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domingo, 27 de noviembre de 2011

Los serenos y los vigilantes de Zaragoza

Hoy, cuando paseamos de noche por Zaragoza, te viene el recuerdo de antiguos tiempos donde la seguridad en la calle te la daba un personaje que desapareció para siempre. Cuando regresabas a tu casa, con dar dos palmadas acudía el vigilante y te abría la puesta sin necesidad de llevar encima aquellas llaves grandes, de peso, que con una pequeña propina para ese vigilante te permitía pasear sin esa incomodidad encima. Yo llegué a Zaragoza para estudiar en el año sesenta y es por eso que mis recuerdos se van a esos años, donde procuro aprender de esas costumbres zaragozanas sobre serenos y vigilantes.
Frecuentemente se ha confundido al sereno con el vigilante nocturno. Sus funciones resultaban completamente distintas. Al desaparecer los serenos mucha gente denominaba con este nombre al vigilante.
El sereno, con carácter de agente de autoridad, rondaba de noche por las calles que constituían su vereda, velando por la seguridad de las personas y de las cosas. Su misión consistía en dar vueltas por la demarcación y vigilar.
Un real decreto de 15 de septiembre de 1834 organizó el servicio de serenos en las capitales de provincia. En Zaragoza hubo, pagados por el Ayuntamiento, veinte. Ellos no abrían puerta alguna.
Vigilante "moderno"
En aquellas noches del invierno zaragozano tenía un simpático tipismo, la voz de los serenos. Cada quince minutos cantaban la hora y anunciaban el estado del tiempo. Cuando soplaba el Moncayo, el viento extendía el eco del pregón, escuchado con gusto desde la cama, arrebujados en una buena manta.
¡Las once y cuarto y lloviendo!
¡Las doce y media y sereno! (en tiempo sosegado)
¡Las dos en punto y nublado!
Muchas veces al canto precedía desde alguna ventana: ¡Alabado sea Dios!
Si alguna voz demandaba auxilio, hacían sonar un pitido prolongado. En caso de incendio se escuchaba, primero, ese largo pitazo señalando ¡Atención! Y luego uno corto, si el siniestro ocurría en el distrito del Pilar, dos para el de San Pablo, tres para el de San Miguel, cuatro para el de la Seo y cinco si se trataba de las afueras.
Al surgir los vigilantes nocturnos, estos seguían análogas consignas del toque.
Después, en los primeros años del 1900, los serenos quedaron convertidos en guardias municipales y dejaron de cantar la hora. Pasado algún tiempo desaparecieron.
"Café moderno"
Hasta poco antes del año del cólera (1885), Zaragoza no conoció los vigilantes nocturnos. Cada hijo de vecino, al salir de casa por la noche, tenía que llevar en el bolsillo una llave grande de las que entonces se estilaban.
Por aquella época, la casa nº 17 del Coso y Alfonso I nº 1, era otra muy distinta y de bastante más inferior categoría que el actual hotel que hoy tiene. Esta casa se llamó durante mucho tiempo por los vecinos, la casa del “Café Moderno”, establecimiento cerrado en 1944. En sus bajos contaba entonces la Sombrerería de Lamarque, y un bazar de juguetes.
Junto a la fachada se estacionaba cada noche un mendigo que llegó a inspirar confianza entre los vecinos, tanto, que a él entregaban las llaves para recogerlas al regreso, evitando de este modo la molesta carga.
Provocada una reunión con el dueño del bazar (Don Joaquín Grasa), convinieron los vecinos de aquel reducido sector del Coso, proponer a la Alcaldía el nombramiento de un vigilante. Enseguida cundió la idea en otros lugares de la ciudad. Así surgieron los vigilantes nocturnos particulares.

El famoso vigilante Pascual
Unas veces dependieron de las Juntas de vecinos, las cuales hacían una derrama y de las cuotas cobradas salía el jornal del vigilante (2´50 pesetas diarias durante el año 1909). Lo que sobraba se guardaba para constituir un fondo destinado al vestuario, al socorro del servidor en caso de enfermedad y al suplente.

Allí donde no existían Juntas, las cantidades devengadas por los vecinos pasaban íntegramente al vigilante, quien corría con todos los gastos. Hasta el 1 de noviembre de 1936, no tuvieron conexión alguna con la Corporación Municipal. Ahora bien, todas las propuestas de nombramiento las aprobaba previamente la Alcaldía y tomaba juramento de fidelidad en el servicio asignado.
En esta fecha quedaban sujetos al carácter de autoridad con todas sus obligaciones. Desgraciadamente nunca en sus atribuciones.
Las cerraduras modernas de llaves pequeñas fueron su desaparición. Muy famoso llegó a ser Pascual Esteban Polo, natural de Ibdes, encargado del primer trozo de la calle Alfonso, pues hasta se le hizo un cabezudo que se unió a la comparsa de Gigantes y Cabezudos. Por los años setenta, prácticamente no quedaba ninguno.

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