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miércoles, 19 de octubre de 2011

Almetas (continuación)

Que volvían las almas nadie lo dudaba. Aseguraban que si, una vez enterrado un difunto, en el hogar el gato rozaba el caldero del fuego era señal de que la persona no estaba a gusto y volvería a casa hasta que se le dijesen las misas necesarias.
Mientras estaba el difunto en casa no se dejaba dormir en ella a la mainada (os ninones), para evitar que mientras durmieran, el alma del muerto, ávida de compañía se llevara el almeta del niño.
Me resulta difícil comentar que son las almetas, pues en nuestra mitología aragonesa sugieren todo un mundo de ideas y creencias. Procuran sentimientos encontrados. Por un lado se las quiere y se les ofrecen misas. Por otro lado inspiran miedo. A los muertos no se les teme, claro, pero sí a sus almas que pudieran estar vagando a nuestro alrededor.
Me contaron que no era raro el caso de que algunos campesinos, al labrar o al dallar, removieran las “bogas” o piedras linderas del campo, robando de esta manera a su vecino. Si el autor del hecho moría sin haber devuelto el trozo de tierra robado, las gentes creían que su alma no podría entrar en el cielo y que iba dando tumbos y andaba errante de un lado a otro.
A veces, por la noche, se oían ruidos por la casa y gritos y los familiares tenían que dar muchos duros para decir misas. Algunos creían que estos ruidos los hacían los curas o sacristanes para conseguir donativos. Otros pensaban que eran las brujas. Pero la mayoría de la gente estaba convencida de que eran las almas que reclamaban ayuda.
En casi todos los pueblos te cuentan la historia de la mujer que había limpiado por la noche las judías para la comida del día siguiente, las había dejado encima de la mesa de la cocina y a la mañana siguiente encontraba nueve o doce judías separadas del montón y colocadas a su alrededor. Era señal de que algún alma pedía nueve o doce misas.
En algunos lugares, las peticiones las hacían de otra manera. En el pan aparecían hechos misteriosamente algunos pellizcos, tantos como misas reclamaban.
Sin embargo, en nuestra tierra no logro entender que son las almetas. A pesar de ser capaces de solicitar de muchas formas materiales sus peticiones, nuestras gentes siempre han considerado las almas como un soplo, un viento.
Y esto ha dado origen a multitud de manifestaciones míticas.
Una de ellas es la “alentada”. Por nuestra tierra se cree que la alentada es la influencia involuntaria que ejercen sobre el niño recién nacido las personas que intervienen en los momentos transcendentales de la vida, como la comadrona, el cura, la madrina… dando al bebé varias inclinaciones, cualidades o defectos.
No es que alienten en el pequeñuelo, que sería de muy mal gusto por su parte, sino que al respirar, el alma emana las cualidades, buenas o malas, de la persona. Por eso es importante que tales personas sean impecables.
Unida a esta alentada, está también la creencia de que la primera vez que se cortan las uñas a un niño, lo debe hacer una persona de carrera, el médico, el maestro, el veterinario. Por su influencia el niño saldría inteligente.
Pero la idea de viento-soplo-alma está presente en muchos mitos aragoneses. Ésta es una de las razones por las que se cerraba la boca del difunto sujetándola con un pañuelo atado para que no se abra. Y es que, una vez muerto, el alma habrá salido del cuerpo pero intentará volver.
La costumbre de santiguar la boca al bostezar tenía como objeto impedir que ningún espíritu se metiera dentro del que lo hacía. Y por la misma razón, al estornudar, como primeramente se inspira fuertemente había que decir “¡Jesús!”.
Misterioso es también en nuestra mitología el “follet”. Se usa en el valle de Benasque como expresión de algo rapidísimo y misterioso. Si desaparece algo sin saber cómo, se dice: “ni que yese pasau el follet”. Si uno se marcha rápidamente: “ni el follet le puede”.
Sin embargo, en otras partes del pirineo el follet es el diablillo familiar, que nada tiene que ver con las almetas. Es como un aire que entra en las noches por las casas y se lleva lo que puede y encuentra.
Y no menos misterioso, aunque no causante de terrores, es “O bayo”. Parece que “o bayo” es todo, visible o invisible que dejan los seres vivos sobre aquello que han tocado.
Si una oveja enfermaba porque había comido una hierba sobre la que había pasado “la procesionaria”, se decía que la causa estaba en el “o bayo de la teña” (el bayo de la larva). Si uno se llevaba la mano a los ojos después de tocar un sapo y se le irritaban, era debido al “o bayo d´o zapo”.
Solo así se entiende, que cuando era yo muy pequeño, no te dejaban tocar la ropa de un enfermo. Y es que en la ropa estaba el “bayo” del paciente.
Actualmente por mi Sobrarbe, cuando en el monte, en un día de caza, se ven muchas huellas y rastros dejados por los jabalíes se dice que hay mucho “bayo de chabalín”.
De una persona que vivió en el lugar y se fue dejando como recuerdo su mal genio, se decía: “que mal bayo teneba ixe mesache”.
Cuando me siento delante del ordenador y comienzo a recordar estas cosas sobre las almetas, comienzo a sorprenderme por que las ideas se ensartan unas con otras y van saltando de un lado otro, sin lograr encadenarlas. Y siempre me viene a la memoria el recuerdo de quién me formó como aragonés con sus enseñanzas. ¿Dónde estará mío lolo? No me lo imagino errante por ningún sitio. Está donde lo dejamos, encarando a su montaña preferida.
Contemplado su Monte Perdido.

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