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lunes, 10 de agosto de 2015

San Lorenzo y Loreto

Mi buena amiga Ruht Naval, me pide que comente algo de san Lorenzo, ya que
hoy, se celebra su fiesta en Huesca. Muy laurentina ella… y guapa.
Por eso quiero hablaros de Lorenzo que todo el mundo parece creer que es nacido en Huesca, cuando su procedencia si es muy cercana. Y tengo que centrarme en Loreto para aclarar ideas, siempre desde mi punto de vista. Yo no soy historiador y seguro que alguno me pondrá como desee y hará bien.
Pero os cuento:
 Un buen amigo, después de una de mis charlas, me llamaba el día de la patrona de la aviación, la virgen de Loreto. Parecía un tantico celoso porque nada había dicho sobre la de Loreto de Huesca. Hoy me apresuro a complacerle. Y conste que no siempre soy yo el responsable de lo que digo. Me acuerdo ahora de una anécdota sucedida en el Parlamento en tiempos de Isabel II. Vázquez de Mella pronunció nada menos que estas palabras, intencionadísimas:
-Desgraciados los pueblos que para su condenación se hallan gobernados por mujeres y niños.
Sagasta, entonces presidente, le interrumpió:
-¿Se hace su señoría responsable de estas palabras?
A lo que Vázquez Mella replicó:             
-Señor presidente, el responsable de estas palabras es el profeta Isaías, que las pronunció.
Y empiezo con mi aclaración: la advocación de Loreto nada tiene que ver con nuestra oscense Virgen de Loreto. Sí, ya sé que en la iglesia, entrando a mano derecha, está la Virgen de Loreto italiana con su casita y todo, que, por cierto, traen los ángeles navegando por el mar y no volando por el aire como cuenta la leyenda, y por eso es la patrona de los aviadores. Eso no significa nada: sencillamente, que la leyenda llegó también a Huesca hacia el siglo XIV o XV, que es cuando se divulga por todo el mundo, aunque sitúa la traslación a finales del siglo XIII.
Pero, para entonces, ya llevaba existiendo mucho tiempo nuestro Loreto, muy anterior al italiano. Ciento veinte años antes de ese hecho ya podíamos leer en dos bulas pontificias, de Alejandro III la una y de Clemente III la otra, en las que se nombra a la iglesia “de Loret”, dependiente del abad de Montearagón.
La tradición, sin embargo, es mucho más antigua y viene rebotando ya desde el siglo III, que fija nuestro Loreto como la cuna de San Lorenzo. Si vais al santuario por el camino viejo, a mitad de recorrido, allí junto a la Torre Farina, veréis el memorial que nos recuerda que en ese paraje Santa Paciencia esperaba a sus hijos Orencio y Lorenzo cuando volvían de la escuela. La gente solía parar allí para echar una piedra en homenaje y rezar un avemaría.
Loreto, pues, sobre todo está vinculado a una familia de santos oscenses. Cuatro nada menos: San Orencio y Santa Paciencia, los padres; San Lorenzo y San Orencio, los hijos.
Por eso precisamente se construyó allí el monasterio de los agustinos, mandado erigir por el rey Felipe II en memoria y agradecimiento de la célebre batalla y victoria de San Quintín, en la que derrotó a los franceses un 10 de agosto.
Hemos oído muchas veces que el rey quiso levantar en Huesca el fabuloso monasterio del Escorial. Y algo debe de haber de eso, pero dicen que la mala calidad de la piedra de nuestra tierra desaconsejó el proyecto para realizarlo en las estribaciones de la sierra de Guadarrama.
La primera piedra de nuestro santuario se puso el 23 de agosto de 1594, estando Felipe II en Monzón, diez años después de acabado el monasterio del Escorial. Los planos los encargó el arquitecto Jerónimo Segura Bocanegra, discípulo de Herrera, y los realizó en puro estilo herreriano.
Para la obra de nuestro Loreto, el rey ofreció su baronía de Grañén y los bienes confiscados a don Martín de Lanuza: Puibolea, la pardina de Gratal, Monte Turillos y casas de Sallent, Lanuza y Plasencia.
Durante muchos siglos, el primer día de mayo acudían a Loreto el Ayuntamiento de Huesca y el cabildo de la catedral con cruz alzada, junto con la cofradía de los Sogueros.
Por cierto, que en el año 1603 se suprimió la procesión por inconveniente del cabildo, que alegaba que el santuario estaba demasiado lejos de la catedral. Pero al año siguiente se volvió a organizar la procesión por orden del Ayuntamiento, que comunicó a la catedral que si no acudía el cabildo, el Ayuntamiento sí seguiría él solo la tradición.
Me pregunto yo, qué pinta allí la advocación italiana de la Virgen de Loreto con su casita y todo. A alguien parece que le sentó mal que Loreto sea aragonés mucho antes que italiano. ¡Qué le vamos a hacer!
¿Que luego fue más famosa la iglesia de Italia que la de Huesca?
Ya estamos acostumbrados a eso, sencillamente porque desconocemos lo nuestro o no lo valoramos. O, peor aún, lo despreciamos.
Loreto no tiene nada que ver con Italia, sino con Cuarte. Y lo voy a explicar echando mano de la tradición y la filología. Ya sé que Cuarte es latino. También en Zaragoza hay otro Cuarte; y en Valencia y otras partes. Significa, como está claro, “cuarto”. Tal vez el cuarto campamento en torno a la Osca romana. Ninguna ciudad de España, que yo sepa, tiene tan definidos sus “castra romana” como Huesca: el tercero, Tierz; el cuarto, Cuarte; el quinto, Quicena, o si queréis el Estrecho Quinto; el sexto, Sieso; el séptimo, Siétamo o Siétemo; el noveno, Nueno... Me faltan el octavo y el segundo, porque el primero estaría en la misma Osca y, tal vez, en la quinta de Sertorio, que es fácil que se encontrase junto al río Flumen, que como sabéis significa “río” en latín.
Para mí tengo que unas excavaciones en torno a la fuente de la Santeta podrían ser muy fructíferas.
Pero el octavo y el segundo... Tengo mi propia teoría sobre el segundo, que os voy a contar, al menos para que puedan divertirse los lingüistas.
Era tan intensa la convivencia de nuestros vascones con los latinos que bien pudiera ser que apareciese algún nombre híbrido, mezcla del latino y vascón. En latín “segundo” se dice “alter”. En vascón “poblado” es “erri”. Su mezcla nos daría “alter-erri” o, simplificado, “al-erri”; o sea, Alerre. Ya sé que son ganas de enredar. Pero, ¿se os ocurre algo mejor?
Estábamos con Loreto, o Laureto, junto a Cuarte o ¿Queréis más vascón? Allá va. En vascón “cuatro” se dice “lau”, o mejor, “laur”. Lauret, como aparece en las crónicas más antiguas, podría ser el cuarto. Así como Laurén o Lorén sería “el del cuarto”. ¿Y quién era el del cuarto más famoso, sino nuestro Lorenzo, que vivía precisamente en Loreto? Loreto y Lorenzo tienen la misma etimología; es claro.
Cuando nuestro santo marchó a Roma, le latinizaron el nombre en “Laurentius”, algo así como “el laureado”. ¿Por qué “laureado” antes de su martirio, que le dio el laurel de la victoria? No, no. Lorenzo no era el laureado, sino el de Cuarte.
Así nos encaja perfectamente todo. Y vamos a dejar a un lado el Loreto italiano, que llegaría mil años después de todo esto.
 


