Y
retornamos con la vida de este aragonés que nació, se bautizó y que sigue
creciendo en unos años para nada fáciles y que hoy muchos que leen estas
historias se quedarán pensativos…
Para
nada era fácil la vida hace unos años…
Una mañana Urbez amaneció
acatarrado y cundió la alarma
por toda la casa. Es que si yo cogía un catarro, todos tan frescos: me pincelaban el pecho y la espalda con tintura de yodo al acostarme, y a esperar. Pero cualquier anomalía de mi primico era
claro que suponía una tragedia. Me lo
abrigaron bien y toda la
familia estuvo pendiente minuto a minuto del pequeñín. Al mediodía parecía tener fiebre. Daba pena verlo tan
apagadico.
Estaban por llamar al
médico. En el pueblo no había, claro. En casa estábamos igualados con don Matías,
de Bielsa, que era muy atento y que
venía con una mula negra cada vez que se le llamaba. También daba apuro
avisarle por un simple constipado.
A Urbez le empezó a subir
la fiebre hacia la mitad de la tarde y
la carita se le empezó a enrojecer con unos puntitos colorados. La
experiencia familiar diagnosticó inmediatamente:
-"Tiene sarampión”.
("Sarrampión" decían).
Se ve que no se podía
estar tranquilo. En un momento, todo estuvo
patas arriba. Todos sabían cómo hacer el tratamiento. Luego nos enteramos de
que efectivamente, por el barrio alto había una pasa de sarampión.
- Al chiquer de
Robustiana lo han llevado a casa Chato para acostarlo con el nene que está
malo.
- Hacen bien. Es mejor
que lo coja ahora que no cuando sea mayor.
- Sí, acuérdate del zagal
del Pelaire: lo cogió a los diecisiete años y se lo llevó a la “fuesa”.
Yo ya había pasado el
sarampión y ¡menos mal!...
porque ya me veía enfundado en la cuna con mi primico...
Mi tía estaba que ni
respiraba, pero todas la
tranquilizaron. No hacía falta ni llamar al médico. Lo importante era que no
cogiera un frío, lo demás ya se lo sabían hacer ellas. La habitación de la tía
Dulzis se convirtió en una clínica, aunque, eso sí, de los más curioso.
Yo tuve que ir a la
botiga, a comprar una bombilla roja. Cuando volví pude ver que toda la
habitación se había vuelto roja. La abuela decía:
- "Hay que ponerlo
todo bien royo". .
En la ventana, bastante
entornada habían colocado una cortina roya de modo que la poca luz que entraba
era roja como si viniera del horno. Quitaron el trapo rojo que habían puesto en
la bombilla mientras yo traía la de la tienda y la cambiaron.
El ninon estaba todo
abrigadico que casi no se le veía y, por supuesto, el cobertor de la cuna era
también encarnado.
Otra medida que también
se iba a tomar era no darle nada de agua para beber. Esto a mí me daba mucha
pena pues cuando yo sudaba no hacía más que beber.
Una vez que se habían
tomado todas estas medidas de ofensiva roja, volvieron todos a respirar.
Estaban seguros de que ya no habría peligro.
Las conversaciones,
naturalmente, se canalizaron por el tema de las enfermedades infantiles y yo no
me perdía ni una palabra. Gracias a eso hice mi cursillo de medicina popular
que siempre resultaba útil. Además adquirí una gran confianza en la capacidad
de diagnosticar y curar que tenían en casa.
Muchos de los remedios no
los entendía entonces, y sigo sin entenderlos ahora, como era el caso del color
rojo y el sarampión. Sin embargo creo que alguna explicación debe tener al
existir una unanimidad total en Aragón.
La escasez de médicos, el
conocimiento de las plantas y la tradición de la medicina casera convertían a
cualquiera en médico en nuestros pueblos. Claro que también esto explica la
increíble mortalidad infantil de los años pasados.
La mortalidad infantil
fue aterradora hasta hace unos cuarenta o cincuenta años.
Valga como muestra
elocuente esta estadística que saqué de los libros de defunción del siglo
pasado, de la parroquia de Berdún. Escasamente la mitad de los nacidos llegaban
a los diez años de edad.
