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martes, 5 de julio de 2011

¡Matar la Vieja!

¿Los chicos de las ciudades no se divertían? ¡Solo se divertían en los pueblos!
Zaragoza no siempre fue una ciudad alegre. En 1947, recién impuesta la dictadura, se leían comentarios como: “En Zaragoza los hombres van siendo cada día más graves. Aquellos que en las tertulias estaban siempre “sembraos” han ido desapareciendo. Y los chicos no son tan “chicos” como antes.
Esto parece que quedó crónico. Abundan los malhumorados. Antes los malhumorados lo disimulaban. Ahora no. Salen de casa de mal talante y vuelven lo mismo. Por todas partes por donde pasan se muestran ariscos y agriados.
También en los chicos. Pero en estos bien puede ser que influya la desaparición de algunos regocijos a los que estos –niños antes que otra cosa y de la piel del diablo, como se decía- se entregaban plenamente con alegría encantadora.
Os contaré cierta expansión de entre las muchas manifestaciones en las cuales reflejaban su contento, si bien la causa era triste, y lamentable por que parte de la algarabía ocurría en un lugar sagrado. Los chicos solían conmemorarla quitándole sus fúnebres tonos, de manera que venía a ser para ellos toda una fiesta.
Iglesia de San Pablo por c/ San Blas
Tratábase de un ruidoso espectáculo que todos los años celebraban los chicos de Zaragoza en 25 de marzo, festividad de la Anunciación. Aquel día iban todos a “matar la vieja”.
¿Y que era eso? Informes auténticos permiten explicar el origen de aquel “tradicional” acontecimiento.
Según documentos que lo atestiguan, una gran señora llamada doña Gracia Lavieja, dejó al morir un testamento que contenía una original cláusula. Para que no pueda creerse que es un cuento cualquiera, diré que dicho testamento fue otorgado en esta ciudad el día 8 de febrero de 1452, (como quien dice ayer) ante el notario don Antón Gurrea.
En este testamento disponía doña Gracia Lavieja, que todos los años, el día 25 de Marzo, se celebrara una solemne fiesta religiosa en el Santuario del Portillo, a la que deberían acudir en procesión el Cabildo Metropolitano, el Ayuntamiento y numerosas cofradías y hermandades. Además los chicos del hospicio y aquellos otros que quisieran acompañar al cortejo. Estos a cambio de su asistencia, recibirían una gratificación en efectivo.
El sepulcro de esta dama se encontraba en la iglesia de San Pablo.
Pero sepamos como se celebraba tan aparatoso funeral. El día de la Virgen de Marzo, salía una larga y lucida procesión de la iglesia del Pilar o de La Seo, según estuviera en una u otra la residencia del Deán.
Previamente se limpiaban de piedras, barro y cascotes las calles del recorrido a costa del caudal de la fundación para que los asistentes no se manchasen los trajes y vestiduras. El clero entonaba por el camino responsos y salmodias.
Cuando la comitiva desembocaba en la plaza del mercado por el arco de Toledo, se unían infinidad de chicos que la esperaban invariablemente en aquel punto. Cada uno llevaba en la mano un buen mazo de madera o un buen palo, para “matar a la vieja”, pero no hacían uso de él, hasta que la procesión había entrado en la iglesia de san Pablo.
Una vez ante el altar mayor, delante del coro y en el sepulcro de dicha señora, se cantaba un responso. Terminado, caían inmediatamente los chicos como un torbellino, sobre la tarima  de madera que cubría la tumba. Cientos de mazazos golpeaban furiosamente la tabla. En estrépito era formidable, ensordecedor, como si fuera un terremoto.
Antigua calle de San Pablo
Lejos de rendirle el cansancio, salían los chicos de la iglesia tras la procesión y por la calle de san Pablo arriba, adelantándose al cortejo, en lugar de poner freno a su impetuoso deseo de hacer ruido, la emprendían a golpes contra las puertas de la calle.
En la estrecha calle resonaban sobre los anchos y claveteados portalones, lo mismo que cañonazos. Aquello resultaba espantoso. A los chicos les enardecía el ruido y redoblaban sus acometidas. Los vecinos que tenían una puerta bien cuidada protestaban del atropello, pero sus voces eran apagadas por el estruendo. En ocasiones se veían algunos propietarios que, celosos de sus intereses, guardaban sus viviendas con gruesas estacas. Pero la mayoría sentía miedo al ver la amenazadora actitud de la chavalería y se encerraban en casa resignados.
Mientras la procesión seguía su curso hasta la iglesia del Portillo, los chicos, llevando bien aprendida la papeleta, se encerraban en el corral del Convento de Santa Inés, y allí, el procurador del capítulo de San Pablo, les repartía dinero a cada uno. ¡Doña Gracia Lavieja había quedado bien servida!
Después con el dinero en el bolsillo y el mazo en la mano, se dispersaban por la ciudad los pequeños intérpretes y continuaban la aventura por grupos separados.
La costumbre de “matar a la vieja” desapareció con la revolución de 1868.
Pero los chicos se siguieron divirtiendo en la calle. Buen humor en ellos no falto años después. Se celebraban muchos festejos populares para que no se aburrieran.
Llegó el día en que las ordenanzas municipales prohibieron jugar al fútbol en la calle. Se termino la calle, poco a poco, hasta dejarlos metidos en casa.
Como ha cambiado Zaragoza.

Hoy tenía que escribir sobre este barrio de Zaragoza donde nació este buen y entrañable amigo Claudio Picó:

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