viernes, 7 de agosto de 2015

De huertas y frutas

Cuando bajo a estudiar desde la montaña a Huesca, había una parcela de trabajos agrícolas que todavía me era desconocida: la huerta, y más en concreto, los frutales. Es verdad que mis tíos tenían un huertecico cerca del río y de él cogían cuatro patatas y cebollas, algún pepino y poco más para el gasto de la casa. y cuando menos lo esperaba me salió una ocasión extraordinaria para conocer la huerta. Resulta que un amigo de un amigo de papá le dijo que otros amigos de Fraga andaban buscando mano de obra para recoger la fruta. Entonces no existía la inmigración y esos trabajos los ejercíamos normalmente los estudiantes. Nos servían para recoger algún dinero para poder mantener nuestros pequeños gastos, ya nuestros padres tan solo pagaban nuestros estudios y muy poco más. Yo me apunté enseguida, sin sospechar la paliza que me esperaba y, a los pocos días, caí por Fraga, “la sultana del Cinca”, como la llaman los fragatís.
Lo primero que me llamó la atención fue su idioma. Hablaban una especie de catalán que yo nunca había oído. Entonces me enteré de que Aragón es trilingüe: se habla aragonés, castellano y catalán.
La gente era encantadora y en cuanto aparecía yo entre ellos se esforzaban por usar el castellano, que por cierto lo hablaban muy bien y nunca lo mezclaban, a no ser que yo se lo pidiera para recoger en mi libretica las palabras que empleaban para sus tareas y utensilios.
Hacía poco que les había llegado el agua, pues antes de construir la presa de Barasona, la comarca, lo mismo que La Litera, era secano y bastante pobre. Pero el canal de Tamarite les dio un impulso esperanzador. Luego, al canal lo llamaron de “Aragón y Cataluña”, que es como ahora se conoce.
Yo, de Fraga, no conocía más que los higos, que llevaban fama en toda España y suponía que mi tarea sería el recogerlos. Ya me relamía pensando en los que me echaría a la boca. Me equivoqué de medio a medio. El higo ya estaba en decadencia y no le hacían ningún caso.
Parece que con el regadío los higos perdieron su calidad y al secarse se abrían, por lo que poco a poco los hortelanos se dedicaron a otras frutas, que les dieron su verdadera riqueza.
Pero aún tuve la oportunidad de ver el trabajo del higo. Por cierto, que nunca había visto higueras tan grandes como las de allí. Las escaleras que utilizaban para recoger los higos eran larguísimas. Veintidós travesaños le conté a la más larga que tenían mis nuevos amigos. Como los peldaños estaban separados un par de palmos, la longitud total llegaba a los nueve metros, que ya es altura.
Allí se encaramaban los hombres en la recogida. Iban provistos de unas cestas con un gancho para colgarlas en las ramas y, cuando habían llenado su cesto, lo descolgaban y las mujeres los recogían y pasaban a canastos grandes, que transportaban luego sobre la cabeza hasta el secadero. Allí los colocaban en cañizos para que les diera el sol.
La mayoría eran higos blancos y muy grandes. Los cogían ya “pansidos” con toda la miel hecha. Los que estaban un poco verdes todavía los ponían en cañizos aparte.
Mientras hacía sol los cañizos estaban extendidos en lugar despejado y, a la noche, los apilaban de diez en diez y los guardaban en un cobertizo. Lo mismo hacían si llovía. A la mañana siguiente se desafilaban otra vez. Al cabo de cuatro o cinco días, daban la vuelta a los higos, que ya los habían aplastado y, al secarse una cara, los volvían para que el sol les diera en la otra. A los diez días más o menos, ya estaban listos para la venta.
En mi pueblo, en el que también teníamos alguna que otra higuera, lo había visto hacer de otra manera: cuando se empezaban a secar se hacían unas ristras cosiéndolas con un hilo y se colgaban. Antes había que enfarinarlos. En Fraga, no. Se recogían sin más, como he dicho.
Los almacenistas que los comercializaban tenían unas representantes -siempre eran mujeres- que llamaban correderas y que iban de huerta en huerta comprándolos. Con ellas se ajustaba el precio.
Tenían una variedad que llamaban “coll de dama”, que la probé y me encantó. Era temprana y negra, con una flor muy grande. Pero no daba cantidad suficiente para el comercio.
Aunque los fragatinos son muy abiertos y comunicativos, en la época de la recolección apenas hacían tertulias. Cada uno iba a lo suyo sin parar de trabajar. Recuerdo que el señor Pere solía decir: “Al tiempo de los higos no hay amigos”.
 
