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domingo, 4 de diciembre de 2011

Llega el parto en una casa de Aragón

Y tengo que retroceder en el tiempo hasta los años cuarenta, para poder contaros como nacían nuestros progenitores…
Llegó el parto de tía Dulzis. Parece que los dolores le vinieron casi impensadamente, a no ser por la abuela, que estaba segura de que se iban a adelantar cinco días sobre el calendario previsto porque, precisamente aquél día había luna nueva. Por algo había oído, en nuestro refranero que "luna nueva llama al parto".
La influencia de la luna es determinante en la mitología aragonesa. Generalmente se cree -y se asegura que está muy comprobado- que adelanta o retrasa el parto para que coincida con una fase. (Cerler, Almudévar, Sarvisé, Berbegal, Huesca, Sarsamarcuello…)
En Ontiñena dicen que el bebé nacido en luna llena tiene más fuerza. En Loarre aseguran que en creciente nacen más niños, contra la opinión de Estada, que creen que es en luna nueva cuando hay más nacimientos. En el Sobrarbe, en todo caso, suponen que el cambio de fase es determinante: "Hasta que no cambia la luna no nacen" hemos oído en Labuerda.
En cuanto al sexo, en Adahuesca dicen que "si nace en mingua será zagala". Pero solamente lo hemos oído allí. Lo corriente es lo que determina el refrán ya citado en el capítulo de “adivinación”, con otra variante más: "En cuarto creciente, el otro diferente; en cuarto menguante, el otro al consonante".
A los críos nos mandaron a jugar a casa de unos vecinos, supongo que para que no estorbáramos por allí, no por esconder ningún misterio. A los pequeñicos se les hacía creer que los niños venían de París. Lo de la cigüeña fue mucho más tardío por influencias europeas. Pero nosotros, como todos los críos de pueblo ya estábamos cansados de ver parir a las ovejas, vacas y tocinas y ningún secreto nos reservaba el nacimiento de las personas.
Conforme salíamos de casa ya llegaban las mujeres que asistirían al parto. Todas tenían que ser casadas o viudas: bajo ningún concepto se permitía la presencia de ninguna soltera y tampoco una mujer embarazada. Pronto llegó la Pascuala que por entonces hacía de comadre.
Naturalmente, no tenía ningún título; era sencillamente una mujer experimentada.
Los testículos del raboso necesarios
Solamente si se presentaba alguna dificultad seria, acudía el médico o el practicante o la comadrona que residían en la ciudad. En algunos sitios (Labuerda, l'Ainsa, Escalona…) la comadre arreglaba luego al niño y a la madre durante ocho días. En Sena era la misma comadre la que atendía a los partos y amortajaba a los difuntos. Todo un símbolo sugerente.
Ni qué decir tiene que la casa era terreno vedado a los hombres, lo mismo que la cuadra lo era para las mujeres en circunstancias paralelas.
El papel del hombre en el parto ya había terminado con la prestación de los elementos necesarios para el caso en que se presentase difícil.
Ya habrían cazado algún raboso, alguna víbora y también algunos escorpiones.
Se cazaba un raboso y se guardaba vivo. Cuando empiezan los dolores del parto se le cortaban los testículos y se metían en una bolsica de hilo blanco que se ataba al cuello de la parturienta: así no sangraba mucho en el parto.
Facilitaba el parto enrollar una víbora al vientre de la futura madre. Pero había que matarla inmediatamente antes. Cuando una mujer quedaba embarazada se procuraba cazar una víbora y se guardaba viva para el momento preciso. Si no llegaba la víbora (es muy corta) se la alargaba con una cuerda.
La vívora también necesaria
Si el parto se retrasaba se frotaba el vientre de la mujer con aceite de freír tres escorpiones.
En el Sobrarbe, si a una mujer se le presentaba el parto difícil no bastaba con darle a beber el caldo de culebra, sino que convenía ponerle una piel de culebra en torno al vientre.
A poco más quedaba reducido el papel de los hombres en el parto. Eran ellos quienes conseguían los animales así corno la miel que, sobre todo en los últimos meses del embarazo, consumía la madre para que el hijo tuviera un buen carácter.
Hay toda una gama curiosísima en la mitología de los pueblos en tomo a la presencia del varón ante el nuevo hijo. Desde las tribus polinesias en las que no tienen ni idea del papel del hombre en la procreación, ya que los hijos se los da a la madre el espíritu, hasta la aparente absorción del papel materno por parte del hombre como en la famosa tradición de la "cobada", que se dio por nuestro pirineo, y que comentaremos más adelante.
No he asistido nunca a un parto moderno, aunque me imagino toda la parafernalia obstétrica del quirófano. Evidentemente, los preparativos de entonces eran muy diferentes y hoy hacen sonreír a la mentalidad moderna. Recuerdo que eran muy diversos y se podrían reducir a dos: aplicaciones de medicina popular y ayudas de tipo religioso mezclados en ambos casos frecuentemente con una carga de remedios mágicos y en caso de apuro se mezclaba todo indistintamente.
Entre la medicina popular se llevaba la palma la ruda, yerba mágica ya desde tiempos antiquísimos. En la montaña se utilizaba en forma de cataplasma que se aplicaba al vientre de la parturienta, mientras que en el Centro y sur de Aragón se prefería prepararla en infusión.
En Loarre, para aliviar el dolor, la infusión la hacían con tremoncillo (tomillo) y miel. En Sarvisé se hacían lavados con agua de sauco (saúco). Y luego estaba el reconstituyente inmediato para la madre y que le acompañaría durante una buena temporada, el caldo o la "presa" de gallina. "Caldo a la parida, que el caldo da la vida", dicen en Bolea.
Entre los santos abogados de las parturientas destaca con mucho San Ramón Nonato a quien se llevan velas (Bailo, Echo, Santa Cilia), se le reza (Huesca, Loarre, Estada, Belillas, Ansó, Bolea, Sarvisé, Toda), se le hace previamente la novena para su fiesta el 31 de agosto (Berbegal, Huesca, Lupiñén) se le ofrecen votos (Alta Ribagorza) al igual que a la Virgen del Carmen, San Pedro y la Dolorosa, y mejor aún aplican la reliquia del santo si la tienen como en Cerler y Rocafort.
En la Fueva tenían hace no muchos años la "Sabana de San Ramón" que se guardaba en Trillo (Tierrantona) y que iba de casa en casa según las necesidades. Era curioso que nunca se lavaba, sólo se dejaba secar y siempre se conservaba limpia.
En la Almunia de San Juan escuchamos esta curiosa oración: "San Ramón Nonato, que sea tan fácil de salir como de entrar".
Cruz de Caravaca

