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jueves, 5 de enero de 2012

Noche de magos

Cuando recuerdas como se celebraba la llegada de los magos, siempre lo relacionas con impresionantes nevadas. ¡Como cambian los tiempos! Por que adivinar que este día tendríamos abundante nieve, no era difícil. En el verano habían picado mucho las avispas. Por este hecho se sabía que la nevada de reyes sería abundante. También los pastores habían anticipado este pronóstico. El verano anterior los “esquiruelos” (ardillas) habrían acumulado mucha comida en sus escondijos.
La noche del cinco de enero, todos los críos del lugar estábamos excesivamente nerviosos. Preparábamos bien limpios los zapatos que colocaríamos en las “finestras” (ventanas) y balcones con cebada para los camellos.
Mi yaya, a pesar de ser de casa republicana, nos recordaba la falordia de este rito:
-Dos hermanos eran muy pobres y en invierno pasaban mucho frío. Pero también tenían claro que el niño Jesús era más pobre que ellos.
Les daba pena que con estos fríos estuviera descalzo, así que decidieron dejar los zapatos suyos para que los magos se los llevaran al niño. Estos no solo no se los llevaron, sino que se los llenaron de juguetes. La yaya nos contaba que desde entonces, todos los niños de Aragón dejan sus zapatos esa noche en el balcón con una carta para los magos y comida para los camellos.
Todos queríamos ver esa noche a los reyes magos. Pero los mayores nos contaban, que no llegaban hasta que los chicos estaban dormidos.
Solo teníamos una forma de verlos llegar. Ir esa noche al puente de la carretera con la camisa mojada y una caña verde en la mano. Lo de la caña verde en este tiempo era poco menos que imposible, por todas estaban secas y el salir de casa con semejante nevada y con la camisa mojada, nos frenaba la curiosidad absolutamente. De todas maneras nos metíamos en “o leito” (la cama) con el propósito de no dormirnos y con un ojo bien abierto, pero nunca llegamos a conseguirlo.
Entre los zagales ya charlábamos de lo que pediríamos a los magos, aunque en aquellos tiempos eran mucho más sencillos que ahora. Sabíamos que se podía pedir una pelota o como mucho un camioncico de madera. Las chicas, una moña de trapo. Acaso un par de calcetines y una propina si habíamos sido buenos. También nos dejarían turrón de guirlache y alguna naranja.
Recuerdo que como el más bueno para nosotros era Melchor, con su barba blanca, la yaya nos decía que era el más joven de los tres y era un alborotador. Que cuando entró en el portal de Belén entró tan atropellado que empujo a los otros dos y los tres se cayeron delante de la virgen. Contaba que Jesús lo regaño cariñosamente y le encaneció el pelo y barba para que fuera más prudente. ¡Cuantas veces me amenazaba con este castigo cuando yo me entrometía en todo!
El negro también era muy simpático, con su blanca sonrisa que destacaba sobre su cara de hollín. Era el único que no usaba corona sino turbante, pero su traje de seda era bien majo.
De todo esto hablábamos, bien arropados entre las sábanas, decididos como estábamos a no dormir para ver a los magos. Pero, nada, una vez más nos rindió el sueño y nos quedamos con las ganas.
La verdad es que no dormimos demasiado. Todavía era de noche cuando me despertaron mis primos. En camisón como estábamos corrimos hacia el balcón. Apenas se veía y nos tuvimos que volver para encender una palmatoria. A su discreta luz pudimos contemplar todo extasiados, con la emoción que ese día nos embargaba a todos los chicorróns.

Estábamos deslumbrados, no por la luz, sino por los regalos. ¡Que de cosas! Los juguetes de cada uno estaban junto a sus zapatos, de los que había desaparecido el ordio que habíamos puesto para los camellos. Eso daba un viso de realismo al acontecimiento.
Además de lo que habíamos pedido se veían confusamente otras cosas entre las que destacaba un juego de parchís y de oca para todos y naranjas. Íbamos de exclamación en exclamación de un regalo a otro, hasta que oímos a la yaya detrás de nosotros:
-Pero, criaturas, ¡que os vais a chelar allí desnudos!
Solamente entonces caímos en la cuenta del frío que hacía. Recogimos todo alborozados y corrimos a la cocina que ya tenía el hogar encendido con una alegre chera. Pero nos mandaron a la alcoba a vestirnos y no recuerdo haberme vestido nunca con mayor celeridad. En menos tiempo que tardo en contarlo, ya estábamos de nuevo en la cocina para contemplar despacio las cosas.
Había de todo: yoyos, una guitarrita con cuerdas de alambre, un rompecabezas de cubos de cartón piedra para formar mapas, una moña de trapo, un pelotón de goma de colorines, exacto al que había perdido el año anterior, una careta de cartón con la cara de un pirata… que mi´sió!
La tía sacó para desayunar el chocolate recién hecho que nunca faltaba en ese día y el roscón que ella misma  había preparado la víspera con flor de harina, azúcar, manteca, huevos y leche. Y todos a buscar la sorpresa que resultó ser nada menos que una peseta de plata y que le tocó como siempre a mi prima Aguedeta que era una suertuda, lo que le costó una llorera a mi hermana. No me extraña que dijeran de mi hermana que era una "ploramicas" (llorona).
Por la calle, todo era alegría. Todos los críos lucían algo: una bufanda nueva, un aro de madera, unos mitones de lana, un lazo… y nos contábamos unos a otros muy felices los regalos recibidos.
Pero terminada la exhibición, todo el mundo se volvió a casa a jugar en familia.
En esto parece que el tiempo no ha pasado. 

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