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sábado, 1 de octubre de 2011

Las fiestas del Pilar de hace dos siglos

Para conocer un poco de los festejos a través del siglo XIX, hay que pasar muchas horas por los archivos. Cuando nace el Diario de Zaragoza “diarico” en la gente de Zaragoza, en el escaso mundillo periodístico de entonces, apenas daba cuenta de la información local.
En los días festeros de 1807 y 1808 se limitaba a decir lo siguiente: “A las seis y media saldrá el rosario general de la santa capilla. Se suplica a los celosos vecinos de la ciudad, como interesados todos en el obsequio de nuestra patrona, se sirvan concurrir a él con hacha, cirio o vela, para mayor lucimiento de este culto religioso”.
Más adelante, rehecha Zaragoza de tanta ruina causada en la guerra de la Independencia, pronto se hicieron famosas las Fiestas del Pilar.
Los festejos religiosos guardan de antaño una severa tradición. Las vísperas solemnes y la Salve del día precedente al de la Virgen; la Misa de Infantes y el rosario de la Aurora, ambos al punto de la mañana del día grande; la Misa Pontifical del día 12, y por la tarde la procesión, y en la fecha siguiente, el gran Rosario General, constituyen en conjunto un brillante capítulo en las fiestas del Pilar. Este Rosario General ya desfilaba en el siglo XVIII.
Ya en lo profano, los festejos más enraizados han sido las corridas de toros y la comparsa de Gigantes y Cabezudos.
Aquellas corridas de toros, tal como se dieron los días 8 y 13 de octubre de 1746 al inaugurarse la Plaza de Toros que mandara construir don Ramón de Pignatelli, y en muchos años sucesivos, eran de muy distinta manera que las celebradas desde el último tercio del siglo XIX en que ya alcanzaron fisonomía propia. Entonces empezó a merecer el torero consideración y respeto y a crecer extraordinariamente la fiesta. El ambiente taurino fue tomando un tipismo característico en los días del pilar. Los toreros no dejaban sus prendas peculiares en la calle. Los andaluces usaban chaquetilla corta y sombrero cordobés. Aquellos que procedían de otras regiones tampoco prescindían del sombrero ancho. Durante muchos años, además de las corridas de toros que se celebraban por la tarde, se daba por la mañana, la llamada de “prueba” con cuatro toros de afamada ganadería.
Desconozco el año.

