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miércoles, 1 de febrero de 2012

La Candelera (Hogueras de mujeres)

El día dos de febrero era un importante momento de celebración para algunos pueblos de la antigüedad, asentados en territorios que comprendían, entre otros, el después llamado Aragón.
 Febrero es el momento en el que el sol comienza de nuevo a recuperar su fuerza para calentar la tierra, los días se van haciendo más largos, las semillas germinan en el interior de la tierra y las ovejas están ya en condiciones para la lactancia de los futuros cordericos.
Es el mes en el que despierta la fertilidad en la Naturaleza, preparándose para su explosión en la primavera. Y para hacerlo sagrado había una diosa, la diosa madre por excelencia, la Tierra, protegía a las mujeres jóvenes y a los rebaños, importantísimos para las sociedades ganaderas y transhumantes, y se simbolizaba con una antorcha encendida.
El fuego sagrado era una llamada al sol, para que después del período invernal, calentara con fuerza la tierra. Era también protectora de los bardos y sanadora, y a ella se consagraban los pozos sagrados. La fiesta se celebraba encendiendo hogueras en colinas y pueyos, se fabricaban cirios con grasa de animales y los hombres de las aldeas hacían con paja unas muñecas que luego ofrecían a las mujeres. Estas las introducían en las casas y acostaban las figuras en canastos de paja al lado del fuego del hogar.
Para los pueblos de nuestra tierra, la fiesta era en honor de los espíritus de todas las mujeres antepasadas de cada familia. En esta fiesta, en las casas se encendían todas las luces y se prendían multitud de velas. Las almas de las mujeres regresaban entonces del mundo de los muertos para proteger a sus familias vivas y asegurar la continuidad de la estirpe.
El mes de febrero, lo definían como: “el curto y fiero, el que mató a su padre en el podadero y a su madre en el lavadero”.
Aunque en los lugares la situación del tiempo era mucho más extrema, manifestándose en copiosas nevadas y el clima era mucho más frío, el aragonés había adquirido un conocimiento certero y esperanzador, observando  que estos días el sol se fortalecía gradualmente y el invierno, a pesar de su dureza en este mes, ya tenía signos de terminar.
Febrero, el curto y fiero...
“Pa la Candelera la mayor nevera, pa san Blas un palmo más, pa santa Aguedeta hasta la bragueta y pa san Vicente hasta la frente”
Todas estas festividades de comienzo de febrero resultaban claves en la vieja mentalidad del campesino pirenaico, pues el comienzo del mes era un periodo sagrado en los ciclos reproductores.
En este tiempo la naturaleza se desaletargaba, comenzaba a moverse y apocaba al terrible invierno.
La flora y la fauna, se iban desperezando, como decía un refrán muy explicativo:
“Pa santa Aguedeta todos los bichos del monte levantan la cabeza”.
Con las hogueras y luminarias de la Candelaria, se vencía, la pertinaz tiniebla invernal. Este día se bendecían las velas y en cada casa se hacía acopio de ellas pues tenían muchas propiedades maravillosas. Especialmente servían para preservar a las personas, las fincas y las casas de pedregadas. Estas pues se usaban para alejar las tronadas peligrosas, colocándolas junto a imágenes de devoción familiar, y en las ventanas que estaban orientadas hacia donde “bruía” bramaba la tempestad.
También en este día se recogía bruxeta, ramas de boj, y se colocaban en el centro de los campos para proteger la próxima cosecha.
Brigida el día 1, Candelera el día 2 y la Águeda el 5, era una célebre triada de advocaciones femeninas, mujeres mitológicas desposadas con la cercana plenitud de la primavera. Las mujeres aragonesas celebraban las tres fiestas que remataban con la fiesta que más ha conservado la tradición como es Santa Águeda.
El día que mandan las mujeres. Sería el título que colocaría para estos dos días en que vamos a celebrar esta fiesta. Pero no me gusta. Las mujeres mandan siempre. A lo mejor es algo que colea de un tiempo muy lejano de matriarcado, pero no está la cosa muy clara. Tendríamos que saber interpretar correctamente algunas reliquias que nos quedan y necesitaríamos mucho tiempo para ello. Y además yo no soy historiador. Se lo dejo a ellos.
En primer lugar, el rito de la cobada. Porque esta práctica, que conocen nuestros abuelos del pirineo, se la atribuyen al otro lado de la frontera, al Bearne, vas al Bearne y también la conocen pero se la adjudican a los vascos. Los vascos aseguran que eran los navarros y éstos que los aragoneses. No hay quien se aclare y es que nadie quiere reconocer la cobada como suya.
Y no es para menos. Consistía en que al dar a luz una mujer, inmediatamente, tenía que continuar las faenas habituales de la casa como si nada hubiera alterado su vida. En cambio, era el marido quien se metía en la cama. A él se le prestaban todos los cuidados, se le llevaba el caldico, se le mimaba como si hubiera sido él el que hubiera parido.
Los etnólogos han querido ver con esta costumbre un rasgo de matriarcado con el que el hombre adquiría protagonismo y se desquitaba del poder femenino.
Pero hay más. En las casas montañesas, de puertas afuera, era el hombre el amo de la casa: el que firmaba los papeles ante la compra o venta de una finca, la trasacción de una mula, el trato de un ganado. Sí, él firmaba porque era el jefe de la familia. Pero todo el mundo sabía que, en realidad, quien decidía todas esas operaciones era la mujer que, eso sí. Permanecía astutamente en la penumbra.
La mujer era la que desempeñaba también el papel sacerdotal en la familia. Era la que dirigía el rosario familiar, la que organizaba el cabo de año de un difunto, la que hacía las ofrendas, la que se preocupaba de colocar todas las protecciones para evitar que espíritus malignos pudieran hacer daño tanto a la casa como a sus habitantes.
Con estos datos habría que examinar el día de Santa Águeda. ¿Se trata de buscar la liberación de la mujer? ¿O ha quedado como reminiscencia de que en un tiempo pasado era ella la que mandaba?


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