Como he dicho, la llegada del agua hizo desaparecer los higos que perdieron, si no calidad, sí “presencia”. Pero los ribereños se volcaron en otros frutales y pocas regiones o ninguna de Europa pueden competir con ellos.
Era una gozada ver las huertas, tanto en torno al pueblo como en lo alto. La mayoría disponían de edificaciones en donde se podría vivir con toda comodidad (yo los comparaba con las “aldeas” de Lanaja y ni comparación). Pero, como están a poca distancia de la ciudad, ninguno las usa como vivienda. Eso sí, tienen sus almacenes, cubiertos, depósitos de agua, todo.
Muchos hortelanos contrataban “medieros” para trabajar su tierra y pagaban con una pequeña parte de la cosecha. La huerta alimentaba a sus animales, tocinos, conejos, gallinas y buena parte la pagaban en especie. Además, el amo les facilitaba el estiércol con unas medidas curiosas.
Para remover la tierra, en vez de arados, utilizaban las “fangas” (en mi pueblo les decíamos “lías o bigós”), que eran unos tridentes de hierro provistos de un mango vertical. Las clavaban hondo en la tierra haciendo fuerza con el pie en el travesaño de las tres puntas y, una vez hincadas, hacían palanca y sacaban unos tormos enormes. Pues bien, por cada bancal de huerta que “fangaban”, el amo les traía una carretada de fiemo de las parideras que tenía en el monte.
Yo le preguntaba al señor Pere qué hacían durante el invierno.
-Trabajar como todo el año. Claro que el verano es más duro, con la madrugada y la recogida de la fruta bien al sol, como puedes ver.
-Pero los árboles trabajan ellos solicos...
-No, no. Hay que injertar, podar y, sobre todo, sulfatar casi continuamente.
Además si un árbol carga mucho hay que esclarecer. Y todo esto de árbol en árbol. Cuando has terminado en una huerta ya tienes que ir a la otra. Además, las distancias no son nada cortas.
-El término de Fraga es muy grande, ¿no?
-El segundo de España. Sólo le gana Don Benito allá en la Extremadura.
-Escolti, siñó Pere, antes los árboles eran muy altos. Ahora no los dejan crecer tanto. ¿Es que la fruta sale mejor en arbolicos chicotes?
-La fruta es igual. No los dejamos crecer para ahorrar. Toda la labor se hace desde el suelo; ya no es preciso utilizar escaleras. Mientras subes y bajas ya has llenado un par de cestos.
-¿La recogida de la fruta les lleva todo el verano?
-Todo. Desde junio, que empiezas con la cereza y la fruta temprana, hasta casi San Miguel. Y menos mal que viene toda escalonada.
-Por lo que veo aquí cogen de todo, ciruelas, alberjes, peras, manzanas, melocotones...
-Sí, hasta mingranas, pero porque salen ellas solas. No las trabajamos. Ni tampoco los higos, como te he dicho antes.
-¿Cuántas clases hay en cada fruta?
-¡Huy! Cientos. Las más antiguas que tenemos, que han sido de siempre de aquí, son, en ciruelas, la claudia, el ancheleno y la fría. En albaricoques, el abridor y el pabió. En peras, la temprana, el castell, magallón, limonera, blanquilla...En manzana, la golde y la reineta. Pero te podía nombrar cientos y cientos.
-Además, todos tienen su huertecico para las cebollas, tomates, lechugas, y todo eso...
-Sí, todos. Pero sólo para el gasto de casa. Eso no lo trabajamos para venderlo porque nos llevaría mucho tiempo y no nos compensa.
En los quince días que me pasé en Fraga casi me saco el "título" de hortelano. Y casi almaceno sueño y agujetas para todo el año. ¡Qué madrugadas! ¡Y qué palizas de trabajar!
El señor Pere era muy refranero. Yo iba apuntando en mi cuadernito los refranes que le oía:
«Si chillan las falcetas, riega tranquilo tu huerta».
«Donde muere el agua, bien crecen las plantas».
«El que quiere la col, quiere las hojas del alrededor».
«Es peor hambre con sol, que pa cenar col».
«De acelgas, un bancal, y de nabos, buen tornallo y tendrás pa cenar medio año».
«Si comes almendricos, que te visite el medico».
«Con pepino y con melón las tripas en el talón».
«Calabaza, pepino y melón, de la misma familia son».
«Pepino, ciruelas y calabazón, lo más apropiado para un torzón».
«En huerta ajena, puedes llenarte la tripera».
«El agua fuerte, pa tú, la lluvia fina, pa mí».
«Si riegas con mucha agua, perderás de tu huerta la sustancia».
«La mejor regada, la del cielo bajada».


