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domingo, 23 de junio de 2013

Videntes y curanderos ¿verdades o falsedades?

En “El Diario de Huesca” en Junio de 1888 se habla de unos curanderos -no especifica el número, pero hay que contar con dos o más- que hacen curaciones hipnóticas. Se les denomina “los Apóstoles” y tienen su “cuartel general” en Tabernas. Ese modo de hablar parece indicar que iban por los pueblos haciendo sus sesiones, aunque volvían a recalar siempre en Tabernas.
Ahora bien, en el pueblo, no ha quedado ni rastro de ellos.
Tampoco sabemos en qué consistían sus métodos en una época en que la ciencia hipnótica todavía estaba en mantillas.
Algunas personas mayores de Tabernas habían oído decir que hace unos cien años, en casa J. había reuniones espiritistas.
¿Estaban relacionadas con “los Apóstoles”? ¿O eran la misma cosa no muy bien conocida y definida en el pueblo? Es una pena que no dispongamos de más datos ni mayor información.
La primera noticia que tuve del curandero de la Almunia de San Juan fue a través de unos conocidos, completamente convencidos de sus poderes. Ellos me contaron esto:
“Es ciego. Diagnostica por lo que le dicen; luego, al tacto en la palma de la mano y en la arteria del cuello. No emplea hierbas. Es también adivino. Cuando estuvimos nosotros, enseguida adivinó que éramos tres, dos hombres y una mujer y que el que los acompañaba era el que peor estaba aunque no iba a visitarse.
“Mi hermano al final de la consulta le preguntó dónde podía haber perdido la alianza. El se concentró y le describió un campo cerrado con una gran piedra a la entrada y le dijo que perdió el anillo junto a ella aunque tal vez no la encontrara por haber labrado. Es verdad que lo perdió allí. Dicen que le preguntan para encontrar coches robados...”
Naturalmente que lo visité para que me contara lo que le pareciera apto para publicarse. No estoy autorizado para contar todo lo que me dijo. Se llama F. C. y no es ciego de nacimiento. Ya curaba antes de serlo. Descubrió como por casualidad sus dotes curando a un tocino. Y pensó que podía también hacerlo con personas.
 
Habla con voz fuerte, pausada, con autoridad, diría que solemne y casi profética y desde luego revela una riqueza de vida interior como sucede con frecuencia a muchos invidentes.
Aunque le había aclarado que no iba como paciente, me dijo que yo eso no lo sabía. Que muchos habían ido con otro motivo y habían encontrado en su casa algo que no buscaban y se empeñó en diagnosticarme dolencias antes de que empezáramos a hablar. Debo reconocer que no acertó en mi caso, a no ser que tenía los bronquios y garganta estropeados por fumar, cosa que puede asegurar cualquiera que hable un cuarto de hora conmigo. Me habló de dolencias de columna y quieras que no me “corrigió” una desviación y para hacerla me hizo crujir todo el rosario de vértebras. Me dio algunos consejos para mis malas digestiones y mi insomnio (?) y a continuación me habló de su vida y sus métodos, de los que no debo hablar a petición suya.
Lo encontré un hombre bueno, curioso, de gran convencimiento y fe en Dios y en sus propias facultades. Con una voluntad de hierro, que se contagia, y creo sinceramente que ha podido hacer curaciones espectaculares sobre todo lo que suponga la presencia de un factor psicológico determinante.
Me acompañó hasta la puerta. Recuerdo su despedida:
- Mira ahora el cielo, el sol, la vida... ¿No te parece todo más claro y brillante que antes?
 
En esa línea de curanderos hay que incluir a Emilio (omito su apellido y el pueblo en que vivió). Nació en Benabarre a finales del siglo pasado -1897- pero no vivió allí. Son muchísimas las personas que testimonian su calidad de curandero, y adivino.
Cuando me presento a conocerlo, su consulta parece una capilla, o mejor un museo de santos.
Hay docenas y docenas de cuadros de santos, de estatuillas, imágenes de Olot, según me dice él regalo de personas a las que ha curado.
Todo lo hace con medallitas de Santa Teresita del Niño Jesús pues me asegura que tiene una gran devoción.  También al Sagrado Corazón de Jesús, y a todos los santos.
Para que las medallas surtan su efecto deben estar bendecidas por él mismo tres veces, en días diferentes. El ritual es colocarlas sobre una estampa del Corazón de Jesús y rezar una larga oración en voz baja, que no se le oye aunque forma las palabras con los labios. Luego, las unta con agua bendita que tiene en un frasco y con saliva suya. Las seca con una toalla y las entrega. El agua bendita se la procura, el día de Sábado Santo, que lleva su propio cántaro a la iglesia para que quede bendecida.
A Emilio lo cuida un matrimonio de mediana edad que le profesa una auténtica devoción porque él curó a la señora que estaba paralítica en una silla de ruedas y ahora hace todos los oficios de la casa mientras el marido es el introductor de los enfermos o de los que acuden con otros problemas.
Porque Emilio lo remedia todo. A él llegan matrimonios con problemas familiares de todo tipo, igual de herencias que de malas relaciones entre los cónyuges o con los hijos; empresarios en apuros, enfermos de cualquier clase...
“El que lleva la medalleta -hay que llevarla siempre encima- bien colgada al cuello o en un bolsillo tiene una especie de seguro a todo riesgo, que le protege de todos los males: no ha de temer robos, ni accidentes de carretera, ni laborales, ni achaques a su salud”.
El me dice que han pasado por sus manos unos quince millones de personas, lo que evidentemente es imposible ya que aun visitando a diez personas diarias todos los días del año hubiera necesitado más de cuatro mil años. Lo que es cierto, sin embargo y lo atestiguan sus vecinos es que acuden a él muchas personas, a veces hasta autobuses de Barcelona.
Me comenta convencido: “Tengo ese don de Dios. Hago muchos milagros”.
A una pregunta mía contesta que sí:
- Sí, rezo horrores. Todos los días. Y el rezo es de Dios. La oración de las bendiciones de las medallas me la enseñó Dios mismo.
No está de acuerdo con la orientación actual de la piedad. Y esto me lo comenta sin que yo le pregunte:
- Todo tiene que volver a la religión de antes. Dios quiere a todos los santos y ahora los quitan de las iglesias. Pero lo peor de todo es matar. Dios no puede perdonar al que ha matado a otro.
¿El secreto de sus remedios?
- Todo lo hago con la mano y la saliva.


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