La
verdad es que no sabría como comenzar la pequeña historia para que no resulte
aburrida. Los zaragozanos andaban intrigadísimos con la futura implantación del
adelanto de los tiempos: el ferrocarril. Desde luego para las muchísimas
personas cultas de entonces no existía secreto. Habían leído y releído que el
inglés Stephenson, inventor de la locomotora, tenía alcanzados verdaderos
éxitos en la perfección de dicha locomotora. Ellos divulgaban que dicha
locomotora era un vehículo con motor, destinado al arrastre de vagones dando
lugar a un “tren”, que se diferenciaba de las diligencias, galeras y demás
medios destinados al trasporte de pasajeros y mercancías al uso, en que se
desplazaba sobre un camino especial constituido por dos “carriles”, cuya
separación constante se mantenía mediante traviesas formando la “vía” y que los
carriles eran de hierro, y que de ahí venía el nombre de “ferrocarril”.
Entre
la gente del pueblo, ¡menudo revuelo produjo la noticia de aquel desconocido y
misterioso elemento de trasporte, que sin saber como, iba a llegar a las
puertas de la ciudad! ¡El tren!... unos carros –decía la gente humilde- que van
a marchar sin mulas ni caballos. Un monstruo –añadían otros- que se tragaba
leguas y leguas, como si tal cosa, valiéndose de vapor. ¡Flojica mejora! En
doce horas, de un tirón, a Madrid. Esto parecía un sueño irrealizable.
Los
viejos dudaban del milagro. ¡Que locura, lanzarse precipitadamente, por esos
caminos de Dios!... No se explicaban que una complicada máquina anduviese por
encima de unas barras de hierro, sin ayuda de nadie. En fin, algo de verdad
habrá en ello –añadían con cierto recelo- cuando unos ingenieros han llegado a
Zaragoza para estudiar el terreno y cuando el Ayuntamiento y otras
representaciones celebran reuniones para fijar un programa de festejos. Se
sabía que el presidente del Consejo de Ministros D. Baldomero Espartero, duque
de la Victoria, había aceptado la invitación para venir a inaugurar las obras
del ferrocarril de Zaragoza a Madrid.
En
todos los edificios oficiales y en varios particulares, se instalaron costosos
alumbrados, que no pudieron lucir. El cierzo hizo de las suyas y apagó las
candilejas, lamparillas y velas de sebo que apenas se encendieron. La ciudad
quedó a oscuras. Con lo bien que lo habían preparado…
Al
día siguiente Espartero colocaba la primera piedra y se comenzaba la
construcción para la llegada del tren a Zaragoza.
Día
llegó y fue el 1 de agosto de 1861, en que arribaron a la estación del Arrabal
las dos primeras locomotoras de la línea de Zaragoza - Barcelona (por Lérida) que
había de inaugurar el rey don Francisco de Asís de Borbón.
El
26 de septiembre de 1861 quedó inaugurado el primer tren que salió de la
ciudad.
El
ferrocarril Zaragoza - Madrid comenzó a funcionar para el público el 25 de mayo
de 1863, desde la estación Campo Sepulcro.
El
2 de octubre del mismo año saldría el primer tren para Navarra, en principio
solo hasta Alsasua, pero pasando por Alagón, Pedrola, Gallúr y Cortes.
Seguirían
después, Tardienta- Huesca el 12 de septiembre de 1864.
Selgua
- Barbastro el 6 de junio de 1880
Huesca
– Jaca el 1 de marzo de 1883
Tudela
– Tarazona (de vía estrecha) 28 de enero de 1886
Y
seguirían… Cortes – Borja (de vía estrecha) 28 de mayo de 1889
Y
a La Puebla de Hijar…
Fue
un nuevo adelanto para entonces y hoy lo tenemos tan normal que no nos
sorprende nada…
Por
entonces al día siguiente de inaugurar el ferrocarril el rey, Marcos Zapata
escribía:
-¿A
dónde vas Marianico, cruzando el puente de Piedra? ¿Vas al bado o vas al Soto o
en el Arrabal te quedas?
-¡Otra!
¿Pues no sabes Marcos, que la “locomotora” llega y es un coche sin caballos que
corre que se las pela?...
Este
año ya ciento cincuenta han pasado…
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