Cuando
recuerdas como se celebraba la llegada de los magos, siempre lo relacionas con
impresionantes nevadas. ¡Como cambian los tiempos! Por que adivinar que este
día tendríamos abundante nieve, no era difícil. En el verano habían picado mucho
las avispas. Por este hecho se sabía que la nevada de reyes sería abundante.
También los pastores habían anticipado este pronóstico. El verano anterior los
“esquiruelos” (ardillas) habrían acumulado mucha comida en sus escondijos.
La
noche del cinco de enero, todos los críos del lugar estábamos excesivamente
nerviosos. Preparábamos bien limpios los zapatos que colocaríamos en las “finestras”
(ventanas) y balcones con cebada para los camellos.
Mi
yaya, a pesar de ser de casa republicana, nos recordaba la falordia de este
rito:
-Dos
hermanos eran muy pobres y en invierno pasaban mucho frío. Pero también tenían
claro que el niño Jesús era más pobre que ellos.
Les
daba pena que con estos fríos estuviera descalzo, así que decidieron dejar los
zapatos suyos para que los magos se los llevaran al niño. Estos no solo no se
los llevaron, sino que se los llenaron de juguetes. La yaya nos contaba que
desde entonces, todos los niños de Aragón dejan sus zapatos esa noche en el balcón
con una carta para los magos y comida para los camellos.
Todos
queríamos ver esa noche a los reyes magos. Pero los mayores nos contaban, que
no llegaban hasta que los chicos estaban dormidos.
Entre
los zagales ya charlábamos de lo que pediríamos a los magos, aunque en aquellos
tiempos eran mucho más sencillos que ahora. Sabíamos que se podía pedir una
pelota o como mucho un camioncico de madera. Las chicas, una moña de trapo.
Acaso un par de calcetines y una propina si habíamos sido buenos. También nos
dejarían turrón de guirlache y alguna naranja.
Recuerdo
que como el más bueno para nosotros era Melchor, con su barba blanca, la yaya
nos decía que era el más joven de los tres y era un alborotador. Que cuando
entró en el portal de Belén entró tan atropellado que empujo a los otros dos y
los tres se cayeron delante de la virgen. Contaba que Jesús lo regaño
cariñosamente y le encaneció el pelo y barba para que fuera más prudente.
¡Cuantas veces me amenazaba con este castigo cuando yo me entrometía en todo!
El negro también era muy simpático, con su blanca
sonrisa que destacaba sobre su cara de hollín. Era el único que no usaba corona
sino turbante, pero su traje de seda era bien majo.
De todo esto hablábamos, bien arropados entre las
sábanas, decididos como estábamos a no dormir para ver a los magos. Pero, nada,
una vez más nos rindió el sueño y nos quedamos con las ganas.
La verdad es que no dormimos demasiado. Todavía era
de noche cuando me despertaron mis primos. En camisón como estábamos corrimos
hacia el balcón. Apenas se veía y nos tuvimos que volver para encender una
palmatoria. A su discreta luz pudimos contemplar todo extasiados, con la
emoción que ese día nos embargaba a todos los chicorróns.
Estábamos deslumbrados, no por la luz, sino por los
regalos. ¡Que de cosas! Los juguetes de cada uno estaban junto a sus zapatos,
de los que había desaparecido el ordio que habíamos puesto para los camellos.
Eso daba un viso de realismo al acontecimiento.
Además de lo que habíamos pedido se veían
confusamente otras cosas entre las que destacaba un juego de parchís y de oca
para todos y naranjas. Íbamos de exclamación en exclamación de un regalo a
otro, hasta que oímos a la yaya detrás de nosotros:
-Pero,
criaturas, ¡que os vais a chelar allí desnudos!
Solamente entonces caímos en la cuenta del frío que
hacía. Recogimos todo alborozados y corrimos a la cocina que ya tenía el hogar
encendido con una alegre chera. Pero nos mandaron a la alcoba a vestirnos y no
recuerdo haberme vestido nunca con mayor celeridad. En menos tiempo que tardo
en contarlo, ya estábamos de nuevo en la cocina para contemplar despacio las
cosas.
Había de todo: yoyos, una guitarrita con cuerdas de
alambre, un rompecabezas de cubos de cartón piedra para formar mapas, una moña
de trapo, un pelotón de goma de colorines, exacto al que había perdido el año
anterior, una careta de cartón con la cara de un pirata… que mi´sió!
La tía sacó para desayunar el chocolate recién hecho
que nunca faltaba en ese día y el roscón que ella misma había preparado la víspera con flor de
harina, azúcar, manteca, huevos y leche. Y todos a buscar la sorpresa que
resultó ser nada menos que una peseta de plata y que le tocó como siempre a mi
prima Aguedeta que era una suertuda, lo que le costó una llorera a mi hermana.
No me extraña que dijeran de mi hermana que era una "ploramicas" (llorona).
Por la calle, todo era alegría. Todos los críos
lucían algo: una bufanda nueva, un aro de madera, unos mitones de lana, un
lazo… y nos contábamos unos a otros muy felices los regalos recibidos.
Pero terminada la exhibición, todo el mundo se
volvió a casa a jugar en familia.
En
esto parece que el tiempo no ha pasado.
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