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martes, 18 de octubre de 2011

Almetas o almas

Al hablar de las almas o almetas, me trae siempre el recuerdo de mi yayo (abuelo). Me había hablado mucho de las almetas, de su presencia en nuestra vida, de sus apariciones antes y después de un entierro, de su fuerza para arrastrarnos a nosotros mismos a la muerte y me parecieron siempre verdaderas simplezas.
Pero cuando de más mayor, me dedico a recoger las tradiciones que os trato de contar, recuerdo que lo que mi yayo me contó, tiene carácter de fe, en nuestros aragoneses.
Cuando trato de recordar mis charradas con mío lolo (abuelo), mis pensamientos enmarañados, pugnan pos salir todos a la vez. Repaso las innumerables escenas llenas de presencia del abuelo. Las cosas que había aprendido de él; la paciencia con que había tratado siempre mis curiosidades y mis destemplanzas de crío. Las veces que me había llevado con él cuando iba a las ferias o a tratar el ganado en la montaña. Las aventuras que habíamos vivido, con las tronadas (tormentas) y hasta con los lobos en una ocasión.
Toda mi juventud estaba imbricada con su experiencia. Nunca olvidaría sus lecciones, sus historias, su fabla, su temple. Caía en la cuenta de alguna manera de cómo la cultura de nuestras cosas se transmite de abuelos a nietos y de que yo, algún día, tendría que hacer lo mismo con mis nietos.
Siempre traté de organizar mis pensamientos y poder clasificar toda la tradición aragonesa que él supo mostrarme. Pero con las almetas, no. No he conseguido a través de los muchos años que llevo recogiendo nuestras tradiciones y costumbres,  aclararme con ellas. Es por lo que cuesta tanto explicarme sobre ellas.
Toda la naturaleza, según nuestras gentes tiene alma. Animales y cosas. Todavía cuando tengo el pan en la mano, recuerdo las palabras de mi yayo:
-Las almetas viven en el pan. Por eso, cuando un trozo se caía al suelo, se le daba un beso al recogerlo. Y también se besaba la tajada de pan que se daba al mendigo. Y era malo dejar el pan encima de la mesa mal colocado, con la base hacia arriba, porque las almas sufren. Y peor todavía, clavar el cuchillo en el pan.
Se asegura que el alma es espíritu, pero en nuestra tierra no siempre es tan claro. Todos los carniceros, saben, por ejemplo que el alma de un cordero o güella (oveja) es la ternilla que termina la puntica del esternón de la res. En la Bal de Benás y en la de Chistau la llamaban “l´almeta del paripau”, y allí, como en todos los lugares, se cortaba y se tiraba al techo.
Indagué la razón de esta costumbre, todavía actual. Un carnicero joven me decía que se quitaba porque hacía feo. El la llamaba “la ternilla”. Pero en Huesca, la llaman “el alma” o “la almeta”, igual que en el valle de Tena, en Echo, en Ansó, en el Somontano, en Monegros…
De por qué la tiran al techo no todos me supieron dar la razón. Un carnicero de Echo, me decía que era para que no entrara en diablo en el establo del ganado. Con más lógica encontré la respuesta en un carnicero de Alquezar: “Se tira hacia arriba porque es el alma y las almas van al cielo”.
Esta contestación, mejor o peor razonada, es la que más me han dado en los lugares que he preguntado. El cortarla y arrojarla al techo (donde se quedaba pegada), no tiene ninguna explicación, como tampoco la tiene, el que esa parte del animal, sea el alma del mismo.
Pero fijaros en su razonamiento:
“Si no se corta el almeta y se lanza al techo, al dejar a orear la carne, al día siguiente al intentar cortarla, estará en las mismas condiciones que como si acabara de sacrificarse el cordero. No se puede cortar bien”.
Y la explicación que te daban era sencilla:
“Si le dejas a la güella su alma, no muere del todo, y su carne no se endurece”.
Para poder contaros las costumbres aragonesas sobre las almetas, trato de organizar mis pensamientos y multitud de cosas que he escuchado sobre ellas, me vienen a la cabeza. Yo siempre me las imaginé siempre como una lucecica, como los fuegos fatuos que aparecen en los osarios, aunque yo nunca los he visto.
Cuando era crío y tenía alguna caída haciendo (como siempre) travesuras corría a casa a que me curase la yaya. Entonces no disponíamos de tiritas ni cosas parecidas. También le dábamos menos importancia. Ahora te ponen la antitetánica o te llevan a urgencias. Entonces, si te hacías un bollo en la frente, la yaya te ponía una corteza de calabaza o una moneda y te la ataba con un pañuelo. Pero si tenías una heridica te curaba con una tela de araña de la cuadra, de dudosa asepsia, que suplía el apósito. Si sangraba mucho, yo me asustaba y el yayo se reía y me aseguraba “que se me iba a escapar el almeta por la herida”, los dos soltábamos la carcajada y se acabó el problema.
También creíamos que cuando dos personas decían a la vez la misma palabra o expresión sin haberse puesto de acuerdo “habían sacado un alma del purgatorio”.
Seguiré contando más sobre almetas o almas.

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