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domingo, 15 de enero de 2012

San Antón

Comienza el año con el espíritu festivo caracterizado por las matacías, las romerías, las hogueras, las esquilladas y cencerros; fiestas, tradiciones y manifestaciones populares en las que participan vecinos y vecinas de todas las edades y que culmina con la celebración del Carnaval. San Antón convierte la noche del 16 al 17 de enero en una fiesta de hogueras y trucos que salpican numerosas localidades de Aragón.
Quizás la celebración más diferente sea la del valle de Chistau (Pirineo aragonés), donde los jóvenes despiertan a todo el valle con el estruendoso sonar de trucos y esquillas.
Esta peculiar tradición, conocida como “Os trucos de la Bal d´Chistau”, rescatada en los últimos años, cuenta con la participación de alrededor de un centenar de habitantes de las localidades del valle. Los "trucos" o esquillas, simbolizaban antiguamente el poderío de los ganaderos del valle, distinguiéndose la importancia de la cabaña por la intensidad del ruido de los trucos. Al dejar de practicarse la trashumancia y trasladar el ganado en camiones desapareció el sonido de los "trucos" hasta hace pocos años, en que se decidió recuperar la fiestas. Debido a la gran acogida que tuvo se volvieron a desempolvar los cuartizos, las esquilas y todo tipo de cencerros para despertar el sonido que indicaba la llegada del ganado desde la "tierra baja". La fiesta se traslada de un pueblo otro hasta recorrer todo el valle.
Bal d´Chistau (Sobrarbe)
Los zagales de Saravillo, Gistaín, San Juan de Plan, Plan, Sin, Tella y Serveto recorren los montes de la redolada, sumando, en cada una de las localidades del valle, nuevos "trucos" a la comitiva, produciendo fuerte ruido con las esquillas y trucos cuyo sonido, según cuenta la tradición, servirá para ahuyentar a los malos espíritus.
En mi lugar, la fiesta empezaba la víspera por la noche, con las hogueras. ¡Qué de trajín preparando las hogueras!
Se solían encender una en cada plaza.
Los del barrio alto éramos más y por eso nuestra hoguera sería más grande. Era de las cosas que nos llenaba de orgullo a los “barrioalteros”.
En mi pueblo, la gente iba amontonando leña y más leña para prepararla. Toda la madera era buena. Bueno, toda, no, porque por ejemplo no se quemarían “buchas”. El boj seco se ha quedado así porque ha sido picado por una víbora. Si se quema su humo puede ser letal para quien lo respire.
Mi tío no estaba de acuerdo con esa creencia. Y no tenía ningún empacho en utilizar “luceros” para alumbrarse. En el pueblo, cuando por casualidad había un incendio en el “buchicar”, quedaban los matojos de boj en una semicombustión. Las ramicas negras y socarradas eran los luceros y daban una luz vivísima. ¡Cuántas veces se encendían en casa para ver si hervían las judías en el puchero! Y si caía en ellas un carboncillo del boj, decían que luego sabían mejor.
En invierno, todas las casas tenían abundante leña. Suministrarse de ellas era una de las tareas del labrador en una época que no requería grandes labores en el campo. Su tarea era sacar piedras de las tierras de labor. Por supuesto a mano. Las cargaban en los esportones y las apilaban en las márgenes. Otra faena era limpiar las acequias del “buro” y maleza que las iba cegando. Otra, hacer “fencejos” de esparto que luego se necesitarían en el verano. Uno en el campo siempre tiene algo que hacer.
Pero lo más importante era recoger leña: de la poda de las almendreras, los “fajuelos” o sarmientos secos de las viñas, los “raigones” de las carrascas que sacaban a pico, los pinos secos, las aliagas...
Todo, o casi todo, era bueno para quemar y se acarreaba al corral. Allí se colocaba en fajos sobre la tapia, formando el “recautillo”, o bien en la “jarmentera” (leñera), una especie de hórreo sobre pilares en el que se almacenaba toda la leña y debajo de la cual se ponía el ganado.
La gente del campo sabe mucho de árboles. Yo nunca imaginé, por ejemplo, el sexo de los árboles: hay dos clases de pinos: el pino negro, al que, curiosamente, llaman masto y el pino royo, al que consideran hembra. No he podido saber por qué. Quizás por la forma. Tal vez por la abundancia de piñas. No lo sé. Nadie lo sabía en el pueblo pero así lo han dicho desde siempre. Las hembras tienen menos “escorcha”, o sea corteza. La escorcha la usábamos los niños para hacemos barquicos y las gentes mayores la desmenuzaban y su polvillo era bueno para cicatrizar heridas.
En el pueblo decían que el ciprés es el árbol de la muerte. En los cementerios cuentas las piñas redondas que llevan y se puede saber el número de muertos enterrados a sus pies.
La sombra de la higuera es maléfica. Pero la peor es la de la noguera. En cambio, la sombra del pino es benéfica, lo mismo que la del roble.
Algunos árboles aparecen benditos. La Virgen de Pineta se apareció sobre un pino; la Virgen del Romeral, en Puy de Cinca, se apareció a una pastora sobre un romero; la de Arcos -de Costeán-, en una encina; la del Pueyo de Barbastro, sobre un almendro.
Leñera de "Casa Cavero" Mediano (Sobrarbe)
Todavía se decían más cosas de plantas. El helecho, que aquí le decimos “feleguera”, trae buena suerte, por eso las chicas dormían con un ramico en la cabecera de la cama y los hombres, cuando salían de viaje o acudían a las ferias, se metían una rameta en el bolsillo, lo que evitaba que les robasen por el camino o les engañasen en la feria.

