Un rito del fuego era
común y extensible a toda la cordillera pirenaica con todos los territorios históricos franceses confrontantes geográficamente.
Era el del tizón o tronca
de Navidad. Asimismo estuvo muy introducido en toda la cultura centroeuropea.
Aunque ese ceremonial del fuego era representativo de la cristiandad, ese culto
a la luz y al fuego era originariamente pagano y estaba vinculado a la
divinidad suprema que estaba encarnada por el sol. La cristiandad, acaparadora
del pensamiento pagano preexistente que se enconaba en perdurar en la cultura
popular, asumió esas ceremonias, una de cuyas reminiscencias más efectivas era
la popular tizonada navideña.
Para el hombre primitivo
supondría algo extraño e inexplicable, además de temible, observar el momento
crucial y agónico en que el tránsito del sol menguaba y ver cómo la noche se
iba apoderando progresivamente del día y la luz, allá por los días del
solsticio invernal -veinticinco de diciembre- festividad a la que la Iglesia trasladó y
superpuso el nacimiento de Jesús.
Siempre para nuestras
gentes, este era el momento que terminaba un año “cabo d´año”) y comenzaba el
nuevo año en que el astro sol, comenzaría una nueva vida. El día 31 de
diciembre era solo un dígito colocado en un calendario.
En toda Europa (y en el
Pirineo) han subsistido múltiples creencias en torno al tronco navideño, que
presentan más familiaridad con la superstición y la magia que con la religión,
al menos con la religión cristiana, aunque si que podrían tener relación con
los ceremoniales funerarios, de las mansiones helénicas y romanas.
Al leño navideño le
atribuían dones de fertilidad. En nuestra tierra, opinaban que tendrían tantos
corderos, terneras, cabritos y cerdos como purnas (chispas) saltasen del leño.
También se constituía en centro de fertilidad y su ceniza se derramaba por los
campos de cereal durante las llamadas "doce noches", las que iban de la Navidad a la Epifanía y con ese rito
creían que promocionaban misteriosamente el crecimiento de los mieses.
Igualmente también, se transformaba en talismán protector y en las casas
guardaban un trozo para proteger a la mansión contra las hechicerías
demoníacas. Por el Sobrarbe la tronca, -leño de navidad- se retiraba del
fogaril, cuando estaba ligeramente carbonizado y posteriormente se usaba para
proteger a las viviendas contra la peligrosidad de las tronadas, las centellas
y las apariciones, y para que tuviera el debido efecto protector volvía a
ponerse en las brasas del hogar. Por todo el pirineo, lo colocaban bajo la cama
de los habitantes de la casa, y protegía contra rayos y centellas.
En la mayoría de los
razonamientos de nuestras gentes, creían
que estos cultos podrían ser hechicerías derivadas de la vieja ley de la magia imitativa, y cuyo objetivo sería asegurar la luz solar,
precisamente en el momento en que el sol tenía menos vida y poder para los
hombres, los animales y las plantas.
También un efecto
purificador, en tanto que el fuego es un extraordinario poder destructor de lo nocivo, ya sea de carácter corpóreo o incorpóreo.
En la mentalidad popular
pirenaica ha prevalecido el sustrato cristianizado posterior a la edad mágica y
pre-religiosa, aunque existen nítidos indicios culturales que nos hablan de la
fase pagana que precedió a la aculturación del cristianismo.
Pero en nuestro pirineo,
cada valle, cada comarca, tenía diferentes formas de interpretación “la
tronca”.
En la “Guarguera”, hacían la Cena , que era la celebración
de la Nochebuena.
Después de cenar y con recogimiento sagrado se procedía al
rito de renovación del fuego hogareño.
Se pretaba fuego a dos
tozas que se habían colocado solemnemente en el fogaril. Como ocurría en el
resto de nuestra tierra, a la ceniza del tronco consumido se le atribuían
poderosas propiedades fecundantes y por eso la ceniza era diseminada por todos
los campos que ese año iban a ser destinados a la labranza. Además se usaba
para la colada del ajobar-ajuar- doméstico.
En La Fueva , la troncada de
Nochebuena, debía durar varias jornadas. Sobre la troncada se colocaba una
torta ritual, con un hueco central que se colmaba de vino rancio -¿sería un
hechizo para asegurarse la abundancia de pan y vino?- y el que se encargaba de
hacer el rito de bendición de la tronca era el caganiedos, el benjamín de la
casa, que parecía encarnar la prosperidad venidera de la institución sagrada de
la casa.
