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viernes, 23 de septiembre de 2011

Hambre y jornaleros

No ha sido la vida tan llevadera, como hoy la conocemos. El fin de la guerra civil, conllevó una carestía de recursos y tiempos de cierta penuria, imponiéndose una frugalidad alimentaría, rayando descaradamente en la cicatería. Las comidas, aún en las casas pudientes, eran extremadamente sobrias. Los fritos constituían un verdadero pecado y criticado por todo el lugar, tachando a la casa que comía de esta manera, de derrochadora.
Las festividades patronales –grandes y chicas- constituían un acontecimiento y durante ese breve intervalo, la cotidiana sobriedad alimentaria, quedaba desterrada en las comidas de fiesta, que solían ser enérgicas y de gran aportación calorífica.
Pero esa insuficiencia alimentaria tradicional, en donde se manifestaba más explícitamente era en la dieta de las peonadas y asalariados. Según los peones la cicatería de los amos era única. Los amos de las casas pudientes, procuraban ahorrar quitando aportación proteínica a los jornaleros contratados eventualmente.
Cuando comienzo a recoger la forma de vivir de nuestras gentes, te comentan el descontento de los asalariados, con respecto a las casas a las que se vinculaban por espacio de una añada, de “sanmigalada a sanmigalada” (del 29 de septiembre a mismo día del año siguiente), que era la fecha crucial del calendario agrario y el hito temporal de renovación o rescisión de los contratos entre amos y jornaleros. En general esos contratos eran de carácter verbal.
La dieta en la alimentación, constituía uno de los factores de descontento de los jornaleros, ya que muchos de ellos se contrataban poco más que por la comida. La sociedad montañesa era eminentemente autónoma y la circulación del dinero estaba en estado muy embrionario.
El asalariado ficticio de una mazada del Sobrarbe, hace gala de un enorme sentido irónico: “¡Ya van en menos las malas, que me quedan once meses y tres semanas!” Este axioma popular ha quedado como patrón definidor de las servidumbres sacrificadas.
Estar hastiado del comportamiento del amo, a la primera semana del contrato, es bastante significativo.
La abstinencia de los jornaleros era un hecho, y no podemos negar que la sobriedad, no estaba exenta en la dieta alimentaria tradicional. El patrimonio y el gobierno doméstico, tenía en la virtud del ahorro una conducta de ejemplaridad. A veces la acción de ahorrar rayaba en la tacañería y en el egoísmo. Y de ello dejaron constancia los peones.
La falta de reservas nutritivas y energéticas de las peonadas, se traducía en la falta de vigor y en la consiguiente ineptitud en las labores agrarias, tradicionalmente exigentes de un gran desgaste.
Un dicho recogido rezaba: “¡Con pan de morena y vino de vinada (vino rebajado con agua), ahí te quedas bolomaga!” (Es una planta de raíces muy hondas y tallos con púas muy agudas que crece entre el trigo).
El pan de centeno en comparación al pan blanco –trigo- en la sociedad rural estaba menospreciado. El pan blanco era símbolo de las clases privilegiadas y el pan moreno estaba adjudicado a las clases sociales menos pudientes, y también se asociaban a la pobreza las renombradas farinetas. Es lógico que, cuando los jornaleros mal nutridos se hallaban arando los campos y se encontraban con una mata de bolomaga, la evitaran, pues hasta los corpulentos bueyes tenían dificultad para arrancarlas.
En la época de la recolección olivarera era tradicional que contrataran a mucha peonada. Los dueños de los olivares apostrofaban a los peones con un sobrenombre clasista y vejatorio: “xarigueros” (vagabundos).
Por extensión este calificativo se aplicaba a todos aquéllos que no poseían propiedades inmuebles. Los amos de las casas olivareras también ponían en práctica la premisa del ahorro a ultranza y lo hacían como norma del engrandecimiento de la casa.
Algo que me contaron, nos habla del sistema de relaciones entre dueños y jornaleros. La dueña de la casa, le preguntaba al amo olivarero, que qué les preparaba de comer a los jornaleros y el amo contestaba categórico: “¡Coña, dueña, dales la regla fija… trigo, avena y guijas!” (Garbanzo basto)
La falta de mecanización tradicional, fomentaba la demanda de mano de obra poco cualificada y excedentaria. Determinadas labores como la recogida de olivas precisaban de mucha mano de obra. Eran faenas escasamente remuneradas.
El descontento de los asalariados quedó reflejado en una letrilla de contenido proletario: “Con sardinas de xirín (rancias) y vino de gandaya (con agua), han cogido las olivas, los ricos de Santolaria”.
Algo que siempre recuerdo de mi infancia: “Por un formalismo de costumbres, las casas de mayor renta, cuando hacían la matacía, obsequiaban a las gentes de las casas más míseras. Les donaban caldo de morcillas y tantas tortetas como miembros tenían las casas”. Y es que en los años de cosechas medianas, la situación social de los más pobres resultaba calamitosa.
Me contaban cómo una dueña de casa de “pobretalla”, se lamentaba patéticamente de su penuria extrema y exclamaba en tono de jaculatoria: “Me caguén diez, gibar, qué primavera tan mala… ni tenemos judías, ni tenemos recáu y trigo que no encontrabas por ningún láu y el ninón que siempre ploraba, y le dije a Marieta…
-Béstene a ixos campos de abaxo y coge unas canastetas de cantals (piedras) y fa cocer, ta que no plore más”.
Todavía recuerdo (esto te impresiona y no se olvida), personas, que amparándose por orgullo, en la discreción de la noche, acudían a los ventanucos de las casas con sobrantes, solicitando limosna y caridad.

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