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martes, 27 de diciembre de 2011

Inocentadas (28 de diciembre)

Lo que os cuento, hace de años…
Era el día de inocentes. Ya sabíamos que nos gastarían “inocentadas” como llamábamos a las bromas que nos hacíamos unos a otros ese día. Como el año anterior yo había caído en una que me hicieron en Barbastro, decidí repetirla yo. Elegí un carrete de hilo rojo, que destacaba mucho y me lo metí en el bolsillo de la camisa, pero enhebré la puntica y lo pasé a través del jersey dejando asomar un buen trozo por el hombro del mismo.
A lo mejor venía uno y me decía:
-Bastiané, ven, que llevas un hilo en el hombro.
-¿Te crees que soy tan inocente?
-¡Qué tozudo eres! ¡Mira!
Y tiraba del hilo para enseñármelo. Y, claro, el hilico se convertía en una hebra larguísima que no se acababa nunca. Cayeron en la trampa muchísimos. Así eran nuestras pequeñas inocentadas, que tenían gracia especial por ser el día que era.
Los aragoneses, somos gente que no somos muy propensos a gastar bromas. ¡Pero cuidado cuando las gastamos!
Os contaré algunas de las que tengo recopiladas que demuestran el grado inocente de nuestras bromas. Son normalmente para arrancar una sonrisa, aunque a las personas que les caían, no era la sonrisa lo que le solía aparecer en la cara.
"Chaminera" con "espantabruxas" (Nozito)

Recuerdo a Chiquín de Bielsa. Un año embromó a todos los forasteros que cayeron por el pueblo dándoles a comer cecina de la montaña. Con una pierna de burro que sacó del muladar hizo cecina y se la hizo tragar a todos los visitantes del lugar.
Sus bromas se hicieron famosas.
Un año se compró un orinal nuevo y lo llenó con coñac. Dentro metió unos cachos de longaniza y salió a invitar a la gente. Al primer movimiento instintivo de repulsa al ver el contenido, seguía la algaraza consiguiente y todos cataron el original condumio de Chiquín entre risas y comentarios. Fue una mañana divertida aquella.
Tanto, que la repitió a la tarde. Sólo que esta vez, la broma fue un poquico pesada porque la continuó, no con el orinal nuevo, sino con el de uso personal…
Las bromas pesadas no se prodigaban mucho, pero cuando aparecían distaban mucho de ser las inocentadas del día veintiocho de diciembre. Era verdad que también dependían de la capacidad de tolerancia del embromado. Y de la imaginación de los bromistas. En nuestra tierra eran finos para eso.
Una pandilla de amigos hubo –y omito nombres porque alguno vive todavía- que se distinguió en embromar a la gente y gastarse jugadas entre ellos. Sobre todo al más cuitado y crédulo. Como le pasó a Fermín, en aquella ocasión en que creyó haberse quedado ciego durante una partida de dominó en el casino de Ayerbe, cuando apagaron la luz adrede.
El propuso detener la partida hasta que se arreglase el apagón y su susto fue mayúsculo cuando oyó a los demás jugadores continuarla, golpeando las fichas en la mesa y cantando las jugadas como si nada hubiera pasado y protestando a su vez de sus comentarios sobre la supuesta oscuridad.
A otra victima una broma similar le costó guardar cama. Había colgado como siempre, al entrar, su boina en la percha del casino y un amigo le colocó unas tiras de cartón entre el forro y la solapa de badana interior para empequeñecer su calibre.
Estaba el pobre hombre sentado tranquilamente echando la partida, cuando otro le preguntó, interesado por su salud ya que tenía mal color. El le quitó importancia y siguió jugando, cuando llegó otro amigo:
-Caramba, Chusé, ¿estás malo?
-¿Yo? ¡Que va!
-Me alegro, pero es que me parecía que estabas blanco…
Y otro al poco rato que llega le dice:
-Oye, a tu te pasa algo.
El poder de sugestión hizo que Chusé empezase efectivamente, a sudar frío y ponerse pálido. Solo le faltó otro recién llegado, que mirándole con cara de extrañeza y compasión, le soltó:
-¡Anda! ¡Para mí que te ha crecido la cabeza!
El hombre, convencido de su enfermedad, empezó a no sentirse bien y se despidió para irse a la cama y poco después le oyeron gritar angustiado desde el vestíbulo:
-¡Ay, Dios mío! ¡Que no me cabe la boina! ¡Que me ha crecido la cabeza!
Y como inocentada, la de Gaitano de Nocito.
Un día con tiempo, acercaros a Nocito, porque allí el tiempo se detiene. Disfrutareis de la paz que debe al frío y a la pésima pista que comunica el pueblo con el resto del mundo. Buscar entre las casas y encontraréis a la gente. Tienen buena leña, buen jamón, mejor vino y todavía mejor conversación.
Con amigos en San Úrbez (Nozito)
Uno se acuerda de aquellas cuatro cosas viejas que pedía Pedro IV para su vejez:
Viejos libros para leer.
Leña vieja para quemar.
Vino viejo para beber.
Viejos amigos para charlar.
Pues un año, para inocentes, Gaitano se propuso hacer correr a la guardia civil.
En cuanto apareció la pareja por Nocito, Gaitano cogió la escopeta, marchó al barrio de San Juan, y empezó a disparar. La Benemérita corría hacia allí a agarrar al gamberro. Pero el conocía muy bien los andurriales y a escondidas marchaba al barrio de San Pedro, para disparar allí, y obligar a sus perseguidores a trasladarse de nuevo, mientras él, por otro escondrijo, se cruzaba con ellos derecho a San Juan para empezar el juego.
Me aseguraron que los tuvo así desde el mediodía hasta el oscurecer.
Como se ve, diversión bien inocente, que a nadie hacia daño y obligaba a la autoridad a estar en forma.
Y todo había comenzado por una apuesta de una chulla con dos huevos, jugada contra el amo de la cantina, cuyo nombre guardaré.

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