La biografía de un recién nacido en los primeros
días de su vida sería muy sencilla. Se podría resumir con tres verbos: dormir,
llorar, mamar. A mí me parecía bastante aburrida pero a él debía gustarle ya
que no hacía otra cosa. Cuando se despertaba lo hacía llorando porque tenía
hambre. Después de tetar lloraba porque se sentía sucio. Cuando lo limpiaban le
entraba modorra y no sabía dormirse y entonces otra vez a llorar para que lo
durmieran.
Lo cambiaban de pañales y entonces parecía feliz. Y
la felicidad, por lo visto, le daba sueño. En aquella época no se empleaban los
polvos de talco que todavía no se conocían en los pueblos. En vez de eso se
usaba madera querada (carcomida). Se recogía el polvillo de la carcoma de las
maderas viejas y se guardaba para este menester.
Era graciosa la carita que ponía cuando quería
dormir, que se le entrecerraban los ojos y los volvía a abrir mirando alrededor
con desdén y aburrimiento. Volvía a entrecerrar sus ojicos y nosotros decíamos
“que se lo llevan los hombres de Murillo”. Nunca supe quienes eran esos
hombres. Supongo que entonces lo asimilé al grupo de seres fantásticos que
pueblan la imaginación de la infancia y hasta les ponía facciones concretas.
Cuando tenía mucho sueño y no podía dormir decían:
“corre más el sueño que él”.
A la madre como estaba criando le hacían cuidarse
mucho y ¡hay que ver la cantidad de cosas que se empleaban para que tuviese
leche abundante! Me chocó el que una vecina le trajera un día una bolsica con
piedrecicas de Santa Elena para que la llevase colgada al pecho. Por lo visto
en la parte de La Peña y Bailo le tenían una gran fe a este remedio.
Lo más corriente era hacerle tomar mucho caldo de
gallina. En algunos lugares prolongaban esta dieta hasta los 22 meses.
Decían que el bacalao daba mucha leche en Bolea,
Albelda… y también las sardinas de cubo (Bolea, Cerler). Es importante caer en
la cuenta que las sardinas en arenque y el abadejo era el único pescado que
estaba al alcance de los pueblos en aquel entonces.
En otros lugares les hacían tomar chocolate con pan
tostado y también tostadas con mucha leche. Pero lo cierto es que la leche de
vaca era un lujo para la gente sencilla. Algo menos la de cabra. El Bolea me
aclaraban que en las casas ricas las mujeres se tomaban un vaso de leche antes
de dar de mamar.
En Bailo hacían una novena de huevos pasados por
vino y en Estada aseguraban que daba mucha leche la cerveza, mientras en
Tierrantona se inclinaban por el vino. También el vino entraba en la fórmula
preferida en Sarvisé: “la sopambina”, que era una tajada de pan con vino y
azúcar.
En otros lugares eran más sencillos: la fórmula de
sopas de ajo muy azucaradas. También se creía que era muy bueno darles mucha
agua de coles cocidas.
El gran remedio y lógicamente el más extendido era
el comer mucho y no faltaban los usos mágicos, como el llevar una llavecica
colgada al cuello. En cambio eran malas, porque mermaban la leche, las
alcachofas y los espárragos.
En Robres y otros muchos lugares, si la madre no
tenía leche llevaban al niño a amamantarlo directamente a una cabra.
Otra costumbre muy curiosa que he podido constatar
cuando comienzo a recoger estas cosas que os cuento, era la de “abrir los
caños”, es decir, estimular el pecho para “hacer pezón”. Antiguamente existían
“las mamonas”, mujeres que mamaban a las recién paridas cuyos bebés no cogían
bien el pezón. También se utilizaban cachorros de perro y a veces el propio
marido para sacar “el cabo”.
Si un niño enfermaba, lo
primero que se hacía era cambiarle la leche, dándole a tetar otra mujer del pueblo.
Se echaba de ver que el
ninon iba bien alimentado. Saltaba a la vista que iba ganando kilos o -como
decían en Bolea- "que acudía al peso".
