Lo
que os cuento, hace de años…
Era
el día de inocentes. Ya sabíamos que nos gastarían “inocentadas” como
llamábamos a las bromas que nos hacíamos unos a otros ese día. Como el año
anterior yo había caído en una que me hicieron en Barbastro, decidí repetirla
yo. Elegí un carrete de hilo rojo, que destacaba mucho y me lo metí en el
bolsillo de la camisa, pero enhebré la puntica y lo pasé a través del jersey
dejando asomar un buen trozo por el hombro del mismo.
A
lo mejor venía uno y me decía:
-Bastiané,
ven, que llevas un hilo en el hombro.
-¿Te
crees que soy tan inocente?
-¡Qué
tozudo eres! ¡Mira!
Y
tiraba del hilo para enseñármelo. Y, claro, el hilico se convertía en una hebra
larguísima que no se acababa nunca. Cayeron en la trampa muchísimos. Así eran
nuestras pequeñas inocentadas, que tenían gracia especial por ser el día que
era.
Los
aragoneses, somos gente que no somos muy propensos a gastar bromas. ¡Pero
cuidado cuando las gastamos!
Os
contaré algunas de las que tengo recopiladas que demuestran el grado inocente
de nuestras bromas. Son normalmente para arrancar una sonrisa, aunque a las
personas que les caían, no era la sonrisa lo que le solía aparecer en la cara.
Recuerdo
a Chiquín de Bielsa. Un año embromó a todos los forasteros que cayeron por el
pueblo dándoles a comer cecina de la montaña. Con una pierna de burro que sacó
del muladar hizo cecina y se la hizo tragar a todos los visitantes del lugar.
Sus
bromas se hicieron famosas.
Un
año se compró un orinal nuevo y lo llenó con coñac. Dentro metió unos cachos de
longaniza y salió a invitar a la gente. Al primer movimiento instintivo de
repulsa al ver el contenido, seguía la algaraza consiguiente y todos cataron el
original condumio de Chiquín entre risas y comentarios. Fue una mañana
divertida aquella.
Tanto,
que la repitió a la tarde. Sólo que esta vez, la broma fue un poquico pesada
porque la continuó, no con el orinal nuevo, sino con el de uso personal…
Las
bromas pesadas no se prodigaban mucho, pero cuando aparecían distaban mucho de
ser las inocentadas del día veintiocho de diciembre. Era verdad que también
dependían de la capacidad de tolerancia del embromado. Y de la imaginación de
los bromistas. En nuestra tierra eran finos para eso.
Una
pandilla de amigos hubo –y omito nombres porque alguno vive todavía- que se
distinguió en embromar a la gente y gastarse jugadas entre ellos. Sobre todo al
más cuitado y crédulo. Como le pasó a Fermín, en aquella ocasión en que creyó
haberse quedado ciego durante una partida de dominó en el casino de Ayerbe,
cuando apagaron la luz adrede.
El
propuso detener la partida hasta que se arreglase el apagón y su susto fue
mayúsculo cuando oyó a los demás jugadores continuarla, golpeando las fichas en
la mesa y cantando las jugadas como si nada hubiera pasado y protestando a su
vez de sus comentarios sobre la supuesta oscuridad.
A
otra victima una broma similar le costó guardar cama. Había colgado como
siempre, al entrar, su boina en la percha del casino y un amigo le colocó unas
tiras de cartón entre el forro y la solapa de badana interior para empequeñecer
su calibre.
Estaba
el pobre hombre sentado tranquilamente echando la partida, cuando otro le
preguntó, interesado por su salud ya que tenía mal color. El le quitó
importancia y siguió jugando, cuando llegó otro amigo:
-Caramba,
Chusé, ¿estás malo?
-¿Yo?
¡Que va!
-Me
alegro, pero es que me parecía que estabas blanco…
Y
otro al poco rato que llega le dice:
-Oye,
a tu te pasa algo.
El
poder de sugestión hizo que Chusé empezase efectivamente, a sudar frío y
ponerse pálido. Solo le faltó otro recién llegado, que mirándole con cara de
extrañeza y compasión, le soltó:
-¡Anda!
¡Para mí que te ha crecido la cabeza!
El
hombre, convencido de su enfermedad, empezó a no sentirse bien y se despidió
para irse a la cama y poco después le oyeron gritar angustiado desde el
vestíbulo:
-¡Ay,
Dios mío! ¡Que no me cabe la boina! ¡Que me ha crecido la cabeza!
Y
como inocentada, la de Gaitano de Nocito.
Un
día con tiempo, acercaros a Nocito, porque allí el tiempo se detiene.
Disfrutareis de la paz que debe al frío y a la pésima pista que comunica el
pueblo con el resto del mundo. Buscar entre las casas y encontraréis a la
gente. Tienen buena leña, buen jamón, mejor vino y todavía mejor conversación.
Viejos
libros para leer.
Leña
vieja para quemar.
Vino
viejo para beber.
Viejos
amigos para charlar.
Pues
un año, para inocentes, Gaitano se propuso hacer correr a la guardia civil.
En
cuanto apareció la pareja por Nocito, Gaitano cogió la escopeta, marchó al
barrio de San Juan, y empezó a disparar. La Benemérita corría hacia
allí a agarrar al gamberro. Pero el conocía muy bien los andurriales y a
escondidas marchaba al barrio de San Pedro, para disparar allí, y obligar a sus
perseguidores a trasladarse de nuevo, mientras él, por otro escondrijo, se
cruzaba con ellos derecho a San Juan para empezar el juego.
Me
aseguraron que los tuvo así desde el mediodía hasta el oscurecer.
Como
se ve, diversión bien inocente, que a nadie hacia daño y obligaba a la
autoridad a estar en forma.
Y
todo había comenzado por una apuesta de una chulla con dos huevos, jugada
contra el amo de la cantina, cuyo nombre guardaré.
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