En la “gabardera” o “gabarrera”, que es el rosal silvestre, nunca cae un rayo: jamás se ha dado el caso, y ni siquiera en el árbol que esté pegado a él.
Yo le daba vueltas en la cabeza a la cantidad de cosas que saben en los pueblos. Al conocimiento que tienen de la naturaleza. Uno de la ciudad dice “un árbol", "un pájaro"…
El hombre del campo, no: dice un olmo, un nogal, una sabina. Nunca "un árbol"; o bien una cardelina, un lucano, un esparbel..., todos están individualizados, porque los conocen desde muy lejos. Y luego, la aplicación práctica que saca de todo. Más de un vez me habían llamado la atención las tejas de madera. Hasta se las había visto fabricar al señor Donato. No es que fuera su oficio. Bueno, sí: era uno de los muchísimos oficios que conoce un pastor.
Se trataba de unas tablillas de madera que suplían las losas de pizarra o las de piedra que pesaban demasiado y podían a la larga escachar el tejado. Él las llamaba “rechas”.
Mientras las fabricaba me iba explicando:
"Se cortan a ceprén con el cutre, que es esta especie de cuchilla. El tejado, normalmente, se hace así en la montaña: encima de los maderos se ponen las “rechas” y encima de ella, tasca y, sobre la tasca, las losas de piedra o, si se prefiere, otras rechas”.
"Hay que coger buenas maderas, cuadradas a quinta por los cuatro lados y con todo el coral (nudo de la madera). No se conoce casi la "quera", es decir, la carcoma, que nunca llega al coral. El coral es la médula del árbol. Detrás de él está el ”bafaro”, más suave: porque el coral es fuerte como el hierro. Para cuando lo necesites, está en los pacos, en la umbrías, es donde se cría mejor madera."
Pero no tengo arreglo… Estoy comentando la fiesta de San Antón y mis pensamientos marchan por otros vericuetos…
A perdonar.
Aquella noche yo no quise cenar, porque estaba seguro de que en las hogueras asarían patatas y longanizas y porque, además, no quería perder el tiempo. Prefería estar en la plaza cuando encendieran el fuego...
...estruendoso sonar de trucos y esquillas...
Pero en cada lugar de nuestra tierra se hacían de distinta forma.
En Ainzón encendían hogueras en todos los barrios. Las saltaban, disparaban trabucos y tocaban zambombas cantando:
"San Antón cuando era viejo
le cortaron el pellejo,
le hicieron un tambor,
toca, toca, San Antón".
En Lalueza encendían “hogueretas” en la puerta de cada casa.
En Fraga, únicamente hacían fogatas las casas que tenían animales de "pie redondo" y las hogueras eran tanto mayores cuantos más animales tenían. Los mozos organizaban rondas con los animales engalanados y en las casas los obsequiaban para hacer una merienda.

