Y tengo que retroceder en el tiempo hasta los años
cuarenta, para poder contaros como nacían nuestros progenitores…
Llegó el parto de tía
Dulzis. Parece que los dolores le vinieron casi impensadamente, a no ser por la
abuela, que estaba segura de que se iban a adelantar cinco días sobre el
calendario previsto porque, precisamente aquél día había luna nueva. Por algo
había oído, en nuestro refranero que "luna nueva llama al parto".
La influencia de la luna
es determinante en la mitología aragonesa. Generalmente se cree -y se asegura
que está muy comprobado- que adelanta o retrasa el parto para que coincida con
una fase. (Cerler, Almudévar, Sarvisé, Berbegal, Huesca, Sarsamarcuello…)
En Ontiñena dicen que el
bebé nacido en luna llena tiene más fuerza. En Loarre aseguran que en creciente
nacen más niños, contra la opinión de Estada, que creen que es en luna nueva
cuando hay más nacimientos. En el Sobrarbe, en todo caso, suponen que el cambio
de fase es determinante: "Hasta que no cambia la luna no nacen" hemos
oído en Labuerda.
En cuanto al sexo, en
Adahuesca dicen que "si nace en mingua será zagala". Pero solamente
lo hemos oído allí. Lo corriente es lo que determina el refrán ya citado en el
capítulo de “adivinación”, con otra variante más: "En cuarto creciente, el
otro diferente; en cuarto menguante, el otro al consonante".
A los críos nos mandaron a
jugar a casa de unos vecinos, supongo que para que no estorbáramos por allí, no
por esconder ningún misterio. A los pequeñicos se les hacía creer que los niños
venían de París. Lo de la cigüeña fue mucho más tardío por influencias
europeas. Pero nosotros, como todos los críos de pueblo ya estábamos cansados
de ver parir a las ovejas, vacas y tocinas y ningún secreto nos reservaba el
nacimiento de las personas.
Conforme salíamos de casa
ya llegaban las mujeres que asistirían al
parto. Todas tenían que ser casadas
o viudas: bajo ningún concepto se permitía la presencia de ninguna soltera y tampoco
una mujer embarazada. Pronto llegó la Pascuala que por
entonces hacía de comadre.
Naturalmente, no tenía
ningún título; era sencillamente una mujer experimentada.
Ni qué decir tiene que la
casa era terreno vedado a los hombres, lo mismo que la cuadra lo era para las
mujeres en circunstancias paralelas.
El papel del hombre en el
parto ya había terminado con la prestación de los elementos necesarios para el
caso en que se presentase difícil.
Ya habrían cazado algún
raboso, alguna víbora y también algunos escorpiones.
Se cazaba un raboso y se
guardaba vivo. Cuando empiezan los dolores del parto se le cortaban los
testículos y se metían en una bolsica de hilo blanco que se ataba al cuello de
la parturienta: así no sangraba mucho en el parto.
Facilitaba el parto
enrollar una víbora al vientre de la futura madre. Pero había que matarla
inmediatamente antes. Cuando una mujer quedaba embarazada se procuraba cazar
una víbora y se guardaba viva para el momento preciso. Si no llegaba la víbora
(es muy corta) se la alargaba con una cuerda.
Si el parto se retrasaba
se frotaba el vientre de la mujer con aceite de freír tres escorpiones.
En el Sobrarbe, si a una
mujer se le presentaba el parto difícil no bastaba con darle a beber el caldo
de culebra, sino que convenía ponerle una piel de culebra en torno al vientre.
A poco más quedaba
reducido el papel de los hombres en el parto. Eran ellos quienes conseguían los
animales así corno la miel que, sobre todo en los últimos meses del embarazo,
consumía la madre para que el hijo tuviera un buen carácter.
Hay toda una gama
curiosísima en la mitología de los pueblos en tomo a la presencia del varón
ante el nuevo hijo. Desde las tribus polinesias en las que no tienen ni idea
del papel del hombre en la procreación, ya que los hijos se los da a la madre
el espíritu, hasta la aparente absorción del papel materno por parte del hombre
como en la famosa tradición de la "cobada", que se dio por nuestro
pirineo, y que comentaremos más adelante.