miércoles, 22 de abril de 2015

La hora de comer

Las doce era la hora de “a chenta”. (la comida). La teníamos en la cocina, que era una estancia grande. Al fondo estaba el hogar con las cadieras cubiertas con pieles curtidas de cordero. Dos de las cadieras o bancos de madera disponían además de una mesica abatible, “la prezosa”, sujeta al respaldo mediante unas bisagras, y en su extremo libre tenía una pata que al bajarse la mesa se apoyaba en el asiento de la cadiera. Era un buen sitio para almorzar o cenar, que no requerían la solemnidad de la comida del mediodía. Ésta se tenía, como digo, en medio de la cocina, en la mesa grande, ya que la “cambra güena”, que hacía también de comedor, sólo se utilizaba en los días grandes.
Sobre la mesa colocaban siempre en vez de manteles un hule a cuadros que se guardaba enrollado en una caña. Únicamente nos sentábamos los hombres y los zagales. Las mujeres estaban para servir la mesa y sólo en ocasiones muy excepcionales se sentaban con los hombres. Mientras servían iban comiendo entre plato y plato.
Presidía el abuelo, que en prácticamente en todos los sitios también bendecía la mesa. No era el caso de la mía, pues el abuelo siempre decía: -“En una casa republicana, no cal rezos. Ixo en a ilesia”. Con un “güen provecho” lo solucionaba.
Nadie empezaba a comer hasta que el abuelo lo hacía. También era el que señalaba los momentos de echar el trago con el porrón. Yo no sabía beber “a gargallé” (a lo alto) y tenía que chupar el pitorro, como si tocara la trompeta y por eso, cuando bebía vino (no muchas veces), el yayo me embromaba con un “¡tararííí!” que imitaba el cornetín.
 