La comparsa de Gigantes y Cabezudos data de tiempo inmemorial. En 1908, cuando la ciudad se hallaba maltrecha por los cañones enemigos, salió también a la calle. No eran los de ahora. Los actuales, salvo alguna excepción y tras retoques continuos, datan de 1860. Seguían y siguen haciendo acto de presencia cada año para regocijo infantil, aunque ya obsesionados por otras aficiones, les dedican mucha menos atención. Ya no se escuchan los gritos a coro de ¡Morico el Pilar!... y ¡Al Berrugón le picaron los mosquitos!...
En iluminaciones se echaba antiguamente la casa por la ventana, y en lucha constante con las bromas del Moncayo, constituían un poderoso aliciente festero de máxima vistosidad. La apertura de la calle Alfonso I en 1873 dio realce a las fiestas en su derechura a la plaza del Pilar. Esta calle, la plaza del Pilar, el coso, el paseo de la Independencia y la plaza de la Constitución (hoy plaza de España), acaparaban el mayor gasto. Cuando el alumbrado fue de gas, se decoraba la plaza de la Constitución, con varios maderos y arcos en el remate, todo ello revestido con oloroso follaje formándose en la parte superior una cornisa en forma de celosía, dotada de espléndida luz y adornada con flores.
Inauguradas las líneas ferroviarias en 1861 y 1863 el censo de forasteros, con la facilidad del transporte, creció extraordinariamente. Día llegó en que circularon para las fiestas, trenes especiales con grandes rebajas. Este lamín entre la gente de los pueblos incrementaba notablemente la animación callejera.
Ya eran ruidosas las fiestas. El comienzo se anunciaba con el disparo de bombas reales y cohetes y con volteo de campanas. Al rayar el día 12, también una diana militar se dejaba oír. Durante los atardeceres de la semana grande, la quema de vistosas colecciones de fuegos artificiales, preparadas por los mejores pirotécnicos, muchas de las cuales se encendían en plena plaza de la Constitución (hoy plaza de España), frente al arco de Cineja.
Cuando la Torre Nueva se alzaba imponente en la plaza de San Felipe, era ella la encargada de anunciar las fiestas, con su campana grande. Al mismo tiempo se abría el postigo y las gentes subían en tropel los innumerables escalones de la torre hasta llegar a los últimos balconcillos desde los cuales se contemplaba a placer, el pintoresco panorama de Zaragoza y sus alrededores. Constituía un número de las fiestas la ascensión a esta torre inclinada.
Había carreras pedestres y de bicicletas, festejos acuáticos en el canal y en el Ebro. Se celebraba desde fines del siglo XIX la fiesta del pájaro en el monte que ya en 1921 fue el parque del Cabezo de Buenavista. Esta fiesta resultaba muy educativa para la infancia. Se llevaban un par de cientos de jaulas con pájaros corrientes y en presencia de la chiquillería, se les daba suelta, y así (decían) los peques comenzaban a respetar y a sentir cariño a los animales.
Fiestas del Pilar en el Canal Imperial
Ya se tenía una peña en Zaragoza. Entonces, a falta de otro nombre se le llamaba comparsa. Fue famosa la comparsa “El ruido”, creada para recaudar dinero, para los repatriados de Cuba. Ella organizó la primera Tómbola de Zaragoza y la cabalgata más o menos como se conoce en la actualidad.
Cada año y a cada cabalgata le ponían título. Famosa fue “La boda de los Villatonta”. Antes, en 1860, salió una que simbolizaba la “Coronación de Fernando I de Aragón”. Otra en 1874, representando el matrimonio de los Reyes Católicos. Ya en el 1900, la “Fragua de Vulcano” y pocos años después una exaltando la industria y el comercio zaragozano.
En la comparsa de Gigantes y Cabezudos se dieron de alta el “Tragantúa o Gargantúa para tragarse a los niños cogidos por un enorme tenedor y entre los Cabezudos los que recordaban a Pascual el Vigilante y al Mansi, cobrador de las sillas de “La Caridad” en el paseo de la Independencia. El año 1947 surgió un nuevo Sancho Panza montado en su burro.
De pronto, empezaron a sonar potentes los motores de los aviones. Esto ocurría en octubre de 1912. Vinieron a volar desde un improvisado aeropuerto en Valdespartera, aviones franceses. Todo Zaragoza quería verlos y fue muy buen negocio para la compañía del desaparecido tren de Cariñena, que en esos terrenos tenía parada. El servicio meteorológico se encontraba en una pizarra colocada en el quiosco Del Toni, en la plaza de la constitución (actual España). Se daban datos frecuentes de la fuerza del viento y de otras características atmosféricas.
Se puso de moda lo de las “mises” y llegó a presentar las fiestas la que había sido nombrada “Mis España”. Tantas eran las designadas por todas partes con múltiples denominaciones que, al poco tiempo, se tuvo la humorada de incluir en la tradicional comparsa de Gigantes y Cabezudos a “Mis Cabezulandia”.
Los concursos hípicos comenzaron a figurar en los programas de 1904, celebrándose en terrenos de la huerta de Santa Engracia (plaza de los Sitios), pasando luego a la “Hípica”, entonces carretera de Madrid.
Otros años se dieron concursos de bandas de música en la Plaza de Toros y de rondallas en el Teatro Principal.
Se organizaron concursos de escaparates con premios.
Y ya en plan de suerte, la tómbola de “La Caridad”, instalada en la plaza de Sas y luego en la fachada de la Diputación Provincial.
Casi todos los días se escuchaban los acordes de las bandas militares por las calles de la ciudad y conciertos en lugares estratégicos. Los casinos organizaban fiestas de sociedad. Se daban bailes en las plazas públicas, partidos de pelota mano en el frontón de la calle Miguel Server, sesiones de tiro al blanco en el barrio de Venecia. Despertaba gran interés entre los labradores el ferial de ganados en la calle Asalto y los espectáculos ofrecidos por los teatros. También figuraba la clásica feria de barracas. Primero se conoció en la plaza del Carbón, luego en el Coso, desde la actual Pardo Sastrón, la de Espartero hasta la plaza de la Magdalena. Pasaron más tarde al solar de la Casa de La Infanta. Ante el incremento que iba tomando la feria se desplazaron al Paseo de Pamplona y Campo Sepulcro; en 1908 ala plaza de Santa Engracia y calle Costa, y luego a la plaza de José Antonio (actual de Los Sitios).
La venta de solares desahució las barracas, y salvo un año 1934, que estuvieron en el paseo de Constitución, ya fue continuado emplazamiento la Gran Vía.
En la historia del pueblo, tiene gratos recuerdos esta feria de barracas. Cuando se situaban en el coso, había garitas que exhibían las primeras películas del cine mudo. En que cesaba el aluvión de forasteros y se bajaban los precios, el público de Zaragoza experimentaba el gozo de dar una vueltecica por el recinto de la misma.
Si lo comparamos todo lo contado con las fiestas presentes, exagerado el cambio, pero si pensamos en lo que se ofrecía, pienso que solo ha habido un retoque que lo ha dado el desarrollo de la propia vida. En el fondo, son las mismas fiestas.

2 comentarios:

  1. No se dice gran cosa de los fundadores de la comparsa El Ruido.

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  2. Siento no poder aportar más datos, pero después de rebuscar en muchos archivos es todo lo que conseguí encontrar.

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