Entre los años 1900 y
1910 los menores de un año nacidos eran 72. Fallecen 22.
De un año a cinco,
fallecen 10.
No sé si el tener todo
"bien royo" fue bueno para Urbez o que la enfermedad hizo su
crisis normal sin apretar demasiado, el caso es que mi primico se
repuso, volvió otra vez a ganar y de nuevo se convirtió en alegría de la
casa y juguete de todos.
Todos reíamos las gracias
del niño y yo en particular me pasaba ratos y ratos contemplándole en su
cunica, oyendo arrullarle cuando lo dormían o viéndolo mamar. Ya tenía ganas de
que pudiese hablar y andar para poder jugar con él y llevármelo por la calle
para enseñárselo a los otros chicos.
De momento no estaba
enfermo y eso ya era mucho. Y lo digo porque el tema de la salud que siempre me
había resbalado como a todos los niños, desde el sarampión del nene me empezaba
a preocupar y llevaba en la cabeza el censo de niños enfermos y de todas las
enfermedades preguntaba si se podían "pegar".
Otras enfermedades
bastante comunes en la infancia también se curaban con remedios que hoy nos
llaman la atención. Por ejemplo, para que no tuvieran "alferecías"
(epilepsia) se le daba vino al niño recién nacido.
Recuerdo también que la
tosferina la curaban dando de beber leche de burra, o también bebiendo agua de
muchas fuentes.
Los de Bolea concretaban
en agua de siete fuentes diferentes y los de Tierrantona preferían el cambio de
aires.
Como curiosidad y a
título de ejemplo recogemos aquí algunos remedios que me han comunicado mis
informadores, referentes al mundo de la infancia:
Las paperas se curaban
con trapos de lana en el cuello (Bailo). Las anginas con vahos de sauco
(Loarre).
Para evitar la
subnormalidad, había que meter al niño enfermo budillo de cerdo (intestino para
embutir) por el ano y dejarlo hasta que se saliera (Barbastro).
En Gistain este otro
remedio para la meningitis: “Cuando un niño tiene mucho delirio de cabeza o
meningitis se coje un conejo vivo y se le abre la tripa y se pone fuerte en la
cabeza del enfermo fajando bien con un trapo. Se deja. El niño mejora porque el
conejo chupa el mal. Si el mal es grande y no chupa bastante, se cambia el
conejo por otro, y así hasta que se cura”.
Este remedio de chupar el
mal por parte del conejo me lo confirmaron también en Villacarli, pero allí en
el pecho y para una pulmonía.
El cólico miserere
(apendicitis) y calmar el dolor, en Sobrarbe, una mujer embarazada de siete
meses alienta sobre el vientre del enfermo y a continuación pone sobre él la
palma de la mano derecha, rezando un avemaría. Lo repite tres veces seguidas.
La hernia infantil se
curaba untando al niño con aceite de la lámpara de San Caprasio. Luego lo
acostaban sobre el altar. El niño se tenía que dormir y se curaba.
(Alcubierre).
Sin embargo para la
hernia infantil en el norte de la provincia se usaba un rito mágico y tenía que
ser en la noche de San Juan. En esencia consistía en ponerse dos hombres –Juan
y Pedro- uno a cada lado de un roble y pasarse por la horquilla al niño
afectado mientras decían:
- Dámelo Pedro
- Tómalo Juan.
-Enfermo te cojo y sano
te devuelvo.
O bien:
- Dámelo Pedro
- Tómalo Juan.
- San Pedro y San Juan te
lo curarán.
También las cataplasmas
eran finas a veces. Recuerdo ahora ésta para la infección de vientre: Coger
media docena de caracoles con cáscara y todo, una calabaza, una cebolla y un
poco de manteca de cerdo fresca. Todo bien machacado y aplicar al vientre.
Los caracoles debían
tener su virtud pues, por ejemplo “para madurar el pecho cuando hay catarro y
tos era bueno comer tres caracoles crudos, sin cáscara, dos veces al día, al
levantarse y al acostarse. (Plan).
Bueno,
que seguiremos la vida del chico, que gracias a todos los buenos cuidados se
criará muy bien.
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