El vino tenía rituales muy diferentes. Nunca se bebía hasta que lo hacía el que presidía la mesa. La medida en días ordinarios era clara: “un trago para la verdura y dos para la “pizca”. Esto, lógicamente no se tenía en cuenta en la comida de huéspedes, como tampoco se tasaba el trago. El ideal al beber en bota o en porrón era de “siete buchacas y la boca llena”.
Cuando se comía a rancho en el campo, el molino… también había un moderador para la bebida. Cuando lo creía conveniente exclamaba: “¡Trago!”. Todos dejaban la cuchara apoyada en la sartén común, bebían por turno y no volvían a coger el cubierto hasta que todos habían libado.
Una superstición muy extendida es que no se debe dejar el porrón sobre la mesa de forma que el pitorro apunte a algún comensal porque es muy malo para él.
Es señal de buena suerte y alegría si se derrama involuntariamente la sal o el vino sobre la mesa.
Al comenzar un pan siempre se le hacía una cruz con la punta del cuchillo. Nunca se dejaba el pan encima de la mesa vuelto del revés, con la parte plana hacía arriba, “porque la virgen sufría”. Y me acuerdo que si alguna vez caía una tajada al suelo, la tenía que recoger y besarla a continuación.
La comida como contaba era normalmente lo que hoy diríamos cocido, pero que en aragonés se llamaba precisamente “comida”.
En cuanto terminaba la comida, salía disparado a la calle en busca de la “colla” pandilla. Era lo bueno que tenían los pueblos, porque no tenían ningún peligro y te podías pasar todo el día recogido en la calle. En verano era otra cosa, pues los mayores se empeñaban en que tenía que dormir la siesta, que era un latazo, pero de esto hablaré en su momento.
Ahora había que aprovechar la tarde, que era muy corta, y la vuelta a casa la marcaba la llegada de los hombres del campo.
No recuerdo muy bien qué hicimos ese día, probablemente carreras con los aros calle arriba calle abajo hasta que sudorosos y felices cada cual marchó a casa. Era la hora de merendar y de recogerse. La merienda era casi siempre la misma, una tajada de pan con un chorrico de vino por encima y espolvoreada con azúcar. Merienda barata pero que sabía a gloria.
Los días eran muy cortos y el atardecer transcurría tranquilamente en la “dilata” o velada a la mor de la lumbre. Yo nunca me quería encadar tan pronto y le pedía al yayo que me dejara acompañar al criau a abrebar a los animales.
Normalmente lo conseguía.


sábado, 14 de febrero de 2015

Coplas y dichos de Sobrarbe

La rivalidad entre pueblos próximos viene de muy antiguo y algunas coplas, pareados, motes o chascarrillos que se dedicaban unos lugares a otros, han sobrevivido al paso del tiempo. Sobrarbe no iba a ser menos y la gente mayor nos transmitió muchos de ellos. La rivalidad continúa hoy día, aunque muy diluida por la pérdida de la población, que con pueblos hoy completamente deshabitados, sigue viva por haberse recogido en su momento.
Tienen picardía, gracia, ironía, pero mejor es contaros algunos ejemplos.
Vosotros mismos comprenderéis lo bien que se llevaban los pueblos vecinos.
De un pleito mantenido por el pueblo de Saravillo con los tres pueblos del valle de la Comuna, nos ha quedado esto:
Saravillo, Sin, Señes y Serveto,
formaron un pleito.
Saravillo lo perdió
y lo pagó con nueces bofas
y crabas sarnosas.
 
Y siguiendo con Saravillo ¿habrá alguien tan inocente que al oír la siguiente retahíla crea que hablamos de meteorología?
Saravillo,
pueblo de mujeres calientes
y d´hombres fríos.
 
Los de Tierrantona y Camporretuno tienen motivos para olvidar o para desear que otros olviden algunos dichos:
Tierrantona, gente guitona,
monte sin leña, río sin agua,
y hombre sin palabra.
 
Camporretuno,
sin santo nenguno;
uno qu´en abió
un tocino se lo comió.
Tampoco tienen motivos para estar contentos en otros pueblos, pues el ácido humor popular les recuerda cosas como esta:
Pelaires os de Boltaña,
os del oficio batido
que bendión a san Pablo
por un cantaro de vino.
 
No vayáis por trigo a Vio
ni por conciencia a Solana,
ni por virgos a la Rivera
ni por justicia a Boltaña.
 
Mujer de Laspuña
y macho de Naval,
con uno en hai prou
en cada lugar.
 
En Tella, cuando moría alguna persona, salían a vocear al puntón d´as Bruxas, para que lo escuchasen los habitantes de las aldeas próximas:
Os d´Arinzué y Lamiana,
puyar mañana,
qu´abrá bel carnuz
u bella carcana.
 
Tampoco los curas se salvaban de coplas:
El cura de San Vicente
cortejaba en San Lorién,
le dieron una paliza
y se le estuvo mu bien.
 
Por el valle de Bielsa, las coplas se multiplican:
No trates burro en Espierba,
ni te cases en Parzán.
Ten cudiau con os de Bielsa,
mira que te jibarán.
 
Ta la fiesta Chisagüés,
o que no come antes
tampoco dispues.
 
Pa la fiesta de Bielsa,
mucha camisa blanca y mucha farola
y o puchero en o fuego
con agua sola.
 
En Lafortunada, había un hombre que iba con frecuencia al río con la intención de echarse dentro y suicidarse. Cada vez que llegaba a la orilla, se lo miraba y decía, sin acabar de decidirse:
Río, río,
¡que grande bajas!
tócame los cojones,
que m´en boi t´a casa.
 
Cerca de Lafortunada está Badaín:
Si vas ta Badaín,
mira bien quién te combida,
que a la corta u a la larga
se cobrarán la comida.
 
Adentrándonos en “La bal de Chistau”, recuerda la copla:
Si bas ta Plan
llévate pan,
que aigua d´o río
ya ten darán.
 
