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Creigo en Aragón ye Nazión

lunes, 25 de abril de 2011

Soy yo

Desde hace algunos años siempre apareció la misma pregunta:
¿Cómo sabe tantas cosas de Aragón? Uno no sabe ciertamente nada. Cuando algo os cuento, no lo digo yo, si no las personas que me lo contaron. Son preguntas y más preguntas en la calle, en una solana y como yo las llamo, consultas. Pero no las de médicos, que en la calle no están bien vistas. ¡Cuantos médicos nos podrían contar sus experiencias en estas consultas! Muchas de ellas se hacen sin mayor intención, fruto de una preocupación momentánea que se aprovecha el encuentro con el médico. Ellos, claro, como es lógico, no quieren pasar por el aro. Conozco algún caso entre el listillo de turno y el médico chungón:
-Una pregunta, señor medico, ahora que lo veo; cuando está usted tan enfriado como yo, ¿Qué hace?
-Toser.
O como el médico de Agüero que pronto que los veía llegar, les decía:
-Bien, bien, vamos a ver. Cierre usted los ojos y enséñeme la lengua.

Y cuando los tenía así, se largaba.

Pero me voy del tema y es que un servidor soy adicto a las consultas. No con médicos, claro, sino con los abuelicos.

¡Como ha cambiado todo! Esta frase así de chata y perogrullesca me habría con frecuencia toda una fuente de información. Cuando ves un par de ancianos en un carasol, silenciosos, graves, en actitud de espera (¿espera de quien?), me acerco a ellos sin dudar para darles los buenos días y hacer el comentario meteorológico de turno que es la conversación de los que nada tienen que decir. Les ofrezco un cigarrito, lo encendemos y como quien no quiere la cosa les comento: “¡Como ha cambiado todo!” Y ya está:
-¿Qué si ha cambiado? Mira, en mis tiempos…
Y ya lo difícil es hacerlos callar. Tienen muchas cosas que contar y nadie que les escuche. Y ellos son los que saben.

En nuestros pueblos ya no hay niños. Tampoco hay jóvenes; están en las fábricas de las ciudades. Solo hay viejas y viejos. Ellas en la cocina o con un trapo en la mano dando vueltas por la casa porque “siempre hay algo que hacer”. Ellos, cuando hace sol, arrimados a esa pared que también conocen. Si hace malo, en la mesica de la cocina o sentados en la cadiera.

Con su filosofía. Con su mirada ausente. Como si su atención estuviera hacia dentro, por que hacia fuera nada vale la pena. Sueñan, añoran, recuerdan, esperan (¿esperan qué?) ¡Y que visión más exacta de las cosas! Recuerdo la salida de aquel anciano que llevaba de la mano a su nietico. El niño tiraba del agüelo:
-Corre yayo, que llueve.
-Y para que vas a corres, hijo, si más allá llueve también.
Y con sorna. ¿Hablan en serio o en broma? Como aquella pareja. El uno comentaba mirando las nubes:
-Si el cielo sigue así, mañana tendremos un tiempo u otro…
-¡Hombre!, no quiera Dios.

Y la crítica. Por supuesto mezclada siempre con el sentido del humor. El humor es lo único que no ha abandonado a nuestros pueblos. El día que se nos vaya, ya podemos plegar.
No lo oí yo, no, me lo contaron. Lorenzo es un mesache de Apies, formalico y tal. Sobre todo, tal. Aquella noche estaba viendo la televisión en el teleclub del lugar. Era el 20 de junio de 1969 exactamente. Eran los primeros tiempos de la tele en España y, para los lugares que no tenían otra diversión, era fuente de entretenimiento continuo y de continua admiración, como auténtica ventana al mundo. ¡Que de cosas pasaban, y nosotros sin saberlo… )

La gente estaba asombrada, sobre todo aquella noche, y no era para menos. El hombre, por primera vez en su historia, llegaba a la luna.

Allí estaba en la pantalla el vehículo espacial alunizando y Armstrong se daba un paseo sobre la romántica luna, que ahora resultaba demasiado fea.

Todo eran exclamaciones de asombro. Lorenzo en cambio, miraba la escena con una puntica de ironía. De pronto se levantó de la silla y salió a la calle. Volvió a entrar sonriente (cuando Lorenzo reía es por que la iba a soltar):
-¿Sabéis lo que os digo? Que nos han engañau. Todo eso es mentira. ¡Que esta noche no hay luna!
Si me fuera posible el diálogo y tuviera nietos, les contaría lo que cada día intento comentaros.

