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martes, 9 de agosto de 2011

Los toros y Teruel

Hace muchos años que tuve la suerte de recoger estas tradiciones y gracias a mi manía de tomar nota de todo, hoy puedo contaros. Posiblemente habrán cambiado formas de interpretar estas fiestas, pero el fondo sigue siendo el mismo.
Siempre me alegraban mis pocos viajes hasta Teruel, siempre con mi afición por las costumbres aragonesas. Y os hablaré de los toros.
Sí, ya sé que todos tenéis corridas: basta con pensar en las ferias de San Lorenzo, y no digamos ya las de Zaragoza, toda la temporada y más aún para el Pilar. y también recuerdo en Huesca la calle de Ramiro el Monje que todos llaman “La Correría”, por donde antiguamente se celebraban los encierros. Pero es que esto de Teruel es único en el mundo.
Teruel es la tierra del toro. No os olvidéis que hasta en el escudo de la ciudad campea el toro. Y cuando vayáis por allí observareis “El Torico”, encaramado en la columna de la plaza principal y que es el primer emblema de la ciudad.
El toro está unido a esa tierra desde tiempos inmemoriales. El profesor de Historia nos habló un día de su presencia en los abrigos prehistóricos de Albarracín, del prado de Navazo, de la Cocinilla del Obispo... con pinturas y grabados rupestres preciosos. Yo no los he visto.
Cuando vuelva por ahí ya os lo contaré.
También allí antiguamente hubo encierros y raro es el pueblo turolense que no incluye las vaquillas en el programa de sus fiestas. Pero no solamente es eso. Lo verdaderamente de esta tierra son los toros embolados o toros de fuego y los ensogados. Y de esto quería contaros algo.
De las vaquillas nada voy a deciros, pues en todos los sitios se conocen.
Aquí es muy famosa la vaquilla del Angel, en la capital. El ambiente antes de “romper” es increíble y todos esperan nerviosos a que suene el campanico del Ángel que anuncia la rompida. También corren el toro ensogado por todas las calles del casco viejo. El día bueno para presenciado y mejor aún para correr delante de él es el lunes siguiente a San Cristóbal. Lo controlan cuarenta y tres mocetones y dura unas tres horas, desde las cinco y media de la mañana.
También lo corren en Albentosa y, por supuesto, en Rubielos de Mora. Por cierto, que allí los mozos que controlan el toro corren delante de él, con el consiguiente riesgo. Son cinco los sogueros. El día de agosto es el día de “las higas”. Y es que después del recorrido desde la plaza del Plano hasta la plaza de la Sombra, que es de unos 400 metros, y después de encerrar al toro, los corredores y el público almuerzan higas blancas con aguardiente.
No sé si os he contado alguna vez la rivalidad que suele haber entre los pueblos vecinos, aquí en Teruel, como en todas las comarcas aragonesas.
Aquí es proverbial la de Rubielos de Mora con Mora de Rubielos. Y qué gracia me hizo escuchar aquella broma cuando el toro estaba acorralando a unos chavales y uno gritó: ¡Dale soga, que son de Mora!
Naturalmente que no le dieron soga al toro, porque podía haber terminado en tragedia.
A Rubielos me llegué un día para ver el toro embolado.
Es muy espectacular porque se hace de noche y con las luces de las farolas apagadas. Únicamente están encendidos los tederos o antorchas con teas.
En Rubielos es estupendo el “Toro Jubillo” que celebran el 29 de agosto al estilo antiguo. La fiesta comienza con una cena popular en la Plaza de la Sombra, donde realizan el matapuerco al estilo tradicional. El menú es “lomo de toro asado” que asan a fuego lento con patatas untadas de mantequilla y la carne se enmarina la tarde anterior. Cuando termina la cena preparan el recorrido del toro.
Primero viene lo de acotar el sitio en donde se va a correr. Se llama “sacar las barreras” y los mozos lo subastan. Los que ganan la puja son los encargados de sacarlas del almacén y de instaladas en los lugares de costumbre. Las barreras son unas vallas movibles que aquí les dicen vigas y que son unos gruesos palos de pino. Se apoyan en las vírgenes, especie de escaleras que se atan con sogas de esparto a las paredes, a los clavos fijos, muy resistentes y que están empotrados en ellas. El conjunto tiene que ser muy robusto, como para soportar todos los embates del toro y el peso de cincuenta o cien espectadores encaramados en ellas.
Antes de comenzar el espectáculo se embola el toro. Para esta operación se ata al toro al “palo de embalar”, que es una estaca plantada firmemente en el suelo.
Las bolas generalmente las prepara el herrero calculando el tamaño según sea el del toro. Primero hace una mezcla de resina, trementina y pez coca y la pone a calentar. Cuando ya está caliente, sumerge en ella estopa de cáñamo en rama para que se empape bien y, luego, la coloca en los extremos del yuguete, que suben a manera de antena y terminan en una cruz de hierro en donde se sujetan fuertemente y va dando al conjunto la forma de bola completamente redonda. Para eso utiliza también alambre.
El yuguete se encaja en la testuz del toro y se sujeta a la base de los cuernos con una cadena. Ahora ya falta solo esperar el momento de encender las bolas. Para que el fuego que chisporrotea no chamusque o lastime al animal, se le embadurna, sobre todo la parte alta de la cabeza, el cuello y los lomos con arcilla mojada.



