faena.
Encorrerlos es un arte. Si, señor, un arte que sólo se .domina después de largo y doloroso aprendizaje. El que lo ha visto y sufrido comprende sus dificultades. Así mismo, el que recuerda sentir todavía el escozor de la tralla del Morico o del Berrugón y el que evoca como una aventura inolvidable el día en que un mal paso le hizo caer a tierra y tener que aguantar el peso de todo un ejército infantil…
Constituyen los cabezudos, un tradicional festejo dedicado exclusivamente a la chiquillería que interviene directamente en la acción. Entre aquéllos y ésta radica la lucha. En eso consiste todo su poderoso encanto, toda la sugestión irresistible sobre la gente menuda.
Por ser los chicos tan pesados como las moscas, hay que espantarlos con tralla. El día que por un sentimentalismo se dejara a los hombres que los llevan sin las fuertes "zurriagas"', no, no volverían sanos y salvos a su casa.
Para los chicos, el riesgo es muy relativo. Es verdad que alguno puede resultar perniquebrado, pero en ese ambiente de lucha se templan los cuerpos y se vigorizan los músculos. De este modo, se van acostumbrando los pequeños a las futuras y grandes batallas de la vida.
La comparsa es lo de menos… Ese conjunto de caricaturas Plásticas, con todo su mérito, no sirve más, que de pretexto para que dancen y corran los peques, alegrando el paso de toda la ciudad, que mira embobada y con suprema emoción cómo su descendencia se multiplica indefinidamente, trayendo nuevos elementos de vida próspera y fecunda. .
Para comprender la magnitud del caso, basta reflexionar. Si cada chico de los que van disparados delante de los cabezudos, no deja vivir a nadie en una casa, de la cual es ilusión y contento, ¿qué serán centenares de ellos en la calle, disfrutando de amplísima libertad, entregados a sus propios instintos, ávidos de divertirse, pletóricos de vida y de salud?
Desaparecieron en muchos puntos, quizás para no volver, festejos realmente populares. En Zaragoza, casi ocurre lo mismo, pero queda todavía la fiesta de los chicos, únicos que saben regocijarse con toda el alma y por todo lo alto.
Si los dejamos en las escuelas estos días…
Perdonarme, pero me esta saliendo una charrada demasiado sentimental…
Quiero demasiado a mi tierra y sus tradiciones.

No faltan gentes que temen a los chiquillos como a una de esas malas nubes que hacen estragos por donde quiera que pasen.
Os contaré lo que sucedió una tarde. Era el año 1934. Fue… gracioso lo ocurrido. Habían desfilado los Gigantes y Cabezudos por el Coso bajo. Entonces era costumbre instalar las garitas de feria desde la calle del Romero (hoy de Pardo Sastrón) hasta la Plaza de la Magdalena.
Fatigados los chicos por incesante correría, se desparramaron por entre los barracones de feria. Llamó la atención de un grupo, cierto puesto de juguetes y chucherias y en él, sobre todo, un montón de gaitas expuestas.
-¡Quió, cuánta gaita!... -dijo un chaval. ¡Para qué oír más!... La exclamación corrió como la pólvora. El tío del puesto comenzó a escamarse e intentó despachar a los inoportunos clientes. Hubo en el grupo momentos de vacilación. Por fin, una mano avanzó hacia el mostrador y agarró una gaita. El mal ejemplo fué seguido inmediatamente entre espantosa algarabía. ¡Una gaita! ¡Una gaita!...
El comerciante llamaba a gritos a los municipales y repartía palos con un plumero en vano. El cesto de las gaitas estaba libre de peso por la pícara delicia de la ratería. Las protestas del vendedor quedaron ahogadas por múltiples chillidos. Y mientras el feriante maldecía de los cabezudos, de los chicos y de sus padres, tirándose de los pelos al no haber  previsto el riesgo, ese humano enjambre huía en todas las direcciones para incorporase otra vez a los cabezudos, haciendo sonar a un tiempo miles de "chuflainas". Entre tanto, los curiosos, tapándose los oídos para preservar sus tímpanos; reían cada vez más.

Me había propuesto contaros como nacieron nuestros cabezudos, y mira lo que ha salido. Otro día prometo contaros de sus personajes.

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