Tenía un pelico negro que
ya empezaba a desgreñarse y tremendamente revuelto por la coronilla, que decían
que era señal de rebeldía, aunque también originaba comentarios maliciosos
entre las vecinas. Ya dice el refrán que "coronilla tuerta, otro a la
puerta" Este dicho es de Bolea.
En Alberuela de Laliena
lo dicen de otra manera: "coronilla a un lado, otro al canto" y en el
mismo pueblo, y también en Belillas, observando el pelo, creen que el tener dos
coronetas en vez de una, es señal de una gran inteligencia: "Con dos
coronetas, obispo". .
La coronilla, gracias a
la unción del crisma se consideraba una parte importante y protegida del
cuerpo. Una amenaza que se oía a veces era "¡que te rompo la crisma!”
Pronto hubo que cortarle
el pelo para arreglado un poco ya que iba a ser la ceremonia de la purificación
y querían que causase buena impresión.
Naturalmente para el
corte esperaron a que fuera mengua de luna ya que así le crecería después más
despacio.
El primer pelo recién
cortado no se tiraba a la basura o al corral sino que se guardaba en una
bolseta, no sé exactamente para qué.
Tal vez fuera para que
nunca pudiese aprovecharlos nadie para hacer un mal al niño. No encuentro
ninguna otra explicación lógica. Se cuenta el caso de una niña pequeña que se
negaba a comer y adelgazaba llorando continuamente sin consuelo.
No mejoró hasta que
hallaron debajo de su cama unos pelos pegados por una bruja. Cuando los
quitaron la niña volvió a la normalidad.
Fue todo un espectáculo
el primer corte y él parecía divertido. En otros sitios se les cortaba cuando
estaban dormidos y recuerdo que en Tierrantona les cortaban la mitad del pelo
cuando se dormían y cuando volvían a dormirse de nuevo la otra mitad.
Con todo esto pronto
llegó el día de la purificación de la tía Dulzis y que además era su primera
salida de casa. Era el "tocar la tierra" como se decía entonces. En
mi pueblo se hacía a los cuarenta días del parto.
El motivo era la impureza
que adquiría en su estado. Por ejemplo la mujer embarazada, así como la
menstruante eran impuras; su sola presencia y contacto producían daños
involuntarios; al pasar junto a una fuente la secaban, si tocaban los
instrumentos de labranza los perjudicaban, echaban a perder el tinte que se
preparaba para las telas...
La purificación de la
madre, costumbre muy extendida en todo el occidente y que tiene al
parecer un origen hebreo, en Aragón tenía lugar por regla general a los
cuarenta días después del parto y era la primera salida de casa que
hacía la mujer. En Bolea, sin embargo, se hacía al cabo de un mes.
En Berbegal tenía lugar a
los cuarenta días si la madre había tenido un chico y a los ochenta en
caso de haber dado a luz una chica.
Aquel día salió la tía y
llevaba en brazos por primera vez por la calle a Urbez. Se la veía la mar de
orgullosa y sonreía de oreja a oreja al recibir los parabienes de todos los que
se cruzaban por la calle.
Además del niño, la tía
llevaba una vela sin estrenar.
En otros sitios lo hacen
de otra manera: la madrina es la que lleva al niño y ya a la vuelta, una vez
purificada la madre toma en sus brazos a su hijo para volver a casa.
Y el llevarlo la madrina
se hacía, entre otros pueblos, en Loarre y
Lanaja.
En otros sitios
(Ontiñena, Palo Tierrantona), antes de la misa acostaban al ninon en el altar
como si fuera una ofrenda y rezaban por él además de bendecirlo. Si el
niño no lloraba se interpretaba como una buena señal para su salud y su
porvenir.
Al llegar a la iglesia se
quedó en la puerta, sin entrar, mientras que un escolano que estaba a la espera
entró para avisar al mosen. Al poco rato salió revestido con capa pluvial y
acompañado de los monaguillos que llevaban el calderer con el hisopo. .
El
cura rezó unas oraciones en el libro; luego, encendieron la vela, mi
tía se arrodilló para santiguarse a la bendición que hizo con el hisopo y entró
en la iglesia detrás del mosen para quedarse a misa, que la hacían por ella...
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