Por todo Aragón se utilizaba también la Cruz de Caravaca. Solía tener unos doce o quince centímetros de larga y la parturienta la agarraba fuerte en su mano.
Una magia simpática, sugería abrir puertas y ventanas como para ayudar a salir al niño y en casos graves, abrían también el Sagrario de la iglesia.
Cuando una mujer no puede dar a luz, la comadre que asiste ordena abrir por completo todas las puertas y ventanas, que se descorchen las botellas, que se quiten los tapones de los barrales, que desaten las vacas en el establo, que dejen libres a las ovejas, a los caballos en la cuadra, al perro guardián en su perrera, a las gallinas, patos y demás aves de corral. Esta libertad general concedida a los animales y hasta a objetos inanimados es, según la gente, el medio infalible de asegurar el parto de una mujer y permitir que el infante nazca.
Como a mí lo que me obsesionaba por entonces es que las brujas le pudieran hacer algo a mi futuro primo le pregunté a la abuela si se presentaría algún problema. Ella me tranquilizó: habían barrido muy bien la habitación y la habían rociado con agua bendita. La tía Dulzis estaba terminando además una novena de agua. Eso consistía en beberse un vaso de agua en ayunas para ahogar al diablo si quería entrar en ella.
En Albelda, en cambio, en el límite con Cataluña, después del parto la madre no podía beber hasta pasadas cuarenta y ocho horas; lo primero que bebía era agua de malvas como laxante y diurético.

Eso no quería decir que no hubiera peligros. Por el pueblo corría el dicho de que “la mujer parida tiene cuarenta días la sepultura abierta".
Me hubiera gustado ver enseguida al niño recién nacido y observar todas las cosas que le hacían. Como la vecina que nos había acogido era muy complaciente nos explicaba todo, que era casi como si lo estuvieras viendo.
Y otro día seguiremos con el parto, que quedan muchas cosas por contaros.

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