No he asistido nunca a un
parto moderno, aunque me imagino toda la parafernalia obstétrica del quirófano.
Evidentemente, los preparativos de entonces eran muy diferentes y hoy hacen
sonreír a la mentalidad moderna. Recuerdo que eran muy diversos y se podrían
reducir a dos: aplicaciones de medicina popular y ayudas de tipo religioso
mezclados en ambos casos frecuentemente con una carga de remedios mágicos y en
caso de apuro se mezclaba todo indistintamente.
Entre la medicina popular
se llevaba la palma la ruda, yerba mágica ya desde tiempos antiquísimos. En la
montaña se utilizaba en forma de cataplasma que se aplicaba al vientre de la
parturienta, mientras que en el Centro y sur de Aragón se prefería prepararla
en infusión.
En Loarre, para aliviar el
dolor, la infusión la hacían con tremoncillo (tomillo) y miel. En Sarvisé se
hacían lavados con agua de sauco (saúco). Y luego estaba el reconstituyente
inmediato para la madre y que le acompañaría durante una buena temporada, el
caldo o la "presa" de gallina. "Caldo a la parida, que el caldo
da la vida", dicen en Bolea.
Entre los santos abogados
de las parturientas destaca con mucho San Ramón Nonato a quien se llevan velas
(Bailo, Echo, Santa Cilia), se le reza (Huesca, Loarre, Estada, Belillas, Ansó,
Bolea, Sarvisé, Toda), se le hace previamente la novena para su fiesta el 31 de
agosto (Berbegal, Huesca, Lupiñén) se le ofrecen votos (Alta Ribagorza) al
igual que a la Virgen del Carmen, San Pedro y la Dolorosa, y mejor aún aplican
la reliquia del santo si la tienen como en Cerler y Rocafort.
En la Fueva tenían hace no
muchos años la "Sabana de San Ramón" que se guardaba en Trillo
(Tierrantona) y que iba de casa en casa según las necesidades. Era curioso que
nunca se lavaba, sólo se dejaba secar y siempre se conservaba limpia.
En la Almunia de San Juan
escuchamos esta curiosa oración: "San Ramón Nonato, que sea tan fácil de
salir como de entrar".
Por todo Aragón se utilizaba
también la Cruz de Caravaca. Solía tener unos doce o quince centímetros de
larga y la parturienta la agarraba fuerte en su mano.
Una magia simpática,
sugería abrir puertas y ventanas como para ayudar a salir al niño y en casos
graves, abrían también el Sagrario de la iglesia.
Cuando una mujer no puede
dar a luz, la comadre que asiste ordena abrir por completo todas las puertas y
ventanas, que se descorchen las botellas, que se quiten los tapones de los
barrales, que desaten las vacas en el establo, que dejen libres a las ovejas, a
los caballos en la cuadra, al perro guardián en su perrera, a las gallinas,
patos y demás aves de corral. Esta libertad general concedida a los animales y
hasta a objetos inanimados es, según la gente, el medio infalible de asegurar
el parto de una mujer y permitir que el infante nazca.
Como a mí lo que me
obsesionaba por entonces es que las brujas le pudieran hacer algo a mi futuro
primo le pregunté a la abuela si se presentaría algún problema. Ella me
tranquilizó: habían barrido muy bien la habitación y la habían rociado con agua
bendita. La tía Dulzis estaba terminando además una novena de agua. Eso
consistía en beberse un vaso de agua en ayunas para ahogar al diablo si quería
entrar en ella.
En Albelda, en cambio, en
el límite con Cataluña, después del parto la madre no podía beber hasta pasadas
cuarenta y ocho horas; lo primero que bebía era agua de malvas como laxante y
diurético.
Eso no quería decir que no
hubiera peligros. Por el pueblo corría el dicho de que “la mujer parida tiene
cuarenta días la sepultura abierta".
Me hubiera gustado ver
enseguida al niño recién nacido y observar todas las cosas que le hacían. Como
la vecina que nos había acogido era muy complaciente nos explicaba todo, que
era casi como si lo estuvieras viendo.
Y otro día seguiremos con
el parto, que quedan muchas cosas por contaros.
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