Los pueblos que hay en la falda de Peña Montañesa, tampoco se salvan:
No trates mula en Zeresa
ni compres burro en Laspuña,
ni mujer en Torrolisa,
ni perro en San Lorien;
a mula te saldrá guita,
o burro te calziará,
a muller s´irá con otro
y o perro te morderá.
 
Sobrarbe... cuanto te quiero...


miércoles, 28 de enero de 2015

Sobrarbe. ¿Por qué se llama Sobrarbe?

No pretendo dar a nadie ninguna clase de historia, no nos equivoquemos. Mi única intención es, a través de las leyendas y falordias que podido recoger, contaros como interpretaban nuestros antepasados, la creación y situación de este antiguo reino aragonés.
Y recuerdo la interpretación que hacía un abuelico de Chistén, a su nombre:
-Hubo una sequía muy grande en toda España, y el único sitio en que “sobró” comida era en nuestra zona, desde entonces se llama Sobrarbe.
Lo cierto es que el nombre deviene de la “Sierra de Arbe”, que era la cordillera de los cañones del río Vero a Abizanda. Hoy ya tiene muchos nombres:
La parte de Olsón-Abizanda se llama la “sierra de San Benito”, desde que se fundó en lo alto la ermita de San Benito.
El centro “Sierra de Camporroyo”, que seguramente proviene por el color rojizo de la tierra, siendo ésta muy especial para la alfarería, y así lleva su fama la que se fabrica en Naval.
Y la parte del Vero, “San Caprasio” (desde que colocaron desde Madrid, el cartel anunciándola), pues siempre se ha conocido como “San Crapás”.
La manía que siempre se ha tenido, a eliminar nuestros nombres aragoneses…
Pero, ¿sabéis porque se llamaba “San Crapás? Es una curiosa anécdota, que siempre me hizo mucha gracia escucharla:
Bajó una chiqueta de arriba, de la parte de La Solana, Otra parte de nuestro territorio, que tiene que ser abandonado, por la reforestación cruel que se hace en más de diez pueblos, para construir el pantano de Jánobas, y asegurar las tierras en evitación de que luego se tragaran el futuro embalse.
El Árbol de Sobrarbe (L´Ainsa)
 
La gente tuvo que emigrar por falta de tierras para el cultivo y pastos para su ganadería. No quiero seguir…
Como os contaba, bajo una chiqueta de La Solana a servir a tierra baja. Nunca había salido del pueblo. Al llegar a lo que hoy se conoce como (mal llamado) de San Caprasio, vio las llanuras del Somontano, desde la parte del santuario del Pueyo hacia Selgua, y le gustó mucho; se quedó admirada de tanta llanura, acostumbrada como estaba a otro tipo de terreno mucho más escabroso.
En el pueblo de esta mozeta, era de Burgasé, tenían de patrón a San Crapás.
Ante el espectáculo de tantas llanuras, decidió no volver más a su pueblo.
Se dio la vuelta mirándose a su tierra, se levantó las sayas y gritó:
-¡San Caprás! ¿Me lo has visto? ¡Pues, míramelo! ¡Que ya no me lo verás más!
Desde entonces, se quedó el lugar con ese nombre, San Caprás.
Esta chiqueta debió embobarse ante tanta llanura. Conozco un relato de su lugar, en el que según me contaban, “un lobo, se cruzó siete fajas de un salto”. Llamamos fajas a la separación de un campo a otro. El terreno tiene que ser muy escabroso para estar tan juntas… de llanuras, nada.
Ahora como os he contado la verdadera historia del nombre de Sobrarbe, repasaré la que colocan los historiadores…
El Sobrabe, originariamente, no era tan grade como lo es ahora. Encima de Boltaña, por la carretera de la Guarguera, está “Campodarbe”. No conozco de donde proviene este topónimo, pero bien podría tener relación con la sierra de “Arbe” y el “Sobrarbe”, pudiendo ser el límite, por el norte, de lo que antaño comprendía esta comarca. Desde siempre Las Bellostas y Pueyo de Morcat se ha dicho pertenecían al Serrablo, ya que la peña Gallinero es el límite entre Sarsa de Surta y Las Bellostas. De siempre he escuchado que era la linde entre Sobrarbe y Serrablo. Entre lo que he escuchado de nuestros mayores y los historiadores, nunca consigo aclararme…
La comarca del Sobrarbe, y recogido entre nuestros mayores, anteriormente era una de las zonas más ricas de la provincia de Huesca. Antaño solo se trabajaba para subsistir, y esta comarca se autoabastecía de los productos más imprescindibles: el aceite, el vino, y luego había regadío para mantenimiento de los huertos, de donde sacaban las judías o garbanzos que eran “la comida” que se hacía diariamente.
Desde tiempos inmemoriales no se ha oído decir que un año se haya dejado de segar por la sequía; ha podido haber añadas mejores o peores, pero siempre se ha recogido algo. En los años 45 a 50, tuvieron tres o cuatro campañas en la parte de los Monegros sin segar, y de allí subían a la zona de Sobrarbe muchas personas a trabajar exclusivamente por la comida. Y podría dar nombres de monegrinos asentados en el Sobrarbe por esas razones…
Hoy, es el territorio más deshabitado de Aragón. Muchas explicaciones para comentar, pero fácil de adivinar. Tierras inundadas, falta de carreteras, dejadez de las administraciones…
Cuando el abuelo me contaba que se llamó Sobrarbe por que sobraba de todo…