El resto lo dejo a vuestra imaginación. Las mozas, en los balcones. Los valientes, jugando al escondite con el toro por las esquinas y recovecos de las callejas. El citarlo de lejos y el escabullirse de él. El griterío de los espectadores, la emoción atenazando a todos. Las bolas duran unas dos horas y, por tanto, también el espectáculo. Al terminarse queda todavía la tarea de volver a encerrar al toro en el toril. No siempre resulta fácil.
Si el animal se niega, algún habilidoso lo enlaza con habilidad por los cuernos con una soga y tiran de él. Si eso no basta se recurría antiguamente a un método un poco salvaje que ya se ha desterrado y era hostigar al toro con unas garrochas largas provistas de un clavo en la punta.
Esto, el toro embolado. Me gustaría que lo presenciases alguna vez.
Os entusiasmaría. La verdad es que ahora que releo mis recuerdos, aunque he intentado describiros bien todo, caigo en la cuenta de que es imposible reproducir la emoción y el ambiente: hay que vivirlo.
No se sabe muy bien desde cuándo arranca este juego tradicional. Un señor del pueblo, de esos que lo saben todo, me explicaba que hace muchísimos años -en el siglo XIII antes de Cristo decía él- que la ciudad de Bellia, que tal vez fuera la antigua Belchite, poblada por celtíberos, estaba asediada por los cartagineses, que se querían apoderar de ella. Los defensores lo tenían difícil y optaron por una estratagema que se le ocurrió a uno de sus caudillos, que se llamaba Orisson, y que fue la que los salvó: tenían una manada de toros y les ataron a las astas unos haces de paja, les prendieron fuego y los soltaron fuera de la ciudad. Los toros, enloquecidos, irrumpieron en el ejército cartaginés y lo pusieron en fuga.
Y esta hazaña dicen que la repitió muchos siglos después el rey Jaime I el Conquistador antes de la conquista de los moros. La historia es exactamente la misma que se cuenta de Orisson y tuvo lugar en la orilla izquierda del río Mijares. Lo que sí es cierto es que esa comarca es muy aficionada a los toros embalados.
He intentado conseguir una lista de los pueblos en que se festeja el toro de fuego y aquí la teneìs por orden alfabético. Puede ser que se me escape alguno, en ese caso, perdonar: Albentosa, Alcalá de la Selva, Cabra de Mora, Formiche Bajo, Linares de Mora, Mora de Rubielos, Nogueruelas, Olba, Puebla de Valverde, Puertomingalvo, Rubielos de Mora, Sarrión, Valbona y Vinaceite.
Alguien me comentó que en la provincia de Zaragoza tenian toros de fuego también en Bujaraloz y en Sádaba. Pero de esto no estoy seguro.
A propósito de toros: recuerdo que un día me contaban la leyenda de Montoro de Lanaja, en la que una princesa mora se convirtió en un becerro de oro al pretenderla un caballero cristiano y que todavía está en algún lugar del pasadizo que va desde la iglesia actual al antiguo castillo. y también: ¿sabéis que en Teruel tienen igualmente su “becerro de oro”? Está en la Muela de San Juan, cerca del pueblo de Griegos. Y dicen que antiguamente había allí un templo pagano en el que se adoraba un becerro de oro. Lo guardaban en una ciudad que luego edificaron y que existió hasta la llegada de los moros que la arrasaron. Después del saqueo, un soldado escondió el becerro con intención de recuperarlo un día. Pero no pudo porque murió en otra batalla. Las gentes de Griegos han intentado localizarlo pero no han podido. Y dice la leyenda que nunca podrán, a no ser que en el mismo sitio de la Muela de San Juan vuelva a construirse otra ciudad como la desaparecida.
Todo esto se me ocurre hoy, pero seguro que existen muchas otras historias sobre los toros y Teruel.

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