Con las hogueras se homenajeaba al sol y se pedía su calor con dos connotaciones muy curiosas; fertilidad para las cosechas, calor y abundancia además de sentido de purificación; y, por otra parte, se quería participar de su calor internamente y por eso se ingería vino en abundancia para calentarse por dentro.
San Antón era el patrón de los blanqueadores de telas, de los cordeleros y los sogueros. Pero, sobre todo, de los animales, caballerías, bueyes, tocinos: los embutidos hechos en este día se conservan mejor y son más sabrosos. Ese día los animales no trabajaban y ni siquiera les ponían los arneses. En Abiego, en casa Montañés, un hombre labró el día de San Antón y enrejó dos bueyes (se les partieron los tendones).
Los pastores eligen este día para poner las esquilas al ganado. Tal vez estén relacionadas con esta práctica las cencerradas que se hacen en el Sobrarbe. Los niños, sobre todo, van haciendo sonar las esquilas por calles y caminos. Lo hacen para expulsar los viejos espíritus que tal vez vayan por los campos.
En Puyarruego, Fanlo, Tella, Sarvisé… los pequeños aprovechan además la “esquillada” para recoger comida que luego asan en la hoguera.
En la Ribagorza, eran los mozos los que hacían la “plega” después de la misa, por todas las casas, y luego se subastaba. El importe de lo que se recogía se entregaba luego al sacerdote para el gasto del culto.
Además, llevaban la sal del ganado a la iglesia para que la bendijera el cura.
Pero todo eso sería al día siguiente. Esa noche lo importante eran las hogueras. Se encendían al obscurecer en medio de gran algarabía y con ellas ardiendo amanecía el día de San Antón.
Por fin encendieron la hoguera. Además de la madera y las aliagas que se habían recogido a vecinal en el monte para ese efecto, todas las familias habían aportado leña de la que tenían reservada para sus casas, además de enseres inservibles, porque así el Santo las protegería todo el año. En muchos lugares, se pedía al santo larga vida, ya que él vivió ciento cinco años.
Las llamas subían altísimas. Entre otras razones para que las vieran los de la plaza baja, pues había verdadera emulación en este tema como en tantos otros.
Todo el mundo cantaba y bailaba a su alrededor y algunos rezaban en voz alta.
Luego se daban más vueltas, todos en corro y enganchados uno detrás de otro, corriendo en dirección de las agujas del reloj, es decir, teniendo siempre el fuego a su derecha.
Ya bien entrada la noche, la hoguera había bajado y los mozos empezaron a saltarla, primero por una esquina y luego, los más atrevidos, por encima de toda ella entre los aplausos y ovaciones de todos y, a veces, las risas si no lo conseguían.
Había una brasada preciosa y pronto se empezaron a asar patatas, chorizo, longanizas y aparecieron las botas de vino.
Ya de madrugada empezaron a traer las caballerías del pueblo para que San Antón las bendijera. Ese día tendrían ración especial de ordio. Venían engalanadas, pero sin albarda ni baste, porque en su fiesta no se les podían poner aparejos. Únicamente llevaban las cabezanas de lujo, con sus tachuelas doradas y, además, con flores en las orejas…
Pensé que, en cuanto tuviera ocasión, tendría que ir a visitar al guarnicionero para que me explicase cosas de los aparejos, y, puesto a indagar oficios, también el bastero.
A algunas mulas les ponían cascabeles en la cabezana y otras hasta lucían en los lomos prendas de personas. “Estas vueltas y desfiles de los animales se hacían en todos los pueblos con diferentes variantes. Así: En Ainzón se les hacía dar una vuelta alrededor de la hoguera. En Trasobares les daban tres vueltas alrededor de un pilón y se rezaban tres padrenuestros. En Tarazona había un "pairón" (un pilar) de San Antonio en la plaza de los Melones y los labradores daban tres vueltas, a su alrededor con las caballerías. Luego se abría un hoyo y si los animales, después del rito de las tres vueltas, lo salvaban, quedarían libres de desgracias todo el año. Si no, invocaban al santo y ponían una estampa en la cuadra”