domingo, 7 de diciembre de 2014

Charrar con los abuelos

La pregunta que la mayoría de veces se me hace: ¿Cómo sabe tantas cosas de Aragón? Uno no sabe ciertamente nada. Cuando algo os cuento, no lo digo yo, si no las personas que me lo contaron. Son preguntas y más preguntas en la calle, en una solana y como yo las llamo, consultas. Pero no las de médicos, que en la calle no están bien vistas. ¡Cuantos médicos nos podrían contar sus experiencias en estas consultas! Muchas de ellas se hacen sin mayor intención, fruto de una preocupación momentánea que se aprovecha el encuentro con el médico. Ellos, claro, como es lógico, no quieren pasar por el aro. Conozco algún caso entre el listillo de turno y el médico chungón:
-Una pregunta, señor medico, ahora que lo veo; cuando está usted tan enfriado como yo, ¿Qué hace?
-Toser.
O como el médico de Agüero que pronto que los veía llegar, les decía:
-Bien, bien, vamos a ver. Cierre usted los ojos y enséñeme la lengua.
Y cuando los tenía así, se largaba.
Pero me voy del tema y es que un servidor soy adicto a las consultas. No con médicos, claro, sino con los abuelicos.
¡Como ha cambiado todo! Esta frase así de chata y perogrullesca me habría con frecuencia toda una fuente de información. Cuando ves un par de ancianos en un carasol, silenciosos, graves, en actitud de espera (¿espera de quien?), me acerco a ellos sin dudar para darles los buenos días y hacer el comentario meteorológico de turno que es la conversación de los que nada tienen que decir. Les ofrezco un cigarrito, lo encendemos y como quien no quiere la cosa les comento: “¡Como ha cambiado todo!” Y ya está:
-¿Qué si ha cambiado? Mira, en mis tiempos…
Y ya lo difícil es hacerlos callar. Tienen muchas cosas que contar y nadie que les escuche. Y ellos son los que saben.
En nuestros pueblos ya no hay niños. Tampoco hay jóvenes; están en las fabricas de las ciudades. Solo hay viejas y viejos. Ellas en la cocina o con un trapo en la mano dando vueltas por la casa porque “siempre hay algo que hacer”. Ellos, cuando hace sol, arrimados a esa pared que también conocen. Si hace malo, en la mesica de la cocina o sentados en la cadiera.
Mediano-Sobrarbe (Huesca) 1935
 
 
Con su filosofía. Con su mirada ausente. Como si su atención estuviera hacia dentro, por que hacia fuera nada vale la pena. Sueñan, añoran, recuerdan, esperan (¿esperan qué?) ¡Y que visión más exacta de las cosas! Recuerdo la salida de aquel anciano que llevaba de la mano a su nietico. El niño tiraba del agüelo:
-Corre yayo, que llueve.
-Y para que vas a corres, hijo, si más allá llueve también.
Y con sorna. ¿Hablan en serio o en broma? Como aquella pareja. El uno comentaba mirando las nubes:
-Si el cielo sigue así, mañana tendremos un tiempo u otro…
-¡Hombre!, no quiera Dios.
Y la crítica. Por supuesto mezclada siempre con el sentido del humor. El humor es lo único que no ha abandonado a nuestros pueblos. El día que se nos vaya, ya podemos plegar.
No lo oí yo, no, me lo contaron. Lorenzo es un mesache de Apies, formalico y tal. Sobre todo, tal. Aquella noche estaba viendo la televisión en el teleclub del lugar. Era el 20 de junio de 1969 exactamente. Eran los primeros tiempos de la tele en España y, para los lugares que no tenían otra diversión, era fuente de entretenimiento continuo y de continua admiración, como auténtica ventana al mundo. ¡Que de cosas pasaban, y nosotros sin saberlo… )
La gente estaba asombrada, sobre todo aquella noche, y no era para menos. El hombre, por primera vez en su historia, llegaba a la luna.
Allí estaba en la pantalla el vehículo espacial alunizando y Armstrong se daba un paseo sobre la romántica luna, que ahora resultaba demasiado fea.
Todo eran exclamaciones de asombro. Lorenzo en cambio, miraba la escena con una puntica de ironía. De pronto se levantó de la silla y salió a la calle. Volvió a entrar sonriente (cuando Lorenzo reía es por que la iba a soltar):
-¿Sabéis lo que os digo? Que nos han engañau. Todo eso es mentira. ¡Que esta noche no hay luna!
Si me fuera posible el diálogo y tuviera nietos, que no los tengo, les contaría lo que cada día intento comentaros.
La cultura de un pueblo no se ha transmitido de padres a hijos sino de abuelos a nietos. Son dos extremos que siempre se han entendido perfectamente.
El abandono de los lugares por la juventud, los pisos pequeños, las residencias de jubilados, han cortado ese hilo de comunicación. Si se tiene la suerte de convivir juntas las dos generaciones, la televisión, actividades preescolares y el actual contorno de la vida, obstaculizan el diálogo.
Hoy, si se puede hablar de dos mundos diferentes. Los mayores, que miran al pasado con nostalgia e intentan adaptarse a los piensos compuestos que engullimos a través de las carnes y pescados, los electrodomésticos, la circulación de las calles, los medios de comunicación, y los pequeños, que confunden el trigo con la cebada, los animales con el circo y viven de cara al mañana adentrados en el consumismo y el confort, con la convicción de saberlo todo y ser ellos únicamente los que han hecho posible el progreso.
Es por esto que quiero resucitar a nuestros antepasados. La historia de Aragón no la hicieron historiadores sino nuestras gentes. Y quiero abrir esta historia: la tradición. Desde este puesto, intento dar vida a nuestro pasado, en la confianza de llegar a conocerlo y entenderlo. Y ojalá consiga que lleguemos todos a querer un poco más a esta tierra, después de saber de donde procedemos.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