En la Ribagorza también era el
benjamín el que obraba la liturgia, derramando vino por tres veces consecutivas
sobre la tronca sagrada. La tronca era representativa de la prosperidad y la
abundancia de la casa y por eso los ninones le daban golpecitos al tiempo que
demandaban regalos y golosinas:"Tronca de Nadal... ¡caga turrón de verdad!"
En la localidad de Aragüés
del Puerto -valle de Echo- se hacían grandes troncadas navideñas y tal y como
creían en la distante Ribagorza, aquí también eran la encarnación de la
prosperidad del hogar y de la prodigalidad de los recursos que ofrecía la naturaleza
trabajada por el hombre. Los mozés exhortaban con vehemencia a la tronca para
que prodigase con generosidad toda clase de obsequios y golosinas:"¡tronca
de navidad, caga liletas, caga dineros, caga turrón!" A hurtadillas los
padres habían escondido entre la tronca toda suerte de regalos para la
chiquillería.
En Foradada del Toscar, el
ceremonial incluía un recordatorio de los fallecidos troncales y además al leño
se le pedía que ejerciera protección en la prosperidad patrimonial. El
sacerdote del rito era también el benjamín, que con el vino recruzaba la coca
-torta ceremonial- que había sido puesta sobre la tronca.
El niño con seriedad
pronunciaba una plegaria prestigiosa: "¡Buen tizón, buen varón / buena
casa, buena brasa / Dios conserve el pan y el vino / y a los dueños de esta
casa!"
En la aldea de Aquilué
-Valle de Aquilué- las cenizas de la troncada navideña tenían virtudes
preservativas. Se mezclaba con la simiente de cereal y de ese modo creían que
se preservaría la cosecha contra las plagas y las calamidades. En Belarra –La
Guarguera- le otorgaban propiedades purificatorias y hacían con las cenizas la
colada del lino.
La casa era lo más
importante de la mentalidad Pirenaica y los deudos se encargaban de protegerla
material y espiritualmente. En algunas aldeas el amo de la casa, con formularia
sobriedad, rezaba: "Tizón de Navidad... tú eres tronco de la casa".
En Fosado de Abajo-La Fueva- se pedía por la casa y los deudos con lacónico
recogimiento: "¡Buen tizón, buen varón / buena casa, buena brasa / Dios
mantenga a esta casa, al amo y a los que en ella son!"
Parece asociarse en estos
ceremoniales navideños la solidez y perduración del leño navideño a la
perpetuidad de la mansión y a la vitalidad de los amos y sus descendientes.
En Villanúa, Ansó y en
otros muchos pueblos la
Nochebuena tenía un indudable sentido de defensa. Era una fecha crucial, benigna pero
también fatídica, pues en ella también operaban los oscuros espíritus del mal.
Para evitar malignidades las gentes trazaban el signo de la cruz sobre las brasas del leño y ese rito se constituía en
una defensa contra los malos espíritus.
En San Juan de Toledo -La
Fueva- el amo y la dueña derramaban sal por los aposentos y las cuadras con el
propósito de ahuyentar a las brujas, pues éstas en el instante de la medianoche
incrementaban sus actividades perversas. ¿Como espíritus malignos que eran,
impedirían en esa larga noche la vuelta del sol?
En Banagüás -Solano
Jacetano- el fuego sacramentado de la tizonada permanecía vivo hasta la
Epifanía e incluso hasta la ya lejana festividad de la Candelera, otra fiesta
mística en torno a la luz y el fuego, y llena de significaciones religiosas.
En Torla -Valle de Broto-
y en Benasque los niños recorrían las callejuelas en la Navidad y lo hacían con
propósitos expulsatorios, pues en esa noche los espíritus sombríos de los
muertos circulaban con libertad.
El fervor proto-cristiano
para imponer sus nuevas creencias, aculturó severamente la primitiva mentalidad
mágica, reinterpretando piadosamente las viejas creencias naturalistas que
regían la espiritualidad de los montañeses hasta entonces. Y así la fe popular
cristiana ha transformado el carácter de este rito del fuego, argumentando que
todo se debe una leyenda de devoción. En Ansó y en Linás de Marcuello creen que
la perpetuación de estos Fuegos navideños se debía a que en un tiempo impreciso
en algunas casas ofrecieron hospitalidad a la Sagrada Familia y
ayudaban a la Virgen
María a secar los pañales del niño Dios.
Hoy las creencias mágicas
y las cristianas adolecen de languidecimiento y olvido.
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