He oído decir que en otros pueblos de Aragón se hacían representaciones muy curiosas en esta fiesta:
En Fuencalderas, la “Sociedad de San Antonio Abad” obligaba a bendecir los animales cada seis meses: para San Antón y San Antonio de Padua (13 de junio) a las caballerías las inspeccionaba el veterinario y la junta de la sociedad. Luego daban dos vueltas por el pueblo ricamente ataviadas.
En Tramacastilla de Teruel se hacía también hoguera la víspera. Los animales se llevaban a la iglesia y daban vueltas alrededor de ella mientras rezaban los padrenuestros que cada uno tenía a bien rezar, uno en cada vuelta.
En general, en todo Aragón los animales dan tres vueltas alrededor de la ermita o de un "peirot" del Santo.
"La costumbre de llevar a los animales a los santuarios dando tres vueltas en su derredor arranca de la romanización durante las fiestas llamadas “Consualia”, fiestas que iban precedidas del paseo de caballos, asnos, mulas, perros, etc., y toda clase de animales domésticos bellamente enjaezados y adornados con fines preservativos de males. Tanto Torrente de Cinca como Zaidín tuvieron cofradías del santo que organizaban la fiesta; el prior era conocido como el "Rey de los porqueros" (Els tres tombs), iban acompañados de música, volteo de campanas, cantos de antiguas coplillas, por desgracia perdidas, mientras el párroco asperjaba las bestias y el dueño musitaba la siguiente jaculatoria: "San Antón, San Antón me lo bendiga".
En Yebra, la víspera de la fiesta, al anochecer se hacía una carrera con las mulas engalanadas que consistía en dar tres vueltas al pueblo.
En Tamarite de Litera se hacía la plega del "Rey de Espadas". Vestían unas mulas con todo esplendor. Una de ellas la montaba un joven disfrazado de rey que llevaba una espada muy larga en la mano. Iban de casa en casa recogiendo tortas al son de una canción. Únicamente visitaban las casas que tenían animal de pie redondo. Ensartaban las tortas en la espada y consideraban un éxito cuando al final de la plega podían llevar la espada llena de tortas. Terminada la recogida, la pandilla que la había hecho, se comía todas las tortas en medio de mucha gresca y jolgorio.
En muchos lugares, se hacían representaciones teatrales de las tentaciones de San Antonio. En el Bajo Aragón, se plantaba en medio de la plaza una barraca de palos y ramaje que representaba la cabaña del santo; en el interior, el ermitaño, el diablo, etc.
En Tarazona no era el 17 sino el 15 de enero cuando celebraban la "Fiesta de los Asnos".
Intento recordar la fiesta de San Antón en mi lugar, que seguramente os recodará casi la misma en muchos de vuestros pueblos:
“La celebraban los mozos del pueblo y de la parte religiosa se encargaba una casa fuerte del lugar. Se hacía a sorteo el día de reyes. Había una misa cantada y sermón a cargo del predicador invitado. El día de Reyes, tras una reunión en la que nombraban dos mayordomos con sus correspondientes ayudantes para encargarse de la organización de los festejos, iban todos los chicos al Ayuntamiento a pedir permiso para celebrar la fiesta. De allí venían a nuestra casa y a otras. Al llegar, uno de los mayordomos dejaba encima de la mesa una botella de anís. Nosotros ya teníamos preparada otra de coñac y bandejas con tortas y galletas; esto era lo ritual de todos los años.
En algún otro pueblo realizaban este día un releo o subasta que en otros lugares se hacía por Pascua o por San Miguel.
El día de la fiesta, al amanecer, cantaban las coplillas por todo el pueblo, tocaban una campanilla y se detenía el grupo cantando una copla. Recuerdo la siguiente:
"Hoy celebran la fiesta los mozos
con mucha alegría al gran San Antón
y por eso cantamos gozosos
por todas las calles de la población" .
Luego salía el rosario de “La Aurora” y a las doce se celebraba la misa con asistencia del Ayuntamiento, que llegaba a la iglesia acompañado de los mozos y orquesta, pasando al banco colocado en el presbiterio. Los mayordomos llevaban unas espadas adornadas con cintas de colores, cuantas más mejor. Se ponían en la grada del presbiterio uno a cada lado del altar. Cuando salía el predicador de la sacristía le acompañaban hasta el púlpito y al terminar iban de nuevo a buscarle para acompañarle a la sacristía.
En el ofertorio se pasaba a besar una imagen del santo. Después de besar se cogía un trozo de pan bendito que una chica tenía en un cesto cubierto con paño blanco. Se bendecían tres panes, dos para el pueblo y uno más pequeño para el sacerdote.
Al salir de la iglesia iban los que querían al salón de la fiesta donde había tortas y bebidas, invitación de los chicos del pueblo.
Luego se celebraba una carrera pedestre desde el ayuntamiento hasta el dolmen, dando cinco vueltas con un primer premio de dos hermosos pollos. La carrera estaba presidida por las autoridades y acompañada de la orquesta.
Más tarde pasaban los mozos con una bandeja por todas las casas a recoger la cantidad de dinero que cada vecino les daba para contribuir al gasto de los festejos".

En muchos lugares, el día de San Antón, hacen una subasta o releo al que se denomina “tranza”, de chorizos, corderos, palomos, etc. Con lo que sacan se pagan las fiestas y el culto al Santo.
Son muchos los refranes que todavía se guardan sobre San Antón:
-“En pasando San Antón, carnestolendas son”.
-“San Antón saca los viejos del rincón”.
-“A todo tocino le llega su San Antón”.
-“Pa San Antón, ninguna niebla llega a las dos”.
-“Pa enero, San Sebastián el primero, aunque en fechas se anticipe, como varón, San Antón”.
-“Pa San Antón, los huevos a trompón”.
-“Pa San Antón de enero, mitá pajar mitá granero y la buena gobernadora, el cochín entero”.
-“Pa San Antonio de chiné, a mitá palIé, a mitá grané, y cada güella con su cordé”.
-“Pa San Antón marche la boira del mono”.

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