Recuerdos

Como cambian los tiempos. Estos tiempos nos traen formas de vida, que yo me pregunto: ¿son mejores? No lo sé, pero lo que tengo claro que nuestros mayores eran, a su manera, más felices. Ahora en muchas casas son a veces hasta un estorbo y verlos en los bancos de las plazas hablando de sus cosas, casi adivino que no se salen mucho de los recuerdos que me trae mi infancia.
Hoy se llega tarde a casa y mientras se cena, en lugar de comunicarte con el resto de la familia, sobre lo desarrollado en la jornada, se enciende la televisión, que aunque aburra es imprescindible como dueña absoluta de la palabra en la casa.
 
Nosotros estábamos todos en casa antes de cenar. Todos. Las mujeres preparando la cena o haciendo calceta; los hombres fumando un cigarrico que encendían con una brasa que cogían del fogaril con las tenazas para ahorrar un misto y comentando las incidencias del día o escuchando al abuelo que siempre tenía algo que contar de sus viejos tiempos. Y los chicos escuchábamos o enredábamos. A veces cogías un palico encendido y lo agitabas en el aire haciendo culebretas de fuego, aunque la agüela no nos dejaba porque decía que nos mearíamos en la cama. Se estaba bien allí, en la cadiera, al amor del fuego.
Las cadieras eran los bancos del hogar. En el asiento se ponían pieles de cordero y se estaba muy cómodo y caliente. En el respaldo había una mesa abatible que se llamaba “prezosa” y que se bajaba para comer, para escribir, para echar una partida al guiñote…
De pronto el abuelo parecía transportado a los años de su infancia. La abuela ya terminaba de cortar las sopas que había dejado caer a su delantal, y destapaba la olla que colgaba del “cremallo” para escaldarlas.
-Anda Bastiané, sostén el cremallo pera que no baile.
Y es que si los llares quedaban bailando, era una mala señal que anunciaba desgracias.
El abuelo seguía ensimismado, sin hablar. Se frotaba las pantorrillas sin motivo aparente.
Los críos lo sacábamos de sus recuerdos.
_ ¿Te duelen las piernas yayo?
-No, no. Es que me estaba acordando…
Cuando estabas mucho rato en el fuego te salían “cabras” en las pantorrillas. Era como se te hinchasen las venas que se ponían negras.
Dolían mucho. Lo mejor era ponerse algún trapo aunque te llegase menos calor. Que suerte tenéis los chicos de ahora que no conocéis las cabras ni los sabañones.
Nosotros los llevábamos todo el invierno en las orejas, en las manos, en los dedos de los pies…Mi madre nos ponía tintura de yodo y nos hacía meter las manos en agua caliente…
En la cadiera, se hacía la vida en el invierno. Sobre todo se hablaba mucho, que ahora es una pena que no se habla nada en las casas. Allí, toda la familia se enteraba de cómo iba la poda, de cómo estaba la tocina que se mataría a primeros de diciembre, si el crío de casa Royo, estaba con sarampión. ¿Sabéis como se curaba el sarampión? Pues poniendo todo el dormitorio  bien royo, la luz se protegía con un trapo rojo, en las ventanas se ponían cortinas rojas, en la cama alguna manta encarnada…todo royo.
En la cadiera se pasaba bien hablando de cosas, para nosotros las que contaba el abuelo.
Hoy, no sé si los abuelos modernos son escuchados con la atención que lo eran los nuestros, y desde luego lo que tengo claro, es que los de ayer hoy no serían lo felices que entonces los conocíamos.