La cultura de un pueblo no se ha transmitido de padres a hijos sino de abuelos a nietos. Son dos extremos que siempre se han entendido perfectamente.

El abandono de los lugares por la juventud, los pisos pequeños, las residencias de jubilados, han cortado ese hilo de comunicación. Si se tiene la suerte de convivir juntas las dos generaciones, la televisión, actividades preescolares y el actual contorno de la vida, obstaculizan el diálogo.

Hoy, si se puede hablar de dos mundos diferentes. Los mayores, que miran al pasado con nostalgia e intentan adaptarse a los piensos compuestos que engullimos a través de las carnes y pescados, los electrodomésticos, la circulación de las calles, los medios de comunicación, y los pequeños, que confunden el trigo con la cebada, los animales con el circo y viven de cara al mañana adentrados en el consumismo y el confort, con la convicción de saberlo todo y ser ellos únicamente los que han hecho posible el progreso.

Es por esto que quiero resucitar a nuestros antepasados. La historia de Aragón no la hicieron historiadores sino nuestras gentes. Y quiero abrir esta historia: la tradición.

Desde este puesto, intento dar vida a nuestro pasado, en la confianza de llegar a conocerlo y entenderlo. Y ojala consiga que lleguemos todos a querer un poco más a esta tierra, después de saber de donde procedemos.

Quisiera que lo que cuento fuera una historia propia. Pero no es mía, que mi historia a nadie importa, sino de Aragón.

Y tampoco de Aragón Historia, sino de Aragón Pueblo.

Me interesan muy poco los reyes, las batallas y las fechas. Me apasiona, en cambio, la gente porque formo parte de ella. Busco mi yo y trato de encontrarlo en mi memoria, en mis creencias, en los ritos y mitos que conformaron mi manera de ser.

Aragón me ha hecho así, con mis defectos y virtudes, mis ansias de independencia y libertad. Mi terquedad aragonesa, mi catecismo de pueblo abierto a la admiración y nunca cerrado al futuro ni a los lugares del resto del mundo.

He visto con los años gentes de todas las regiones y culturas, ellos tenían sus luces y sus sombras y al contemplarlos desde mi manera de ser, he apreciado mejor nuestras cualidades y creencias. Y no quiero renunciar a ellas.

Podría ser mejor y podría ser peor. Pero ya no sería yo. Y no quiero dejar de serlo.

Lo que aquí escribiremos es intrascendental. Cosas de pueblo, estilo de vida ya caducado, ciencia ficción para los hombres del siglo XXI.

Pero es que a mí, esas intrascendencias, esas sosadas, ese roce con la vida cotidiana, normal, específica de mi tierra, me han troquelado como aragonés.

Si os resignáis a leer el blog, sabed que os exponéis a oír hablar de Aragón, de nuestras cosas, de su gran historia y de sus pequeñas historias que reflejan un aspecto de nuestra personalidad.

Nuestros abuelicos se van y urge recoger su saber. Y esto es lo que yo pensaba, cuando me decido a guardar todo lo que me contaron.

“Cuan se fa un biello”, solo se tiene prisa por contarlo, a veces demasiado atropellado.
¿Lo conseguiré? Esa es mi intención. Si no lo consigo… a perdonar”.

3 comentarios:

  1. Algunos, o al menos hablare por mí, estamos metidos en añicos y eso nos hace recordar y en algún caso hacer lo que tú dices en este escrito, nos haces soltar pequeñas lagrimas, pero son muy grandes porque salen del corazón y con cariño hacia ti que lo escribes y cuentas y hacia los recuerdos de uno mismo, pues nos abres porte de ese corazón que ahí lo tenemos pero no sabemos sacarlo.
    Gracias Bastian, gracias…………………………..

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  2. Muchas gracias por enseñarnos la verdadera historia de nuestros lugares, esta es la verdadera historia de aragon no lo que cuentan los libros.
    Antis yeramos muitos os que te sigiamos por aradio agora te siguiremos en el blog, muitas grazias por facernos de mayestro

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  3. ayyy los aguelos,,, que sabios.. emocionado leyendo bastian... abrazo enorme , como tu..
    agus.

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